Gran novedad gran: la crítica literaria aparece en las páginas de espectáculos. El ex-político colorado, panelista de Esta boca es mía, comediante, agitador en YouTube, Washington Abdala ha conseguido algo que ningún profesor de literatura o licenciado en letras ha logrado en décadas: que la crítica literaria sea discutida por personas que no pertenecen al mundo de la crítica literaria ni al campo literario en general. Hace poco escribí sobre las interpretaciones que hizo Amodio Pérez sobre una novela de Hugo Fontana. En ese caso su crítica, y lo que el crítico representaba como persona pública, desbordaba ampliamente los límites del mundillo letrado o los de la farándula.

Pero lo que ocurrió con la reseña de Es el botox que el alma pronuncia, libro recientemente publicado por Abdala, es muy distinto. El día jueves 3 de octubre el semanario Búsqueda publicó una reseña del libro a cargo de la periodista Laura Gandolfo. Ese mismo día o en los días siguientes, qué más da, Abdala le respondió a Gandolfo a través de Facebook y con una nota ocurrente pero grosera, por decir algo, que tituló “Dos formas de mandar a la mierda a Laura Gandolfo”. A priori el resultado de este encuentro entre dos mundos no puede ser bueno: la proto-farándula uruguaya, sección nacional del “mundo del espectáculo” rioplatense, no está interesada en los vericuetos de la crítica literaria y viceversa.

La reseña de Gandolfo es un texto breve. Seis párrafos ocupados, en su mayoría, por citas del libro. Por razones de espacio no es posible hacer grandes reflexiones ni pedirselas a Gandolfo. Sin embargo, la crítica se las arregla para situar al lector en la figura pública que es Abdala y en el producto que está comentando. En la descripción de la figura pública, que ocupa el primer párrafo, Gandolfo es irónica en los signos de exclamación en “abogado (¡y doctor en Diplomacia!)” y en nombrarlo como “el comediante”, tono que viene estructurado por el titular “El payaso maníaco”. Reconozco que el titular tiene su encanto, un payaso maníaco sería una especie de Guasón.

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Incluso en el segundo párrafo la crítica sitúa el libro en un discurso más general, los productos humorísticos que Abdala cuelga en YouTube, y le da el espacio para opinar sobre ellos: “un tono de voz monocorde y de dudoso histrionismo”. En los siguientes cuatro párrafos Gandolfo reseña el libro. En el tercer párrafo lo define en términos generales: “una colcha de retazos con textos más o menos breves, que se ubican entre el humor, la observación social y la crónica informativa e histórica con pinceladas de opinión mechada”, detecta el tema principal: “la identidad uruguaya en sus aspectos más negativos” y cita tres ejemplos.

En el cuarto párrafo Gandolfo rescata una cita que “condensa” el libro. En el quinto, muestra qué cosas son la identidad uruguaya para Abdala: la lentitud, la envidia al vecino, la garra charrúa, la viveza criolla, el garroneo. La reseña cierra con un sexto párrafo en el que menciona un aspecto peculiar del libro -la cantidad de citas de escritores uruguayos- para señalar que Abdala es un “buen lector”. En el tono irónico de la nota es difícil leer esto como un halago. Y finalmente la crítica:

Aunque puede resultar ingenioso por momentos, a los textos de El botox que el alma pronuncia cuesta encontrarles una coherencia interna. Y en varios momentos se lee también la intención política: “Sueño como soñó el viejo Artigas, con cabeza grande. Por eso lo amamos tanto al viejo, porque nos soñó en algo gigante, en algo con proyección, no en una cueva chiquita, haciendo el aguante y hablando mal de todo el mundo”

Hasta aquí el texto de Laura Gandolfo. La respuesta de Abdala en Facebook ya descoloca un poco. Es en una red social. Se salió de la ciudad letrada. Mal ahí. No tiren piedras. Ni siquiera es una “carta del lector” o un “derecho a replica”. Es, directamente, un insulto. Los escritores hacen muchas cosas cuando no les gusta una reseña: llaman a las redacciones de los diarios, sugieren despidos o censuras, se calientan en la casa, se olvidan o escriben textos de respuesta. De las dos formas del insulto que eligió Abdala voy a elegir la primera, la “respuesta diplomática protocolar”. La segunda, la “respuesta posmoderna”, no me interesa. No aporta nada y es repugnante.

