No cree en la división entre el documental y la ficción. Cree en habitar las películas antes de que se hagan. La investigación es algo fundamental en sus trabajos cinematográficos. Sólo así ha podido generar vínculos de intimidad con quienes protagonizan sus películas, en las que también es clave la confianza. El lugar más pequeño (2011), Tempestad (2016), Noche de fuego (2021) y El eco (2023) están en esa sintonía.

Para la multipremiada cineasta Tatiana Huezo, salvadoreña de nacimiento, mexicana por adopción, la investigación de campo previa a los rodajes de sus documentales tiene un código de samurái: no suele llevar micrófono, ni cámara, ni siquiera se atreve a sacar el teléfono. Lo de la confianza es en serio.

Tanto así, que esta entrevista tuvo todo para no realizarse. Un resfrío traicionero, típico de quienes visitan Chile por primera vez, casi lo impide. Fue la invitada de honor al Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS), realizado en noviembre pasado. Tampoco ayudó el cansancio habitual de quien viaja a hacer muchas actividades en pocos días y el desafío de responder preguntas un domingo en la mañana. Pero Tatiana Huezo, la primera mujer en la historia en recibir el Ariel a la mejor dirección (el premio más importante del cine mexicano) no falla. Solo atrasó media hora el encuentro en un hotel de Providencia, en donde abundaban los turistas brasileros con ganas de ir de paseo a la nieve.

En esta entrevista, Tatiana Huezo reflexiona sobre su forma de concebir el cine, de los límites que tiene a la hora de filmar sus películas, en donde la cercanía con sus protagonistas queda siempre en evidencia. Incluso en Noche de fuego, su única ficción hasta ahora, que se puede ver en Netflix. También se refiere a sus influencias creativas, a la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum y a las heridas abiertas del caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa.

En tu trabajo siempre estás cerca de las personas que son parte de tus películas. ¿Cuáles son los elementos fundamentales para que ese acercamiento sea coherente con lo que muestras en ellas?

Tal vez un elemento importante es la construcción de una relación muy honesta. Horizontal. Sin ningún tipo de pretensión de construir algo que no somos. Ni de parte del personaje ni de parte mía. Siento que son relaciones que empiezan siendo muy sencillas, muy humildes. De mostrarse como uno es, de demostrar mucho respeto también hacia la vida de los otros. Es como la construcción de la relación con un amigo, como en ese plano. Es muy importante no tener prisa. No son relaciones en las que empiezas hablando y queriendo saber del otro. La clave a veces es estar en silencio. Acompañar, observar, mirar, intentar no estorbar demasiado.

¿Por qué no crees en la división entre la ficción y el documental?

No es que no crea, me molesta la diferencia. El documental siempre ha sido visto como el segundo plato de la mesa. Carga con un estigma del género que tiene que ver con que va a ser aburrido, va a ser super informativo, de que es para enterarse de un tema o siempre tiene una función social. No se le relaciona con el arte al documental.

¿Eso crees?

En muchas ocasiones sí, siento que se relaciona más con la información. Se le relaciona con el periodismo, se le relaciona con otro tipo de elementos. Por supuesto, hay muchos tipos de documentales. Hay algunos que caminan en este sentido y que también son maravillosos. El documental que a mí me interesa lo veo como película, como cine, como atmósfera, como espacio, como tiempo cinematográfico. Como una obra que crea un universo, como una obra profundamente subjetiva, como lo es el cine. O sea, es asomarte a una realidad que está filtrada por una mirada y que está construida por una mirada. Y que es un viaje, es un viaje emocionante que también puedes sentir, puedes reírte y caminar con los personajes. En ese sentido, el documental que me interesa no es el que me da respuestas, sino el que me hace pensar, el que me hace sentir inmersa en un universo que me gusta habitar.

Tatiana Huezo dirigiendo a la joven actriz Ana Cristina Ordóñez González en el rodaje de Noche de fuego (Pimienta Films).

Cuando estás haciendo una película, ¿hay cosas que prefieres no filmar? ¿Tienes algún límite ético o poético?

