I
Hace tiempo me asombra la convivencia de espacios para identidades posibles que hay hoy. Cada uno de nosotros puede tener un canal de televisión mediante sus redes sociales, lugares para escribir sus opiniones, bares a los que rezarle, amigos a los que llamar “salvadores”, con una narrativa común, con episodios fundacionales y motivos de reactivación de mitos. Con dioses comunes, lugares comunes, nostalgias comunes. Personas a las que rápidamente le damos la categoría de familia.
Contrario a pensar que están en crisis, creo que las identidades están más vivas que nunca. Aunque claro que algunas andan coleando con cuestiones un tanto conservadoras, otras olvidaron las aspiraciones a los gestos iguales, a los parecidos, a los ojos y bocas de cuál de los dos padres, a la parte del cuerpo que sacó de quién, a un caminar heredado, a la biología de los vínculos. Otras refuerzan la legitimidad de la sangre con banderas de equipos que son “familia”, de grupos de amigos que son “como hermanos”. Como si asemejar la pasión a un cuadro o la amistad, a un lazo sanguíneo como lo es lo familiar, reflejara la importancia que tiene, la justificara.
Otras dejan en un rincón la presencia genética y se narran una ausencia a través de una presencia infalible, mediante la elección de un nombre, de una forma de verdad, de un derecho. Un video que se hizo viral hace unos días muestra a un joven en una mesa que le plantea a su padre (que no es su padre “real” o genético) si acepta firmar unos documentos que el chico ya empezó a tramitar para tener su apellido. El video es festejado y el colectivo se encanta con su final en abrazos y en una frase del padre que conmueve a quien lo vea: “siempre fuiste mío”.
II
Se me ocurre pensar en la abundancia de relatos de buenos padrastros. Y en la escasez de buenas madrastras. No porque no existan, sino porque no se ven tanto. ¿No es parte de una narrativa también patriarcal hacerse cargo de hijos que no son propios, proveerles y cuidarles y sin embargo, cuando una mujer hace esto es porque es su obligación? No hablo solo de madres, hablo de madrastras.
Ser padrastro o madrastra no solo es un vínculo con el ser al que llamamos hijastro. Es un vínculo también con una ex pareja. Es una relación triple en espacio y tiempo: es pasado y también presente.
III
Una mujer de un barrio en el que trabajo, responde unas preguntas mientras una de sus hijas busca el equilibrio en su cuerpo recién erguido. Su madre la mira de forma constante y sostiene entre sus manos los documentos de todos sus hijos, que muestra sin resquemores. Habla de su soltería y bromea que ponga ese estado civil en mayúscula. Su situación amorosa trae consigo una vida familiar particular, una ausencia que ahora es sólo palabra. Palabra padre. Padre de mis hijos. Remarca esa posesión y cambia un apellido cuando habla de uno de ellos. Lo cambia por el de ella, le da nombre propio a su soltería. Como el muchacho del video que desea darle nombre a un vínculo, esta mujer también quiere elegir cómo nombrar la ausencia.
IV
Dice Alexandra Kohan en un bello texto llamado Notas sobre la paternidad: “Para muchas mujeres patriarcado y padre son equivalentes. Y queriendo hacer caer uno, se llevan puesto el otro.”
V
Tiempito después, en el mismo barrio, una mujer me habla del miedo al fracaso de su maternidad solitaria. Yo miro sus manos con los guantes puestos que limpian baños, contratada por unos días que ya terminan. El sol extirpa la vida verde, pero a ella no se le cae una gota de sudor. Mientras, vuelvo a lo acondicionado de la oficina, con una tarta entre las manos que se desvanece en mi estómago como lo limpio de un baño testigo de un contrato de un mes.
La mujer me llama por otro nombre. Nunca la corregí. Entendí, con el paso del tiempo, que tampoco era importante para mi. En el barrio me han bautizado con nombres varios. Olvida también el nombre de la novia de uno de sus hijos que vive en su casa. La identidad es barrial, a ella no le pasa por el nombre.
VI
Un hombre se queda en la calle luego de una corta relación de pareja. Allí también fue padrastro. Padre por sangre fue solo palabra en alguna familia lejana donde habitará un apellido. El hombre no consigue proveer y acabada la relación, comienza a estar en la calle sin mucho más que lo puesto y una disponibilidad al consumo de alguna sustancia. De padre, pareja y padrastro, pasa a ser bandido. Solo queda su cuerpo y un nombre al que ningún plan se le otorga. Su género se hace ausencia y él es ausencia para toda paternidad posible.
No se encuentra con lo idéntico. El mercado no lo usa. No habrán vasos de cafés con su nombre, ni grupos de whatsapp de amigos del liceo, ni hijos ajenos que le pedirán su apellido, ni tendrá un perfil en alguna red social para definirse con la mayor cantidad de categorías posibles y diversas.
Será diferencia.
Y hoy se arrasa con la diferencia.
VII
Yo antes pensaba que no había tenido padre. Luego me di cuenta que sí y luego me di cuenta que tenía dos. Dos que no paran de narrarse. A uno le dedico mis temores, al otro mi fe en el mundo. Los dos juntos son como el amor. Uno es todo lo que nunca será, puro dolor. Otro es lo posible, siempre.
A uno lo conozco poco y sin embargo, su apellido que refleja mi nombre propio parece que debería decir mucho de mi. Tengo una imagen difusa de niña de él haciendo ladrillos. Mi única imagen de él que se relaciona a un trabajo. Guardo esa imagen como oro pero aún no sé muy bien por qué.
Alguien con quien solo coincido en lugar de nacimiento me pregunta por mi padre. Quién es, qué hacía, si es pariente de tal o cual familia. En mi automatismo, repito un no.
Esta escena se repite a lo largo de mi vida.
A quien nunca llamé padre pero es mi imagen padre, lo conoce mucha gente de ese lugar. Nunca lo nombro con sangre. Creo que siempre sentí que le quedaba corto ese nombre. Si él fue sabio desenredando la soga de la sangre, ¿por qué yo la volvería a traer a nuestras vidas en conjunto? ¿Para los demás? ¿Para que armen su parentela con alegría de conocimiento de un pueblo?
A él le escribo en categoría, en identidades.
Jugador de fútbol, el “Ciego”, pintón, hijo de once hermanos, papá de mi hermano más chico, padre de todos.
Sin decir palabra. Haciendo todo.
Todo bolso ante esta toda manya. Mandadero cuando no existía el adjetivo infantil para el trabajo y monaguillo cuando no había que tener tanta fe en la iglesia .
Porongos, Cerro. La radio. Las armazones.
Hacer escuchar.
Hacer ver.
Recostado debajo de su Honda roja un domingo día del padre lo encontré para siempre. A mí también me encontró en la calle, buscando la vida como quien busca un mimo dulce de madrugada.
Constructor de vivienda.
En la vida voy a tener más amor de padre que en sus llamadas.
Es el padre que no tuve y el que sí.
Al otro no sé narrarlo.
Encabezado: Fragmentos de «Retrato del padre, 1900» de Carlos Federico Sáez (1878-1901). Museo Nacional de Artes Visuales (Uruguay).









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