
En 2011 el Centro Universitario Rivera me invitó a participar de un evento bajo el título “Jornadas de Análisis y Reflexión de Rivera y la Región en el Bicentenario”. Los organizadores enviaron una pauta elaborada por el Profesor Daniel Coira que tomé como referencia para elaborar el texto que sigue. La mesa a la que estaba invitado rodaba sobre los desafíos culturales en el contexto del Bicentenario.
Las políticas culturales en el Bicentenario
Estimado Profesor Daniel Coira, en primer lugar quiero transmitir mi agradecimiento y, a través de su persona, al Centro Universitario de Rivera por la invitación y también por la provocación o el desafío que han lanzado desde aquí para pensar las políticas públicas en cultura en el marco del Bicentenario. Dicho esto quiero advertirles que no voy a aprovechar el Bicentenario para hablar del pasado, sobre el pasado habrá y hay disputas interesantes desde el punto de vista académico (también político, cultural, ideológico) que son fundamentales para un pensamiento crítico, que es lo que siempre voy a esperar de la Universidad de la República. Y aunque voy a transitar por el pasado y por los modos hegemónicos de representarnos la sociedad uruguaya, considero que este Bicentenario es una excelente oportunidad para pensar en el futuro además de hacer balances. Y creo que las más de 10 preguntas que nos dirige el Profesor Coira apuntan precisamente a esos desafíos futuros, al menos la mayoría de ellas. Y sobre eso quiero centrarme en esta intervención.
Apuntes sobre el concepto de cultura
Pero antes una breve consideración sobre el concepto de cultura, en su versión amplia, en su sentido antropológico. En muchos países latinoamericanos y en los distintos espacios regionales (Mercosur, Unasur, Espacio iberoamericano) se hace referencia a una “noción amplia de cultura” y se agrega “en un sentido antropológico”. Creo que esto da lugar a equívocos múltiples que contribuyen poco a un debate crítico sobre la cultura. Así se hace referencia a un concepto de cultura elaborado por Edward Tylor hacia fines del siglo XIX que define una cultura o civilización como un “todo complejo” que reúne conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y “cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el hombre” en sociedad (29). Si bien esta definición es todavía útil, en la medida en que hace referencia a la adquisición de la cultura en sociedad y de algún modo supone que sociedad y cultura están profundamente imbricadas, es una definición producida en 1871, en una disciplina como la antropología que a fines del siglo XIX y durante una parte del siglo XX fue parte del proceso colonizador e imperialista de países como Inglaterra o Francia.
Desde 1871 hasta hoy ha pasado mucha agua bajo el puente en la antropología como para seguir usando esta definición. Los antropológos no se ponen de acuerdo sobre la utilidad o no del concepto de cultura. Otros sin embargo, a falta de uno mejor, optan por seguir utilizando el concepto en un sentido diferente al utilizado por Tylor en el siglo XIX. Porque cuando se hablaba de una cultura se pensaba en algo que era homogéneo en un determinado territorio, un conjunto de características que toda una sociedad compartía. En las últimas décadas se sumó a este concepto el de identidad, quienes tiene una identidad (étnica, política, edad) comparten una cultura. La antropología está desde hace ya un tiempo cuestionando todos estos problemas, buscando un concepto de cultura que explique mejor determinados procesos sociales.
Así el antropólogo Alejandro Grimson en un libro que acaba de publicar en Buenos Aires afirma que para contrarrestar estas definiciones de cultura es necesario pensar la cultura como un espacio social en el que hay que tomar en cuenta la heterogeneidad, la conflictividad, la desigualdad, la historicidad y el poder. Sin estas dimensiones la cultura seguirá pareciendo desde mi perspectiva el espacio del consenso, el disfrute, el ocio, el lujo o las bellas artes. La cultura es un derecho, un derecho humano tan imprescindible como la vivienda o el trabajo, y como tal es constitutiva en todo proceso social y político. Y en este marco el rol del Estado es garantizar este derecho y no atender solamente a los reclamos del sector artístico o producir eventos. Si cuando decimos que entendemos la cultura en un sentido amplio hablamos de este espacio que puede tener un potencial emancipador pero también puede implicar desigualdad y exclusión, entonces nos entendemos, de lo contrario estamos haciendo uso de un concepto anacrónico cuyas implicancias ideológicas son muy fuertes.
El otro problema que asoma en las políticas culturales, como también plantea Grimson, es asimilarla a la identidad. La cultura de un grupo social, de un Estado-nación, de una etnia no es homogénea como las definiciones de la antropología clásica suponían. Al considerar la hetereogeneidad como un componente de una configuración cultural histórica como la uruguaya desaparece la posibilidad de plantear una identidad y una cultura homogénea, como a veces se piensa desde Montevideo. Decir esto en la frontera no es un gesto demagógico sino el reconocimiento de que en la frontera se han generado lógicas y culturas con sus especificidades. Pero desde mi perspectiva así como es malo definir un Uruguay culturalmente homogéneo también lo es la idea de una cultura de frontera. Existe en la frontera una enorme diversidad cultural que debe ser reconocida y se deben generar las condiciones para que puede producir, existir y proyectarse al futuro. Hay aquí un gran desafío para los próximos años tanto para la frontera como para los ciudadanos uruguayos.
