Estimado Ramiro,
Hace un tiempo tomé contacto con tu blog. Leí allí parte de tus debates con Pedro Peña sobre la crítica literaria y hace poco ví que en uno de tus ejercicios de microcrítica le dabas con un caño al saber académico otra vez. Entonces decidí escribirte. Primero porque soy un tipo bastante rencoroso, y muuuuuuuuuuuuuuuuuuy ególatra: la verdadera razón por la que te escribo es porque vos publicaste un artículo en contra de una reseña que yo escribí en la diaria en 2009. En el artículo al que te referís, que publiqué ayer en el blog, analizo un libro muy malo de Mario Vargas Llosa sobre la narrativa de Onetti.
En el texto al que hago referencia empezás elogiando mi nota porque logré despertar tu interés como lector (ahhhhhh, qué placer) y hasta aceptás alguna de mis críticas al libro: Vargas Llosa no agrega nada nuevo a lo que hay sobre Onetti, privilegia lo personal-anecdótico, niega el contexto histórico. Pero después rechazás de plano mi lectura y hasta ensayás una solución a tus problemas: “Y volviendo a la reseña de Gortázar, le encontré a esta un buen número de tics incómodos que intenté explicarme (en el sentido de si bien en general estoy de acuerdo, ¿por qué no me gusta esto que leo?), de modo que, pensándolo un poco, llegué a una conclusión: el libro de Vargas Llosa –si bien declara haber surgido de un curso universitario- está muy lejos de un enfoque académico hacia la literatura”.
Quiero decirte que me encantó provocar tantas cosas, incluida una pregunta algo incómoda: “¿por qué no me gusta esto que leo?” Debo reconocer que también yo empecé a hacerme la misma pregunta al terminar de leer tu texto. Sobre todo por el tema de la academia: “y si en principio no me gusta la escritura de Vargas Llosa, ni estoy tentado a simpatizar por él o por su obra, me resultó interesante que el peruano escribiese deliberadamente un texto tan antiacadémico. ¿Por qué? Porque estoy convencido de que los académicos tienen la pretensión de haberse hecho con el monopolio sobre la reflexión metaliteraria. Todo lo que no parezca cuadrar en su sistema sobre cómo-debe-hablarse-de-ciertos-temas pasa a ser ingenuo o peligroso, más allá de qué diga y solo por decirlo desde un lugar ajeno a la academia.”
Como esto no es un debate sobre Vargas Llosa (y el libro espantoso que escribió sobre Onetti, que no es nada antiacadémico porque es el producto de cursos que da en Estados Unidos, porque la onda era el homenaje a Onetti y en España había guita para publicar “y mi nombre vende así meta mierda en una lata, vamo y vamo con Onetti”) sino sobre mi ego, quería reflexionar un poco sobre esto de la “crítica académica” porque me siento (¿no debería?) que estoy siendo acusado de algo injusto. Fundamentalmente porque no tengo ninguna pretensión de que los saberes que adquirí en la Facultad de Humanidades (Licenciatura en Letras) tengan el monopolio de nada. Es cierto que en la Facultad nos criamos todo tipo de enanos autoritarios, sabiondos, arrogantes. Y hasta puedo reconocer que muchas veces en la diaria publiqué notas sumamente odiosas, llenas de resentimiento hacia los creadores. Pero la mayoría de las veces traté de escribir notas que tuvieran la suficiente información y traté de mostar lo que encontraba de bueno en lo que leía dentro de mis académicos intereses. Y creo que alguna vez metí buenas notas (falsa modestia) en la diaria sin agredir a nadie y siendo lo mejor periodista que puede ser un licenciado en letras que se formó (defectuosamente si consideramos las muy flexibles enseñanzas metodológicas de la carrera en Letras) para la investigación científica.
Entiendo la crítica, primero y antes que nada, como un acto comunicativo, sea cual sea el medio que se elija para difundirla: la diaria, la revista hermes criollo, la Revista Iberoamericana o un blog. Luego entiendo la crítica como una intervención política en un campo (cultural o, si querés, para restringir un poco más, literario) aunque no me creo el cuento de que existen “campos” y todo ese rollo de la autonomía de la literatura. Ojo, no hablo de post-autonomía a lo Ludmer, hablo lisa y llanamente de que nunca exisitó nada parecido a la autonomía de la literatura. Nos lo inventamos y nos lo creímos. Adiós a eso. Bruno Latour, hablándo de otra cosa (la división entre cultura y naturaleza), titulaba uno de sus libros Nunca fuimos modernos. Y yo creo que es así. Nunca hubo una autonomía de la literatura. Por eso concibo la crítica como una intervención política en una red social que puede ser más o menos amplia: los críticos, los escritores, los lectores, los amigos de los escritores, los fans de los escritores, los profesores de literatura de secundaria, los estudiantes de profesorado de literatura de secundaria, los investigadores de Humanidades pública y privada, los candidatos a investigadores de la pública o la privada, y así.
