El cineasta chileno Oscar Cárdenas volvió a Chile en 2019, después de diez años viviendo en Australia, para hacer una película titulada Sola. En ella, su protagonista necesita una suma de dinero para pagar una urgencia médica de su madre. Una posible solución será acercarse al mundo del escort under, a través del ingreso a un chat privado y de conversaciones con un proxeneta al que nunca le verá la cara.

Sola, la película, ya no existe. En 2023 se ha convertido en un cortometraje del mismo nombre, que prepara su circuito de festivales y que demuestra la ductilidad de su director para transformar sus películas de acuerdo a sus posibilidades. Esto último podría ser una gran definición de cine independiente. Cárdenas lo complementa así: “Tengo interés en desarrollar historias mínimas, con personajes que en el cine mainstream serían ignorados”. Así queda de manifiesto en sus dos películas anteriores: Rabia (2006) y Una parte de mi vida (2009). La primera fue poco vista en las salas, pero fue sumando espectadores online y con el tiempo se ganó la fama de ser una película clave para entender el estallido social ocurrido en Chile, en 2019. La segunda, al igual que el cortometraje Sola, aborda el mundo del comercio sexual subterráneo y, aunque tuvo poca difusión en su estreno, también ha ganado nuevos espectadores por streaming en los últimos años.

En esta entrevista con Sujetos, Oscar Cárdenas expone su mirada sobre el cine actual con lucidez y con amplitud, se refiere al rol de las nuevas generaciones de cineastas, comenta las razones por las que no puede filmar en Australia y reconoce el orgullo que siente cuando alguien le dice que Pedro Pascal es chileno.

¿Qué ha cambiado en tu visión del cine desde la época de Rabia (2006) hasta ahora?

Mi visión del cine sigue siendo la misma desde que empecé en esto. Mantengo interés en cuanto a la búsqueda y desarrollo de pequeñas historias, pero siento que hay una evolución en cuanto a estructuras y tecnologías. Creo que se han expandido las formas de ver y hacer cine en los últimos veinte años. El desarrollo de Internet nos ha permitido ver cine de latitudes que antes eran imposibles, por su escasa distribución. Ahora, el problema es que es imposible verlo todo. El descubrir nuevos cineastas y sus formas de trabajo contribuye a tu formación y también a sentirte conectado con otros autores que, de algún modo, trabajan en tu misma línea. Así es que se podría decir que mi visión del cine se ha complementado y ha crecido al tener acceso a otras obras, y a tecnologías de registro mucho más económicas.

¿Sigue siendo el cine un arte de burgueses o en verdad se ha democratizado socialmente?

Lo que se ha democratizado es el acceso a la tecnología para grabar imágenes y sonidos. Pero eso no significa que ahora se haga más y mejor cine, o que cualquiera pueda hacer una película. El cine, en muchos sentidos, es un arte que se ha acomodado siempre a ser desarrollado por una elite, a la que podríamos referirnos como burguesa. Hay excepciones a la regla como en todo. Si me permites, quiero desarrollar el punto brevemente.

El cine es una actividad costosa y no me refiero solo a grabar, que ahora lo puedes hacer incluso con un smartphone. Me refiero a todas las etapas que involucra y que están asociadas a uno de los caminos que existen para desarrollar películas, hablo de la llamada “industria”. Una de estas es la formación profesional, que uno debe recibir para manipular ciertos elementos técnicos de la industria, que se vuelven cada vez más sofisticados. Pero existen dos etapas adicionales, y más desconocidas por el público: el financiamiento de la producción y la distribución de la película. Estas etapas son claves y tienen sus complejidades, que están más asociadas a los negocios que al desarrollo creativo. Por ejemplo, están los mercados asociados a festivales de cine y el conocimiento de tendencias narrativas; exigencias técnicas mínimas que piden para que tu película tenga distribución. Aquí lo que sucede es que, en vez de hablar de películas, se comienza a hablar de productos. Se podría hablar entonces de un arte burgués, ya que ese conocimiento de industria, negocios, idiomas, relaciones públicas y otros es desarrollado por una clase más bien acomodada y que ha tenido el privilegio de tener una buena educación.

