Ante la muerte de Alfredo Fressia (1948-2022)
El lunes 7 de febrero murió el poeta Alfredo Fressia en San Pablo, ciudad en la que vivió desde 1976, cuando la dictadura cívico-militar lo destituyó como profesor de literatura. Desde Un esqueleto azul y otra agonía, publicado por Ediciones de la Banda Oriental en 1973, Fressia se preocupó por escribir «una buena poesía», como confesó en Sobre roca resbaladiza. Recuerdos y reflexiones de un poeta (Yaugurú, 2020). Tras su muerte, ese texto que publicó para explicarse «como hombre y en algo como poeta» resulta imprescindible para hacerse una idea de su vida y pensamiento.

Alfredo Fressia en Di Verso, Fiesta de la Diversidad y la Palabra (Ciudad de México, Viernes 28 de junio de 2019). Fotografía: Maritza Ríos / Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.
Fuente: Wikimedia Commons
El camino que Fressia eligió para hacer esa «buena poesía» está lejos de ser una línea recta o de configurar un conjunto homogéneo como resultado. Más bien, todo lo contrario: es más parecido a una frontera móvil, que el poeta fue desplazando dentro de la palabra poética, para hallar un tono único e irrepetible. Esa expansión también se expresó en las fronteras materiales, porque su «buena poesía» no solo se imprimió en Uruguay y Brasil, sino también en México, Perú, Argentina, Estados Unidos, Francia e Italia. En los últimos años esa proyección internacional permitió que viajara, y lo conectó con lectores y con lecturas inesperadas de su obra, como contó en Sobre roca resbaladiza.
El poeta se llevó toda la atención desde que se supo la noticia de su muerte, y eso fue lo que pudo observarse en las reacciones de los y las poetas que lo conocieron y frecuentaron. Aunque hay que decir que la obra de Fressia son también los recuerdos, charlas y encuentros que dejó en los otros, fueran o no poetas. La reacción pública parece lógica y coincide con la representación que hizo de sí mismo. Pero Fressia, además, fue un periodista que publicó con constancia en distintos medios uruguayos, como colaborador desde San Pablo en el semanario Jaque y también en la revista Posdata y, muy especialmente, como crítico de poesía en El País Cultural. Escribió también para otros medios, como el Folha de São Paulo y La Jornada de México, entre otros. El nombre que Fressia les dio a sus textos periodísticos fue «notas alimenticias»: textos que escribió por dinero y que acompañaron su trayectoria como poeta (y también le quitaron tiempo a su arte).
La travesía de la mar en medio
Cuenta en Sobre roca resbaladiza que, en los años dos mil: «Pude darme el lujo de no aceptar notas alimenticias y dedicarme casi exclusivamente a temas vinculados a la poesía, y también sustituir poco a poco mis artículos por tiempo libre, y consagrarlo a mi propia poesía». El testimonio dice mucho del amor de Fressia por su arte. Quería escribir buena poesía desde que comenzó en los años setenta, pero fueron difíciles las condiciones materiales de su producción: recién a los sesenta y pico pudo tener más tiempo para dedicarse con más intensidad a la poesía. Pero el fragmento también trabaja un viejo problema de la poesía modernista: ganarse el pan con el periodismo (y con la enseñanza de lengua y literatura) como una forma de seguir viviendo, si no de la Literatura –así, con la mayúscula de la creación–, al menos de la escritura.
La poesía, para Fressia, es una reflexión sobre la propia poesía y sobre el lenguaje, pero es también más que eso. Es una expresión de su singularidad, su tono, su búsqueda. Para el propio Fressia, eso es lo que une su producción, aunque en cada libro haya intentado cosas distintas: los «poemas de amor, desamor y sexo» que escribió en los ochenta, como en los libros Clave final y Noticias extranjeras (Montevideo, Ediciones del Mirador, 1982 y 1984) y Destino: Rua Aurora, (San Pablo, edición de autor, 1986); los «biográficamente entrañables» de Frontera móvil (Montevideo, Aymara, 1997), «los llenos de erudición, barrocos» en la antología Eclipse: cierta poesía 1973-2003 (Maldonado, Civiles Iletrados, 2003, reeditado en México en 2006); la experimentación con los senryus, una forma poética breve japonesa, en Poeta en el Edén (Maldonado, Civiles Iletrados, 2012); los que reflexionan sobre la poesía, que aparecen en La mar en el medio (Civiles Iletrados, 2017, disponible para descarga gratuita en el sitio web de autores.uy).
