Con gran alegría abrimos esta sección titulada Ruido en Sujetos, que buscará escarbar (y seguir escarbando) en el género del cuento. En esta primera edición, presentamos el relato ¡Qué bueno que no estoy en Chile!, de la autora mexicana Irlanda Sánchez Juárez. La protagonista de esta historia se mueve por un país ajeno con soltura y con el ímpetu que le da una tierra que le parece tan extraña como cercana. Sus andanzas, sus encuentros y su procrastinación están presentes en estas tardes de una extranjera en Santiago de Chile, a partir de un triste acontecimiento deportivo. Hay en este cuento una contradicción: la de una alegre nostalgia al recordar una época irrepetible en un país que suele repetir su devenir.

Víctor Hugo Ortega C.


Fotografía sin dato de autor. Publicada en lagambeta.com

¡QUÉ BUENO QUE NO ESTOY EN CHILE!
Irlanda Sánchez Juárez

En este momento agradezco al cielo, al tiempo, al espacio, al universo, a las coincidencias, a la luz, a la fuerza y a los dioses en todas sus modalidades por no estar en Chile. ¡Qué horror! No lo aguantaría, o sea ¿7-0? ¡Neta que no lo puedo creer! Y es que nos metieron una chinga los pinches chilenos esos. O sea, yo en el cuarto gol ya estaba pidiendo a gritos que llegara la Border Patrol y que se llevara a todos los que estaban en el pinche estadio, la pura verdad. Hasta al niño de los ojos de México, Javier “el Chicharito” Hernández.

O sea, estaba enojada con él y con todo el pinche equipo. O sea, si ya conocen a mi Chicharito que es re-flojito y que solo espera el balón pa’ meter gol, ¿por qué lo meten al principio? Estaba enojada con todos, con Herrera, con Ochoa, Layún, con Guardado, con Corona, con Osorio, bueno con todos estaba encabronada; ya saben cómo es esto del fútbol.

Los goles:

• 2 de Puch —no mames—

• 4 de Vargas —no chingues—

• 1 de mi amor Alexis Sánchez —desde ahora lo quiero menos—

Pero lo que más me tiene enojada era la cantidad de memes que tengo en el WhatsApp, la cantidad de menciones que tengo en Facebook y los que me han publicado en mi muro. ¡Súper chinga! Qué bueno que no estoy en Chile, la verdad. Y también, qué bueno que ya no le hablo a Cristóbal, estaría chingando. Ese güey le va a la Cato ¡Me caga! No la Cato, sino él. Cuando estaba allá, su equipo ganó un torneo de no sé qué; uno que seguro es innecesario como muchos de los que existen en México. Como dijeron en Rudo y Cursi: Desde que el fútbol es negocio, todo gira alrededor del resultado; la alegría del juego desaparece y el miedo lo envuelve todo. Nadie intenta nada porque está prohibido fallar, es como vivir con un revólver apuntándote a la sien”.

Y pues, andaba vuelto loco y molestándome como si yo fuera hincha de algún equipo chileno. O sea, los de la Universidad de Chile me caían bien, su canción era como muy de mi mood de aquel momento. “Seeeeer, un romántico viajero y el sendero continuaaaar. Iiiiiiir, más allá del horizonte…” Y bueno, hasta ahí, que tampoco me la aprendí toda.

Hay cosas que aprendí muy bien en Chile y una de ellas fue: lidiar con el fútbol en mi vida diaria. Y es que ese deporte está por todas partes, al menos en el área metropolitana, donde yo residía. Era como algo cultural. Bueno, en realidad no sé qué tan cultural sea en el país entero, pero sí me tocó ver calles solas a la hora que jugaba Chile en las previas para el Mundial de Rusia. Escuché anécdotas extraordinarias sobre la gran final de la Copa América, la que fue en Chile el mismo año en que llegué. No era para menos, fue la primera copa para el fútbol chileno y la habían ganado en el mismísimo Estadio Nacional, el que en la época de Pinochet fue testigo de hechos escalofriantes, que ni los mismos chilenos terminan de comprender. Ver ganar a la selección nacional de fútbol ahí, fue sólo un pequeño aporte de felicidad, un grano de arena en una playa llena de cuerpos arrastrados por el mar, cuerpos que fueron tirados desde un Puma para ocultar la verdad.

