Mientras Lucrecia Martel conversa, su bastón se cae varias veces al suelo. Ese sonido de golpe genera que las personas de las mesas de al lado miren con curiosidad, quizás también con algo de tensión, como si quisieran preguntar quién es la mujer que está siendo entrevistada, esta mañana de domingo en el Café Guztarria de Santiago.

La escena podría ser parte de una de sus películas, esas que la han convertido en un ícono del cine latinoamericano. Que la han puesto en un mural gigante junto a Buñuel, Fellini y Hitckcock en Montevideo. Y que la han traído a Chile invitada al Mercado de Industrias Culturales del Sur (MICSUR), donde dio una charla a más de 200 personas en el Museo de Bellas Artes.

Allí, la directora y guionista argentina confirmó su carisma como expositora, con aplausos y gritos al inicio y al final de su encuentro. No importó que la acústica del espacio no fuese perfecta. La emoción de las personas que la escucharon atentas y que se acercaron a saludarla al final, dan cuenta del magnetismo que irradia la cineasta nacida en la ciudad de Salta, a mujeres y hombres por igual.

La Ciénaga (2001), La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008) y Zama (2017) son las cuatro películas de su filmografía, que intimidan por las relaciones entre sus personajes y por su tratamiento del sonido. Las imágenes pueden retumbar y ampliar sus alcances gracias a la fascinación de su directora por las atmósferas del ruido. Lo que no está en la pantalla puede ser más importante que lo que vemos. Lucrecia Martel puede convertir un drama en una película de terror y el silencio en un estruendo de moral del que no se puede zafar.

Pero toda la exuberancia e intimidación que pueda generar su cine, contrasta con una personalidad amable y conversadora. Resulta tierna la humildad con la que comenta, ya casi al final de esta entrevista, que los tres doctorados honoris causa que ha recibido (dos en Argentina y uno en Bélgica) son por sus charlas y no por sus películas. “A mí se me hace que hay mucha gente en la academia que le divierten”, señala. O como cuando reconoce su deuda con Roberto Bolaño y pregunta: “¿con cuál empiezo?”.

Lucrecia Martel se encuentra trabajando en un documental sobre el activista Javier Chocobar, quien fue asesinado en 2009 en medio de un conflicto por la defensa del territorio de la comunidad indígena Los Chuschagasta, en Tucumán. La producción de este trabajo lleva más de 12 años e incluirá un libro con la investigación del caso.

En esta entrevista, la realizadora salteña hablará de la situación actual de la cultura argentina con el gobierno de Javier Milei, reflexionará sobre su concepción del cine, del sonido, de las imágenes; recordará lo que pasó con Roman Polanski cuando fue presidenta del jurado del Festival de Venecia, responderá —una vez más—, sobre el guiño que le hizo la actriz Cate Blanchett, contará por primera vez de los sueños extraños que tiene con Lionel Messi y se emocionará al recordar a Juan Pablo Rebella, en el 20° aniversario de la película Whisky.

Foto: Juan Millán Costa

¿Qué ha sido lo más difícil de la realización de Chocobar?

Lo más difícil para todo el equipo ha sido encontrar una manera de pensar las cosas y buscar de qué manera decirlas. Hay un problema muy grande que, más allá de que la historia que se cuenta en Latinoamérica tiene implícito el argumento de la legitimidad de la conquista y de la apropiación de la tierra, está inscrito en todas nuestras historias nacionales. Como eso es algo casi indiscutido, lo del lenguaje que se ha impuesto sobre el territorio, resulta entonces muy difícil que la historia pueda contar las cosas. Hay una cantidad de supuestos filosóficos que tiene el lenguaje que ya están en la escritura misma de la historia. Luchar contra eso ha llevado tiempo.

¿Qué ha cambiado de tu apreciación sobre el cine desde la época de La Ciénaga hasta ahora?

