Beckett III

 

  1. En verdad El innombrable (1953) es el primer libro de la trilogía de Beckett que leí. Por eso está destrozado por el paso del tiempo y de las manos. Pero alteré el orden de mis lecturas para dar lugar al orden del autor. Qué sacrificio. Es lo mismo que tomar la decisión de escribir sobre un libro por mes. Este texto tenía que ser publicado en abril. Pero aparece ahora, en la segunda mitad de mayo. Mi amo dicta las órdenes y yo las cumplo. Aunque soy perezoso, yo sé que él sabe que soy perezoso. En cuanto a hablarme, no me he hablado bastante, no me escuché bastante, no me respondí bastante ni me consolé bastante, hablé para mi amo, presté oídos a las palabras de mi amo, no llegadas nunca: “Está bien, niño mío, está bien, hijo mío, puedes detenerte, puedes disponer, puedes irte, estás libre, estás perdonado”. Palabras no llegadas nunca. Mi amo. He aquí un filón que no hay que perder de vista.
  2. En estos días he tenido miedo de que se me haya acabado la saliva para esta reseña, que no tenga nada que decir sobre El innombrable. He aquí mi confesión ante el amo, pidiendo disculpas por mi falta de decoro y mi desidia al exponerlo en mi informe. Lo cierto es que Molloy parecía estar dividida en dos partes, mientras Malone moría había personajes que se iban y venían, ahora lo que queda del narrador es nada. En un determinado momento abandona el discurso en fragmentos y pasa a un monólogo en el que es difícil determinar quién habla, qué dice. Solo sabemos que lo que habla en la novela, está obligado a hablar.
  3. La novela no me lleva a ninguna parte, es una no-novela. Acá estoy, desorientado, tratando de darle sentido a un narrador que no ha hecho otra cosa que llevarme por caminos que, después del punto final, me dejan frente a un muro mugriento, un lenguaje de segunda mano, un conjunto de procedimientos puestos en escena para ser desmenuzados y finalmente desintegrados.
  4. Mi amo, lo cierto es que he estado ocupado en estos días. Escribiendo. Espuma. Una estela de… Palabras, palabras, palabras. Bajo mi firma y la suya, mi amo. También estuve frente a una clase. Al mismo tiempo que leía El innombrable leía La azotea de Fernanda Trías. Beckett, Borges, Bioy, Bianco y las Ocampo. Y tantos otros. Ellos abrieron la puerta, impugnaron el “realismo” y su contrato mimético. No son uno, son dispersión. Escrituras del yo, intimidad, imaginación, fantástico y así. Seguramente es el efecto de la contigüidad. La azotea al lado de El innombrable. No se apure a decir, amo mío, que estoy proponiendo una influencia, no se angustie. De alguna forma Beckett lo destituyó todo. Después de él hubo que recomponerse la azotea.

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