La nueva joya del cine argentino, tal como lo adelanta su nombre, se sitúa en 1985 para abordar lo que se conoce como “El juicio de las Juntas”, un hecho de suma importancia histórica, que trasciende fronteras. Un litigio de características únicas. La primera vez que un juicio civil logró sentar en el banco de los acusados a los responsables de una dictadura militar.
El filme debutó en el Festival Internacional de Venecia, quedándose con dos galardones, entre los que destaca el premio de la Federación Internacional de Críticos de Cine. Después se sumó a la lista el premio del público a la Mejor Película en el Festival de San Sebastián. En la actualidad, después de haberse estrenado en salas de cine de distintas partes de Hispanoamérica, llega a su estreno en el streaming de Amazon Prime.
Argentina, 1985 es una película sobre justicia, ética, valentía y memoria que llega a propios y ajenos, que emociona y conmociona por igual. Una representación elocuente del espíritu y la vocación penal. Un drama histórico con un matiz documental que parte de un tipo común y corriente en una situación extraordinaria.
Retrata el coraje de los fiscales Julio César Strassera, Luis Moreno Ocampo y el equipo de jóvenes que, contra todo tipo de presiones y vicisitudes, decidieron aferrarse a sus convicciones, y enfrentar en el plano de la justicia y la defensa de los derechos humanos, el horror y los crímenes de lesa humanidad cometidos en dictadura, la impunidad de quienes todavía ostentaban poder desde las tenebrosas tinieblas de un pasado aun presente.
Como se sintetiza en la propia película, la historia retrata a quienes – y cómo- asumieron la responsabilidad de llevar adelante el juicio más importante de la historia desde los Procesos de Núremberg. La historia de “cuando el poder perdió el juicio”, evocando el libro y las memorias del suceso, escritas por el propio Luis Moreno Ocampo, protagonista histórico de esta proeza.
¿Cuál es el precio de hacer lo correcto en un contexto tan delicado? La trama propone un ejercicio de memoria histórica con mucho sentido coyuntural, importante en tiempos de negacionismo y naturalización de conductas antidemocráticas. Un repaso por un hecho clave de la historia argentina, pero también una mirada al presente a través del pasado.
Debo admitir que cuando tomé conocimiento del rodaje, y leí sobre el eje temático, mi primera reacción fue de incertidumbre. A decir verdad, y olvidando la garantía que representa la presencia protagónica de Ricardo Darín, presumí que podría ser más de lo mismo. Caer en ese lugar común rodeado de sobreexplotación argumental y panfletaria que han tenido algunas producciones. Luego de verla, mi conclusión quedó en las antípodas de mis suposiciones previas. Argentina, 1985 no solo es una gran obra de reivindicación histórica destinada a ser considerada de culto, también es una película sumamente necesaria.
Santiago Mitre como director ya nos había cautivado con El Estudiante (2011) y La cordillera (2017), que, al igual que en las dos películas anteriormente mencionadas, contó con la colaboración en guion de Mariano Llinás. En este caso, la apuesta de ambos creadores no solo es pertinente para el pueblo argentino y su urgente reivindicación de valores republicanos. Es pertinente para una región que necesita abordar la lucha por la Verdad, Memoria y Justicia. Hacerlo desde la responsabilidad histórica, la sensibilidad y el enfoque en la construcción de pilares que nos permitan, a través de un consenso social, solidificar transversalmente el “Nunca más”. Argentina, 1985 tensiona la libertad, independencia y separación de poderes en democracia, en épocas en donde nueva y progresivamente nos vamos acostumbrando a verlos vilipendiados.
En cuanto a su estructura, se toman elementos mainstreams, que combinados de forma efectiva resultan en una puesta en escena clásica, funcional y centrada en explotar la potencialidad de su elenco.
Ricardo Darín se apropia del personaje del fiscal Julio Strassera proyectándolo a través de su impronta y sensibilidad. Junto a un histriónico Juan Pedro Lanzani, como Luis Moreno Ocampo, conforman un dúo sólido, ambos acompañados por un elenco que en todo momento se muestra a la altura.