De esta forma el asunto de si expongo el aparato erudito o no tiene que ver con el medio en el que vas a publicar. En el caso del periodismo o del ensayo, explicitar que leí a Homi K. Bhabha o los polvorientos manuales de Warren y Wellek o Wolfgang Kayser no tiene ninguna importancia. Pero es muy importante si te querés acercar al trabajo científico. Son tribus distintas con reglas distintas. Por eso para mí hay académicos que pueden escribir crítica con las reglas de la academia, escritores que pueden escribir con las reglas de la creación literaria, del ensayo o de la prensa, críticos que pueden escribir con las reglas de la escritura creativa o de la prensa y escritores y periodistas que pueden escribir con las reglas de la academia. En cada caso ese crítico será evaluado con las reglas del medio y los grupos sociales que lo producen y/o consumen. Y el crítico profesional aprenderá las reglas en las que quiera escribir y se expondrá a ser objeto de críticas que pueden venir de todas las partes involucradas.
Por último, tu reivindicación de la teoría de la ficción que expone Vargas Llosa, que no surge de la obra de Onetti sino de sus, siempre desde mi punto de vista, pobrísimas reflexiones como escritor sobre la ficción. La ficción siempre va a ser un objeto de estudio científico en las manos de un académico. Esto de ningún modo va a revelar las leyes de la creación literaria, así como se habla de las leyes de la naturaleza, pero las reglas del trabajo científico (por citar algunas, tal vez las más evidentes: el trabajo sistemático, acumulativo -lo que no quiere decir que sea progresivo y lineal-, con reglas de juego y una comunidad de pares que las comparten) al menos nos puede acercar a una verdad aunque sea provisoria sobre el arte o la literatura. Eso es incompatible con una teoría de la ficción que se muerde la cola (en tus propias palabras: “sobre la ficción sólo cabe elaborar más ficciones (…) cualquier otra manera de abordarlo naufraga estrepitosamente en pretensiones estúpidas”).
Mientras para vos, desde el punto de vista de la creación literaria, no rinde la idea de acercarse a una teoría de la ficción válida científicamente (que será claro una ficción, pero no en el modo en que vos la entendés, sino en el sentido de que un objeto construído científicamente no es la realidad sino que es una representación o una “ficción”), a mí no se me ocurre pensar que los escritores y el conocimiento teórico/práctico que elaboran no tienen ninguna importancia tanto sea para la producción de esa supuesta teoría de la ficción como para cualquier otro aspecto de la vida. Bueno, al menos no lo diría ahora, después de que aprendí a aceptar que no soy el dueño de ninguna verdad revelada en ningún libro. Mi posición sobre las reflexiones de Vargas Llosa no son válidas más que para ese texto sobre Onetti (y tal vez se pueda generalizar a algunos ensayos más de Vargas Llosa). No creo que descalificándolas puedas tirar abajo cualquier pretensión científica de definir la ficción. Sería como negar la posibilidad de un campo de conocimiento. Y también como no reconocer mis reglas para construir conocimiento. Y eso no queda bien Ramiro, negar al otro no está dentro de las reglas del juego.
Hace ya unos años me enteré que Laurie Anderson había hecho una residencia artística en la NASA en 2004. Sí, ¡en la NASA! Leí que Itzíar de Francisco le preguntó en una entrevista si había encontrado alguna respuesta a sus cavilaciones sobre la belleza. Y ella respondió: “Muchas de las conversaciones que tuve con nanocientíficos fueron interesantes porque me di cuenta de que arte y ciencia tienen mucho en común: ambos no saben qué están buscando.” A partir de allí me gusta pensar que no hay ninguna necesidad de entender la creación literaria y la científica como actividades contrapuestas. Personalmente esta idea de Anderson me resulta atractiva en la medida en que abre un camino de diálogo entre formas en que nos representamos el mundo y en el mundo.
Así que Ramiro, a modo de cierre, estas son las razones por las que decidí escribirte:
- para defender mi trabajo y mi perspectiva sobre lo que hago
- para decir simplemente que no existe eso que vos llamás “crítica académica” sino académicos que juegan al ensayo o al periodismo (algunos lo hacen bien, otros más o menos, otros mal) y a veces pretenden denominar ciencia a lo que hacen para justificar su escaso rigor profesional (como académicos)
- para decir también que es posible hacer todo tipo de traspasos de un lenguaje a otro, y que tal vez el trabajo del crítico (o del intelectual, para usar una palabra fuera de moda) es precisamente tener la capacidad de “hablar” esos lenguajes para diferentes tipos de medios y lectores
- para agradecerte (ahora en serio) por tu texto porque me obligó a empezar a pensar en todas estas cosas, lo que desencadenó que quisiera escribirlas y finalmente que me animara a hacerlas públicas
Sin otro particular, saluda atte.
Alejandro Gortázar
Pd. Hubo otra carta que pueden leer acá.
Muy bien, Alejandro. Dame un par de días para pensar un poco y te respondo en mi blog. Me gusta el formato «carta a…», así que lo voy a continuar. Abrazo!
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Dale, espero. Abrazo
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Acá va:
http://aparatosdevuelorasante.blogspot.com/2012/01/carta-alejandro-gortazar.html
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ya la leí, prometo respuesta en breve
abrazo
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