En todas las películas que hago se trata de descartar. Es tan pequeño, es tan poco lo que puede tener una película que intento siempre preparar mucho e ir con un foco de lo que voy a buscar, de las cosas que le hablan al tema de la película y eso tiene que ver con las situaciones, con las imágenes, con los colores, con las atmósferas, con las palabras. Suelo no salir a rodarlo todo para después no volverme loca en la mesa de montaje con horas y horas de material. Por eso hago estos mapas que me ayudan a concentrar el foco y que, de alguna manera, en el inconsciente, estoy segura de eso porque me ha pasado en todas las películas, te guían el instinto. Y también, uno tiene que dejar un espacio importante a los sentidos, para que lo que no está previsto pueda entrar en la película.

¿Y cómo haces eso para no pasar a llevar a nadie?

Respecto a los límites éticos, por ejemplo, en una entrevista siempre pido permiso. Las entrevistas son después de tener una relación con esa persona. Hasta ahora no he trabajado en otro tipo de entrevistas que sean como inmediatas. Cuando es doloroso, digo: “vamos a hablar de algo que duele, vamos a hablar de las pérdidas, ¿estás de acuerdo que lo hagamos?”. Normalmente me dicen que sí. Lo que sí digo, y es un pacto que se establece con el otro, es: “yo voy a preguntar todo lo que quiero saber y necesito saber, y todo lo que no entiendo lo voy a preguntar. Si hay algo que tú no quieres hablar, si hay algo en lo que no estás dispuesto a entrar, me detienes y yo me voy a detener. Ten la certeza de que me voy a detener”. Ese es el pacto. Si el otro no me detiene, yo llego lo más hondo que puedo llegar, pero he aprendido que es muy importante no autocensurarnos. Obviamente con un pacto preestablecido con el otro.

Eres una cineasta que ha sido muy premiada en distintos festivales y ceremonias. ¿Cuál es tu relación con esta parte del cine?

Ay, es muy rara. Me sacudo los premios. Se siente muy bonito, se siente satisfacción. Hay premios que han sido muy importantes. En general, cuando vienen de un jurado que valoró la película, a veces es gente que admiras, a veces es el premio del público, en medio de una programación maravillosa, pues es un abrazo y se siente lindo. Disfruto ese momento y después lo guardo. Guardo el premio. Aunque no tengo los premios ahí en la sala de mi casa, ni en mi estudio [se ríe].

A veces todo este asunto del reconocimiento estorba. Me pasó con El lugar más pequeño, mi primera película, tan sencilla, tan de una búsqueda personal y de repente fue muy fuerte el viaje que hizo. Todo lo que pasó con ella y todo lo que ganó, cuando llegó el momento de hacer Tempestad [su segunda película], me pesaba, me estorbaba, me causaba temor la expectativa. Siento que eso genera también el reconocimiento, genera una presión, genera una expectativa que hay que sabérsela sacudir y no voltear a verla. Olvidarse de ella.

¿Cómo te la has sacado de encima?

Pues, no le hago mucho caso. Lo disfruto en el momento, después se guarda, pasa, me concentro en lo que sigue. Normalmente siempre tengo mucho miedo antes de hacer una película. Cada vez lo siento como la primera vez, porque cada peli tiene muchos retos distintos, porque a veces dudo mucho de mí misma. Tengo mariposas en la panza y a veces miedo antes de empezar un rodaje y mucha emoción también. Tiene que ver con la elección de tus proyectos y con los procesos. No suelo acomodarme en una zona de confort.

Tatiana Huezo en el rodaje del documental El eco. Fuente: Ibero 90.9

¿Cuál es la reacción de las protagonistas de tus documentales cuando se ven en la pantalla? ¿Qué te han dicho?

Una de las cosas más lindas que me pasó cuando El Ecose estrenó en México es que vinieron las niñas y, por ejemplo, Saraí, que es la niña de los muñecos, me dijo: “oye, Tati, ya vi que todo esto es muy importante, pero yo quiero decirte algo, aunque sea muy importante, yo no vine por esto. Yo solo vine a presentar la película porque voy a volver a ver a mi abuela”. Fue algo muy bonito también que tiene que ver con lo que es parte de la esencia del cine, que es guardar la memoria y guardar pedacitos del espíritu de otro ser humano. Y creo que un pedacito del espíritu de la abuela está ahí en la película. Siento que les gusta verse, les gusta su casa. Intuyo que están de acuerdo en cómo fueron representadas.