Las fronteras
En determinado momento histórico -entre el siglo XVIII y XIX- surgió la forma Estado-nación. En nuestros países esos procesos se montaron sobre un proceso de conquista y colonización que buscó imponer el cristianismo y la cultura letrada, mezclándose con los procesos que los pueblos originarios estaban desarrollando en este territorio. La colonización tardía del Río de la Plata hace que no seamos un centro colonial como México o Perú en el ámbito hispanoamericano o Brasil en el ámbito lusitano, con siglos de historia cultural e instituciones imperiales. Uruguay aparece en este contexto como una zona fronteriza, objeto de la disputa entre el imperio español y el imperio portugués, marcado por dos fundaciones: la portuguesa de Colonia del Sacramento en 1680 y la española Montevideo entre 1724 y 1730.
Nuestro Estado-nación ha nacido en medio de estas disputas imperiales por todo el territorio pero especialmente por el puerto de Montevideo (a las que hay que sumar a Inglaterra) y luego en medio de dos grandes estados-nación como Argentina y Brasil con los que tenemos una historia compartida que incluye muchos puntos de coincidencia y muchos puntos de disputa en algunos casos traumáticos, como la guerra contra Paraguay. La historia cultural del Río de la Plata es una historia que en su larga duración es compartida con Buenos Aires, así como en el litoral las historias regionales deberán atender a la relación con las provincias argentinas del otro lado del río y así como la frontera con Brasil también tiene historias compartidas. Reitero historias compartidas que incluyen el consenso y el conflicto. El Estado-nación uruguayo durante fines del siglo XIX y XX fue consolidando una “identidad nacional” homogénea racialmente, europea y centralizada en la capital-puerto.
Una de las preguntas dirigidas a los ponentes por el Profesor Coira es: ¿cómo entiende que las localidades y las regiones internas del Estado uruguayo han venido experimentando esta construcción nacional de lo uruguayo? No me animo a responder cabalmente esta pregunta aunque creo que es necesario explicitar que personalmente siempre experimenté esa construcción nacional de “lo uruguayo” desde Montevideo. Más allá de este dato creo que las formas de identificación nacional con “lo uruguayo” son múltiples y dependen de muchas variables tales como la etnia, la edad, el género, el lugar de nacimiento y/o el lugar de residencia. Las experiencias de lo nacional en un lugar como la frontera pueden ser muy distintas a las que sienten los montevideanos, y a su vez un joven o una mujer (en la frontera o en la capital) no se identifican igual con “lo uruguayo”. Lo que sí quiero señalar es que si apostamos a desarrollar las expresiones artístico-culturales en el marco de la democracia y los derechos humanos (enfatizando en los derechos culturales) eso es incompatible con promover y reproducir una idea cerrada de “lo uruguayo” o una “identidad uruguaya”.
Desde la Dirección Nacional de Cultura (DNC) estamos trabajando en desconcentrar el equipamiento y las infraestructuras culturales de Montevideo y el área Metropolitana, estamos ayudando a consolidar procesos locales mediante un paquete de medidas: las usinas y fábricas de cultura dispersas en todo el territorio, los fondos regionales en los Fondos Concursables, el Fondo para infraestructuras culturales, la coordinación con Centros MEC y actividades como el apoyo a fiestas tradicionales, los Museos en la noche o Boliches en Agosto que progresivamente van comprometiendo a más actores en todo el territorio. A su vez estamos promoviendo una regionalización cultural del Uruguay, que se cruza con propuestas de regionalización de la OPP respecto a macro-unidades que pasan por las actividades productivas (como la cuenca lechera). La regionalización busca establecer canales que tengan en cuenta además de la división administrativa departamental, unidades más amplias con características comunes. En este marco el tercer nivel de gobierno, la creación de municipios tienden también a facilitar las relaciones entre unidades administrativas en zonas fronterizas como esta.
La globalización en la frontera
Otro elemento que ponía en juego el Profesor Coira era la “transnacionalización”, los “monopolios de la comunicación” que han cambiado las relaciones sociales. Creo que se desprende de algunas de sus preguntas que estos fenómenos son amenazas. Es cierto que los medios de comunicación colonizan la vida privada, que existe una enorme industria del entretenimiento, que concentra televisión, radio, industria del disco, audiovisual que tiende a monopolizarse (o concentrase en un pequeño grupo de empresas) en este proceso de mundialización. Pero hay que reconocer también que este proceso contemporáneo no es necesariamente una amenaza, o mejor, que además de ser una amenaza es una oportunidad.
