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Jacinto Ventura de Molina nació el 15 de octubre de 1766 en la ciudad de Rio Grande (Rio Grande do Sul, Brasil). Fue el único hijo de Ventura y Juana de Sacramento, dos negros libres al servicio del militar español José Eusebio de Molina (1707-1782). Nació en esa ciudad, que había sido fundada en 1737 por el Brigadier portugués José da Silva Paes en el marco de las disputas entre España y Portugal sobre los límites imperiales, porque los españoles al mando de José Eusebio de Molina la ocuparon entre 1763 y 1776. Sus primeros años de vida estuvieron marcados por los movimientos de su tutor por Santa Teresa, Maldonado, Colonia del Sacramento, Montevideo y Buenos Aires. Desde muy niño Jacinto Ventura fue el protegido del español, quien hizo las veces de tutor, brindándole toda la educación y la instrucción militar que pudo por iniciativa propia o a través de personas de su entorno.

Con 16 años Jacinto Ventura se convierte en un hombre libre, fallecidos sus padres y su tutor. El 27 de julio de 1788 se casa con Rufina Campana, una afrodescendiente porteña que fallece en 1819. Dos años antes, con la ocupación luso-brasileña del territorio de la Banda Oriental, Molina retoma su actividad militar -abandonada por su fidelidad al rey y tras rechazar unirse al artiguismo en 1815- y se vincula al gobierno de Federico Lecor, Barón de la Laguna, y a su entorno en Montevideo. Es precisamente el Emperador de Brasil quien, según Molina, le otorga su título de Licenciado en Reales Derechos, el cual será reconocido por el Estado uruguayo en 1832. En 1827 la Hermandad de la Caridad, una asociación filantrópica de la elite montevideana, le solicita que escriba las Glorias de la Caridad de Montevideo que Molina redacta durante su convalecencia en el Hospital de la Caridad entre 1827 y 1830. Al reconocer su título el Estado uruguayo lo nombra “defensor de negros” y en ese marco defiende a la Sociedad de Negros Congos de Gunga en 1834, entre otras acciones legales que llevó adelante hasta su muerte en Montevideo en 1841.

I

La sala de materiales especiales de la Biblioteca Nacional de Montevideo (Biblomuseo Arturo Scarone) y no el Archivo Literario, aloja desde los años noventa del siglo XX una colección con el nombre de Jacinto Ventura de Molina. La colección está compuesta por: a) una ilustración sin fechar de Manuel Besnes e Irigoyen; b) un impreso fechado en 1834 firmado por Molina y otros integrantes de la Sociedad de Negros Congos de Gunga; y c) tres gruesos volúmenes de manuscritos (unos mil folios) encuadernados y cosidos (se desconoce si esta encuadernación la hizo el propio Molina o los sucesivos coleccionistas que tuvieron en su poder el archivo). No tengo datos sobre la historia del dibujo de Besnes e Irigoyen, ni de cómo llegó a la Biblioteca Nacional. Tampoco sobre el impreso, que es conocido porque Ildefonso Pereda Valdés lo transcribió y publicó en 1941. En cambio, sobre la historia de los manuscritos hay más información.

El único impreso de la colección está encuadernado y en su contratapa algún funcionario de la Biblioteca Nacional o alguno de los coleccionistas que tuvieron el archivo, anotó a lápiz que se trataba de un “rarísimo impreso” que atribuye a la Imprenta de la Caridad y que no aparece en las bibliografías de impresos, el anónimo menciona las de Dardo Estrada (1912) y Horacio Arredondo (1929). También describe el resto de los materiales (el grabado y los manuscritos) e indica que proceden de la Ex-Colección Daniel García Acevedo. La información disponible en los manuscritos no abunda aunque en la primera página de uno de los tomos se encuentra una descripción hecha por Joaquín de la Sagra y Periz, uno de los protectores de Molina hacia 1830, que hace referencia irónicamente a la cantidad infinita de textos. En el mismo folio se encuentra la siguiente frase: “Esta nota es de puño y letra del Señor Joaquín / Sagra y Piriz. de quien se adquirió esta obra / M Ferreira.”. Hay aquí entonces una primera hipótesis de trabajo sobre la historia de la colección: luego de la muerte de Molina pasó a manos de uno de sus promotores o mecenas, Joaquín de Sagra y Périz, luego este (o sus familiares) la vendió a alguien llamado M. Ferreira y finalmente este último pudo hacer lo mismo con Daniel García Acevedo.