En el caso de El lugar más pequeño, una vez me pasó algo muy fuerte cuando llevé la película a Cinquera (El Salvador) con uno de los personajes, Rossy, que es la niña correo. La noche cuando íbamos a presentar la película, me dijo: “oye, Tatiana, ya me arrepentí, quiero que me saques de la película”. Le dije: “no, eso no es posible, no te puedo sacar de la película ahora. ¿Por qué, qué te pasa?”. Y me dijo: “no, es que yo tengo una imagen muy fuerte en mi comunidad y no quiero que esa imagen se rompa. No quiero que nadie me vea llorar y yo lloré. En las entrevistas yo lloré, y si alguien me ve así de débil me van a perder el respeto en la comunidad”. Y entonces, bueno, nunca la saqué llorando, además que es una película de voz en off, en algún momento se le quiebra un poco la voz, pero suelo cuidar mucho a los personajes también. Le dije: “no, no tienes una imagen de debilidad para nada, no eres una mujer débil, ni en la vida ni en la película. No tengas miedo de eso”. Y fue muy bonito porque la película terminó y me acuerdo que ella lloraba en la película mientras la veía, y cuando terminó se fue corriendo a su casa. Ya después de haber hablado con la gente y todo, era ella la que a mí más me importaba ver cómo la había pasado en la película. Cuando la fui a ver, le dije: “Rossy, ¿te gustó la película?, ¿estás enojada conmigo?, ¿cómo te sientes?” Y me dijo: “no, gracias, porque está bien que los demás compañeros sepan cómo nos sentimos”.

¿Es el único caso que te ha pasado que alguien se arrepintió?

En el último momento, sí. Pero, por ejemplo, con ella también hubo una entrevista muy difícil, muy personal, donde ella reveló ciertas cosas muy fuertes que tienen que ver con su familia y que pasaron en la guerra. Se vuelve una terapia la entrevista, y el personaje, el entrevistado, cuando has construido, se abre totalmente. Por lo menos es mi experiencia. Igual se abren, aunque no construyas. Hay gente que tiene una enorme necesidad de compartir y más cuando se trata de eventos complejos que no han podido verbalizar. Entonces fue una entrevista, un fragmento de una entrevista muy emotivo y muy íntimo y ella se abrió totalmente. Al otro día vino a verme a la cabañita donde yo me estaba quedando y me dijo: “oye, soñé toda la noche con esto que te dije, eso no puede estar en la película. Es algo que no quiero que nadie sepa, que solo es mío”. Yo le dije: “no te preocupes, no va a estar en la película, dime qué parte es”. Ese es mi código ético con el otro. Es una ley. Claro, habiendo acabado la película ya no hay manera, pero esos códigos importantes suceden en el momento de hacerla.

¿Qué cineastas han sido importantes para ti como realizadora y también como espectadora?

Iba a la Cineteca cuando era chica con mi madre y las primeras pelis que me impactaron fueron El niño salvaje de Truffaut y Paris, Texas de Wenders, qué belleza. También Terciopelo azul de Lynch. Veíamos películas deLynch, veíamos películas de Wenders. Alicia en las ciudades, por ejemplo. Me volví adicta a Wenders, vi todas sus películas. También veía películas de Kurosawa en la infancia. Después, cuando terminé la escuela, empecé a encontrar autores muy especiales que me movían mucho en el documental, como Claire Simon, por ejemplo, que es una documentalista que ha hecho muy pocas de cine directo, maravillosas.

