Matías Fernández, el 14 de los blancos es un crá. Matías Fernández, el jugador del penal perfecto, simétrico, el éxtasis puro y aniquilador de cualquier cliché que se pueda desprender de algo tan directo como un penal. Matías Fernández, futbolista de bajo perfil y de sonrisa tímida, al que una generación chilena, la de quienes hoy tienen entre 30 y 40 años, le deseó el bien como si fuera su hermano, su primo o su sobrino favorito. Matías Fernández ilusionó a amigos y enemigos, provocó la ira de sus rivales y la felicidad de sus seguidores. Ilusionó a la prensa. No es poca cosa ilusionar a la prensa. Al final del día, Matías Fernández, el buen tipo. O el buen cabro, como diríamos en Chile.

La escena de un profesor y sus estudiantes conversando sobre Matías Fernández ha sido reiterada en mi vida laboral. Esa escena la he protagonizado yo y también colegas de distintas áreas. No es nada extraño que los vínculos en torno al aprendizaje se fortalezcan en las conversaciones de los recreos, mientras se espera que la máquina del café cumpla su cometido o en esa mirada previa al comentario sobre el calor y el frío de cada día. El fútbol, como la música, el cine y otros placeres de la vida, cumple ese rol. ¿Cuántos vínculos hemos generado a través del fútbol? En mi caso son cientos. En estos tiempos en que el fútbol en Chile vive una agonía que no tiene fin, se necesita más que nunca que esos vínculos sean infinitos. Más que mal, lo único gratis que tiene el deporte más mercantilizado del mundo es hablar sobre él.

Hace unos días, Matías Fernández dio una entrevista al periodista de televisión Pedro Carcuro, en la ciudad de La Serena, donde vive en la actualidad. Se esperaba una conversación extensa, algo que no fue habitual durante su carrera porque nunca le gustó hablar con los medios. Matías Fernández, el futbolista silente, el que hablaba solo en la cancha —como se dice en las páginas deportivas—, fue fiel a su historia. Preciso y sin rodeos. Se lee en las redes sociales que la entrevista fue decepcionante, que fue corta. Duró poco más de cinco minutos. Y se esperaba más.

La carrera de Matías Fernández (2003-2023) es admirable. Fue elegido el mejor jugador de América en 2006, jugando en la liga chilena. Para entendidos en la materia, eso quiere decir que debe haber sido extraordinario para que el premio que entrega el diario uruguayo El País pusiera sus ojos en él. Y así fue. Una temporada en que llamó la atención de toda la prensa del continente, aunque Colo-Colo, su equipo, no ganó ningún torneo internacional ese año.

Vinieron los reconocimientos, las loas y un traspaso histórico al Villarreal de España, por 8,8 millones de dólares. Y también un sueño de muchas chilenas y chilenos: la posibilidad de que compartiera equipo con el argentino Juan Román Riquelme, la estrella del equipo español, en esa época dirigido por el chileno Manuel Pellegrini. Pero eso nunca pasó. Riquelme recibió un castigo por parte del DT chileno y nunca volvió a jugar un partido oficial con el Villarreal.

Se especuló entonces con una supuesta rivalidad entre ambos jugadores, pero la duda se zanjó rápido en un capítulo del recordado programa deportivo de la TV chilena Zoom Deportivo. Juan Román Riquelme fue amable con el chileno desde el día uno en que fueron compañeros. Mirada la situación desde el ahora, duele todavía más que no se haya podido apreciar ese vínculo también dentro de la cancha.

El problema de las ilusiones es que pueden llegar a ser antojadizas y egoístas. Pareciera que podrían beneficiarnos más a quienes miramos la TV que a aquellos que nos motivan a hacerlo. Matías Fernández tuvo una carrera exitosa desde muchos puntos de vista, pero el maldito pero chileno dice que su camino deportivo fue decepcionante. Que pudo haber llegado más lejos. Que algo falló. Algunos le echaron la culpa a su personalidad. Otros a la religión. Matías Fernández es un hombre de fe. Lo ha dejado claro en reiteradas ocasiones. Antes del penal perfecto en la definición que le dio a Chile su primera Copa América, el futbolista del que se esperaba más, hizo una reverencia al cielo con las manos abiertas. Fue un golazo. Y es difícil que los goles de penal sean golazos.

En la entrevista con Pedro Carcuro, Matías Fernández respondió a esa inquietud que en Chile es una mosca en la oreja: el mejor jugador de América 2006 pudo haber llegado más lejos. “¿Qué te faltó para haber sido un top top a nivel mundial?”, pregunta Carcuro. Matías Fernández responde: “Creo que lo di todo, puse todo de mi parte, me cuidé, traté de dar lo mejor. Más allá de si alguien piensa que podría haber sido más o menos, yo siempre lo intenté”.

Esa frase se me quedó grabada en la cabeza por varios días. También me quedé atrapado en ella, como si fuera una telaraña gigante en la que no me desagradaba del todo estar. Matías Fernández lo intentó, pensé, y eso es todo lo que debería importar. Matías Fernández lo intentó, volví a pensar, aunque mucha gente crea lo contrario. Es probable que no vaya a estar en el mismo podio de otros jugadores que sí llegaron más lejos, pero es reconfortante apreciar su humildad, su calma, su sonrisa nerviosa, ahí mismo donde otros podrían responder un disparate.

Hace un tiempo que Matías Fernández es parte de mis conversaciones de pasillo con mis estudiantes. Su figura traspasa generaciones y para quienes nos dedicamos a la docencia, siempre es una buena estrella compartir una conversación sobre algo que nos interese en partes iguales y no solo desde las alturas. Es incluso necesario.

Cuando el jugador dice que lo intentó se acaban las dudas. Se acaba el juicio. No hay lugar para más especulaciones. La obsesión sobre las posibilidades de los deportistas es recurrente y aburrida. Lo que pudo ser y no fue, el casi casi (mantra chileno), las acusaciones de falta de espíritu guerrero y liderazgo. ¿Qué más carácter que haberlo intentado? No es conformismo. Ni pereza. Ni falta de personalidad. El intento también es acción. Es la acción. El intento despojado de las frases motivadoras que se le atribuyen a Samuel Beckett (“Fracasa mejor”) y que fascinan a Elon Musk.

El intento de Matías Fernández está más cercano a los poemas inmortales de Jorge Teillier, esos donde no se evoca a las grandes estrellas imbatibles de todos los tiempos, sino solo a niños que guardan luciérnagas en los bolsillos. Y a otros niños que podrían recortar de los diarios, las fotos de un deportista que sonríe con la calma de haberlo intentado.

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