No obstante Ferreira no adquirió todo lo que Sagra tenía, una parte mínima de sus escritos y otro impreso se encuentran en el Archivo General de la Nación (AGN) en Montevideo, dentro de la colección de papeles de Joaquín de Sagra y Périz, pertenecientes al Ex Archivo y Museo Histórico Nacional. Salvo esta carpeta en el Archivo General de la Nación, el grueso de manuscritos de Molina, que pertenecía teóricamente a Daniel García Acevedo, fallecido en 1946, llegaron a manos de un rematador en Montevideo en los años noventa. Según Acree y Borucki, Alberto Britos Serrat tuvo un “papel crucial” en la compra de los manuscritos por parte de la Biblioteca Nacional (2008: 8). En algún momento entre 1994 y 1996, según el relato del historiador y militante afrodescendiente Oscar Montaño, junto con Alberto Britos Serrat, otro intelectual y militante, ambos supieron que los manuscritos serían rematados en Remates Corbo:

Con Alberto Britos Serrat decidimos tomar cartas en el asunto del remate. Nos parecía escandaloso que un material invaluable y desconocido para casi toda la población fuera a rematarse. Decíamos que lo más probable es que terminase en manos privadas que limitaran el acceso al material o que lo comprase un coleccionista extranjero. De inmediato nos dividimos las tareas: Alberto tenía conocimiento del rematador y su función fue interiorizarse de los pormenores y tratar de alargar los plazos. Mi papel fue hablar con García Viera [Director en ese entonces del Archivo General de la Nación] y ponerlo al tanto de la importancia que ese material debía tener para el colectivo afrouruguayo. Él lo entendió de inmediato y se comprometió a realizar todos los contactos posibles. Era el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti, el Ministro de Cultura era Samuel Lichtensztein. García Viera realmente estaba interesado en que los manuscritos pasaran a la órbita oficial. Además García Viera era del Partido Colorado. Con Alberto Britos deducíamos que si alguien podía actuar con efectividad era justamente él.

Britos Serrat con la ayuda de Montaño convencieron a los jerarcas del Partido Colorado de entonces y los manuscritos, por razones que Montaño desconoce, llegaron a la Biblioteca Nacional y fueron destinados a la sala de materiales especiales “Biblomuseo Arturo Scarone”.

II

Al dorso de un poema manuscrito de Jacinto Ventura de Molina alguien escribió, posiblemente Sagra y Périz hacia 1835, que el “tío” Molina era “un moreno que se decía Doctor en Leyes y que todos los antiguos le hacían creer que lo era” (Gortázar, 2008: 144-145. Nota 149). Más allá del tratamiento familiar que implica la expresión “tío”, este breve pasaje deja a la posteridad una interpretación que le da sentido al escaso interés que su obra manuscrita suscitó entre la elite letrada: la idea de que se trataba de un loco que “se creía” abogado y todos se lo hacían creer. Una representación similar, que se puede leer explícitamente en el texto que acompaña la litografía de Besnes -escrito tal vez por el propio pintor en el que lo describe como un “Escritor original e infatigable sobre toda materia, en prosa y verso”-, proporciona datos sobre su vida como la fecha y el lugar de nacimiento, su casamiento con María Rufina Campana del cual “No queda prole; mas los abortos de su fecundo ingenio, aunque inimitables, dejan fundado un nuevo género de literatura que ya lleva su nombre, y lo hace tan famoso, o más, que Dulcinea hizo al Toboso”. El texto de Besnes pone en circulación la ironía, la burla directa sobre los “abortos de su fecundo ingenio” que versaban sobre muy diversos temas, y que fundan un “nuevo género de literatura”. Finalmente la cita al Quijote al comparar a Rufina con Dulcinea sugiere la locura de Molina. La posible lectura de sus contemporáneos en tono de burla, señalándolo como un loco, se consolidó en la ciudad letrada con un texto de Isidoro de María publicado en una de sus obras más difundidas -Montevideo antiguo- en el que recuerda anécdotas del pasado colonial montevideano. Allí De María incluye un relato sobre Molina junto al de otro hombre -Pepe Onza-, descritos como personajes graciosos a los que los “muchachos callejeros” seguían y molestaban (240).

La primera aparición de un texto de Molina tomado en serio, en este caso como fuente, se produce en 1941, cuando Ildefonso Pereda Valdés incluye la transcripción del impreso sobre los Congos de Gunga en el anexo documental (Documento N° 59) de su Negros esclavos y negros libres. Esquema de una sociedad esclavista y aporte del negro en nuestra formación nacional (1941: 157-160) comentándolo brevemente y sin explicar cómo lo conocía o lo había leído (1965: 96). En 1968 Carlos Rama cita (mal) el documento sin aclarar el origen de su fuente (Pereda) para ejemplificar el progreso de la conciencia de sus derechos de los afro-uruguayos, su nivel cultural y el cambio de la “tradicional autoimagen de su condición social” (65). Para Rama, Molina personifica “el ascenso social y cultural de los afro-uruguayos” (66). Estos dos autores parecen abrir una nueva interpretación, más positiva, de Jacinto Ventura de Molina y de su rol en la sociedad montevideana. Fundamentalmente Rama, porque Ildefonso Pereda Valdés había publicado en 1965 una reedición ampliada de su libro de 1941 y agregó un capítulo central para la crítica literaria de los escritores afrodescendientes “Desarrollo intelectual del negro uruguayo”. En ese artículo su relato sobre los intelectuales negros no inicia con Jacinto Ventura de Molina sino con los periodistas que fundaron el semanario La Conservación en 1872 (1965: 206).