Y después, no sé, otros autores como Nicolas Philibert y Raymond Depardon, me fascina su mirada, es un fotógrafo-director. Me llaman mucho la atención los fotógrafos-directores. Me gusta mucho también Van Der Keuken y Victor Kossakovsky, que es otro director-fotógrafo, me gustan mucho sus primeras películas. Luego, hay muchas directoras también, como Agnès Varda y otras de ficción, que también me gustan, me alimento mucho de la ficción. Siempre se me olvida el nombre de la directora de Pettit Maman y Retrato de una mujer en llamas… Céline Sciamma. Ella me gusta muchísimo. Me gusta Andrea Arnold también. Hay una directora maravillosa, documentalista, que después empezó a hacer ficción, que me fascina, finlandesa, si no me equivoco, Pirjo Honkasalo. Tiene una peli hermosa que se llama Los tres cuartos de la melancolía. Lucrecia Martel también es un referente.

¿Cuál es tu relación con Luis Buñuel? ¿Qué opinas de su cine?

Bueno, Buñuel me parece un artista, un loco, un apasionado, con una mirada muy aguda, muy poco pudorosa. Eso me gusta mucho de su cine, aunque no es un cine que revisito normalmente. Varias de sus películas las vi hace mucho tiempo. Una película que me impactó muchísimo, que la vi en la televisión mexicana, fue Los olvidados. Creo que fue mucho antes de entrar a la escuela de cine. La pasaban en un canal de televisión donde pasaban cine de la Época de Oro de México y, claro, yo decía: “este cine no tiene nada que ver con las rancheras, con las de Pedro Infante”. Los olvidados se me quedó muy guardada, como que nacía de otro lugar, de una mirada sobre la realidad, y me parecía muy fascinante. Después vi otras películas más extrañas. Siempre me pareció un director, cómo decirlo, distinto, extraño, seductor, loco. No era un cine normal. Buñuel era un loco fascinante, muy crítico.

Leía en una entrevista que decías que el documental para ti es una lucha contra el cambio, contra el olvido. ¿Podrías desarrollar esa idea?

Sabes que nunca fui consciente de que en el documental se guarda. Lo que sí es consciente para mí, sobre todo en el principio del camino, es que uno habla de los temas del tiempo que le tocó vivir. Eso es inevitable, somos el momento en el que vivimos. El tiempo en el que vivimos en el mundo. En nuestro país, en nuestra realidad. Por ejemplo, El lugar más pequeño yo la hice porque quería saber cómo había sido esa guerra, qué había pasado en ese lugar, aunque sea una historia del pasado, yo la conté desde el presente. Yo no soy una gran intelectual del cine ni una filósofa del cine, nada de eso. Voy aprendiendo muy visceralmente de la vida, del camino y de la gente con la que trabajo. Cuando fui a presentar la película a El Salvador, a Cinquera, la comunidad y Pablo, el campesino que lee el diccionario Larousse, después de haber visto la película me dijo: “por favor, queremos pedirle algo, queremos que usted entregue una película a cada casa del pueblo. Es lo que la comunidad le pide. Para nosotros es muy importante que las nuevas generaciones, que los niños de ahora, sepan lo que aquí pasó y sepan de dónde vienen”.

Afiche de la película El lugar más pequeño. Fuente: Festival Internacional de Cine Documental.

¿Te pidieron tener una copia de la película?

Sí. Y eso me dio una dimensión, en esta primera película, de lo importante que es. Yo no la hice esta para guardar la memoria, no. Los motores que me mueven van por otro lado. El proceso es tan complejo y te sigue enseñando hasta el final. La comunidad me lo pidió y yo mandé hacer una torre de DVD y llevé uno a cada casa. Fue como, claro, esto es una memoria histórica para ellos, esto es su historia. Esto es la historia de sus hijos, de sus padres, de sus abuelos y me pareció algo muy grande.

Es una muy buena definición del cine como objeto, con streaming no funcionaría.

Sí, en ese momento había DVD, ahora usan memorias. Pero ahí me di cuenta del valor de una pieza para algo que trasciende mucho más allá, porque me lo dijeron así, esto es para los niños y para los que no han nacido también.

MÉXICO

¿Por qué te interesa el mundo rural mexicano?