En su texto autobiográfico, Fressia dejó varias claves para leer su poesía, además de una singular forma de estar y entender el mundo: que escribe con los cinco sentidos, que le gusta el doble juego del «desafío a la inteligencia y la invitación al viaje», que quiso tomar riesgos, correr las fronteras de lo decible, desobedecer los mandatos: «la poesía siempre es riesgo, salto al vacío, sin redes ni garantías». Pero también es juego, tiene una dimensión lúdica que le resulta vital y que se expresa también en el tono que trabajó incansablemente de poema a poema.
En «La travesía de la mar en el medio» escribió: «Días y noches en la marejada,/ vi el orgullo de los triunfadores/ y el otro, el mundo, el de los humillados,/ vi que ese orgullo vuelto en rebeldía/ ardía como la medusa, ardía/ hecho poesía, sal sobre la herida,/ para tragar toda la mar en medio/ y cruzar una vida componiendo/ este diario de viaje o un poema». En ese texto, y en todo el libro, la poesía aparece como un viaje que se escribe desde el puerto, una vez realizado (algunos poemas aparecieron en la revista La Colmena, de México, en 2016, como una separata y bajo el título «Escritos en el puerto de Santos»). El poema es un recuento de lo Que el poeta ve en su viaje, que no es otra cosa que su propia vida. Es interesante el relato de Fressia sobre la importancia de lo (auto)biográfico en su poesía, porque confiesa que, en su formación literaria institucional en los años sesenta y setenta, él se había hecho eco de las teorías de la muerte del autor y del antibiografismo a la Barthes o Foucault. Pero, finalmente, lo que resalta en todo el poemario de La mar en el medio es la dimensión política de la poesía de Fressia (el eje triunfadores/humillados y la rabia hecha poesía), a menudo ligada a una mirada sobre su propia vida, su propio cuerpo. Porque otro nudo temático es el cuerpo, el cuerpo desobediente, el cuerpo que desborda las categorías heterosexuales; el cuerpo deseado del mancebo de Cartagena de Indias, el cuerpo deseante de un hombre viejo que se rearma y fracasa con algo de humor e ironía, y que aparece en ese bellísimo poema que es «Ipsa senectus».
El uruguayo extranjero
Hay un Alfredo Fressia anterior al exilio, anterior al «uruguayo extranjero». Fue el Fressia de sus primeros trabajos: un artículo, «Jean Genet, una singularidad en el mal», publicado en la revista Universo (número 4, 1971), cuyo equipo redactor integró junto con Hugo Giovanetti Viola, Daniel Bentancourt, Mario Platero, Guillermo Chaparro, Hugo Bervejillo y Tarik Carson. El poema Un esqueleto azul y otra agonía, que en 1973 ganó el Premio Nacional de Literatura, y tres poemas más, dedicados a André Gide, publicados por la revista Sintaxis (número 2, abril de 1976). También es el Fressia de las publicaciones críticas, relacionadas con su actividad como profesor de literatura, egresado del Instituto de Profesores Artigas (IPA) en 1974: un ensayo sobre la narrativa y el teatro de Chejov en coautoría con Gustavo Martínez y Roberto Apratto (FCU, 1974) y un manual sobre Tabaré, de Zorrilla de San Martín (Técnica, 1976).
En Sobre roca resbaladiza escribe acerca de su infancia y juventud en Uruguay. Describe los violentos castigos del padre por su desobediencia a la «profecía heterosexual» y transita el camino de su formación literaria desde la voz de su madre, leyendo hasta su egreso del IPA. Pero, en ese libro, en la vida y en la obra de Fressia, el exilio tiene una dimensión que va más allá de la fecha en la que abandonó el Uruguay: «Siempre fui un extranjero. Mi acceso a la literatura siempre fue transversal y de soslayo […]. Del exilio no se habla en pasado, por más que vaya a Montevideo desde el 85. No se habla en pasado por aquello de que el exilio tiene comienzo, pero no tiene fin. Viví siempre en exilio, fui siempre extranjero. El uruguayo extranjero. No es metáfora de nada. Soy un poeta extranjero, en la más dura literalidad. A veces en todas partes. Y por eso me aferro a mi ser uruguayo».
