“No hay como la distancia para escapar de todas las fealdades”. Con estas palabras Félix Nadar describe su experiencia de volar en un globo aerostático, en cuya canasta había instalado una cámara oscura. En 1858, luego de varios intentos infructuosos, logró captar la primera fotografía aérea, hoy desaparecida, en las afueras de París. “Debajo de nosotros, la tierra se despliega en una inmensa alfombra sin bordes, sin principio ni fin, de colores variados donde el dominante es el verde, en todos sus acentos como en todos sus maridajes1.” Si esa novedosa perspectiva despertó de inmediato el interés de los militares, luego se reveló también fructífera para los geógrafos y los meteorólogos. Al servicio de la cartografía, hoy es una herramienta imprescindible en el reconocimiento del territorio (geológico, urbanístico, arqueológico, ecológico), sin olvidar su manejo en la promoción turística.

Belleza y morbo

Yo era un niño cuando descubrí la revista National Geographic en la sala de espera del médico. El consultorio de mi padre estaba ubicado en nuestro apartamento, la sala de espera era el comedor y la sala de espera infantil correspondía al cuarto que compartíamos mi hermana y yo. Al volver de la escuela, a menudo descubríamos el cuarto desordenado, y a veces incluso faltaban juguetes. Mientras que nuestra tele en blanco y negro pasaba imágenes terribles y fascinantes de las guerras del momento –las Malvinas, el Líbano, Irán-Irak, la Contra en Nicaragua–, National Geographic mostraba otras en color, sobre papel brillante, de animales hermosos, de paisajes vertiginosos, de tribus exóticas. Todavía era temprano para formularme la pregunta: ¿existe un lazo entre el accionar del imperialismo y el soft power editorial de aquella revista?

En nuestra casa-consultorio, recibíamos también Medical Tribune, un semanario que captaba la atención con títulos sensacionalistas e imágenes gore: gangrenas, eccemas, malformaciones, cuerpos en proceso de ser operados. Por supuesto, esa revista no estaba destinada a los pacientes. Era cruda y cruel. A diferencia de National Geographic, Medical Tribune no engañaba a su público con un humanismo vago e ilustraciones esteticistas. Todo bien con curar, auxiliar y acompañar, pero no se olviden del morbo, parecía decir, que acá se lo brindamos a plena página.

Ya no voy al médico y desde hace años no toco una National Geographic, pero hace poco tuve un flashback iconográfico cuando visité la muestra Semillas de resistencia del fotógrafo uruguayo Pablo Albarenga, en el Centro de Fotografía de Montevideo.

Allí se encuentran una docena de grandes imágenes, compuestas cada una por dos retratos aéreos: una persona, un paisaje; no comparten una misma escala, pero combinan por color o por textura. Si aquel juego de la yuxtaposiciones amazónicas resulta cautivante en la superficie, también revela un trasfondo inquietante. Es que en esos retratos por dron flota un aire de caza. Parecen captar el momento previo a un rapto, como si el insecto tecnológico apuntara a la víctima indefesa que espera –con conmoción y pavor– el golpe fatal que vendrá del cielo.

La muestra va acompañada por citas de referentes de la resistencia indígena en el Amazonas. “Nuestros pensamientos se expanden en todas direcciones y nuestras palabras son antiguas y son muchas. Provienen de nuestros antepasados. Sin embargo, no necesitamos, como los blancos, pieles de imágenes para evitar que escapen de nuestra mente”. En ese fragmento, el chamán Davi Kopenawa Yanomami cuestiona, de manera implícita, la propia necesidad de esa exposición. Parece que los pueblos originarios reconocen a los segadores, sea cual sea su motivación.

Semillas de Resistencia. Izquierda: En su tierra, Nantu está acostado, vestido con la vestimenta tradicional achuar, sobre una de las hojas de palma más codiciadas, que los achuar utilizan para construir los techos de sus casas. Derecha: la selva virgen del territorio achuar que Nantu y su comunidad quieren proteger y que está cada vez más amenazada por las petroleras. Fotografía digital. Foto: Pablo Albarenga. Fuente: Centro de Fotografía de Montevideo.

Un relato de duelo

La exposición de Pablo Albarenga se inscribe en la tradición del relato explorador. En la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, en paralelo al proceso de independencia de las colonias africanas y asiáticas, tanto la literatura de viajes como su iconografía se volvieron objeto de análisis crítico. Todavía lejos de constituir un discurso decolonial totalizador, investigadores de diferentes orígenes empezaron a indagar los mecanismos en las narrativas e imágenes que conforman la mentalidad exploradora occidental.

El antropólogo Eric Wolf llamó “pueblos sin historia” a aquellos retratados por National Geographic; argumenta, en Europa y la gente sin historia, que la cultura occidental suele presentar a los no europeos como si tuvieran sociedades y personalidades atemporales. Todo el dinamismo, el cambio y la agencia serían ideológicamente asignados a Occidente. Aquellos sin historia, asentados en el ámbito natural más que en el cultural, tendrían una morfología más que una trayectoria2.