No sé, la verdad es que seguramente mi primera infancia fue en el campo. Nos cuidaba una mujer campesina, a mi hermana y a mi cuando mi madre se iba por largos periodos a trabajar en el Estado de México y vivo en el campo hace 13 años. No sé, siempre me ha gustado el ámbito rural. Realmente no tengo una respuesta.

No es porque piensas que ahí hay una pureza, algo que en la ciudad cuesta más encontrar.

Nunca he hecho una película en la ciudad, fíjate.

¿Te gustaría?

Sí, me gustaría. El primer cortometraje que hice fue en la azotea de mi casa en medio de la Ciudad de México. Un corto chiquitito.

Si tuvieras que explicarles a espectadores jóvenes sobre el tema de la violencia en México, que es el tema de casi todas tus películas y de muchas otras que nos llegan a Sudamérica, ¿cómo lo harías?

Uf, esa pregunta es muy compleja. Bueno, diría que México es un país con muchas realidades diferentes y una de ellas es una realidad muy dolorosa, que tiene que ver como con un monstruo que creció desmedidamente desde hace muchas décadas y que se salió de control y que invadió todos los ámbitos. Todos los rincones de nuestra sociedad, desde lo político hasta lo más pequeño. Hasta la gente que no tiene nada. Está sembrado ese monstruo que es violento, que vulnera y ha trastocado la vida cotidiana de tantas familias y de tanta gente. Pienso que tiene su origen, tal vez, en la desigualdad económica que vivimos en México. Desde ahí hasta la impunidad más brutal de los más poderosos, pero es muy complejo hablar de la violencia en México.

¿Cómo ves a México en esta nueva etapa con una presidenta por primera vez en la historia?

Ay, con alegría y con esperanza, pero bueno, siempre son una gran decepción los políticos. Pero me emociona que haya una mujer al frente de un país que necesita mucho, mucha cabeza, mucha inteligencia y muchísimo cariño. Un país que necesita que lo quieran y que lo respeten. Creo que ningún presidente lo ha hecho. López Obrador empezó un poco el camino, pienso, es alguien que ama este pueblo. Me emociona también que sea una mujer científica. Es una mujer muy fuerte e inteligente. Me emociona.

Respecto a López Obrador, ¿eres de las personas que quedaron decepcionadas o no decepcionadas?

Super decepcionada. Pienso que se esperaba mucho de él y que hay unas deudas pendientes brutales, morales y de todo tipo, económicas, sociales y de más. Que empezó un trabajo muy importante de limpieza y es algo que puedo reconocer, pero, por ejemplo, no puedo entender cómo no cumplió un compromiso de no haber resuelto el caso de Ayotzinapa, a nivel moral, es una deuda moral con México. En fin.

Hace poco se cumplieron 10 años de los 43 de Ayotzinapa, ¿qué reflexión haces de este caso?

Es una tremenda decepción, una gran tristeza. Por eso me decepcionan tanto los políticos, siento que el acceso a la verdad y a la justicia es algo tan enorme y tan valioso para un país. Es poder volver a creer en algo que está hecho pedazos, que es la clase política que ha gobernado a México por tantos años de una forma desastrosa y violenta. Ningún político que ha llegado a los altos mandos del poder, de estos últimos años, ha sido capaz de sembrar esa semilla tan poderosa en un país que tiene una sed inmensa de volver a creer en la justicia. De creer en que puede haber una mínima reparación frente a la tragedia, que es saber la verdad. Es algo tan sencillo. Entonces, todos los pensamientos son terribles, porque qué es eso intocable, ¿no? De qué tamaño es el poder que hay detrás de esto, para no poder dar eso que necesita tanto, no solo las familias, siento que se volvió una deuda moral de un país. No solo Ayotzinapa, es una cantidad de otras masacres, pero Ayotzinapa se volvió un símbolo.

Fuente: Agencia Presentes.

¿Tú eres una cineasta mexicana, salvadoreña o latinoamericana? ¿Cómo te defines?

Estoy hecha de varias cosas, pero me siento muy mexicana. Mi identidad es mexicana y tengo un pedazo del corazón salvadoreño y amo a Latinoamérica, así que de las tres.

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