No tengo la intención de generalizar ni etiquetar dentro del cine, pero lo que menciono antes no es ninguna revelación, y ya ha sido discutido en varias oportunidades y es la tendencia hegemónica desde hace décadas.

¿Hay interés por el cine latinoamericano en Australia?

En Australia no existe un interés en particular por el cine latinoamericano, pues es un país con una diversidad cultural muy amplia. La televisión pública es un reflejo de eso. Mantiene canales abiertos y on-demand, gratis, que ofrecen una cartelera de títulos de India, China, Japón, Europa y también de Latinoamérica. La gente es muy receptiva a ver cine distinto, pero no es algo que sea masivo. Acá, es muy fuerte la influencia del cine estadounidense y británico.

¿Qué te parece el fenómeno de Pedro Pascal? ¿Es furor allá también el chileno más famoso del mundo?

Me parece increíble y la verdad me da orgullo cuando un australiano me dice: “¡Pedro Pascal es chileno!”. Su alcance ha sido tremendo. Es un actor que siempre aparece mencionado en algún programa de espectáculos en la semana. Y su serie The Last of Us es un éxito acá. Existe toda una generación de jóvenes que lo conocen no solo por The Mandalorian, sino también porque han jugado el videojuego en el que se basa la serie. Y ahora asocian el juego con el actor.

DE LARGO A CORTO

¿Puedes contarme por qué tu nueva película, Sola, derivó en un cortometraje?

La idea original de Sola era que fuese un largometraje, de hecho, se grabó pensando en ello, con un guion de 80 páginas. En el camino, y a poco de revisar el material grabado, comenzó a manifestarse la idea de sintetizar la propuesta, acotarla a lo esencial. Así surgió la idea del cortometraje. Es un formato que me agrada mucho, porque se traduce en una obra que puede ser vista de forma más rápida, sin que por ello pierda profundidad. Lo importante que aprendí y rescato de este proceso es que una película puede cambiar y transformarse. El cine no debe ser entendido como un proceso rígido, sino todo lo contrario.

El ahora cortometraje Sola utiliza mucho la iconografía de la conversación por chat desplegándose en pantalla. ¿Por qué tomaste esta decisión?

El guion original se hizo siempre con la idea de que los diálogos fueran chats vía teléfono móvil. El diálogo real que ocurriese era más bien circunstancial. Los chats son la forma de mostrar conversaciones que no se dan en el plano del cara a cara, sino que son parte de lo que podría llamarse el lado B de ciertas personas. Esa idea de lado oculto y de que nadie se conociese personalmente se ajustaba muy bien con el tipo de relación que se establece entre los protagonistas. Ninguno de ellos se conoce en persona, ni llega a hacerlo. Todo vínculo se establece a través de mensajes de texto en modo de chat, que son muy explícitos y vulgares a nivel de lenguaje. En este corto lo explícito no está en la imagen, sino en el texto y en lo que nuestra oscura imaginación pueda interpretar.

¿Por qué te interesa el tema del comercio sexual subterráneo?

Si bien mi último largometraje Una parte de mi vida (2010) y este cortometraje se mueven en esa dirección, no creo que sean el tema central. Creo más bien que el comercio sexual ha sido el vehículo para instalar como tema la desesperanza, algo que también aparece en Rabia (2006). Las protagonistas de mis películas están en la búsqueda desesperada de obtener dinero para poder solucionar un problema. Pero los caminos para obtenerlos no son siempre los deseados. Por eso entra en juego en cada una de mis películas la dignidad, siendo esta cualidad la que las hace cuestionarse. Mis películas se desenvuelven en ese espacio en el que se juega un equilibrio precario entre superar el sentimiento de desesperanza y enfrentar la vida con dignidad.