Después de Pereda y Rama nadie hizo referencia a ninguna otra documentación ni mención alguna a Jacinto Ventura de Molina hasta que Alberto Britos Serrat compiló la Antología de poetas negros uruguayos (1990) en cuya introducción menciona a Jacinto Ventura de Molina como un “licenciado negro en derecho” (8) y en una nota a pie afirma lo siguiente: “(…) dejó tres obras manuscritas inéditas. Una sobre filosofía, otra sobre derecho y la tercera sobre literatura según me ha informado don Manuel Villa, director de la revista “Bahía”. Esos manuscritos se conservaron en manos de una familia conocida de Montevideo, quien la habría vendido a un coleccionista” (12). Luego describe el impreso utilizado por Pereda Valdés sin mencionar la fuente. En 1990 Britos aporta un dato central: hay tres tomos de manuscritos e incluso menciona un posible orden. Quiere decir que además de Britos, Manuel Villa había tenido acceso a ellos o al menos alguien le había dicho cómo estaban ordenados.

En 1997 Gustavo Goldman publica un trabajo sobre la fiesta católica de los Reyes Magos en el barrio Sur. Los manuscritos de Molina eran un elemento central para estudiar los antecedentes de esta fiesta en el siglo XIX. Goldman califica a los manuscritos de “complejos” para obtener por ejemplo datos de fechas precisas (2003: 47), cita un documento de Sagra y Périz que está entre los manuscritos de Molina en el que enumera las sociedades con sus reyes y reinas (51), el impreso publicado por Pereda Valdés (74) y una curiosa cita a Molina en la prensa de 1877 (84). También en 1997 Oscar Montaño analiza los papeles de Molina y recupera, entre otros documentos, uno que hace referencia al grupo carabarí, “una extraña nación africana de la cual no teníamos datos de su existencia en estos lares” (1997: 67). Finalmente en 2006 el militante e investigador afrodescendiente Romero Jorge Rodríguez incluye un breve capítulo sobre Molina en su Mbundo malungo a mundele (2006: 50) en el que en su afán de introducirlo en su relato sobre el colectivo en las salas de nación, reduce el caso de Molina a su actuación frente a los Congos de Gunga, comete un error en un dato sobre la rebelión de 1833 (dice que fue en 1803) y afirma que “buena parte de sus manuscritos hacen referencia a esa defensa y brindan a su vez, documentación medular sobre la mencionada revuelta, y de los pueblos venidos a estas tierras en general” (51). En definitiva con los tres tomos de manuscritos ya en la Biblioteca Nacional, los investigadores daban cuenta de la dificultad en el tratamiento de los mismos y comenzaban a citar algunos documentos, superando el aporte inicial de Pereda Valdés.

En la historia posterior arranca mi participación. En 2007 la editorial Trilce me publicó un ensayo de interpretación y luego la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República publicó una antología de manuscritos que elaboré junto a un equipo de investigadores (Adriana Pitetta y Juan Manuel Barrios) en 2008. Al mismo tiempo los investigadores William Acree y Alex Borucki publicaron otra antología de textos (2008). Los cinco hemos intentado dar claves de interpretación y un mayor apoyo documental a nuestras hipótesis. Aún así en estos últimos años no hemos podido resistir la tentación editorial, que podríamos calificar como antifoucaultiana, de hacer un “autor” y construirle una “obra”. En mi caso cumplí parcialmente con el objetivo de situar su caso en el contexto de la bibliografía sobre el siglo XIX uruguayo, fundamentalmente la primera mitad, que en las últimas dos décadas ha recibido especial atención de los investigadores en literatura uruguaya.

En el portal Colibrí de la Universidad de la República podrán encontrar la antología de manuscritos de Jacinto Ventura de Molina que publicamos en 2008 en versión PDF. Mi texto de la tesis de doctorado sobre Jacinto Ventura de Molina está disponible en el Repositorio institucional de la Universidad de la Plata en formato PDF.

Un comentario sobre “¿Quién fue Jacinto Ventura de Molina?

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