El 13 de enero publiqué una Carta a Ramiro Sanchiz sobre la crítica académica. El 16 de enero Ramiro Sanchiz contestó a esa carta. Aquí va un nuevo texto en respuesta al anterior.

Alejandro Gortázar

Montevideo, 30 de enero de 2012.

Ramiro,

En primer lugar tengo que pedirte disculpas porque el día que me mandaste tu carta empecé mi licencia, me fui a La Paloma y estuve voluntariamente desconectado. En estos 14 días estuve pensando, dándole vueltas al asunto de este intercambio. Ahí tal vez haya una diferencia en la producción de nuestros textos. La primera vez que lo hice pasaron varios meses entre que encontré tu nota sobre Vargas Llosa y mi respuesta. En esta segunda oportunidad fueron catorce días (estaba desconectado pero me llevé la computadora, je).

Lo cierto es que necesito tiempo para masticar los argumentos, tal vez una porción de tiempo similar a la que vos necesitás para escribir tus textos literarios. Sin embargo vos escribiste tu respuesta en tres días. Por esa idea tuya de que tus textos críticos son actos de ficción o textos programáticos, que vos elaborás con el fin de inventar, crear o recrear. Le das un sentido como de ejercicio, según entiendo de tu propuesta más reciente sobre la microcrítica salvaje. Marco esto porque de tu texto se desprende que no hay diálogo posible entre tu perspectiva y la mía. Debo reconocer que esto que acabo de escribir es muy parcial. Tal vez tengo que escribir que es una tensión irresuelta en tu texto en la medida en que también marcás puntos de coincidencia con mis argumentos. En definitiva sea una tensión o una negación al diálogo, está claro tu rechazo a la academia, o si se quiere, tu antiintelectualismo, para señalar una fuerte tradición en la literatura latinoamericana (y de otras partes del mundo). En tus palabras: “mi eterno malhumor con lo que entiendo -quizá erróneamente- como el saber académico y sus pautas, sus jaulas, su ridícula pretensión de seriedad y su estrechez de miras”. Entiendo tu programa, no lo comparto.

En este punto creo que nunca vamos a llegar a un acuerdo, a menos claro que vos puedas modificar tu punto de vista en algún momento, chance que dejás abierta cuando decís “quizás erróneamente”. No tengo ningún problema en reconocer mi posición ambigua respecto a los artistas, que hay un trasfondo en algunas de mis notas en la diaria de cierta envidia y cosa reprimida que alimentan la idea del crítico como artista frustrado, que entiendo que hay actos creativos muy interesantes en el trabajo científico, y que lo que vos entendés por jaulas para muchas personas en el mundo son nada más que reglas de producción y/o plataformas para desarrollar su creatividad. Claro que siempre hay guardianes del saber tanto en tu profesión como en la mía, que cuidan el fuego o preferirían congelarlo para mostrarlo como una pieza arqueológica o como un misterio que sólo ellos son capaces de descifrar. Pienso que mientras vos no respetes el trabajo y la creatividad de los académicos este diálogo es imposible. Y es improbable que llegue a buen puerto. Si es que un intercambio o una conversación como estas debe llegar a algún lugar.

Ojo, no quiero que entiendas esto como un asunto personal. Entiendo por tu carta que vos respetás mi trabajo y hasta crees que es legítimo lo que hago. Al mismo tiempo defendés tu derecho a oponerte a las instituciones. Derecho que jamás te negaría y que incluso estaría dispuesto a defender. Claro que desde mi (in)cómodo lugar en las instituciones en las que trabajo. Tal vez el tono de la carta anterior pudo sonar a que estaba ofendido. Sí. Estaba. Pero no lo tomo como algo personal. Vivo con eso. Creo tan poco en los “intelectuales” o en la “academia” que no me preocupa dialogar al respecto e incluso reconocer honestamente las limitaciones de mi discurso.

