Fuente: http://www.sellosmundo.com/America/Uruguay/sello_102582.htm
Fuente: http://www.sellosmundo.com/America/Uruguay/sello_102582.htm

La escena es conocida para cualquier escolar uruguayo: en 1820 Artigas es traicionado y emprende su exilio al Paraguay. Una noche, antes de cruzar el río Paraná, reúne a sus hombres para comunicarles su decisión. Ansina, uno de los muchos soldados negros que acompañaron al héroe en la retirada, le dice: “Mi general, yo lo seguiré aunque sea hasta el fin del mundo.” Cuenta la leyenda y la Historia Nacional que se enseña en la escuela, que Ansina acompañó al prócer en Paraguay, cumpliendo con lo que había dicho, cebándole mate y ayudándole en las tareas cotidianas, hasta el momento de su muerte en 1850. Pocos años después este también moriría cumpliendo con su destino inexorable.

A partir de 1846, este asistente fiel del exilio aparece en la memoria letrada para no salirse de ella nunca más. En el largo recorrido que lo trae a nuestros días su historia es una suma de irregularidades. Tras su apodo –“Ansina”– se esconden por lo menos dos nombres Joaquín Lenzina y Manuel Antonio Ledesma, que a su vez se confunden con otros afrodescendientes que asistían a Artigas en Paraguay como Montevideo o Martínez. Pero fue a partir los dos nombres antedichos (Lenzina y Ledesma) que se construyen dos Ansinas diferentes, uno sumiso, símbolo de fidelidad y amor al héroe, oficializado por el Estado; y otro letrado, autor de composiciones sobre la gesta artiguista, políglota e incluso líder en asuntos afro dentro del proyecto artiguista, constuído por un conjunto de intelectuales “contrahegemónicos”. Es en definitiva una situación de enorme complejidad, que simplifico en este trabajo, y que voy a intentar ordenar cronológicamente.

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La emergencia de un héroe en el siglo XIX

El lugar de Ansina en la Historia Nacional es menor. Menor porque no ha sido considerado un “gran hombre” por la historia estatal y menor por que es la historia de un subalterno. Durante mucho tiempo permaneció como un hecho anecdótico del exilio del héroe. Durante todo el siglo XIX esta es la nota dominante: Ansina es un dato borroso entre las noticias que llegaban desde Paraguay sobre el exilio de Artigas. El primer dato que tenemos aparece el 1º de julio de 1846 en el diario «El Constitucional» de Montevideo que dirigía Isidoro de María. El artículo estaba firmado por “Un Oriental”, pseudónimo tras el que presumiblemente se escondía José María Artigas, hijo del prócer, quien lo había visitado aquel año. El texto afirmaba:

La desgracia tiene, a pesar de todo, sus amigos leales e invariables; y ¡cuántas veces el hombre de más oscura condición, ofrece a los demás pruebas inequívocas de esa amistad sincera y consecuente cuyos vínculos no rompen ni disuelven los tiempos ni los infortunios! Así Artigas conserva a su lado a un anciano Lenzina que le acompaña desde su emigración y con quien comparte el pan de la hospitalidad como hermano.

En este relato se perfila la representación decimonónica de Ansina, si bien el nombre deja de tener importancia (pasa de Lenzina a Ansina), aparecen ya asociados “el hombre de más oscura condición” con la lealtad invariable, un vínculo imposible de romper entre el héroe y su asistente. Este será uno de los rasgos estructurales del relato sobre Ansina que el Estado uruguayo ha reproducido en el imaginario nacional, agregando y quitando elementos en diferentes momentos. Tengo la impresión de que esta representación sigue teniendo éxito en el fantaseo nacionalista de hoy, más allá de los intentos de romper con ella iniciados por la comunidad de afro–descendientes.

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Manuel Antonio Ledesma: el icono estatal

Ese mismo año (octubre de 1885) una delegación militar y diplomática –la misión Tajes– llega a Asunción para entregar al gobierno paraguayo los trofeos de la guerra de la Triple Alianza que recientemente había diezmado a ese país. Al parecer un anciano que había acompañado a Artigas se presentó en aquel acto, su nombre no era Martínez, ni Ansina, ni Lenzina sino Manuel Antonio Ledesma. ¿Quién es el fiel asistente de Artigas en el exilio? La cuestión no fue importante hasta que la preocupación por la repatriación de los restos del asistente, pedida por Bernárdez en 1891, se quiso llevar a cabo. ¿A quién debían ir a buscar?

Hubo diferentes emprendimientos para realizar esta tarea: en 1919 la Liga Patriótica de la Juventud le pide al entonces Ministro de Instrucción Pública, Rodolfo Mezzera, que inicie las gestiones para ubicar los restos del “fiel asistente de nuestro gran Artigas” en Paraguay. La Liga pretendía reparar una “deuda nacional” y cumplir con la voluntad del asistente Ansina. El ministro encargó a la Federación de Estudiantes paraguayos la investigación.