La geógrafa francesa Béatrice Giblin, en un ensayo sobre National Geographic, observó: “Se trata de transformar todo en valores estéticos: el minero en el trabajo es hermoso; la cosecha es hermosa; la ciudad vista desde el cielo es hermosa. Y es, sobre todo, al brindar el espectáculo de los paisajes que se logra esta transfiguración de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales3.” La lingüista Mary Louise Pratt utiliza un argumento similar, pero enriquecido: “Al analizar la retórica victoriana de las exploraciones, encontré útil identificar tres medios convencionales: primero, y más obvio, se estetiza el paisaje. Se ve como una pintura y la descripción se ordena en términos de fondo, primer plano, simetrías. En segundo lugar, se busca densidad de significado. El paisaje se representa extremadamente rico en sustancia material y semántica. La tercera estrategia en juego aquí ha sido discutida a lo largo de este libro: la relación de dominio predicada entre el observador y lo observado4.”

En cuanto al sentimiento de culpa que recorre esa literatura e iconografía, el historiador Claude Reichler resume: “Con Tristes trópicos [del antropólogo Claude Lévi-Strauss, publicado en 1955], el relato etnográfico pasó a ser un relato de duelo. El espíritu de conquista de los antiguos viajeros, asombrados y crueles, se transformó en la conciencia culpable de los modernos, en una labor infinita de dolor y preservación5.” Sin embargo, Mary Louise Pratt pone de relieve la continuidad ideológica entre ambos: “El lamento del hombre blanco parece notablemente uniforme en las representaciones de diferentes lugares y por parte de occidentales de diferentes nacionalidades. Es un monolito, como la construcción oficial del ‘tercer mundo’ que codifica. En los lectores metropolitanos contemporáneos, este discurso a menudo produce un intenso ‘efecto de lo real’.”6

Ese efecto conmovedor es lo que busca el público de National Geographic, siempre vacilando entre su ávida sed de exotismo y su resaca, el duradero relato miserabilista. De hecho, si se acepta el desencantado fatalismo inherente a la mentalidad exploradora, las fotografías de Pablo Albarenga se situarían en el campo del “extractivismo”. O sea, del Amazonas no solamente se sacan minerales, madera, alimentos, animales exóticos y plantas para la industria farmacéutica, sino también cuentos e imágenes. En efecto, las herramientas de su empresa (organización, logística, tecnología, posproducción) y el presupuesto (cien mil dólares o más) corresponden a las de una exploración geográfica, geológica o militar. También él tuvo que usar avionetas, todoterrenos, drones, inteligencia, guardaespaldas más o menos armados y una conexión satelital. Pero, si se quiere, del lado del público consumidor tampoco habría diferencias mayores; nos apropiamos de la riqueza amazónica comprando muebles, tomando pastillas, usando celulares y consumiendo fotos.

©-Pablo-Albarenga-Uruguay-Photographer-of-the-Year-Professional-competition-Creative-2020-Sony-World-Photography-Awards

Tierra-objeto que se vende

Entonces, ¿de qué hablan las imágenes de Pablo Albarenga? Su mirada es la de Occidente; su perspectiva, el reconocimiento aéreo; su herramienta, la tecnología; su fuente de trabajo, la industria editorial. Quizás, a pesar de su discurso, el fotógrafo estaría más cerca de los madereros que de los indígenas. Más cerca de la ciudadanía cosmopolita que de la resistencia del pueblo, más cerca de la ciencia que observa a distancia que de una cosmovisión sagrada, más cerca del morbo que de la militancia, más cerca de la propaganda que del desapego a las pieles de imágenes. En definitiva, más cerca de la minería al extraer riquezas (para nuestro placer, nuestra indignación, nuestra consciencia culposa) que de esa tierra-sujeto que respira y siente, como señala el texto curatorial.

No sé cómo serían las imágenes producidas por los indígenas y los demás habitantes del Amazonas. Es poco probable que tales imágenes se publiquen un día en National Geographic. Quizás sí, pero no las reconoceríamos. Menos aún en la sala de espera del médico, hojeando la revista para disimular la ansiedad frente a un inminente diagnóstico adverso.

Notas

1Félix Nadar, Quand j’étais photographe, París: Flammarion, 1899, pp. 77-78 (traducción mía)­.

2Eric Wolf, Europe and the People without History, Berkeley and Los Angeles: University of California Press, 1982, p. 108.

3Béatrice Giblin, “La nation-paysages, ‘The National Geographic Magazine’”, in Hérodote, n.° 7, París: Maspéro, 1977, p. 157 (traducción mía)­.

4Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres: Routledge, 1992, p. 202 (cita acortada, traducción mía)­.

5Claude Reichler, “Le deuil du monde”, en Traverses, n.° 41-42, París: Centre Pompidou, 1987, p. 138 (traducción mía)­.

6Mary Louise Pratt, ídem, p. 219­.

Créditos por la foto del encabezado: ©-Pablo-Albarenga-Uruguay-Photographer-of-the-Year-Professional-competition-Creative-2020-Sony-World-Photography-Awards.

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