Otro gran acierto está en la responsabilidad con que se decide abordar la historia. La objetividad por supuesto que no existe, ni es deseable artísticamente. Y si hay algo que no es esta película, además, es tibia. Pero sí hay una perspectiva que no se expresa desde el “tribuneo”, ni hay radicalismos, ni revanchismo. Sino un fuerte compromiso con la seriedad en el relato que enaltece la obra.
De hecho, a diferencia de los clásicos filmes judiciales estadounidenses populares en la década del 90, la trama abandona las estridencias que suelen rodear a los personajes protagónicos en los tribunales. La fuerza, ímpetu y solemnidad de Strassera, cómo figura central del juicio, queda acotada a su poder discursivo, y este carece de connotaciones partidistas.
En cuanto a construcción de atmósfera y fotografía, también está muy bien logrado el look ochentero porteño. Algunos planos son magistrales. Me atrevo a compararla con la consagradísima El secreto de sus ojos (2009), película con la que se conforma un interesante binomio cinematográfico.
También a diferencia de algunas obras de contextualización histórica, Argentina, 1985 mezcla material audiovisual real sin quedar atrapada en el sesgo documental, integrando todos sus elementos a una acción cinematográfica que, al ritmo de Los abuelos de la nada y Serú Girán mantiene el dinamismo y la ya mencionada, y atractiva, estética vintage.
Siguiendo con los aspectos positivos que hacen de esta obra una gran película, es necesario detenernos en el manejo del humor y el sarcasmo. Una cuota de argentinismo. Un aire de frescura porteña para no agobiarnos con la tensión de la historia.
El filme se resiste a apelar de forma compulsiva al plano emocional. Baja a tierra su argumento y nos recuerda que sus héroes son personas comunes de carne y hueso. Siendo una película que funciona perfectamente fuera de fronteras, no pierde su idiosincrasia y se solidifica a través de su esencia. El drama, la acción, humor y el suspenso, sustentado en la amenaza constante, se enlazan y matizan tácitamente.
Ya en el plano analítico del contenido argumental, la anécdota familiar de Moreno Ocampo, y el conflicto que su actividad le genera con su madre y su tío, funcionan como alegoría de una realidad estructural que las nuevas generaciones estaban destinadas a enfrentar y desentrañar.
Nuevas generaciones con las que el filme conecta y conversa, no solo a través del plantel juvenil que apoya la tarea de los fiscales, también lo hace a través de la relación de Strassera y su hijo Julián, representado por Santiago Arman.
Ese traspaso de conocimiento, la complicidad, la vinculación pasional, vocacional y afectiva del joven con la actividad de su padre. En Julián se encarna la avidez por tomar las riendas en la búsqueda de verdad y justicia. La posta que tomaron los hijos de quienes padecieron uno de los períodos más oscuros de la historia sudamericana. Una generación que debió asumir el papel de cambiar la historia.
El filme sutilmente conecta con esas nuevas generaciones post dictadura, pero al mismo tiempo les guiña el ojo a las nuevas generaciones contemporáneas.
Párrafo aparte, y en calidad de cierre, merece la mención a la escena del alegato final de la fiscalía. El personaje de Strassera toma las riendas del momento cúspide, del clímax. Un alegato que toma y resume partes del original, y que permite a dar el broche de oro, y sintetizar la carga moral, ética y humana de la película. Darín, desde la impronta de su performance, nos sienta en la banca junto al público, como si estuviésemos en el mismísimo juicio, respirando a metros de los dictadores, agobiados por el silencio entre cada frase, respirando ese aire viciado por el humo de tabaco, estupefactos, expectantes, involucrados y conmovidos. De ahí, de esa mezcla de enojo, tristeza, felicidad, alivio y consternación, se eleva la propuesta reflexiva de la obra.