El exilio, que lo impregna todo –dice Fressia–, también es una particular forma de entender su lugar en el lenguaje, su tránsito por el francés, por el portugués y por el castellano uruguayo, que es precisamente su casa en el exilio, su centro, su identidad, «el ámbito que llamo intimidad, el de la reflexión, el del espejo que piensa y se piensa, tiene del barroco ese movimiento, ese ir y volver, esas volutas tan sugestivas del español». Esta experiencia del español constituye una preocupación del poeta, que dialogó o buscó el diálogo con un público uruguayo, en primer lugar, y que encontró también su camino con uno más amplio, el hispanohablante. Sin embargo, insiste Fressia, su poesía está atada a su experiencia del Sur: «Viví oyendo apenas un susurro que es solo de mi Sur, que a veces amagaba a ser música y volvía a ser susurro. Hay susurro en todo secreto, y nacer en Uruguay ya es un poco secreto. Y como si esto no bastara, yo susurré, yo susurro poesía con mi voz imperfecta del Sur. Fue mi suerte. Desde siempre». Ser un poeta uruguayo en el exilio, en el ir y venir de Montevideo a San Pablo, parece ser una marca de su singularidad en la escena poética uruguaya.
Gay porn business
Hay un puñado de textos de Fressia que se publicaron en Jaque durante los años ochenta. Uno de ellos (del que ofrecemos aquí un fragmento) estaba dedicado a Roberta Close, un fugaz símbolo sexual brasileño. Es un texto de junio de 1985. No tengo idea de qué tan preparada estaba la sociedad uruguaya y su recientemente estrenada democracia para leer este texto, pero Jaque lo publicó. En él, Fressia sostenía una posición crítica sobre la figura de la industria del entretenimiento, aunque también resguardaba a la persona y no quería que sus palabras se interpretaran como un posible ataque. Pero lo más interesante es que, ya en ese tiempo, reflexionaba sobre el gesto político-estético del travestismo.
A Fressia no le interesaba el juicio moral, sino la «naturaleza estética» del travestismo, ese «momento en que el discurso de la pura fantasía anula el discurso del cuerpo orgánico». Lo que reivindica es un sujeto que se constituye como político en una estética, en una ficción que se crea para desobedecer el mandato «natural» de los cuerpos.
Esa crónica periodística dice mucho sobre la postura política y poética de Fressia sobre lo gay. En San Pablo toma contacto con el movimiento gay brasileño, y milita en él, a partir de los años setenta; le dedica una parte importante de sus reflexiones autobiográficas al asunto y es también constitutivo de cierta zona de su poesía. Para Fressia, después de 1968 ya no es posible hablar de una cultura gay, que desde el siglo XIX se constituyó con culpa y alegóricamente por debajo de una cultura masculina represiva y prepotente: «Hoy no me parece que se deba hablar de literatura gay. Lo que hay es una locuaz literatura de tema homoerótico, casi perpleja con las libertades adquiridas (pero que todavía están lejos de estar garantizadas, y de ahí la importancia de la militancia)».
Lo que aparece todo el tiempo, también en el discurso sobre el travestismo, es la desobediencia al mandato. En «El miedo, padre», un poema de comienzos de los ochenta, el poeta habla de su cuerpo condenado, infértil, inútil para los «hijos obedientes de la especie». La clave está en esa obediencia a la naturaleza, porque, dice en Sobre roca resbaladiza, «todos somos travestis, actores del género». Para Fressia es importante aceptar la fragilidad de la masculinidad, su ficcionalidad, los papeles que actuamos en el «teatro del mundo».
En el barroco «Gay porn business», el poeta adopta una mirada burlona sobre la fábrica de cuerpos del porno. La mirada crítica del travestismo se detiene ahora sobre las ficciones industriales de lo gay: los cuerpos que lucen siempre jóvenes, ágiles, que se entregan al goce y se sacrifican «por obediencia» a los estereotipos: «vueltos ora adolescentes/ ora audaces objetos del dolor o de un Rape-sex o el mero/ Spanking». Hay allí, en quien mira esos cuerpos, «objeto del deseo de un tercer y ávido voyeur», un placer «mortal y sin poesía/ reducido al acabar a esta náusea pasajera». El tono irónico y desprejuiciado se vuelve incómodo: hay obediencia en el gay porn business. Sin pontificar, Fressia ofrece una visión crítica del porno, coincidente con su visión política: «Es que lo que más me importó siempre fue la injusticia, histórica, que se abatió sobre la libertad del amor, digamos».