¿Estás al tanto de lo que pasa la Plaza de Armas de Santiago con la prostitución diurna?

Sí, por supuesto que estoy al tanto. No es algo nuevo, se viene dando como fenómeno hace décadas, y en estos últimos años está asociado a la migración ilegal. Y además está asociado a bandas de comercio sexual que lucran con ello y debieran ser perseguidas por la justicia. Pero debemos entender que este fenómeno se produce en una sociedad con una desigualdad acentuada, donde las oportunidades son escasas y las salidas pocas.

¿Sigues siendo fan de Aki Kaurismaki?

Absolutamente. Es de los directores que más respeto como artista. Es un tipo íntegro en sus convicciones y compromisos artísticos, políticos y sociales. Es un referente para mí en todo sentido.

Alguna vez te comenté que veía en tu trabajo alguna conexión con Kaurismaki, pero también con las películas uruguayas 25 Watts y Whisky. ¿Las has visto?

Por supuesto, he visto las películas de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, que eran abiertos admiradores de Kaurismaki. Al cine de Kaurismaki se vuelve una y otra vez. Quizás se deba a su ritmo, puesta en escena, temática social o mirada particular. Pero me inclino a creer que se trata de un proceso de identificación con sus personajes, cruzados por la desesperanza, pero que al final siempre logran superar. En nuestros países esa desesperanza se ha transformado en un proceso cíclico, del cual no se ha podido salir ni menos superar.

Me he acordado mucho de Kaurismaki y su idea de que las películas no deberían durar más de 90 minutos por respeto al público. ¿Qué opinas de la tendencia de películas con duración desmesurada?

Esta tendencia es antigua, pero para nuestra generación viene como una propuesta desde el cine asiático. Quizás Tsai Ming-Liang sea un referente. Por Europa está Béla Tarr y, por cierto, Tarkovski.

Yo comparto la visión de Kaurismaki. Creo que las películas extensas no se disfrutan del todo, y no lo digo por su calidad, sino por una cosa fisiológica y de concentración en lo que se está viendo como espectador sentado en una butaca o un sofá. Es verdad que se ha perdido la capacidad de observar, analizar y disfrutar por largo tiempo la imagen, ya que todo en nuestra sociedad conduce a que tiene que ser consumido a gran velocidad, como si se tratase de comida rápida. Estamos en una etapa de imagen TikTok, incluso Youtube se percibe eterno.

Cuando era joven, junto a unos amigos hicimos una maratón cinéfila en el Goethe-Institut de Santiago, sentados en sillas no muy cómodas, para ver las 15 horas de Berlin Alexanderplatz de Fassbinder. Recuerdo muy poco de la película y no olvidé jamás lo poco confortable que es disfrutar el cine así.

No todas las películas son Apocalypse Now, ¿no?

Ni tampoco son Stalker de Tarkovski, ni Escenas de la vida conyugal de Bergman o Sátántangó de Béla Tarr. El mantener la atención del público por tanto tiempo es muy difícil y depende del público al que apunte tu película. El cine no debiese transformarse en un espectáculo de aguante, que al final resulte ser una actividad no placentera. Es importante que el espectador se sienta identificado y que el cine contribuya a su capacidad de análisis crítico para una sociedad que está lejos de ser perfecta. Hay autores que se han arriesgado por obras de gran extensión para desarrollar sus temáticas, pero hay muchos que han fracasado en ese intento, transformando sus películas en trabajos pretenciosos.

No creo que sea ingenuo considerar que la generación actual y las que vienen harán películas más breves. Es una generación que, espero, transforme el lenguaje y elementos que definen al cine clásico. Tienen en sus manos herramientas para trabajar con la sensación de inmersión e interactividad con las películas. Eso cambia todo. El cine que se viene será algo totalmente distinto.

CHILE PENANDO ESTÁS

¿Cómo crees que el cine chileno va a mostrar este periodo de crisis post estallido social?