Realmente nada, porque para mí desde siempre el cine no fue el cine, sino una manera de estar con los otros. Una manera de yo hacer algo. Si fuera cocinera sería que puse un comedor y la gente viene a comer al comedor. Entonces, vos ofrecés algo y tenés un interés en ese que viene a pagarte y vos le vas a dar tu comida. No digo que el cine sea como un comedor, pero lo que te digo es que mi vinculación con el cine siempre ha sido el deseo de participar en la vida comunitaria y esa vida comunitaria se fue ampliando, quizás eso cambió.

Los espectadores sí cambiaron, ¿o no?

Yo creo que todos cambiamos. Los que primero te digo que cambiaron son los periodistas.

¿En qué cambiaron?

Cada vez son más empleados de medios y no periodistas. Tienen menos interés. Te das cuenta que los han mandado a cubrir, que ni siquiera es su área de interés. Por esto, lo que vos decís de los sitios argentinos sobre cine es realmente muy valioso, pero los hicieron ellos mismos.

Son independientes.

Claro, Claro.

Pero te lo decía porque cuando veo La Ciénaga siempre pienso que fue realizada para ser vista en pantalla gigante.

Porque pensás siempre en los medios que imaginás por dónde va a recorrer la película. Yo ahora pienso muchísimo en el celular, porque sé que es lo más accesible que va a tener mucha gente que no puede pagar una entrada al cine. Incluso, si tuviera plata haría una versión para TikTok de la película, pero no creo que vaya a tener esa disponibilidad.

SONIDOS E IMÁGENES

¿Cómo se generó tu fijación por el sonido a la hora de narrar?

Para mí, el sonido nunca fue un tema del cine, es previo. Lo que pasa es que el cine te permite poner en acción un montón de ideas que uno ya tiene o que las estás formando. Todas las películas que yo hice tienen un componente sonoro organizador, que surgió antes del guion, de una manera más menos consciente, pero se va volviendo consciente mientras vas armando el guion de la película. Además, el sonido a mí me sirvió como un desplazamiento de la percepción visual que domina la cultura, a un área con referencias menos duras de una imagen. Una cosa tiene una referencia dura directa, en cambio, un sonido, con la cosa, tiene una referencia más débil. Ese terreno me parece más útil para el pensamiento.

Entonces esa preocupación sonora estaba en ti antes de que supieras que ibas a terminar haciendo películas.

Yo creo que sí, porque siempre tuve fascinación por lo oral, por la conversación, por el cuento, por todo lo que es dicho. Por la forma en que se dicen las cosas oralmente. No tanto por leer, aunque me gusta leer.

¿Leías desde muy chica?

No, pero tenía una abuela que contaba bien cuentos y eso resultó fascinante y muy clave para mí.

Foto: Juan Millán Costa

Decías en una entrevista que te molestaba el cine alternativo fuera visto como raro o como para una elite.

Me parece que es una falta de rigor intelectual para pensar las palabras. Muchas veces leí y escuché gente diciendo que era una cosa muy intelectual lo que yo hacía y eso no es verdad. Eso es entender mal la cosa. Que no sea el modelo hegemónico no significa que lo que yo haga sea intelectual.

¿Y esa reducción la hace la prensa?

Viene fundamentalmente de la prensa. Yo he presentado mi película en pueblos donde pocas veces han visto películas y no he visto que haya ningún problema para entender nada. ¿Me entendés? Y eso que ahora en cualquier lugar podés ver una película mainstream en un teléfono. Es falso. El humano, a todo lo humano, puede exponerse y llegar a alguna reflexión, no necesita del paternalismo, de la estructura narrativa más conocida.

Desde este punto de vista, ¿cuál es tu crítica puntual a las plataformas de streaming?

Solamente la concentración de capital y la concentración de decisiones sobre la narrativa audiovisual universal. Después, que ahí puede pasar algo bueno, en cualquier lugar puede pasar algo bueno. Pero se van achicando las posibilidades en la medida en que hay mayor concentración, las decisiones son menos, menos gente que las toma. Esa es mi crítica, el monopolio.

¿Sigues pensando que las series son un retroceso?

Yo pienso que todo lo que se aferra al argumento va a ser más pobre que lo que pudiera ser, pero también creo que va a venir una generación que frente a esa limitación va a saber cómo escapar. No van a ser las plataformas las que propongan la solución, sino las generaciones aburridas del argumento las que propongan una manera de hacer las cosas distintas.

