La editorial Estuario acaba de publicar Ursaverio, una obra teatral inédita de Roberto Arlt al cuidado de los investigadores y docentes uruguayos Oscar Brando e Ignacio Gutiérrez, con ilustraciones de Pedro Dalton. Pese a que tuvieron que tratar con un original mecanografiado de difícil lectura, lleno de notas a mano del propio Arlt (y, posiblemente, también de su hija Mirta), los autores hicieron un extraordinario trabajo de «traducción» para que el texto fuera legible y pudiera llegar al gran público.
Hay un tipo de investigación literaria que tiene como objetivo central el descubrimiento y el análisis de material inédito. Pero, por lo general, un momento eureka está muy lejos, en cualquier disciplina, de ser un momento mágico que le ocurre a un investigador en la soledad de su trabajo en el archivo. Por el contrario, un hito como la publicación de material inédito resulta del trabajo aunado de archivólogos, coleccionistas, investigadores, editores e instituciones enteras que se dedican a la conservación y la puesta en valor de material documental. La publicación de un inédito en el mundo editorial es siempre una buena noticia: todavía sorprende que haya editores que se animen a hacerlo. Si, además, la publicación permite hacer nuevas interpretaciones y formularse preguntas novedosas, en este caso sobre Roberto Arlt, uno de los escritores argentinos más importantes del siglo XX, todo es una fiesta.
Tradicional, pero no tanto
La estructura está organizada a la manera tradicional, aunque, por otro lado, la única autoría señalada en la tapa es la de Arlt, con la aclaración de quiénes son los editores y el ilustrador; adentro del libro, no se explicita qué investigador escribió cada uno de los textos que acompañan el central. Solo conversando con Oscar Brando e Ignacio Gutiérrez logro averiguar que el estudio introductorio y la nota a la edición –en la que se cuenta el origen del manuscrito y algunos detalles sobre el trabajo de los editores– estuvieron a cargo de Oscar, y que el epílogo fue escrito por Ignacio. Las notas al pie en el texto de Arlt, me contaron enfáticamente, las escribieron a cuatro manos.
Lo que seguro no es tradicional es el enfoque de los investigadores. En la investigación literaria, lo más frecuente es el trabajo individual, que culmina en la publicación de un libro, en la elaboración de una tesis o, en el mejor de los casos, en una compilación de trabajos individuales bajo la dirección de algún pope. En Ursaverio –o al menos es la sensación que me llevo de la entrevista– se logró amalgamar el trabajo de dos personas. Así, el dato de las autorías realmente pierde importancia, aun cuando sobre el propio texto y sobre la investigación Oscar e Ignacio tienen sus acuerdos y desacuerdos.
El título del libro proviene de una declaración sobre la obra que le hizo Peter Altekrüger –por entonces director de la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín– al periodista y escritor Ariel Magnus, de Página 12: «Nosotros la llamamos UrSaverio, así como llamamos UrFaust a la primera versión del Fausto de Goethe. Se trata de una versión mecanografiada y aún inédita, de un solo acto, en la que la acción transcurre en un manicomio y no en la vida cotidiana, como es el caso en la versión final de tres actos». El original de Arlt no tenía título, pero los investigadores resolvieron tomar el uso que hacían los trabajadores del archivo europeo, aunque establece una analogía muy poco feliz, porque el Ursaverio no ocupa en la literatura argentina el mismo lugar que el UrFaust en la literatura alemana. De hecho, a pesar de tomar el nombre, el esfuerzo de Brando y Gutiérrez apunta en la dirección contraria a ese título: este original es otra cosa, es una obra en sí misma. «¿Por qué ningún investigador o investigadora en Argentina se interesó por publicar esta obra en estos 20 años?», se pregunta Oscar Brando. Y esboza una lista de posibles motivos: la complejidad del planteo de Arlt en ella, las dificultades que presenta el documento, la previa clasificación de la obra como mero «antecedente» de otra ya conocida y publicada, y la pereza intelectual.

La historia del «hallazgo»
—¿Cómo fue que se encontraron con este texto inédito de Roberto Arlt?