Seguramente quedaron muchas cosas por decir, sobre su labor crítica, sobre su papel como traductor -de otros poetas y de su propia obra- incluso sobre los diálogos y tensiones con los y las poetas de su generación. Pero esta dimensión política y emancipatoria de su escritura tendrá que estar siempre arriba de la mesa a la hora de leer y analizar el susurro sureño que nos legó, en el exilio, el poeta Alfredo Fressia.
Textos de Alfredo Fressia
Travestis: «Yo siempre fui así» (Jaque, Montevideo, jueves 6 de junio de 1985)
El travestismo es el momento en que el discurso de la pura fantasía anula el discurso del cuerpo orgánico. Es la magia de a dos en que el travestido dice ser lo que se sabe que no es y el amante dice creer lo increíble. Es la prueba (mágica) del puro poder del discurso cultural –pero para acabar negándolo, para afirmar lo contrario a lo que el Poder determina a los individuos de la especie–. «¿Alguna vez se sintió hombre?», le preguntaron a RC en un canal paulista. «Jamás», respondió ella. Es mentira, claro, pero es verdad que no hay en el travestismo ninguna conducta que lo asimile al amor homosexual. Este no presupone la magia del discurso. Obedece a la sintaxis del cuerpo, no crea una obra nueva.
Esta naturaleza estética del travestismo impide ataques y defensas, y todos los discursos que él provoca no pasan de la preocupación social por interpretarlo, incluida la preocupación feminista o la psicoanalítica –esta última una vieja invasora, con cola y paja–.
En todo caso, el abordaje estético me parece el más abarcador, el que impide las valoraciones del «está bien» o «está mal». Digámoslo así: está. Estará siempre. «Yo siempre fui así», decía Roberta Close, que anda tan famosa ahora, en un canal de San Pablo. Y eso es verdad. Y las masas parecen entenderlo con el cariño curioso que le prodigan.
Lo que sí está mal es que nos obliguen a seguir conociendo los gustos de Roberta todos los días, que todos se olviden de Rogeria porque la pobre ahora está vieja y fue en su tiempo –hace tan poco– el más famoso travesti del país (y participaba de un programa de Ziraldo, el del Pasquim, y daba sus opiniones, aun las políticas); de Roberta todo lo que sabemos es que no le gustan los militares y prefiere a Tancredo Neves, y está mal someter a las mujeres a estos nuevos modelitos…
Pero el travestismo está. Donde no está. Desde siempre.
El miedo, padre (Noticias extranjeras, Montevideo, Ediciones del Mirador, 1984)
Padre, yo me espanto
de estar preso en mi cuerpo, el condenado
umbral, perfecto, este retorno, padre,
eternamente en viaje y muerto, por las cuatro
estaciones y la suerte
echada de los hombres, los hijos
obedientes de la especie, padre,
los muertos venideros. ¿Quién es
este huésped en mi cuerpo? Estos años,
¿de quién son prisioneros en las venas?
¿Qué hago, padre, con mi espanto
a cuestas, y mis días
en los días implacables de los hombres?
Ipsa Senectus (La mar en el medio, Maldonado, Civiles Iletrados, 2017)
Al mancebo de Cartagena de Indias
Cuando lo vi
me subí sobre los escombros de mi cuerpo, trepé
a la parte más alta como si subiera a un faro
y traté de iluminarlo como si mis ojos
no estuvieran condolidos y brillaran,
repuse los bloques de granito de mis viejas
murallas, llené las partes vaciadas
con las historias de amor que no viví,
el secreto memorial de hombres que nunca me amaron
como si ahora sí pudiera abrirme a la vida
de ese hombre joven que me mira, se acerca
y va a abrazar a su amigo, el que llegaba
cuando yo encendí candiles como faros
y velé las mismas armas que guardo hace años
en la insidiosa humedad de mis almenas.
La nota fue publicada originalmente en el Semanario Brecha, el 17 de febrero de 2022.