No creo que vaya a ocurrir un gran cambio. El qué mostrar se ha estado haciendo desde hace tiempo, creo que el cambio debe venir en el cómo y no en el qué. Para abordar esta crisis sistémica como sociedad, desde el cine, habría que trabajar desde una estructura que te permita abordar y desarrollar historias. Como estructura me refiero a algo que va más allá de la construcción narrativa, al cómo construimos la imagen, cómo la dotamos de sentido, de emoción y de forma. El cómo viene a ser una estructura que finalmente será capaz de influir en nuestra forma de hacer, ver, sentir, percibir y distribuir cine.

No podemos seguir enfrentando, como latinoamericanos, el modo de hacer cine con reglas que no nos pertenecen. La gallina de los huevos de oro en que se han transformado plataformas como Netflix es un espejismo. Solo se está reemplazando un sistema del siglo XX por uno del siglo XXI, pero en el fondo es el mismo sistema de estudios, que se trasladó de lo físico a lo virtual. Tengo la idea de que la búsqueda o, al menos repensar una nueva estructura para hacer cine, nos hará enfrentar y ayudar a entender esta crisis y las venideras.

¿Tu corto Sola se hace cargo en algo sobre esto?

En ningún caso. Mi cortometraje es antes que todo un intento de volver a hacer cine desde donde estoy ahora. Si bien reconozco que hay una búsqueda en lo estructural y estético, estoy lejos de encontrar una fórmula que nos permita como creadores explorar nuevos caminos. Creo que es un deber de las nuevas generaciones hacerlo: tienen, usan y entienden las nuevas herramientas mejor que muchos de nosotros.

¿Por qué en Australia no has podido hacer cine?

Hay dos razones principales. La primera es que yo no vine a Australia por trabajo, sino por una razón familiar y académica. Nunca tuve la intención de permanecer mucho tiempo en estas tierras, pero las circunstancias dijeron otra cosa. La segunda y quizás más relevante es que mi cine, muy pequeño por lo demás, está asociado irremediablemente a una lectura social de mi entorno. Y en ese sentido, para hacer un cine con estas características, debes comprender tu entorno cultural, social y político.

Yo vivo hace una década en Australia, pero aun así creo que este país, con su cultura anglosajona, tiene una serie de cuestiones indescifrables y que sería difícil para mí traducirlas en una película.

¿Qué es lo que más se extraña de hacer cine?

El trabajar en equipo. Para muchos es incomprensible y difícil de explicar, pero ver y sentir que un grupo de artistas y técnicos complementan y traducen esa idea que está en la cabeza del director, es increíble. Por eso quizás nunca me ha gustado el término de industria para referirse a nuestro trabajo. El cine no es pensar, hacer y luego vender un producto. El cine es un arte que sólo se completa cuando trabajas con un equipo que ama con pasión lo que hace, sin importar que lo vendrá después de filmar una película. Hay pasión y amistad en ese proceso. Es el mejor trabajo del mundo.

¿Tienes ganas de volver a Chile?

Siempre vuelvo de algún modo. Admiro a Raúl Ruiz por lo mismo, él volvía cada cierto tiempo para hacer una película, pero después retornaba a Francia. Es como el título de esa película de Wim Wenders, Tan lejos, tan cerca. Así se siente uno acá en el Down Under.

¿Podrías recomendar cinco películas latinoamericanas que consideres imprescindibles para quien lea esta entrevista?

1- Whisky (2004), de Juan Pablo Rebella and Pablo Stoll.

2- La camarista (2018), de Lila Avilés.

3- La nana (2009), de Sebastián Silva.

4- Historias mínimas (2002), de Carlos Sorín.

5- No quiero parecer autorreferente, pero recomiendo mi primera película, Rabia (2006).


Foto de encabezado: Florencia Cárdenas.

Foto rodaje: Gabriela Robledo.

Imagen Kaurismaki: The Criterion Collection.