vargas-llosa

En noviembre de 2008 el último de Vargas Llosa se presentó en España. La prensa montevideana, hacia fines de enero se adelantó a la distribución comercial en el Nuevo Mundo. Silvana Tanzi le hizo una entrevista al autor en Búsqueda y Carlos María Ramírez escribió una reseña en El País cultural. También en Buenos Aires hubo adelantos pero un mes después: tapa y entrevista exclusiva en la Ñ de Clarín y una nota peleadora de Juan Sasturain en Página 12. Ya está todo aceitado para que venga Mario Vargas Llosa al Río de la Plata a presentar El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. La oportunidad es imperdible, este año (2009) se cumplen 100 años del nacimiento del inventor de Santa María, una ciudad ficticia que para algunos es un híbrido de Montevideo y Buenos Aires, en la que Onetti desarrolló la mayoría de sus historias. La idea del ensayo surgió de un curso semestral que el escritor dictó en la Universidad de Georgetown (Washington) en el año académico norteamericano 2006-2007. En la entrevista con Búsqueda, semanario del que es columnista (estrictamente es columnista de El País de Madrid), Vargas Llosa afirma que las notas del curso fueron la base de su ensayo y que este es el resultado de la lectura sistemática de la obra de Onetti que le proporcionó “una visión muy unitaria y densa de su mundo literario”.

El fana

En 1975 cuando Vargas Llosa publica La orgía perpetua, su ensayo sobre Flaubert, entre algunas confesiones personales desliza el siguiente comentario: “Practico el fetichismo literario: me encanta visitar las casas, tumbas, bibliotecas de los escritores que admiro, y si además pudiera coleccionar sus vértebras, como hacen los creyentes con los santos, lo haría con mucho gusto”. Casi toda la obra ensayística que Vargas Llosa inició en los setentas está marcada por esta impronta. La flexibilidad del ensayo le permite hacer un conjunto de confesiones autobiográficas o más bien su anecdotario y algunas impresiones personales (además existe Como pez en el agua sus memorias publicadas en 1993) y mezclarlas con su reflexión crítica sobre la obra de sus autores-fetiche.

El primero fue Joanot Martorell, un autor catalán del siglo XV a quien Vargas Llosa prologó la primera edición en español moderno de su novela Tirant lo blanc en 1969 (tres años después publicó junto a Martín de Riquez la correspondencia “de batalla” del mismo autor). Luego vino la tesis doctoral que presentó en la Universidad de Madrid García Márquez: Historia de un deicidio publicada en 1971 en La Paz y dos años después un libro con Ángel Rama García Márquez y la problemática de la novela. Después vino La orgía perpetua. En 1981 siguió con los franceses con una recopilación sobre Sartre y Camus. En 1996 la emprendió contra el indigenismo y particularmente contra Arguedas La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996) y en 2004 La tentación de lo imposible un ensayo sobre Los miserables de Victor Hugo. La obra ensayística de Vargas Llosa es por supuesto más que los ejemplos aquí citados. Están por ejemplo los tres tomos que recopilan su obra ensayística y periodística entre 1962 y 1990 Contra viento y marea o sus ensayos literarios en La verdad de las mentiras (1990). Pero el asunto era listar los autores-fetiche de Vargas Llosa y agregar a Juan Carlos Onetti.

Realidad real vs. realidad ficticia

Hay un núcleo problemático al menos en la tesis sobre García Márquez y el libro sobre Flaubert. Se trata de la división entre realidad real y realidad ficticia. En el primero aparece dividiendo el libro, de más de seiscientas páginas, en dos capítulos en los que agrupa los datos biográficos y de contexto (realidad real) y el análisis de las obras (realidad ficticia). Supongo que algún capítulo inicial de la tesis justificaba tal división y que luego algún editor –malo, malo– sugirió quitarlo. Sin embargo es el eje sobre el que gira la reflexión teórica de Vargas Llosa y que atraviesa buena parte de su ensayística. De todas formas ya en el libro sobre Flaubert la hipótesis cobra un sentido concreto: la realidad ficticia es una realidad paralela que en el caso del francés se construye saqueando la realidad real. En este libro sobre Onetti la tesis cobra un nuevo significado.

El texto que abre El viaje a la ficción y que le da nombre merecería un comentario aparte. No darían las páginas culturales de la diaria para discutir pormenorizadamente la cantidad de “disparates” que la imaginación de Vargas Llosa inventa sobre el origen de la ficción y el lugar que le toca en la evolución humana. Para Vargas Llosa los narradores (como él) estan presentes en los origenes mismos de la especie y durante milenios se han dedicado a lo mismo: crear mundos suplementarios a este para palear la honda frustración de los hombres en la “realidad real”. A tal punto que la ficción hizo posible todos los adelantos científicos de “la civilización”. Aquellos “prehistóricos colegas” iniciaron una práctica que desembocó en la novela y el novelista, inventaron una “realidad ficticia” para contrarrestar la real.