La experiencia histórica acumulada en Latinoamérica ante las sucesivas oleadas modernizadoras (que tambíen traían consigo múltiples transformaciones tecnológicas) muestra que las culturas seleccionan los contenidos que viene de afuera y también las tradiciones locales, construyendo en ese proceso nuevas formas culturales. Entonces no se trata solamente de resistir los nuevos embates sino de hacer que estos procesos estimulen a los creadores locales, los pongan en diálogo con el mundo y permitan a los ciudadanos poner su cultura en el mundo. En el marco de la globalización aparece el fenómeno de las ciudades globales, como plantea Saskia Sassen, ciudades que aparecen como nodos de una red en la que se concentra el capital financiero, la innovación y también estas industrias culturales. Esos procesos se montan sobre otras dependencias que existen ya dentro de la región (Buenos Aires, San Pablo, México) y también se suma a los procesos de centralización de las capitales nacionales. Por lo tanto la frontera como región, diversa también en su interior, es interceptada por estos fenómenos a los que hay que estar atentos.
El Estado uruguayo está desarrollando múltiples estrategias para que estas grandes transformaciones puedan impactar lo más democráticamente posible en la sociedad uruguaya, que no incentiven brechas tecnológicas o analfabetismo digital. Los Centros Mec comenzaron atancando el problema de la alfabetización digital, pero también se encontraron con lógicas y necesidades locales que transformaron el proyecto, hoy son una red que abarca todo el territorio y a través de esa red el MEC viabiliza muchas de sus políticas. Lo mismo ocurre con las Usinas de Cultura que contribuyen a desconcentrar en Montevideo el equipamiento necesario para producir música y audiovisual (muy caro,o en muchos casos inaccesible desde el punto de vista geográfico), permiten que cualquier ciudadano acceda a ese equipamiento sin restricciones estéticas de ningún tipo y generan las condiciones para que ese ciudadano produzca cultura con la ayuda de las nuevas tecnologías.
Los desafíos para el futuro
El Profesor Coira se preguntaba cómo en el marco de esa cultura contemporánea se podían revertir los prejuicios y la discriminación. A su vez también preguntaba como construir desde una “identidad valiosa” una sociedad “con solidaridad [y] tolerancia”. Lo primero que diría es que es un imperativo ético preocuparme por los derechos de los demás, sentirse interpelado por los derechos de los demás, sentirse responsable de que esos derechos se ejerciten y sean garantizados. Lo segundo es sentir y pensar esto fuera de la idea de la “tolerancia”. Más que con tolerancia, con intenciones de comprender por qué las personas y los grupos tienen determinadas prácticas, que es necesario promover la idea de la cultura como un derecho, no cerrar una idea de identidad o una única interpretación de esa historia rica, incluir en ese relato a sectores, permitir que los grupos sociales puedan acceder a la producción cultural, aumentar las capacidades locales para generar las condiciones para que esas historias e identidades se reproduzcan y dialoguen con las nuevas formas culturales. La tolerancia aparece como una forma de entender al otro pero dejarlo “en su mundo” y yo en el mío, y sin molestarnos mutuamente. Sin embargo creo que apostaría a la interculturalidad, al diálogo intercultural, que no está exento de conflictos, relaciones tensas, pero que también abre la posibilidad de comprender, de ampliar el marco de nuestra comprensión del mundo, estar atentos a los fenómenos nuevos, dar lugar a la diversidad. Por ejemplo en los salones de clases de frontera en los que aparece el español, el portugués y sus mezclas (el famoso “portuñol” o portugués hablado en Uruguay o dialecto portugués-uruguayo). Tenemos allí un desafío importante de incorporar las referencias culturales de los niños y jóvenes al salón de clase.
También había una pregunta en el sentido del aporte que podía hacer la Universidad en estos procesos y particularmente el CUR. Y lo primero que habría que decir es que la producción de conocimiento sobre las diferentes regiones del país, no centrada en Montevideo, es un eje importante. Otro eje central es investigar los procesos de integración e incluir en nuestras investigaciones una perspectiva comparada para generar conocimiento sobre nuestos países vecinos. Es imprescindible que la Universidad desarrolle un pensamiento crítico e investigaciones rigurosas, que incorpore la participación de distintos grupos sociales en la construcción de agendas de investigación, que desarrolle una mayor flexibilidad para adaptarse a los desafíos y fundamentalmente que profundice el proceso ya iniciado en el territorio. La DNC ha impulsado una investigación sobre consumos culturales en la frontera y ya tenemos un informe elaborado por el Observatorio de Políticas Culturales que funciona en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Educación. Sería bueno que estos aspectos se estudiaran en el territorio, que se aprovechara la experiencia regional acumulada, que se profundizara en los lazos con las universidades brasileras. Hay mucho para hacer en este sentido, los desafíos son grandes, las dificultades también. Pero todo eso hace que el trabajo conjunto sea más estimulante.
Alejandro Gortázar