A partir de una abuela peculiar, que en cierto momento de su vida comienza a hablar con los fantasmas de sus antepasados, Sebastián se propone novelar la historia de Bernabé Alcorta, el vasco que se instaló en el Río de la Plata a fines del siglo XVIII y dio origen a la saga familiar.
Hay una maestría notable de Delgado Aparaín en el manejo de los tiempos que se traman en Último viajero de la nada. El presente, encarnado en Sebastián y la abuela Susana, la historia de un viaje a España de Sebastián en busca de información, la historia de Bernabé Alcorta, que envuelve hitos históricos de la Banda Oriental como las Invasiones Inglesas o la Revolución Independentista. Es una historia de historias, que parecen estar una dentro de la otra, pero que en verdad ocurren simultáneamente. O, mejor dicho, la novela hace que ocurran simultáneamente. Eso es lo que logra Delgado Aparaín, a través de la ficción: cargar el presente de historias y fantasmas, de otros tiempos que viven en el nuestro.

Fundamento
El punto de partida del relato es la relación de la abuela Susana y su nieto Sebastián. La abuela es la depositaria de una herencia familiar y el nieto el heredero que ella ha elegido: «Solo quería que supieran de las leyendas transmitidas a lo largo de las generaciones, algunas con fundamentos asombrosos, otras tal vez inventadas en su totalidad». La familia había hecho un esfuerzo por mantener esa historia viva y conservar documentos. Ahora Susana va a entregar esa documentación a Sebastián, «el nieto que por vivir una juventud fuera de la realidad le había «salido escritor», a veces brillante, a veces frustrado y errático». La clave de la estructura de la novela está en este heredero errático, que empieza escribiendo la historia de Bernabé mediante un relato convencional, hasta que la trama se compone de las cartas que le escribe a la abuela, en la que sigue contando la historia, pero también cómo la escribe, los libros en los que se apoya para documentarse, las personas con las que habla.
Susana consigue entusiasmar a su nieto, «instalar la idea fundamental de rescatar las memorias más distantes. Y cuando se dice fundamental, ella lo entendía así, fundamental de fundamento, de cimientos, de raíces». Lejos de tratarse de una operación racional, una lectura de la historia lineal, lo que interpela a Susana son las visitas de los fantasmas de sus ancestros. El discurso del Dr. Montgomery acentúa la rareza de los encuentros de Susana, porque para él la mayoría de las experiencias de fantasmas «ocurren en Inglaterra». La recomendación que el doctor le hace a Sebastián es que su abuela rece y se aleje de «esa manía de andar hurgando en la basura del inframundo». La abuela presiente que se dará el encuentro con el último viajero de la nada, con el que ella se irá, que es Bernabé Alcorta. Es en este clima fantasmal en el que viene envuelta la historia de Sebastián, como heredero errático de una saga familiar que atravesó la historia de Uruguay desde sus orígenes hasta hoy.
En la búsqueda de Sebastián hay un viaje desde Maldonado al País Vasco y Francia en busca de los pasos de su antepasado, en la que recibe la ayuda de Ainoha, una mujer con la que tiene una relación amorosa. Hay también conversaciones con historiadores, como Ana Ribeiro, o la mención a las «notables investigaciones» de Arturo Bentancur y un sinfín de referencias a textos del siglo XIX. Constantemente la historia se vuelve sobre la historia, pero también sobre lo que podría haber sido, sobre aquellos aspectos del relato –los silencios, la falta de documentos– en los que Sebastián recurre a la verosimilitud, a narrar los hechos como podrían haber ocurrido, e incluso hacernos pensar que no podrían haber ocurrido de otra manera. Así, Delgado Aparaín visita grandes temas de su oficio como narrador con mucha soltura, con ironía y como parte de la propia ficción, es decir, sin que resulten un ejercicio ensayístico desmesurado.
El diálogo
Otro aspecto de Último viajero de la nada es el diálogo. El diálogo como tema, como metáfora y como recurso que termina dominando la estructura de la novela. El diálogo con los muertos, con la saga familiar, con la historia, con los documentos, con el archivo (familiar y oficial). Pero también los diálogos con otros, las conversaciones de Sebastián con Susana, en las que va tramando la historia, las conversaciones con Ainoha sobre sus búsquedas de información y sobre las páginas de la novela que está escribiendo.
Pero el diálogo se convierte, a partir de la mitad de la novela, en un recurso, que se expresa en la elección de la carta como género. Las cartas que Sebastián escribe a Susana pasan a ser la propia novela, y en ellas se mezclan el tiempo presente y el pasado y se acompañan de reflexiones de Sebastián sobre el propio acto de investigar y escribir. Es un diálogo cariñoso y desinhibido, con algo de juego. Por ejemplo, las fórmulas retóricas del inicio de las cartas, que resultan paródicas: «Abuela, mi guapa de la resistencia», «Querida Abuela con mayúscula», «Mi señora de la paciencia», entre otras muchas. Es interesante que las cartas resultan piezas que no coinciden con la separación en capítulos, una carta puede extenderse por dos o tres capítulos, lo que lleva a preguntarse quién es la persona que firma al final del libro.
En el diálogo con su abuela Sebastián va marcando los énfasis, las cosas que resultan importantes del relato, los hitos que son fundamentales para entender al último viajero, pero también la preocupación por no aburrir a la abuela con detalles, dudas que son, en la mayoría de los casos, sobre el oficio de novelista: «Mientras escribo, abuela querida, me pregunto si no estaré pareciéndome demasiado a esos escritores que se comprometen hasta las lágrimas, amando y odiando intensamente la historia que van escribiendo». En ese ejercicio dialógico Sebastián también quiere apartarse de la retórica de la historia como disciplina, aunque a veces resulte difícil: «Para que lo entiendas y sin la menor intención de que nuestras cartas se vuelvan tan agobiantes como la historia oficial, los tiempos que vendrán serán definitorios para comprender a Bernabé…». Las cartas quieren ser un discurso no oficial, no quieren «agobiar» con los énfasis y destaques del discurso oficial, aunque haya momentos críticos en los que, cuenta Sebastián, a veces se sienta agobiado y no pueda evitar mostrar las tensiones que le provoca la herencia que está aceptando.
En ese sentido, Último viajero de la nada es una novela que reivindica el espacio de la ficción en la memoria familiar, del diálogo con los vivos y con los muertos. Pero también muestra que el acto mismo de narrar una historia (y también la Historia) está lleno de contradicciones, de silencios, de cosas no documentadas, y que siempre seremos herederos erráticos de un pasado ya clausurado que, al mismo tiempo, siempre está abierto.
Publicado originalmente en Semanario Brecha, 9 de junio de 2023.









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