
Una vez Washington Abdala tuvo la intención de hacer crítica literaria derridiana. Fue un 5 de octubre de 2013 cuando, a través de su cuenta de Facebook, comentó una reseña de su libro Es el botox que el alma pronuncia publicada en Búsqueda por la periodista Laura Gandolfo. El texto se titulaba “Dos formas de mandar a la mierda a Laura Gandolfo”. En sí el texto contiene dos respuestas: una denominada “diplomática protocolar” y otra “postmoderna”. En la primera Abdala cuestiona a Gandolfo como profesional y en la otra pasa del tono despectivo al agravio, sin que quede claro qué es lo postmoderno de la respuesta.
En su análisis de la reseña Abdala apunta a desprestigiar a la periodista en tanto profesional, le señala que no entendió “la escritura en clave de caricatura” y que eso se debe a “la falta de cultura” de los periodistas. Luego describe la operación de Gandolfo y afirma:
se seleccionan pasajes del libro para mostrar una visión que es “deconstruida” de manera obvia y así se [sic] mostrar algo de forma descontextualizada con clara intención de menoscabar. Este mecanismo es también básico. Jacques Derrida elemental. (Lo conocí cuando vino a Uruguay, un genio).
Empecemos por la descripción de la deconstrucción: mostrar algo fragmentariamente y en forma descontextualizada con una determinada intención. Lo que describe Adbala es un mecanismo básico, lo que está en duda es que se parezca en algo a la deconstrucción. Eso sí, hay algo que es elemental. Cualquier lector de Derrida sabe que la deconstrucción tiene varios nombres, según la obra del filósofo que se elija. Incluso a Derrida le fastidiaba un poco la palabra “deconstrucción” como escribió en su defensa de la tesis doctoral en 1980: “me sirvo de esta palabra que no he amado jamás y cuya fortuna me ha sorprendido desagradablemente” (1997: p. 18).
La deconstrucción en un primer momento, en libros como De la gramatología, La escritura y la diferencia o La voz y el fenómeno –los tres en 1967- fue crear no un sistema filosófico sino un “dispositivo estratégico abierto, sobre su propio abismo, un conjunto no cerrado, no clausurable y no totalmente formalizable en reglas de lectura, de interpretación, de escritura”. Esto le permitió revelar ciertas constricciones de larga duración en la escritura (contradicciones, denegaciones, decretos dogmáticos) que incluso la devaluaban. A eso le llamó logocentrismo “en su forma filosófica occidental” y fonocentrismo “en el área más extendida de su imperio” (1997: p. 15). En Márgenes de la filosofía (1972) expandió este universo e incluyó el falocentrismo dentro de esta tradición. Esta reconceptualización de la escritura traía consigo la reconfiguración de ideas como el texto o una constelación de conceptos como la differance, la huella, el suplemento. Derrida se mantenía heterogéneo a las distintas tendencias del “estructuralismo” dominantes en el pensamiento teórico en Francia (16).
En 1995 aparece Espectros de Marx y Derrida sorprende con esta reflexión “la deconstrucción de las metafísicas de lo propio, del logocentrismo, el lingüisticismo, del fonologismo, de la desmistificación o la desedimentación de la hegemonía autonómica del lenguaje (…) hubiera sido imposible e impensable en un espacio premarxista. La deconstrucción sólo ha tenido sentido e interés, por lo menos para mí, como una radicalización, es decir, también en la tradición de un cierto marxismo, con un cierto espíritu de marxismo”, lejano agrega a las formas del marxismo confiscadas por la ortodoxia (106).
En definitiva, no está fácil definir o describir la deconstrucción. Pero lo más interesante está en esa frase que aparece curiosamente entre paréntesis “(Lo conocí cuando vino a Uruguay, un genio)”.
Pongamos que Abdala conoció a Derrida. Hagamos el ejercicio de imaginar a un joven edil colorado de 26 años que, sentado en la tercera o cuarta línea de la Sala Vaz Ferreira (en la Biblioteca Nacional) escuchó, un poco después de las 19.30, las primeras palabras de Lisa Block de Behar presentando al filósofo el 14 de octubre de 1985. Tal vez le estrechó la mano a Derrida cuando terminó la conferencia o pudo verlo en una cena que el Presidente seguramente le brindó al filósofo esa misma noche. Existe la posibilidad de que le llegara a su despacho de la Junta Departamental el libro Diseminario. La desconstrucción, otro descubrimiento de América (1987) que reunía las intervenciones del filósofo en Uruguay.
La frase aporta una nota de color provinciana y farandulesca al debate. La filosofía, la deconstrucción, la crítica al falo-fono-logocentrismo se reducen a un: “vino a Uruguay, yo lo conocí, un genio el tipo”. Uruguay nomá. Derrida era uruguayo.
Libros citados
Derrida, Jacques. El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales. Barcelona: Proyecto a, 1997. 11-22.
—. Espectros de Marx. El trabajo de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. JoséC Miguel Alarcón y Cristina de Peretti. Traducción. Madrid: Trotta, 1995 [1993].
—. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, 1994 [1972].
Voy a apagar esta computadora con la imagen mental de Lisa Block presentando a Derrida y Abdala en la tercera fila. Ta mañana.
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Hasta mañana Mariana. Espero no arruinar tus sueños.
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