“A la vez que sirvió para que con ella aplacáramos nuestros miedos y deseos, la ficción nos hizo más inconformes y ambiciosos y dio un sentido trascendente a nuestra libertad, al hacer nacer en nosotros la voluntad de vivir de manera distinta a la que nuestra circunstancia nos obliga. Por eso, aunque en el milenario transcurrir del acontecer humano nos hemos ido despojando de tantas cosas (…) hemos seguido siendo fieles a ese antiguo rito que, para fortuna nuestra, comenzaron a practicar los ancestros en el principio de la historia: soñar juntos, convocados por las palabras de otro soñador –hablador, cuentista, juglar, trovero, dramaturgo o novelista–, para de este modo conjurar nuestros miedos y escapar a nuestras frustraciones, realizar nuestros anhelos recónditos, burlar a la vejez y vencer a la muerte, y vivir el amor, la piedad, la crueldad y los excesos que nos reclaman los ángeles y demonios que arrastramos con nosotros, multiplicando de esta manera nuestras vidas al calor del fuego que chisporrotea de esa otra vida, impalpable, hechiza e imprescindible que es la ficción”

Un concepto ahistórico, como si las distintas formas, funciones y usos de la narración fueran en cada época histórica lo mismo. De algún modo Vargas Llosa elige al gremio de los escritores como el dueño de esta magia, olvidando que desde hace ya unas cuántas décadas la industria del entretenimiento y los medios de comunicación también juegan. Pero no es raro que un miembro de la Real Academia Española sigua creyendo que los letrados, como definía Rama a los “dueños de la letra”, tienen un papel central en la vida de las personas. A alguien le puede dar pena, pero es bueno saber que los letrados ya no son el ombligo del mundo, si alguna vez lo fueron.

Pero dejemos esto de lado. Después de todo Vargas Llosa inventó eso de la “crítica practicante”, que ejerce en tanto escritor interesado en la obra de otros escritores y como modo de zafar de estas discusiones académicas que a nadie le interesan. Al final, y como broche de oro para el prólogo, Vargas Llosa menciona la obra de Juan Carlos Onetti, lo cual pone en evidencia que las vaguedades de la introducción escritas con el tono gradilocuente de la gran teoría bien podrían haber servido de prólogo a un ensayo sobre cualquier otro narrador. Sin embargo, Vargas Llosa afirma que la obra de Onetti tal vez sea en la modernidad la que mejor expresa esta necesidad milenaria de ficción “casi integramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es”.

La tesis así expuesta se repite incontablemente en todo el texto, en cada interpretación de cada obra de Onetti que Vargas Llosa selecciona y comenta. Es una tesis que pocas veces se revisa: cada vez que se repite, se repite igual a sí misma. Uno podría preguntarse hasta que punto Vargas Llosa encuentra en sus autores-fetiche un espejo donde verse a sí mismo.

Dos o tres cosas más

No dije algo. El viaje a la ficción está perfectamente escrito, es decir, Vargas Llosa como los escritores que elige, tiene un estilo consolidado y una serie de reflexiones en torno a su práctica que aportan mucho a sus ensayos literarios. También en este libro pueden rescatarse, ya sea como datos históricos o como modo de construir un “arte poética” del novelista Vargas Llosa, anécdotas como la que aparece en el prólogo sobre las circunstancias que lo llevaron a escribir El hablador (1987) o el cuento de San Francisco (EEUU) en los sesentas con los beatniks acompañando a Onetti, Vargas Llosa y Carlos Martínez Moreno. Y así otros tantos pasajes interesantes del libro.

Pero hay otras cosas reprochables en la lectura que hace de Onetti, vinculadas a su idea de un autor y de una obra unitaria. Una de ellas es la atención superficial que pone a las circunstancias de enunciación y al contexto rioplatense de Onetti. Están sí los artículos de Marcha, los años de Buenos Aires y otros tantos datos, pero se ve poco la vida cultural que hizo posibles a Onetti y a otros tantos escritores uruguayos y argentinos de los años cuarentas y cincuentas. Vargas Llosa por momentos contextualiza y por momentos aisla la obra de Onetti, como una “obra completa”, como un “mundo” creado por el escritor fuera de toda contingencia.