Conocí pocas personas que no amaran el fútbol. Conocí a muchos del Colo-Colo, otros más de la Universidad de Chile, unos pocos de la Universidad Católica y como dos de la Unión Española —son pocos en su especie—.

Tengo muchas historias en torno al fútbol. Nunca fui al estadio, pero estuve con amigos, con familia, con choripán y cerveza, disfrutando de los encuentros. Recuerdo un Chile vs Colombia. Mi amigo Milton esa noche terminó enamorándose de una colombiana. También un Chile vs Perú. Esa noche yo gritaba desde la ventana por cada gol que metía Perú, solo por molestar a los xenófobos. Echaba gritos desde el treceavo piso del edificio donde vivía la Pily, las consignas eran algo así: “El pisco es peruano”, “viva Wendy Sulca”, “vamos a festejar a Plaza de Armas”, “viva Perú, mierda”. Esa misma noche México jugó contra Estados Unidos, pero el partido no se estaba trasmitiendo en Chile.

Recuerdo un Chile vs Uruguay. Los uruguayos, sin Suárez todavía, les metieron varios goles al campeón de América, tres para ser exactos. Y pasa que los chilenos se “pican” mucho cuando Uruguay o Argentina les gana, no sé por qué. Esa noche nos ahogamos en piscola y cuando ya no quedaba cola, de a pisco en las rocas pa’ olvidar el 3-0. También nos fumamos varios cigarros de tabaco uruguayo. Le dije al Milton de dónde procedía el tabaco y me miró con cara de “¿Me estás hueando?”. Pero bueno, es que yo lo compraba porque era bueno y barato, che.

Recuerdo un clásico chileno, Colo-Colo vs Universidad de Chile. Ese día estaba con mis tíos y les hice unas cabritas saladas y dulces. Comimos choripán, pebre y chelita; cuánto amor. Colo-Colo le ganó a la U; esa familia era león. La Chole y yo salimos a gritar a la carretera “Grande la U, conchasumare”, agitando la bandera pa’ sacar el coraje. Muchos nos apoyaban y hacían tocar el claxon y otros tantos eran team Colo-Colo. Y pues allí estábamos, dos cabras locas gritando en la Autopista del Sol. También recuerdo otro que no vi en televisión, pero viví de peculiar forma, fue un Santiago Wanderers vs Colo-Colo. Cuático.

Cassiana y yo habíamos decidido pasar una tarde “intelectual”. Compramos un helado en el Emporio de la Rosa, caminamos por Lastarria, fuimos a Bellas Artes. Salimos y miramos teatro callejero en los jardines del museo, caminamos por el Parque Forestal y nos tiramos a leer sobre una sábana. La verdad, no me acuerdo bien qué estaba leyendo, pero creo que era Amor, de Isabel Allende. Lo compré en la FILSA por dos lucas. También compré dos de Jodorowsky por el mismo precio. Es más, si mi memoria no me falla, esos tres libros los compré en una promoción de autores chilenos, creo que eran tres por 5900 pesos y solo quedaban de ella y él ¿Por qué habrá sido? Igual a Jodorowsky lo “amodio”, es un pendejo, pero me hacer reír mucho con su cuenta de Twitter. Y pues, Cassiana sí que no tengo la menor idea de lo que estaba leyendo.

Mientras estábamos echadas, llegó un colombiano a vendernos poesía, llegó un perro a hacernos compañía y pasó el señor de los helados a tratar de persuadirnos con puro acoso, le dijimos que se largara. También comenzaron a pasar un chingo de hinchas de Colo-Colo. Cassiana y yo nos miramos con cara de “¿Qué hueá?”. Todos se dirigían a Plaza Italia. Un helicóptero pasó cerca y los carabineros se dirigían al lugar. Sin decirnos nada, nos levantamos casi de un brinco, pues sabíamos que teníamos que ir a ver qué pasaba.

—¡Por qué no me traje la cámara! — Exclamó Cassiana.

Llegamos casi corriendo. Hinchas del Colo-Colo colgaban del monumento a Manuel Baquedano, un convoy de Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile se encontraba sobre la avenida Vicuña Mackenna, otro más sobre la Alameda Central y unos más sobre Costanera Norte. Eso en realidad parecía una marcha estudiantil, porque ya saben, a los carabineros les “encanta” ir a las marchas estudiantiles, son sus “favoritas”. Bueno, pues allí me di cuenta de que también como que los hinchas colocolinos no les caen muy bien. Me pregunté ¿de qué son hinchas estos hueones? No sé, es algo que tendré que averiguar ahora que regrese a Chile. Le preguntaré a cada carabinero de Chile que me encuentre en la calle: ¿usted es hincha o solo hinchapelotas?