Pensaba que tu problema con la homogenización de las series es la poca preocupación por la imagen.

No, no, se preocupan muchísimo más que yo, creo. Es la simplificación de creer que una película o algo audiovisual es el argumento. De creer que tenés que enganchar a la gente con los personajes, que no hay otra manera de engancharlo. Hay muy pocas series, y siempre son excepciones, en donde el texto no importe más que todo lo demás. El texto manda.

¿Con qué películas te formaste como espectadora?

Con lo que había en la tele. Mucho western. Películas tipo las de Billy Wilder o ¿Qué pasó con Baby Jane?, esas películas, lo que se pasaba en la tele en los años 70.

Leí que te gustaba mucho Love Streams (1984) de John Cassavetes.

Esa película es excepcionalmente increíble. Me gusta la imposibilidad absoluta de saber de qué se trata, de cómo va a seguir la película, cuál es la próxima escena. En el 80 por ciento del cine, ves el afiche y ya sabes cuál es la primera, la segunda o la tercera escena. En cambio, Cassavetes tiene de interesante que nunca sabes para dónde va a ir. Y si bien no me importa en lo más mínimo que me spoileen, a mí me encanta que me cuenten las películas antes que las vea, es otra aventura la que él propone. La forma en la que se expresan los cuerpos de los actores en esas películas es distinta a lo que viste. Es como la diferencia entre dibujar algo con el trazo prolijo y algo impresionista.

Foto: Juan Millán Costa

EL CASO POLANSKI

¿Fue una experiencia muy intensa haber sido presidenta del jurado del Festival de Venecia 2019?

No, lo único tenso fue esa invasión que tuve en mi habitación cuando dije que simplemente no iba a ir a la gala si iba Polanski. Yo les había dicho en una comida: “¿ustedes han pensado algo para cuando pregunten por qué Polanski está invitado a la competencia y todo lo que la prensa va a preguntar?” Y me dijeron: “no, bueno, hay que separar la obra del artista”. Yo les dije: “miren, yo no separo la obra del artista y voy a decir algo distinto. Me parece que van a tener que pensar algo más, porque yo soy la presidenta, una mujer, me van a llover las preguntas de esas y yo sí pensé lo que voy a decir».

No sé qué fantasías tenían estos hombres de qué iba a pasar en la conferencia de prensa. Yo dije la verdad, que jamás cancelaría una pregunta, que jamás cancelaría a un director, que me parecía muy importante que Polanski hable con el público, pero que yo no iba a ponerme de pie y aplaudirlo, porque me parece que eso es ofender a las víctimas y que era innecesario. Conversar con él y ver su película me parece perfecto, pero no iba a ir a la gala a ponerme de pie y aplaudir. Y ese fue todo el escándalo.

Decías en una entrevista que en ese momento que te escribieron mujeres.

Me escribió una mujer y me mandó los papeles que habían enviado a la justicia en el momento en que ella inició el proceso y era atroz.

¿No era un caso de los que ya se conocía?

Se conocían menos. Se conocían más en Francia que en el resto del mundo. Polanski es un caso muy particular de protección. Yo pensé: por supuesto que entiendo a este tipo, hubiera hecho lo mismo, pero no hubiese podido escaparme de mi misma. Y él tampoco se va a poder escapar y entonces la única salida es conversar con el otro. Él se reunió con una de las víctimas, pero no con las otras. Un festival tiene que propiciar encuentros, no someter a un montón de gente al aplauso y que te impidan decir: “che, no estoy de acuerdo”. Justamente esos son lugares donde tienen que aparecer las cosas más conflictivas de nuestra cultura, pero yo jamás prohibiría ninguna película de Polanski. Por supuesto, no me opondría a lo que un proceso judicial determine respecto a su suerte, me daría mucha pena que vaya preso, como me da pena cualquier persona que esté encerrada, no importa qué delito haya cometido. No le veo que sea una gran solución poner presa a la gente, pero no me hagan que yo aplauda a un señor que está rehuyendo a la justicia y aparte piensen un poco en una señora que está recibiendo cartas horrorosas sobre las actitudes de este hombre. Eso es una cosa, otra cosa es prohibir las obras. Yo no prohibiría la circulación de absolutamente nada, porque la única manera que pensemos sobre el mundo es ver qué hace la gente que está en el mundo. No negando, no callando, no haciendo desaparecer.