Tampoco quiero hacer una defensa corporativa. Bueno, de la débil o más bien inexistente corporación: el Colegio de Licenciados en Letras del Uruguay. Y eso se nota en mi texto ¿no? Quería solamente interpelarte, o más bien interpelar tu discurso. Quería, quiero, hacer un llamado al término medio, a la voluntad negociadora, grisácea, hiperintegrada, amortiguadora que nos caracteriza. Ofrecer alguna salida a ese malhumor desde el que le gritás a los críticos que venimos de Facultades, Institutos o Departamentos literarios. Qué querés que le haga Ramiro, soy uruguayo.

Para terminar dos momentos que me parecieron interesantes de tu texto. El primero es el de la metáfora de la lupa. Aunque creo que la lupa que usamos quienes investigamos en literatura es detectivesca más que científica. Una aclaración: de tu texto se desprende que sólo hay un tipo de trabajo científico: la física. Lo digo por el ejemplo del acelerador de partículas, aunque es válido también para la lupa. Tal vez la confusión venga por mi ejemplo de Laurie Anderson y la NASA. Cuando me refiero al trabajo científico no me refiero al instrumental o a la metodología. Pero ta, reconozco que el asunto no es fácil. Porque se pretende hacer un trabajo científico sobre discursos, discursos literarios en particular, y se complica más cuando es un hecho evidente que la literatura la hacen seres humanos, sujetos de derecho, es decir, que tus “objetos” tienen capacidad de respuesta, rechazan o intervienen en tus planteos, te dicen que te equivocaste o que no les gusta cómo los describís o analizás. Y más se complica si el investigador se entrevera con los escritores, hasta incluso escribe y así… Cuando digo ciencia lo hago con todas estas precisiones. Vos te preguntarás cuál es esa ciencia. No sé. Pero mientras sigo creyendo que es posible que exista algo parecido a las ciencias sociales y que en ellas es posible que el estudio de la literatura tenga un lugar.

El segundo tema es la cuestión de lo “real” y la invención. A vos te parece que mi lectura es poco “fértil” porque tenés la convicción “de que no hay un mundo «real», en tanto es incognoscible, y que lo único que vale es la dirección que más permita inventar” y luego me pedís que entienda que “alguien que piensa así no puede dar mucho valor a pretensiones de cientificidad”. Que sé yo, está bien que no quieras hacerlo. Te aclaro nada más que tu argumento me parece correcto y que creo que nunca mencioné lo “real” en mis textos. La cuestión de la referencialidad en literatura es un asunto delicado y sería igual de bizantino exponer aquí los argumentos. Pero efectivamente eso que llamás/llamamos realidad no es más que “la aventura del lenguaje –como escribió Sandino Núñez– “inventando el tiempo y el espacio, dando sentido, organizando el mundo, levantando ciudades y gobiernos, creando sujetos, personas, instituciones. En suma, la realidad”. En definitiva aquí no hay conflicto. Estamos de acuerdo.

Espero haber contribuido en algo a tus ideas sobre el tema y sobre todo que sea posible mantener el diálogo aún desde riberas del río tan diferentes.

Un saludo cordial, Alejandro.

Posdata. Entendí perfectamente tu defensa del manual, aplíquese a Vargas Llosa o a cualquier otro. Estoy de acuerdo contigo en que la investigación académica (en literatura) debería darle más lugar a la divulgación. Mi punto es otro y tiene que ver con mi argumento de la crítica como intervención en un campo literario o cultural. Vargas Llosa enjuaga la literatura de Onetti, la vuelve inofensiva. Ese era el sentido de mi intervención. Preferí cuestionarlo antes que destacar su utilidad como manual. Lo hice por razones políticas. No por su supuesta “traición” a la izquierda (no soy un sesentista), sino porque representa para mí el paradigma de lo peor de la institución literaria. Sé que mis tiros no llegan a su sillón de la RAE en Madrid. Pero si pude al menos molestar a sus indignos repetidores en Uruguay me siento satisfecho. Si nada de eso ocurrió, mala suerte. Seguiré intentando.