Cuando nos encontrábamos justo frente del Telepizza, Cassiana y yo decidimos jugar a nuestro juego preferido en Chile: fingir que éramos unas simples turistas. Ella siempre hacía el trabajo sucio, ya saben, por su acento. Cassiana empezaba a explicarme en portugués y yo hacía cómo si le estuviera entendiendo, era genial.

Pasamos enfrente de un tío que vendía banderines del Colo-Colo y Cassiana le preguntó “¿qué pasa?” “¡Ganó el Colo!”, respondió. Cassiana puso cara de confusión. “¿Ganó qué?”, insistió. El vendedor sonrió y le contestó que el torneo, haciendo que ella asintiera ante su respuesta. Cassiana volteó hacia mí y me dijo: “O Colo-Colo ganhou um campeonato, hueona”. Quería reírme, pero sabía que eso nos iba a delatar, así que respondí un simple “okey”. El vendedor carraspeó para ofrecernos unos banderines. “De recuerdo para su país”, nos dijo. Nosotras nos miramos y al mismo tiempo le dijimos: “¡Noooooooo, obrigado!”

De la nada, una molotov voló hacía los pacos. “Ya comenzó la acción”, dijo Cassiana. Los pacos ya se querían ir, así que fueron cero tolerantes y luego, luego salieron al ataque. Mientras nosotros mirábamos desde la esquina del Telepizza, un guanaco que se acercaba desde Vicuña Mackenna nos aluzó. Nos tiró un chorro de agua. Al instante me di la media vuelta, pero aun así quedé mojada de pies a cabeza con el agua de mierda. Cassiana logró librarse. Después de eso, el muy conchasumare avanzó a Plaza Italia a descargar toda la mierda que traía. “Grande la U, hijo de puta, yo ni siquiera le voy al puto Colo-Colo de mierda”, le grité. El vendedor de banderines, que miró toda la escena, nos dijo entre risas: “oigan, chiquillas, es mejor que se vayan, se va poner feo. Ah y pensé que eran brasileñas”. Lo miré con cara de enojo y le dije: “a la mierda los Carabineros de Chile, a la mierda el Colo-Colo”. Cassiana quiso que nos fuéramos.

Mi vida en Santiago se puede resumir en todas las veces que directa o indirectamente corrí de Carabineros.

Bueno, la historia no termina ahí. Llegamos a casa y después de salir de la ducha, Cassiana me dijo: “hueona, es que o Colo-Colo no ganhou nada, mejor dichu, no los dejaron ganar. Los hinchas de un equipo que se llama Santiago Wanderers arruinaron el juego”. Vi la televisión que estaba llena de imágenes para llorar. Hombres robando a la prensa y golpeando a otros sólo por ser hinchas de equipos diferentes. Era de vergüenza, fue de esas pocas veces en mi vida que deseé que el fútbol no existiera. Me parecía absurdo, tan absurdo como una guerra, tan absurdo como una religión. Después de esa mala noticia vino MasterChef. Necesitábamos olvidarnos del estrés.

A la mañana siguiente, los noticieros analizaron toma por toma y hueón por hueón, lo sucedido. ¡Había hombres con armas! ¿Qué pretendían? ¿Matar? De verdad que era perturbador. Ridículo. Angustiante. Latinoamérica entera está impregnada de tragedias en sus estadios. Tragedias provocadas por el Estado y también por los hinchas. ¡Qué dolor! El subsecretario de Prevención del Delito, Antonio Frey, salió a dar la cara desde La Moneda, decía que se iban a tomar medidas severas para que esto nunca más volviera a suceder. Con todo y su guapura, no le creí nada.


Irlanda Sánchez Juárez (1989) es oriunda de la ciudad fronteriza de Mexicali, Baja California, México. Es comunicóloga de la Universidad Autónoma de Baja California. Ha trabajado en periodismo cultural y medios digitales. En el año 2017, su cuento Domingo fue publicado en la antología Tinta Fresca: Jóvenes Escritores De Mexicali (2017). Sus áreas de interés son el cine, las redes sociales, la literatura, el perreo y su gata Narcisa. Actualmente vive en Ciudad de México. Es autora del blog mi escena final.

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