Oscar Brando —La existencia de esta obra se sabía. Si vas a [Raúl Héctor] Castagnino, en El teatro de Roberto Arlt [publicado por la Universidad Nacional de La Plata], de 1964, lo nombra. Dice que hay una obra de Arlt que es previa a Saverio, el cruel [1936] y que Leónidas Barletta, el director de Teatro del Pueblo, no se la había aceptado. Y después hay otras informaciones que circularon en décadas, pero muy pocas, sobre la existencia de esa obra. Después, incluso parece que hubo una puesta en escena en 1964 y le pusieron un título que la obra en su original no tenía, La cabeza separada del tronco, que se estrenó sin ninguna repercusión, sin ningún éxito y bajó rápidamente. La hizo Teatro del Pueblo también, o sea que la dirigió Barletta, el mismo que había rechazado la obra, según la versión de Mirta Arlt. Entonces, Arlt hizo esa copia mecanografiada, llena de problemas, de defectos, de faltas ortográficas. Si vos mirás en el Instituto de Berlín, las versiones de las otras obras están perfectas, hechas por un tipógrafo profesional. Es decir, las pasaban en limpio. Esa copia la vendió Mirta Arlt en 2002; puede haber otras copias y otras versiones, pero no sé dónde están, la única que está disponible es la del instituto. Mirta agarró el «metro cúbico» de papeles de su padre…
Ignacio Gutiérrez —Lo dijo en una nota a La Nación, habla de un «metro cúbico» que no quería donar a ninguna institución argentina porque no tenía las garantías de conservación. Entonces dice que lo donó, lo cual es mentira: se lo vendió al instituto.
O. B. —En 2003, cuando me llega la nota de Ariel Magnus, lo que se sabía era que en el instituto estaban África, La fiesta del hierro –que son obras conocidas y publicadas– y había un inédito que no tenía título. Bueno, ahí quedó la noticia. Pasaron los años y en 2014 Roger [Mirza] me invita a dar un curso en la Maestría de [Historia y Teoría del] Teatro [de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación], y yo le dije: «Bueno, trabajo sobre el teatro de Arlt, que es sobre lo que sé». Ahí se me prendió la lamparita. Tenía muchas dudas, pero escribí al Instituto Iberoamericano de Berlín y me contestó el doctor Gregor Wolff, y en seguida me dijo que sí, que no había problema, que me mandaba una fotocopia, que todavía no lo habían escaneado.
En ese momento, Ignacio Gutiérrez se interesó por el material y con el tiempo fue madurando entre ambos investigadores la idea de darlo a conocer. Brando hizo la transcripción diplomática del original, es decir, una copia lo más fiel posible del documento. Fue una tarea nada sencilla, y le llevó un año entero. Con el tiempo, Gutiérrez planteó una tesis de doctorado sobre la dramaturgia de Roberto Arlt y el Ursaverio se convirtió en uno de sus ejes centrales. Para Gutiérrez, resulta más apasionante el trabajo con este material inédito que las especulaciones que él, como investigador, hubiera podido hacer sobre la obra édita de Arlt.
Transcribir y traducir
Otro dato relevante es el objetivo que persiguen Oscar e Ignacio, y que formularon con claridad en la entrevista: presentar una versión limpia para la lectura, pero que, a su vez, incorporara la complejidad original del documento. El resultado final es un libro que se lee muy claramente, que «corre», como dice Gutiérrez, y en el que la operación crítica está bien delimitada en las notas a pie, que ayudan a comprender mejor el texto. Sobre la transcripción de Brando, Gutiérrez hizo la «traducción»: ese es el término en común con el que bautizaron la operación para construir el libro que hoy tenemos en las manos.
—¿Cómo llegaron a esta versión a partir del original?
I. G. —Nos preguntamos: ¿qué hacemos? ¿Una edición crítica en la que agarramos la transcripción diplomática y publicamos un mamotreto interesantísimo en términos de novedad, de hallazgo, pero de circulación estrictamente académica, o pensamos que Arlt es Arlt, como Kesman es Kesman, y entonces editamos un libro no para toda la familia, pero que se pueda leer, que corra, y que, si querés saltearte las notas, lo puedas convertir en una obra que funcione?
O. B. —Tanto la transcripción como la traducción dieron mucho trabajo, porque está lleno de agregados, en el medio del texto y del otro lado. Entonces, tenés que decidir sobre qué habrá querido decir el autor, cuál habría sido la versión definitiva si hubieran pasado la obra en limpio.
I. G. —Claro, decidir hasta dónde regularizábamos, normalizábamos, adaptábamos, y hasta dónde respetábamos. Cada intervención tenía que ser muy cuidadosa, pero no en el sentido reverencial o arqueológico de respetar la voluntad de Arlt, sino para darle un sentido al texto, para que pudiera leerse.
La escena del poder
—¿Cuáles son los temas y los problemas más importantes que plantea la obra?
O. B. —El argumento de la obra es complejo. Estamos en un hospicio psiquiátrico. El director del hospicio les presenta a la prensa y al público la experiencia con unos internados que van a hacer una obra de teatro escrita por uno de ellos y representada por los locos.
I. G. —Una obra en la que cada personaje representa una enfermedad que se corresponde con el tipo de delirio que padece el actor.