La iniciativa no prosperó hasta 1925, año en el que el diplomático uruguayo Agustín Carrón reabrió la causa creando el “Comité Ansina” en la localidad de Guarambaré, en la que había vivido Manuel Antonio Ledesma. La imagen borrosa de Ansina llegaba finalmente a concretarse y sus restos fueron identificados. Sin embargo, en 1926 el parlamento solicita asesoramiento al Instituto Histórico y Geográfico. El Dr. Ferreiro, en un largo y documentado alegato, publicado por el Instituto, desacreditó la tesis de que Ledesma fuera el famoso Ansina. El asunto volvió a su punto inicial.

El artífice final de la unión entre aquel hombre y el apodo de la figura mítica fue Mario Petillo, un inspector del Ejército que en 1936 volvió a plantear la repatriación. A través de una argumentación muy poco sólida, Petillo consiguió que los restos de Ledesma fueran traídos al Uruguay y fueran colocados en el Panteón Nacional. La nación podía estar ahora tranquila, Ansina descansaba, como había querido, junto al héroe. Petillo había iniciado la investigación en el Ejército con el pretexto de conmemorar el “Día del Soldado” y buscaba, en la relación Artigas/Ansina, la expresión de la relación de subordinación a que estaba sujeto el soldado.

Este proceso termina con el reconocimiento oficial de Manuel Antonio Ledesma como el sujeto tras el apodo de Ansina, y con la inauguración del monumento en setiembre de 1943.

Fuente: http://www.welcomeuruguay.com/fotosdemiviaje/foto_1191.html#tab1

Joaquín Lenzina: el símbolo de la historia contra oficial

El consenso respecto a Manuel Antonio Ledesma, sellado en el monumento, fue solo una cuestión de años, aunque tardó mucho en convertirse en cosa pública. En 1951 se publican dos gruesos volúmenes de poesía sobre Artigas a cargo de Daniel Hammerly Dupuy y su hijo. En la introducción a la colección se anuncia la publicación de los poemas de Joaquín Lenzina, el verdadero Ansina y una larga argumentación sobre la validez de este relato. Lo que más llama la atención es el relato que Hammerly Dupuy realiza sobre los textos recobrados de Ansina. Al parecer en un viaje a Paraguay realizado en 1928, el investigador se encontró con el anciano Juan León Benítez, fruto de las relaciones de Francisco Solano [López] con una mujer llamada Juana, criada de la familia. Este anciano vivió en Ybiray durante los últimos años de Artigas y era quien llevaba diarios, libros y postres al prócer.

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De todas formas la antología no tuvo mayor repercusión en los letrados uruguayos, a excepción de Ildefonso Pereda Valdés (1964), quien desacreditó las composiciones.

La revancha no ocurrió hasta 1996, cuando se publica Ansina me llaman y Ansina yo soy. En el libro, un colectivo de autores y Organizaciones Mundo Afro, separan los poemas de Ansina de la Antología y lo convierten en un libro individual. No se pronuncia una sola palabra respecto a la procedencia irregular de los textos, o sobre la dificultad para definir la identidad de quienes acompañaban a Artigas en el exilio. La nota dominante es más bien la contraria, la afirmación de la autoría de Joaquín Lenzina. El periodista Danilo Antón afirma:

A los señores eruditos les pido recuerden como fue en realidad la historia ­Don Joaquín Lenzina, negro, fue fundador de la literatura oriental y padre de la patria vieja. Guitarrero, arpista, poeta y payador políglota, gestor de ideas y aconteceres junto a Don José, Andresito y tantos otros en los tiempos de los orígenes. En vuestros próximos libros, traten de no olvidarlo nuevamente… (12).

Esta afirmación, lanzada como un reto a los a “eruditos”, representa la voluntad explícita del colectivo de desafiar la historia oficial y recolocar a Ansina en el Parnaso de los poetas de la patria. Esta operación política, basada en un caso problemático, intentó borrar con la publicación de los poemas de Hammerly cualquier duda al respecto. Unos años después Gonzálo Abella, integrante de aquel colectivo, publica Mitos, leyendas y tradiciones de la Banda Oriental (2001) encarando el problema de la falta de documentación. Abella sostiene que era un hecho común en Paraguay la pérdida de materiales y que la “honorabilidad” de Hammerly no podía ponerse en duda (66). El hecho es que los originales seguían sin ser encontrados y su existencia sigue siendo, al menos, dudosa.

Alejandro Gortázar

Lo que leyeron son algunos fragmentos de un artículo que publiqué en 2006: «Ansina: ¿un héroe en clave afro-uruguaya?» Los héroes fundadores. Perspectivas desde el siglo XXI. Carlos Demasi y Eduardo Piazza. Compiladores. Montevideo: CEIU/Red académica «Héroes de papel», 2006. 123-132. La versión completa está en este PDF. También pueden escuchar este audio de una entrevista que me hicieron en Océano FM (Montevideo, Uruguay).