Foto: Juan Millán Costa

EL CINE ARGENTINO EN TIEMPOS DE MILEI

¿De qué manera crees que el cine argentino podrá sobreponerse a lo que está enfrentando con el gobierno de Javier Milei?

Hay dos cosas, está la industria y está el cine. Y los muchos puntos en común que hay. Yo pienso que el daño va a ser grande si no hay una reflexión acerca de que no era una industria que está mal. Es posible que haya un instituto que administre una industria que tenga problemas, que esté superpoblado, que haya que hacerlo más transparente, completamente de acuerdo. Otra cosa es la cantidad de gente que estaba haciendo cosas, encontrando un montón de inversión afuera, esa inversión venía para al país en una proporción bastante grande y compitiendo. Viste que ahora es mucho competir. Bueno, mucho cine argentino compitió en el mercado con películas que tenían muchísimo más presupuesto que nosotros y logramos un lugar. Entonces, no hay que perder eso.

¿Y los más jóvenes que están egresando de las escuelas ahora?

Yo pienso que lo que pasa que ahora el cine de esa manera, entendido como una industria, no es el único destino y los jóvenes tienen muchos otros lugares para compartir hasta que esto se acomode. La narrativa audiovisual no va a parar por la voluntad de un presidente. Si eso pasa significa que el problema es mucho más grande. El problema es de la gente, no del presidente.

¿Cómo se ve desde Salta lo que está pasando en Argentina en la actualidad?

Yo pienso que como se discuten en Buenos Aires las ideas políticas que están en juego en Argentina, no tiene nada que ver con las provincias. En mi provincia siempre ha ganado el peronismo y pocos rasgos de peronismo podés ver en esos gobiernos. En mi provincia el peronismo ha sido siempre católico conservador, que es también una característica del peronismo, pero sumamente elitista. Entonces, yo creo que en Buenos Aires creen en la grieta y la grieta no existe. Si vos te ponés a ver en la parte más alta de los cuadros políticos y de la economía, no hay ninguna grieta y pueden pasarse de un lugar a otra las personas sin ningún conflicto. La grieta solamente existe como un dispositivo para lastimar a la sociedad, para impedir que la sociedad se organice.

¿Te sorprendió que ganara Milei o te lo esperabas?

Me parecía que era medio raro que una persona sin base territorial pudiera, pero lo interesante de que ganara Milei es comprender el profundo cambio en cómo suceden las cosas en un país. En mi provincia, Milei dijo: “Salta y Jujuy deberíamos regalárselas a Bolivia”, que ojalá que nos acepten los bolivianos, porque a mí me encanta Bolivia, la ropa, la comida, todo. El presidente dijo eso y en mi provincia fue donde más porcentaje sacó Milei, ¿qué significa eso?

¿No te parece nada interesante de él?

El tipo detectó, no sé cómo porque para mí es una persona muy desconectada de la calle, un resentimiento que era común a muchísima gente en la Argentina. Eso me parece un fenómeno interesante. Después, que logró instaurar un discurso que ahora rápidamente se está revelando como muy falso, en donde hacía una unificación de la clase política. El tipo dijo muchas cosas que eran ciertas y que la gente las estaba viviendo en carne propia, como por ejemplo que el Estado estaba consumiéndose una parte importante de los recursos y no estaba cumpliendo las funciones. Eso cualquier persona que va hacer un trámite lo siente. Hay algo de eso que es un análisis simplón, pero que la gente lo está viviendo.

Esto yo lo decidí hace tiempo, me costó muchas peleas con gente muy querida, muy cercana. Yo no pienso refugiarme en que yo pertenezco a los buenos que querían otra cosa y que Milei es el malo que quiere el mal. Yo no voy a pensar así porque para mí es perpetuar el problema histórico nuestro.