O. B. —El autor de la obra tiene un delirio paranoico obsesivo y, además, protagoniza la obra ficcional que él mismo inventa. Es personaje de ficción y al mismo tiempo autor de la obra, cosa nada despreciable, porque el autor manda; entonces, crea un poder autorial que es el que domina. Para mí, el centro de la obra y la escena más importante es el diálogo que tienen Hutten, que es el personaje que inventa el drama, con Daniela-Ifigenia, que es la muchacha que hace de Artemisa. Hay un momento en el que se pierden del libreto y el Apuntador sale de su lugar y se queja. En ese momento se sientan a conversar. Si esa escena es el centro de la obra, el centro del centro de la obra es cuando Hutten describe su creación dramática y habla sobre los fantasmas que el tipo tiene que poner y que se le escapan, y que hacen lo que quieren, y que después los tiene que volver a arrastrar, porque ahí están el poder de la creación y el poder de la locura. En el tema central está quién tiene el poder, el poder de la creación, pero también el poder político. La intención de Saverio es usurparle el poder a Hutten, intentar ocupar el lugar del creador, y eso es un movimiento político.
I. G. —Si yo tuviera que elegir una escena clave, elegiría otra. Para mí, la clave de la obra está en el Apuntador, en la escena final, cuando le dice al administrador del hospital: «A vos también te vamos a cortar la cabeza, ladrón, coimero». Sobre todo porque la gran seducción que tiene esta obra, lo que hace que su complejidad estructural no sea tan ardua, es el hecho de no saber hasta qué punto lo que estás leyendo es parte de la obra que escribió Hutten, cuándo están adentro, cuándo están afuera. Por ejemplo, cuando supuestamente se salen de los personajes, nunca queda claro si eso es parte de la obra o no.
Ficciones políticas
Para Gutiérrez, Ursaverio es la cristalización de una constante en el teatro de Arlt, que supone que la fantasía termina siendo alienante y conservadora con respecto a la realidad.
I. G. —El fantaseo no es nunca un escape, una evasión, un mundo paralelo, porque en el fantaseo termina siempre reapareciendo la lógica de dominación, de poder, de la que se pretende escapar. Eso está en Trescientos millones [1932] y en La isla desierta [1937]. La fantasía está colonizada por el orden social del que surge, entonces es funcional y necesaria, construye una realidad de opresión. Por eso creo que el teatro de Arlt se trata de cómo la fantasía está colonizada y es un instrumento. Estamos en una época en la que aparece el cine de la calle Corrientes y las galerías, estamos lejísimos de pensar que el fantaseo o el delirio son un escape, construyen una hipótesis de emancipación o, por lo menos, un régimen paralelo con respecto a la realidad. El teatro de Arlt lo que termina mostrando es que la fantasía está cosida –esta expresión la tomo de Paula Sozzi– con las mismas costuras de la realidad de la que pretende huir.
O. B. —Lo que pasa es que a los profesores de Literatura nos pusieron La isla desierta y la dábamos bajo otros presupuestos. El presupuesto bobo de que los adolescentes se iban a fascinar porque venía ese mulato a ofrecerles otro mundo, el mundo de la isla desierta. Todos los oficinistas se liberaban a través del mulato, pero resulta que esa liberación terminaba dejándolos en el sótano. Entonces, se puede pensar que el mulato es un instrumento para crear otra forma de alienación. Si hay alienación en el trabajo y Saverio es el mantequero alienado por el trabajo, a través de la fantasía de poder y de su posibilidad de ser el usurpador lo que hace es entrar en otra forma de alienación. Y eso no es posible en un pensamiento progresista, como el de Barletta y la gente de Boedo, que querían una literatura que fuera didáctica y aleccionante. Arlt les presenta esto y los tipos reculan. Nada de la obra de Arlt es misional, es un tipo incomodísimo. ¿Cuál es la idea de revolución que hay en esta obra? No es nada lineal. Y eso, para una izquierda ortodoxa, es espantoso.
¿Qué hacer?
Como personas vinculadas al teatro, como espectadores y como investigadores, Brando y Gutiérrez coinciden en que las condiciones del teatro contemporáneo son ideales para poner en escena Ursaverio, considerando tendencias como el teatro posdramático, que plantea una desjerarquización del texto y un énfasis en la puesta en escena y en la tensión entre lenguajes. A los dos los entusiasma pensar en la posibilidad de que algún autor o colectivo contemporáneo lea la obra y encare una puesta con la misma pasión con la que ellos encararon este trabajo de dos años. Brando expresa con firmeza la importancia de que esto ocurra, pero también con sentido del humor: «Todo lo que nosotros decimos solo puede comprobarse si mañana viene un dramaturgista, como le dicen ahora, y la pone en escena. Si no, la idea va a quedar entre nosotros dos. Y seremos dos genios incomprendidos».
Texto publicado originalmente en Semanario Brecha, el 15 de setiembre de 2023.









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