
El conventillo “Las Muchas Puertas” que yo conocí más de cerca, hace cincuenta años, cuando el centro estaba reducido a la ciudad vieja, se consideraba casi el fin del mundo, a tres cuadras de la Estación Pocitos, en Rivera y Obligado. Famoso por sus broncas, una de ellas había quedado perpetuada en la persona de El Carrerito, habitual del Almacén del Espejo -entonces un boliche ubicado una cuadra más allá, en Francisco Araúcho- donde tenían su parada los carreros de playa. Ese carnaval había un baile de portugueses y el hombre se propuso malograrlo, como era bastante común hacerlo para adquirir patente de guapo. Con tal fin concurrió armado de un palo con el que se puso a golpear en las piernas a los bailarines. La reacción fue rápida y los portugueses la emprendieron a baldosazos con el provocador. Por el resto de sus días El Carrerito tuvo que usar una placa de plata en el cráneo.
Con el hombre de “Muchas puertas” había otros inquilinatos, lo mismo que “Mediomundo”. El que sirvió de sede a los Lanceros Africanos estaba en el barrio Palermo.
Fue por 1903 o 4 que sucedió el acontecimiento: los Esclavos de Nyanza tienen dificultades para sacar la agrupación a la calle y resuelven no hacerlo. Muchos de sus hombres se van, pues, a los Lanceros, que en atención a los sucesos, piensan vestir el uniforme de los disidentes. Pero quieren llevar consigo al veterano cacique, Francisco Amato, que con su hermano Carlos, el Briga, y el negro Menelique y Antina, formaron la fuerza de choque en los anteriores carnavales. Francisquito aspira para sí el título de primero escobero que los Lanceros pretenden retener en El Pesao Fuentes, y entonces se dispone jugarlo “a la buena”. Amato es de físico menudo pero tiene la agilidad de un gato; el otro es grandote, duro y guapo. Se trenzan limpiamente. El Pesao hace tierra: gana Francisquito. Pero no se lo reconocen y sus antiguos compañeros vuelven al conventillo de La Facala -Isla de Flores entre Salto y Tacuarembó- dispuestos a resucitar a su vieja sociedad, cueste lo que cueste. En un par de semanas organizan sus filas; van a lucir sus ropas características: torerita blanca con ribetes rojos, pollerín colorado y bombachín a rayas blancas y celestes, que no se resignaron a ver en gente extraña, y los versos serán los mismos del año anterior, pero con este agregado:
“Dicen que los Nyanzas les sacan el traje: / eso lo veremos si tienen coraje. / ¡Viva Francisquito, primer escobero / que volteó al Pesao que es de los Lanceros!”
La gente de Muchas puertas, por su lado, llevaba la respuesta:
“Vivan los merengues y las mojigangas / no queremos gente de esa que se va; / somos los que somos, vamos los que vamos / y siempre seremos Lanceros Africanos”.
Como es de suponer, el encuentro era inevitable. Un día se avistan en Paraguay y San José. Los Nyanzas, precaviéndose, esconden los estandartes en un conventillo de Río Negro y Soriano. Se ha de saber que perder sus insignias era la humillación mayor que podían inflingirse a esas sociedades. Los Lanceros avanzan con las banderas desplegadas al viento, orgullosas. Fue el primer objetivo de los rivales, que se lanzan contra ellas y las toman, haciéndolas trizas. La batalla que siguió fue imponente; se hizo necesario el auxilio de soldados de línea para conjurarla. Así eran los choques entre los muchachos de antes: los Congos Humildes, del negro Suárez; Esclavos de Asia, de la ciudad vieja; Guerreros de las Selvas Africanas, Pobres Negros Cubanos.
Así eran los muchachos de antes: lonja en los pinos y lonja con los rivales. Sin embargo, sus canciones están impregnadas de humildad, de dolor, de lágimas:
“¡Uy qué atrevidos, qué pretensión! / Una mirada piden los negros; / ¡pedir amores a niñas blancas, / con cara negra como el carbón!”
Escriben los versos de los Nyanzas, José Paladino y Juan Ures; fueron casi siempre sus directores, Pedro Rodríguez, Peluquilla y José Casani, El Macaco, y contaban con el escobero de lujo Malamba Montes de Oca que, se decía, bailaba en el más puro estilo africano, en tanto el coro se exalta:
“Tenemos labios gruesos y grandes / casi tan grandes como un riñón / (….) / más si los blancos, con ser tan blancos / nos aventajan en corazón”.
Es de notar, sin embargo, que había muy pocas personas de color en los Nyanzas. Terminado el carnaval, con el producto de los premios se financiaban una fiesta en el Manga, a la que concurrían más de trescientos hombres en los carros del Corralón Municipal.
Los carnavales de entonces duraban no más de una semana. Parecen, pues, alusivos a lo que se llamaba “el entierro”, estos versos de los del Muchas puertas:
“Lloren, lloren los Lanceros / lloren, lloren, sin cesar, / lloren, lloren, lloren, lloren, / ¡lloren, lloren y a marchar! / ¿Qué dolor, qué pena negra / el tener que ir a enterrar / a un negro con alma buena!… / mi consuelo está en llorar”.
Llorar y marchar: es el espíritu del tamborilero eternamente ávido de caminos infinitos, empujado por la quejumbre de los bombos, Francisquito y El Pesao al frente como viejos caciques, y Juan Delgado y el Malamba tirando al aire sus escobiilas de colores, a refugiarse en el recuerdo junto con el conventillo que los vio nacer.
Julio Cesar Puppo (El Hachero)
Marcha (N.º 1194. 21 de febrero de 1964, p. 8)
Lopario
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Llegó el Renegau, qué lindo que le haya gustado esta crónica, abrazo
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A mí también me gustó en general y algunos detalles: a) «El Medio Mundo» del que vi salir las Llamadas en 1974, b) «El Espejo», boliche en Rivera y Araúcho que conocí allá por el 80 . c) Que con el producto de lo ganado en el carnaval hicieran una fiesta en Manga (si el Centro era la Ciudad Vieja, Manga era otro planeta) y que a ella se concurriese en los carros muicipales d) La impactante imagen de los labios de los negros «grandes como un riñón» Abrazo!
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Gracias Pancho, me alegro que te gustara y excelentes los detalles, como para conversar largo y tendido ¡abrazo!
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