UNA CINEASTA A GRAN ESCALA

¿Qué te da más gusto, que Cate Blanchett haya dicho que quiere trabajar contigo o estar en el mural de la Cinemateca Uruguaya en Montevideo?

(Se ríe). Bueno, el mural porque dura más. Igual, para mí, imaginate, que una actriz así diga eso, todo el mundo quiere laburar con Cate Blanchett, ¿quién no? Es una actriz extraordinaria, pero el mural está todavía, en cambio ese video de Cate Blanchett no sé si está todavía. (Se ríe).

Es cortito, pero todavía está.

No, bueno, estar en un mural de ese tamaño en la ciudad es una demencia.

Es loco que seas única la cineasta viva de ese mural, los otros ya están fallecidos hace tiempo.

Para mí, esa la genialidad de María José Santacreu, que es una persona anárquica para pensar, ¿la conocés? Es una persona que tiene un amor por el cine absolutamente vivo, juguetón, no es una cinéfila sometida al cine. Creo que fue ella la que lo propuso y se tomó esa libertad. Lo único que me hace gracia es que me pusieron una cámara de fotos, hubiera sido mejor que me pongan una licuadora antes que una cámara de fotos, porque soy pésima sacando fotos.

Lucrecia Martel y el mural de Cinemateca Uruguaya (Cuenta oficial de X de Cinemateca Uruguaya)

¿Cuál de los otros tres admiras más?

Con Buñuel me siento muy próxima porque juega con mi mismo idioma. Después, Fellini es el que me resulta más distante y Hitchcock, bueno, porque es un pervertido, todos nos sentimos un poco pervertidos. Pero son tres genios, obviamente. Si vos me decís ¿yo merecía estar ahí?, ¿fue justicia? Y bueno, no sé, pero la jugarreta funcionó.

Entonces está mejor que lo de Cate Blanchett.

No, no sería comparable. Imagínate qué honor es que una persona que vos pensás que está en otro mundo de repente sabe de vos. Que yo sepa de Cate Blanchett es fácil, pero que ella sepa de mí, es raro. Entonces me hace ver que ella es una actriz que está atenta a lo que pasa en el mundo. Lo que sí te digo es que cada vez que voy a Uruguay, me saco una foto y es un retrato de Dorian Gray, porque yo voy envejeciendo y el coso sigue igual. (Se ríe). Bueno, el retrato de Dorian Gray al revés.

¿Te gusta Scorsese? ¿Lo pondrías pintado en el mural junto a ti?

Me gusta más que Coppola. Junto a mí puede estar cualquiera, pero en ese mural prefiero que estén los que están.

¿Ni uno más?

Estaría bueno que toda la cuadra se vaya transformando en un mural. Decime si en ese mural no debería estar Cassavetes. Me deberían sacar a mí. (Se ríe). No, no, no, si vamos a sacar a alguien de ese mural para poner a Cassavetes saquemos a Fellini.

¿Te gusta la idea de ser un referente del “hacer cine”?

Me gusta eso, sí. No importa tanto el resultado, eso es lo que va a circular, pero el proceso es lo que uno siente por el público. Es como decirte: en una fiesta de quince que los padres le organizan con mucha dificultad a un hijo, ¿qué es lo importante? ¿Cómo salga la fiesta o el esfuerzo que hicieron? El esfuerzo.

¿Te gusta dar charlas?

Me encanta, más que nada me gusta conversar.

¿Cómo ser medianamente original en un mundo creativo tan homogeneizado?

Ser original no es importante. A mí no me importa para nada ser original. No. Lo importante es observar lo que te rodea. Es casi imposible que una persona no sea original, lo curioso es el esfuerzo para quedar igual a los demás. Todas las personas tienen experiencias tan particulares de vida, todos los acontecimientos que se unifican en un organismo son tan peculiares, que es muy difícil que una persona no sea original. El asunto es qué pasa con las leyes que involucran la narrativa que termina habiendo tanta homogeneidad, ese es el misterio. A lo que yo me dedico es a tratar de que las personas observen a la vuelta de ellos mismos y comprendan su manera de ver las cosas y que después encuentren un lenguaje para expresarlo.

