Desde que Twitter se transformó en la red del odio, tengo una fijación especial con la gente que descarga su ira hacia aquellas películas “donde no pasa nada”. Hablan de películas sobrevaloradas, aburridas, lentas y se ironiza sobre una extraña concepción de la palabra “intelectualidad” por parte de un grupo invisible, al que estos twitteros críticos de cine disparan con mordaz e implacable intención. Me llaman la atención dos cosas. Lo primero es saber si realmente existen películas donde no pasa nada. Lo segundo, ¿por qué alguien podría molestarse tanto ante la supuesta nada en un filme? Sumo una tercera pregunta: ¿qué es una película donde no pasa nada?

Lamentando decepcionar a quienes concentren demasiada energía en despotricar contra la nada en el cine, debo decir que no existen las películas donde no pasa nada. Como alguna vez dijo Marcelo Bielsa mientras era DT de la selección chilena de fútbol, en una recordada frase que hoy se usa en todos los ámbitos posibles: “siempre pasa algo”. Y es verdad, aunque se diga lo contrario y se replique la mentira por todas partes, siempre pasa algo en las películas.

Ahora, desmitificando esta errada sentencia que se repite tanto en la actualidad, habría que responder una de las preguntas planteadas anteriormente. Una película donde no pasa nada, en este universo paralelo que tiene su cúspide en Twitter, sería una en donde la trama y las subtramas no se articulan a partir de grandes acontecimientos sino de cosas sencillas, mínimas, con acciones pequeñas, sin explosiones ni grandes aspavientos, lo que a veces (casi siempre, tal vez) puede ser una decisión estratégica de guion/dirección precisamente para evitar acontecimientos de alto impacto.

Sí, es intencional. Una búsqueda, un código, una obsesión, una creencia o cuestión de principios. Ejemplo: una historia de 90 minutos sobre un gran asalto a un banco es una película donde pasa algo. Al contrario, una historia donde un personaje está pensando en asaltar un banco, mientras tiene que cumplir con los quehaceres de su hogar como lavar la loza o cortar el pasto es una película donde no pasa nada. Entre ambas opciones hay, por supuesto, una serie de posibilidades, donde podría caber un sabroso hilo de Twitter en que se jugara a adivinar la forma en que cineastas como Kubrick, Scorsese o Agnès Varda resolverían la historia. Y eso sí sería algo un poco más agradable de leer en la red del odio.

Así llegamos al punto que me parece más interesante. ¿Por qué se genera tanta molestia y frustración ante películas que no quieren ir por la trama del asalto al banco? ¿Será que se sienten estafados o engañados? ¿Será que no le tienen paciencia a este tipo de propuestas? ¿Será que los espectadores se acostumbraron a los grandes acontecimientos y tienen una feroz intolerancia a las pequeñas acciones? Yo prefiero hacerme este tipo de preguntas y tratar de buscar una respuesta más compleja que esa idea de que la culpa es de las series actuales y los servicios de streaming, aunque la tentación de comenzar a creer en esto es bastante grande.

Para no seguir las lógicas de la prensa actual e insertar en este texto las capturas específicas del reporteo realizado, mejor me concentraré en algunos títulos que han recibido la acusación extrema. ¿La Ciénaga (2001), de Lucrecia Martel? No pasa nada. Mentira. Una familia a punto de explotar está en una casa grande y tenebrosa en la provincia de Salta y todo se va a caer a pedazos en algún momento; la atmósfera es de terror. ¿Paterson (2016), de Jim Jarmusch? No pasa nada. Mentira. Un conductor de autobús escribe poemas en la ciudad de Paterson y disfruta escuchando conversaciones ajenas que le inspiran en el día; en la noche pasea a su perro y va al bar del barrio a tomarse una cerveza. Lo envidio. ¿El Aura (2004), de Fabián Bielinsky? No pasa nada. Mentira. Un hombre, que es Ricardo Darín, diseca animales, sufre epilepsia y tiene una memoria tan pero tan privilegiada que tendrá la solapada tentación de meterse en problemas. ¿El discreto encanto de la burguesía (1972), de Luis Buñuel? No pasa nada. Mentira. Un grupo de burgueses comandados por Fernando Rey tendrá planes de cenar, en un restaurant o en casa, pero no podrán hacerlo. Uno de los intentos dará pie a una escena increíble, a propósito del cine como artificio y manipulación.

Tengo claro que en parte he hecho trampa, porque todos los títulos del párrafo anterior representan para mí lo mejor de distintas épocas del cine contemporáneo y son películas que siempre estoy recomendando. Sepan también que una de las razones para escribir esta columna fue la lectura de comentarios negativos que leí sobre estos filmes en Twitter y foros varios de cine, donde la razón principal era que no pasaba nada.

Yo sé que los gustos son libres, que no nos determinan y que todos somos espectadores diferentes. Pero también sé que la ofuscación ante lo diferente no puede ser siempre algo negativo. Nos podemos privar de muchas cosas si ante lo que es diferente respondemos con rechazo y con ironías facilonas que develen nuestro hastío. Y es que, en el peor de los casos, esa nada mentirosa que atribuyen muchos a algunas películas de distintos temas, formas y estilos, también podrían hacernos pasar un buen rato y, por qué no, emocionarnos.

Es solo cuestión de mejorar nuestra disposición. A mí me pasó con una serie de HBO, que no tiene mucha difusión ni aparece en los ránkings de las secciones culturales, pero me resultó profundamente conmovedora. Se llama Tremé (2010-2013), fue creada por David Simon (el hombre detrás de la reputada The Wire), junto Eric Overmyer y cuenta la historia de un barrio de músicos de la ciudad de Nueva Orleans, Tremé, que queda literalmente en el suelo después del huracán Katrina y buscará reconstruirse en todas sus formas, sobre todo en lo espiritual y lo musical. Se trata de una serie donde en apariencia no pasa nada, pero en la lenta reconstrucción de su cotidianeidad está pasando absolutamente todo.

Como se preguntó alguna vez el cineasta chileno Raúl Ruiz (quizás uno de los más vilipendiados a propósito de la nada en sus películas): “¿por qué, de repente, uno siente ganas de llorar cuando no hay nada más que un paisaje y un pájaro pasa volando?”.

Paciencia, siempre pasa algo.

Víctor Hugo Ortega C.