“Se podría considerar la película como un documental sobre Marcello Mastroianni”. Así definió en su momento el cineasta chileno Raúl Ruiz a Tres vidas y una sola muerte, el filme en que dirigió a “la estrella italiana que más tiempo permaneció reinando el panorama cinematográfico internacional”, según palabras del escritor Donald Dewey. La afirmación no es menor si se considera que Mastroianni apenas pisó Hollywood en su exitosa trayectoria.

En este 2024 en que se celebra el centenario del ícono italiano, bien vale acercarse a la película que lo reunió con el director nacido en Puerto Montt en 1941 para descubrir uno más de los laberintos de su filmografía. “Todo film conlleva siempre otro film secreto”, dice una de las ideas emblemáticas de Ruiz y en este caso no fue la excepción.

Siempre me intrigó el nexo que hubo entre Raúl Ruiz y Marcello Mastroianni. El primero, genio del cine de autor, que dirigió en Chile hasta 1973, para luego radicarse en Francia hasta su muerte el 19 de agosto de 2011. Desde esta fecha, su nombre ha ganado resonancia gracias a publicaciones, retrospectivas y cuentas de redes sociales que recuerdan su legado. Sus películas, aunque lejanas de la masividad, son cada vez más buscadas. Palomita blanca, Las tres coronas del marinero y El tiempo recobrado pueden ser un buen punto de partida.

Mastroianni, por su parte, probablemente sea uno de los actores más importantes de la historia del cine. El siglo XX lo tuvo de forma constante compartiendo ese rótulo junto a los nombres de Marlon Brando, Alain Delon y Anthony Quinn, entre otros. El italiano fue protagonista de títulos inmortales como: La dolce vita (Federico Fellini, 1960); La noche (Michelangelo Antonioni, 1961); El extranjero(Luchino Visconti, 1967) y Una jornada particular (Ettore Scola, 1977) por nombrar algunos.

En el año 1996, Raúl Ruiz dirigió a Marcello Mastroianni en la película francesa Tres vidas y una sola muerte, donde sin exagerar se puede decir que logró uno de los grandes papeles de su filmografía. También se convertiría en uno de los últimos, ya que el actor falleció en diciembre de ese año. De hecho, una de las últimas apariciones públicas de Mastroianni fue cuando esta cinta se presentó en el Festival de Cannes, como parte de la selección oficial.

Un aspecto que diferencia a Mastroianni de otros actores de su generación con los que se les puede vincular, es que sus últimos papeles fueron de gran calidad y hechos por algo más que agrandar su cuenta bancaria. Se suele decir que el italiano escogía con pinzas sus personajes. Por eso es que esta película, una de mis favoritas de Ruiz, tiene la virtud de ver a un veterano Mastroianni (tenía 72 años) como en sus mejores tiempos. Interpreta nada menos que a cuatro personajes, con el talento y la versatilidad que tuvo desde sus primeras películas en Italia en la década del cuarenta.

Como cinéfilo curioso, me provoca extrañeza que Mastroianni no se haya referido a su trabajo con Ruiz en sus memorias, publicadas en 1997 bajo el título Mi ricordo, sì, io mi ricordo por la editorial Baldini & Castoldi. Mi teoría tiene que ver con lo actual que le resultaba esta película a la hora de recordar su extensa trayectoria: más de 160 títulos que incluyen filmes realizados en Italia, Francia, Grecia, Brasil, Estados Unidos y Argentina.

Raúl Ruiz (Fuente: Getty Images)

En el verano del 2011, junto al arquitecto Andrés Daly López, tuvimos la fortuna de entrevistar a Raúl Ruiz para uno de los capítulos del programa El mundo sin Brando de la extinta Radio Santo Tomás. Fue una de las últimas entrevistas que dio el cineasta en extenso —duró 75 minutos— antes de su fallecimiento. Y sí, obvio que nos animamos a preguntarle por su trabajo con Marcello Mastroianni. Por la escasez de información al respecto, teníamos que recurrir a la fuente directa.