Por eso tal vez Vargas Llosa puede describir al Uruguay como una “rara avis” de democracia que “una crisis” hizo que se subdesarrollara y se hundiera en “la violencia social y política de las acciones revolucionarias y las represiones y brutalidades de una dictadura militar” que responden más a una imagen externa del Uruguay, que alguna vez fue autoimagen. Este y otros pasajes entrarán dentro de lo olvidable del libro, de lo que es claramente político-ideológico, como su idea de que el subdesarrollo latinoamericano es un “estado de ánimo” que impide la modernización, idea a la que dedica unos cuantos párrafos y que tiene que ver con otra idea: la de una “alegoría involuntaria” del sub-desarrollo en la obra de Onetti. Algo que no estaría mal si no estuviera metiendo de contrabando la otra observación algo polémica.

El ensayo es denso y se podría decir interesante aunque sin sorpresas. Se destacan los capítulos iniciales en los que enfrenta el discurso onettiano, fundamentalmente en lo que refiere a Santa María, analizando tres novelas fundamentales como son La vida breve (1950), El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964). Vargas Llosa también recurre a cuentos que denomina “obras maestras” como “Un sueño realizado” (1941) o “Bienvenido, Bob” (1944), aunque le dedica poco y nada a El pozo (1939), que cumpliría este año junto con el centenario del nacimiento del autor, sus setenta años. Destaca también algunas influencias, la más sorprendente es la de Borges tal vez, como John Dos Passos, Céline y por supuesto Faulkner. Pero el libro se desgrana al llegar a las últimas novelas de Onetti, Dejemos hablar al viento (1979), Cuando entonces (1987) y Cuando ya no importe (1993). Aún con todos los comentarios negativos, el libro funciona hasta los capítulos finales, en los que el ensayo se vuelve una glosa de la obra de Onetti y una reiteración tediosa de la tesis central.

Como cierre es necesario decir que Vargas Llosa no hace un gran aporte a las lecturas precedentes de Onetti. Agrega sí su definición de “estilo crapuloso”: “El estilo de Onetti no es incorrecto, pero sí inusitado, infrecuente, intrincado a veces hasta la tiniebla, a menudo neblinoso y vago, pues nos sume en la incertidumbre sobre aquello que quiere contar hasta que entendemos que lo que quiere contar es esa misma incertidumbre. (…) El estilo suyo lo crea, lo salva y lo redime a la vez”. Es crapuloso, según Vargas Llosa, porque el narrador se comporta como un crápula frente a personajes y lectores. Insulta a los personajes y al lector utilizando “metáforas e imágenes sucias, relacionadas con las formas más vulgares de lo humano, como la menstruación y el excremento”. Alguien podría argumentar que esta idea de Vargas Llosa es un aporte. Pero es entre otras cosas una apropiación de un escritor conservador que en alguna medida enjuaga el poder subversivo que la literatura onettiana alguna vez tuvo y que ojalá siga teniendo después de este viaje a la ficción.

Alejandro Gortázar

Pd (enero de 2012) Lo que van leer es un artículo que escribí en 2009. Fue publicado originalmente en la diaria (Nº 771. Montevideo, 20/03/09: p. 6) con el título “Onetti, c’est moi. Vargas Llosa y su visión del escritor uruguayo”. Es una reseña de El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti de Mario Vargas Llosa (Buenos Aires: Alfaguara, 2009). A los poco días Ramiro Sanchiz escribió una nota sobre mi reseña que descubrí dos años después buscando material sobre Onetti en la web. A raíz de sus comentarios he estado pensando algunas cosas que publicaré próximamente.

5 respuestas a “Onetti, c’est moi”

  1. Me alegra haber sido de alguna utilidad, Alejandro. Yo mismo he revisitado aquel comentario y también me dio pie -a raíz incluso de cierta pseudopolémica que he mantenido recientemente en mi blog con Pedro Peña- para futuras reflexiones; pronto, entonces, podremos contrastarlas.

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    1. Ramiro, fue de mucha utilidad para pensar algunas cosas personales-profesionales. Leí la polémica con Peña y desde mi a veces demasiado pragmático punto de vista no entendí mucho. De todas formas me parece que tu construcción de eso que llamás «crítica académica» (adelanto que no creo que exista nada con ese nombre) es demasiado prejuiciosa (sobre todo si se aplica a mí, claro, que tengo un narcisismo importante). Pero a su vez estoy de acuerdo contigo en que el saber académico (en particular en la República de la Universidad de Montevideo) es prepotente y sabelotodo. Pero bueno, hoy de noche tal vez cuelgue la nota que estaba escribiendo.

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      1. Bueno, me refería ante todo al tipo de crítica que busca Peña, de clara exposición de fuentes teóricas, estado-del-arte y desplazamiento de la figura del productor del texto; es cierto que llamarla sencillamente «académica» es un facilismo, pero obedece, en todo caso, a una modelización o a un apartarse un poco del objeto para abarcarlo. Tendría que releer ahora tu reseña del libro de Vargas Llosa. Saludos!

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  2. Estoy terminando la nota. La cuelgo en unos minutos. ¡Saludos para vos también!

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