¿A qué te refieres cuando dices que hay que salir a la calle a inventar el cine? ¿La calle es un motor más determinante que ver películas?

Sí, indudablemente. Yo lo que digo de la calle es que el cine es una relación entre las personas respecto del mundo. Entonces, por supuesto, todo lo que ha sido hecho en el cine es interesante o relevante. Y está bueno verlo porque son cosas que intercambiamos, pero no es necesario que un director haya visto demasiadas películas para que se vincule de manera interesante con el mundo. El cine es la vinculación de una persona con el mundo y compartir eso con los otros.

¿Eso lo pensaste siempre? ¿Desde que tenías 20 años?

Yo sentí que el cine era mi forma de participar en la historia de la comunidad.

¿Y crees que tus películas dan cuenta de eso?

Yo creo que sí, porque fue una voluntad de mi parte, ahora que sirvan, no sé.

WHISKY

Este 2024 se cumplen veinte años de la película uruguaya Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, me imagino que la viste.

Sí, claro, y los conocí a ellos, y te juro que la muerte de Juan Pablo fue un terrible golpe. A él lo conocí, como nos conocemos todos, en un festival, tomamos una copa y caminamos un poco por Ámsterdam. Yo me quería comprar una lapicera y él me acompañó hasta encontrar un lugar. El suicidio siempre te deja deudor de algo que no dijiste, de algo que no te diste cuenta. Es muy desesperante el acto suicida sobre los que quedan. Y no podés juzgar al que lo hizo, porque no sabés en la desesperación que estaba, pero sí te podés decir: cómo no me di cuenta, qué pasaba con este chango. Me imagino sus amigos, bueno, con Pablo Stoll alguna vez lo hablamos, es un destrozo. Es una herida que no sabés nunca cómo saldarla. Y yo, por supuesto, no tengo tan profundamente esa herida porque apenas nos conocimos, pero comparto el dolor de sus amigos.

Captura de pantalla de Whisky

¿Qué te pasa con Whisky?

Primero, que entendí algo del temperamento uruguayo en esa película y después el placer de que algo próximo sea tan interesante. El placer de decir: “che, acá cerca hay como una gente que está mirándose y es muy interesante lo que ve”. Para mí, esa película fue como una buena noticia de esa época.

¿Para ti es una película triste o divertida?

Como melancólica, pero a la vez con mucho humor, no salías deprimida del cine.

LUCRECIA MARTEL Y LIONEL MESSI

De todas las entrevistas que te he leído, nunca he sabido qué opinas del fútbol. ¿Qué relación tienes con el fútbol?

Me dan mucha ansiedad los partidos de Argentina. No sé nada de fútbol, no es un deporte que siga, pero tengo debilidad por Messi. Sueño con Messi, sueño que le doy consejos de un deporte que no sé, no entiendo. Tengo sueños muy ridículos, que cuido la casa de Messi, que se le mete gente en la pileta y yo les digo: “che, pídanle permiso, es Messi”. Bueno, como sueños absurdos, y cuando no puedo dormir, viste que hay ediciones en YouTube que dicen “300 goles de Messi 2012-2020”. Veo eso y es como un rivotril.

¿Te parece cinematográfico Messi?

No sé. No lo relaciono con ese mundo. Hay tantas cosas que si me pongo seria le diría: “che, Messi no te pongas a hacer un barrio cerrado en Rosario, hacé otra cosa o no te vayas a vivir a Miami”. En los sueños, todavía no le he dado ese consejo. Pero hay algo de una simplicidad que yo creo que lo pone a salvo a él en ese mundo de millonarios, que no entiendo cómo la logró. Viste cómo habla así y vos decís “lo tiene todavía”. No es Beckham que parece un cheto que es más elegante que los príncipes de Inglaterra. Messi conserva algo de la clase media baja, no como Maradona, Maradona era la villa claramente, este es como una clase media que se aferra a la familia. Por ahora, no sé, ojalá que no sea infiel con Antonella y podamos tener la fantasía de que él está aferrado a la familia. (Se ríe).

Foto: Juan Millán Costa

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