El 6 de abril fue el cumpleaños de Leonora Carrington. Para ese entonces, si la ciencia lo hubiera permitido, la autora cumpliría 106 años. Un ejercicio inútil que hice esta mañana con la ayuda de una calculadora, aparato premonitorio de una tecnología más poderosa que hoy lo cambia todo. La fecha la supe porque de tanto hablar de ella este mes, la inteligencia artificial, la web semántica y caudales de datos volcados en 0 y en 1 cruzaron sus fuentes para informarme. Su densa existencia esparce migajas en la levedad de la tela.

Desde entonces, no sólo aprendí su fecha de cumpleaños sino también supe que parte de su obra se expuso en Madrid y que dentro de poco “habrá novedades”. ¿Será un texto post mortem? Eso aún no lo sé, pero lo que sí sé, es que la mujer yegua que Leonora habitaba, es capaz de hacer llover versos pateando nubes desde lo más alto de las montañas.

¿Pero quién fue Leonora Carrington? La autora de esculturas que aún resisten el movimiento de México, la que obsesiona a Elena Poniatowska y ahora a mí. Pero sobre todo me pregunto, ¿cómo pude pasar tanto tiempo sin conocerla? Llamo a una amiga y le hablo de la autora como de una evidencia, algo que seguro ella tiene que saber. Ada me pide explicaciones, dice que no tiene ni la más pálida idea. Ella tampoco la conoce. Pienso que si vivió en Francia la tiene que conocer. ¿Si no lo sabe Ada que porta los mismos cabellos mágicos, pues quién?

Debe hacer un mes que me ocupo entrando a librerías a pedir textos de Leonora Carrington. ¿Y cómo se escribe? ¿Me puede deletrear el nombre?¿Era pintora ella? Con apenas veinte años escapó de su vida siguiendo a quien fue su mentor, su amante y razón de uno de los procesos más dolorosos de aprendizaje, cuando el “Amor loco” de André Breton aún estaba a la moda. Se trataba del pintor Max Ernst, que para ese entonces tenía 47 años, un hijo, una esposa y una hipoteca, además de un gran talento y un ego desmesurado. Si bien ella fue una gran artista e hizo parte de la banda de surrealistas, la respuesta siempre es la misma. Sí, claro, a él lo conozco, hay varios libros que hablan de él, ¿le interesan?

Leonora Carrington no se definía surrealista aunque les llamara familia. Decía que ellos pintaban sus sueños, mientras que ella pintaba su realidad. Ella era una yegua, hablaba caballo y veía la sombra de sus adiestradores corriendo detrás de sus pasos, así que cada tanto se dice que se subía al ropero y algunas noches, gritaba. Intentaron adiestrarla en su casa, en colegios, casarla con la nobleza, y calmarla a base de Cardiazol, una suerte de electroshock químico de uso prohibido en la actualidad.

Otras veces, los libreros reconocen su existencia pero dicen desconocer que escribía. Sabía que pintaba, ¿pero escribió un texto? Leonora Carrington, escribió La casa del miedo, Una camisa de dormir de franela, El mundo mágico de los mayas, La Señora Oval: historias surrealistas, La trompeta acústica, La puerta de piedra, El séptimo caballo y otros cuentos, Conejos blancos, Memorias de abajo​ y La invención del mole, textos escritos en prosa, alguno de ellos concebidos luego del nacimiento de sus hijos Gaby y Pablo fueron dedicados al público infantil.

¿Era la mujer de Ernst? “Yo nunca tuve tiempo de ser musa de nadie. Valoraba demasiado mi tiempo y tenía demasiado trabajo intentando ser artista y rebelándome contra mi familia como para hacer de musa a nadie”, respondía. La irreverente, la que provocaba la desesperación de Man Ray que no la pudo tener. La que armó revuelo en la corte de Inglaterra, la que rechazó la fortuna de un imperio, la que cultivaba viñas en el sur de Francia.

Ese mismo mes en el que acosé librerías, también pasé por Saint Martin d’Ardeche, allí tampoco se acordaban de ella. En una librería de Vans deletree su nombre, pero el resultado fue el mismo. Silencio, desconocimiento. Y finalmente, vacío.

Leonora Carrington se negó a quedarse en Nueva York bajo la protección de la fortuna Guggenheim y se instaló en México donde pocas personas más que Diego y Frida vivían del arte. Pese al precio de su rebeldía, la mujer que abría los mares consiguió mantener a su familia gracias a su arte. Pero de ella hoy, en Europa, solo queda un recuerdo borroneado. Y yo que antes me preguntaba quiénes eran las mujeres surrealistas, hoy me pregunto, ¿en qué escuela nos hablan de ellas? ¿Qué universidades tienen cátedras sobre su obra? ¿Cómo fue que un día la dejaron de reseñar? ¿Con qué tupé osan borrar nuestra historia? Y ahí confirmo una vez más que no hablo de ella, no solo de ella, no es Leonora la que se esconde en los rincones perdidos de la historia como un día se escondiera de su padre en su villa de Hazelwood, no es Leonora buscando la salida del túnel, no es Leonora retrasando el tiempo del conejo, escondida de su herencia Celta, son decenas, son cientos, son miles de mujeres. Son las brujas olvidadas desplegando las alas para limpiarse las cenizas y poner luz en la oscuridad de la historia.

En 2017, las ediciones Alpha Decay reeditaron Memoria desde abajo en España. En 2020, las ediciones Fage reunieron en Francia sus cuentos y en 2022 una segunda edición vio la luz, al mismo tiempo que una recopilación de sus obras de teatro. Dice la librera de mi barrio que en unos días publicarán algo sobre ella o de ella, aún no lo sabemos pero ya salimos a festejar.


Imagen de encabezado: Leonora Carrington. The Horses of Lord Candlestick (1938)

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