En el primer párrafo Abdala entiende que “es obvio que nadie puede gustarle a todos, menos aún una voz poco complaciente como la mía en la actualidad”. Este es el tono general del debate que inició públicamente, tomando la reseña como un ataque personal y centrando la casi totalidad de sus argumentos en sí mismo. El segundo párrafo es prueba de ello: “De cualquier forma el tiempo dedicado y la visión confrontacional hacia mi pensamiento relevan que algo le importo a la referida critica, de lo contrario no sacaría sus armas para procurar desangrarme de manera obvia como lo pretende”.

En el tercer párrafo Abdala le dice a Gandolfo que no captó “el sentido de una escritura en clave de caricatura”, atribuyendo esta desatención a la “ignorancia” o la “falta de cultura” de la periodista. Otra vez se auto-define: “mis miradas son eso: caricaturas de la realidad, tirones del pantalón, alaridos para molestar y procurar hacer pensar. Juego a que tengo respuestas pero en realidad lo que planteo son interrogantes.” y luego descalifica a la periodista: “Cualquier estudiante de periodismo de primer año lo habría advertido (Como me hubiera reído con mi amigo Escanlar de todo esto)”. Si quieren saber algo sobre Escanlar, lean este texto de Jorge Fierro.

Acto seguido (quinto) Abdala comenta las “calificaciones psicológicas” de Gandolfo: “No sabía que estaba permitido diagnosticar sin conocer a la persona y menos aún publicar perfiles en los diarios al respecto. Y menos aún ser despreciativo. Cualquiera que lea la nota advertirá el mal talante de la autora para conmigo”. Abdala detecta la ironía e incluso se siente tocado en lo personal (otra vez), como sabremos luego, por el titular “payaso maníaco”. He aquí el diagnóstico que Abdala señala en la cita.

En el sexto párrafo el escritor detecta la presencia de la deconstrucción derridiana en la forma en que Gandolfo selecciona los pasajes “con la intención de menoscabar”. Y cierra irónicamente: “Jacques Derrida elemental. (Lo conocí cuando vino a Uruguay, un genio)”. No voy a detenerme en este pasaje, aunque debería. Solo quiero decir que cosas como estas pasan cuando se cruzan el mundo del espectáculo y la ciudad letrada.

El texto termina con los siguientes dos párrafos:

El libelo entonces resulta raro, muy referido a todo lo malo que advierte la critica de mi personalidad, a mis videos (¿qué tienen que ver con el libro?), a mis supuestas intenciones, en fin, toda una serie de prejuicios poco dignos de alguien que por profesión –ambas, periodista y psicóloga- no debería tener esos encares dogmáticos y clasutrofóbicos. Un libro se analiza por su contenido.Todo lo otro es falta de rigor metodológico. Una pena.

El que escribe así de manera tan burda se devalúa al pretender friccionar al otro desde un pináculo menor. Una lástima y mucha mala fe.

Abdala vuelve a situar la cuestión en su “personalidad”, cuestiona a Gandolfo en su oficio (otra vez) e incluso señala una aparente inconsistencia en la inclusión de sus vídeos como parte del análisis. Hay por supuesto una concepción de lo “literario” como un discurso que está por fuera de otros productos culturales -YouTube en este caso- y hay, principalmente, un escritor ofendido por la reseña de su libro.

Luego de este “debate” salieron algunas notas. Una en tvshow (la farándula según El País), por ejemplo, sobre un comunicado de la Red de mujeres periodistas del Uruguay repudiando la actitud del escritor, que motivó la respuesta casi inmediata de Abdala en el mismo medio. El escándalo rindió.

Sin embargo nos perdimos en los asuntos de la farándula y el género. Se discutió poco o nada la acusación de Abdala -sobre la falta de “rigor metodológico”- que es en rigor falsa. La reseña de Gandolfo es “de manual”, sigue las reglas básicas para dar cuenta de una novedad del mercado editorial en el espacio cada vez más reducido que los diarios dedican a la crítica de libros. Más allá del yoyoyoísmo de Abdala, está el asunto del tono irónico y el aparente “insulto” del titular, que remiten a las consecuencias de la práctica de la crítica literaria: a una dimensión dialógica con los lectores y los autores, y a una dimensión ética. Pero nada de esto importa porque los profundos y serios asuntos de la crítica literaria son intrusos en el mundo del espectáculo.

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