Esto fue lo que nos dijo:

“Fue muy simpático, sobre todo muy profesional. Una cosa que puede ser un modelo para cualquier actor de cine es que siempre antes de hacer una toma decía ‘¿acá qué es lo que soy? ¿Soy un mueble o actúo?’ No todos los actores son como los americanos que creen que hay que actuar hasta cuando dicen ‘buenos días’. La actuación hay que gestionarla. A veces no hay que hacer nada. Los viejos actores americanos sabían muy bien eso. Si yo le decía a Mastroianni, ‘no, aquí eres un ropero’, él se cerraba y no hacía ni un gesto. Y si no, actuaba y se ponía a llorar, hacía todas las cosas que saben hacer los italianos.”

La precisión y síntesis de la respuesta que nos dio Raúl Ruiz sobre el protagonista de La dolce vita, si bien en un principio me siguió pareciendo información precaria —mal acostumbrado yo a sus generosas reflexiones—, con el paso del tiempo comencé a pensar en los alcances e interpretaciones de aquella idea inmersa en la pregunta de Marcello. Y es que ser un mueble como metáfora de no hacer nada, es algo que rechaza y se antepone a lo que muchas veces pasa con los personajes que se ven en películas y series actuales, donde la actuación nunca descansa. Pareciera ser que la gestualidad excesiva es una tentación difícil de evitar.

En una declaración realizada en marzo del 2001 en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Ruiz resumió lo anterior así:

“El actor no puede estar toda la película actuando tan bien que no deje ver la película”.

Cuando leí esta idea la asocié de inmediato a un aforismo del cineasta francés Robert Bresson (reconocida influencia de Ruiz), que en su libro Notas del Cinematógrafo de 1975 sostiene lo siguiente: “Lo importante no es lo que me muestran sino lo que me esconden, y sobre todo aquello que no sospechan que está en ellos”.

El trabajo de Marcello Mastroianni en la cinta del realizador chileno resume un estilo, su estilo: la normalidad en la actuación, lo que viene a contradecir el famoso método Stanislavski, escuela de nombres ilustres como Paul Newman, Al Pacino y Robert de Niro, y aquella famosa consigna de meterse en la piel del personaje.

El italiano no creía en el método, porque no creía que ser actor fuera la gran cosa. Polémicas son sus declaraciones sobre De Niro y su Jake LaMotta en Toro Salvaje (Martin Scorsese; 1980), para el cual este tuvo que someterse a bruscos cambios de peso. Para Mastroianni, esto era “absurdo, ridículo y peligroso”.

La relación entre Ruiz y Mastroianni es enigmática, tal como la película noventera que los reunió. Sin embargo, en este vínculo entre ambos hay una lección poética sobre cómo pensar la actuación en el cine y, tal vez, también en la vida. En septiembre de 2024 se celebra el centenario del actor y su nombre volverá a ser recurrente en Italia y en el resto del mundo. Me gustaría que su aventura con el director chileno tuviera más historias por contar de las que hay hasta ahora.

Las únicas fotografías que he visto de Raúl Ruiz y Marcello Mastroianni juntos son las del estreno en Cannes de Tres vidas y una sola muerte, en mayo de 1996. Adelante, Mastroianni junto a su hija Chiara, que actúa también en la cinta. Atrás, Ruiz junto a la actriz española Marisa Paredes y el resto del elenco. Si se me permite la exageración: fue un momento histórico.

En Cannes (Pool Benainous/Duclos)

Tres vidas y una sola muerte está disponible en YouTube.

Una respuesta a “Un chileno, un italiano y una película francesa”

  1. Avatar de mapilarchasquenet
    mapilarchasquenet

    Excelente artículo!!!!!!!!!!!!! Mil gracias Alejandro Gortázar!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Me encantó y aprendí! mucho! abrazos!! Felicitaciones! pilar

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