Mario Benedetti fue un escritor realista. Lo que resulta un poco más difícil es precisar en qué sentido lo fue. Porque su realismo es uno que tiene plena conciencia de que la representación de la realidad es un artefacto, que el lenguaje literario está ahí aunque quisiera convertirse en un vidrio transparente. Es un realismo sin fronteras o sin orillas, como decía el filósofo marxista Roger Garaudy en un libro que circuló por el Río de la Plata en los sesenta.»

«Balcón 2l» (2001). Fotografía de Philippe Ramette. Fuente: MNAV

Escribió Mercedes Rein en un ensayo sobre Benedetti: «El realismo sería más una intención estilística y una definición ideológica que una coincidencia con la famosa realidad». El de Benedetti es un tiempo de realismos que ya recibieron el impacto del cine, que absorbieron el flujo de la conciencia, la ruptura de la linealidad temporal, el montaje, la fragmentación. Esta articulación entre las innovaciones técnicas, la ideología y la representación de la realidad se resolvió de distintas formas en las obras de Benedetti. Parece necesario considerar, en cada momento de su trayectoria, las elecciones estéticas, los cambios en su perspectiva ideológica, las circunstancias de su biografía y la realidad social y política que quiso atrapar en sus textos. El cuento «El resto es selva» puede ser un buen ejemplo.

En 1974 Jorge Ruffinelli publica, en Buenos Aires, una entrevista a Benedetti en su libro Palabras en orden. Allí hay dos páginas que resultan reveladoras respecto a la percepción que Benedetti tenía de su obra en aquel momento y a su concepción estética y política. El diálogo comienza con una pregunta sobre los orígenes de una «reflexión explícita de lo nacional» que el crítico sitúa en el ensayo El país de la cola de paja (1960). La respuesta de Benedetti es que tanto en el ensayo como en la novela La tregua, publicada el mismo año, percibe «atisbos de preocupación política», y agrega: «De ninguna manera puede decirse que es una novela política ni revolucionaria. Creo que los personajes tienen una actitud progresista». En aquel entonces, recuerda el escritor, pensaba en que «debía tener» una posición política y estaba «lleno de dudas». Son las palabras de un Benedetti marcado por otro contexto: el de la militancia política revolucionaria, el de las búsquedas formales de El cumpleaños de Juan Ángel (1971), novela en versos dedicada a Raúl Sendic.

La pregunta siguiente de Ruffinelli apunta al viaje a Estados Unidos que realizó en 1959, a raíz del éxito de su obra teatral Ida y vuelta, estrenada en 1958. El viaje fue decisivo para que Benedetti se definiera como antimperialista, porque antes «tenía un antimperialismo casi infantil, limitado a tirar volantes en el Estadio Centenario». Recuerda el excelente teatro estadounidense, pero también la pobreza, la injusticia social y la «mentira de la democracia occidental». Y para ilustrar el punto Benedetti habla de la segregación racial y las luchas por los derechos civiles de las «comunidades negras». En ese momento introduce una anécdota sobre un profesor afroestadounidense que en Washington le dijo: «Cada vez que viene un latinoamericano me acribilla a preguntas y me he puesto a pensar a qué se debe esa preocupación. Y creo que encontré la respuesta: es que a ustedes los latinoamericanos el Departamento de Estado los trata también como a negros».

Según la visión del escritor, el viaje pesó en sus definiciones políticas posteriores y también en dos textos: el poema «Cumpleaños en Manhattan» (publicado en Poemas del hoyporhoy en 1961) y el cuento «El resto es selva», integrado a la segunda edición de Montevideanos (1959). Es interesante cómo se lo expresa a Ruffinelli: «No cambié nada de la realidad, es la única vez en que traslado textualmente la realidad al cuento». La afirmación de Benedetti coloca al cuento en una frontera poco nítida entre la ficción y la crónica periodística.

En el cuento, dividido en cuatro fragmentos, el narrador relata tres anécdotas. La primera incluye un encuentro en Nueva York con escritores y escritoras beatnik, que los lectores rioplatenses conocían a través de las traducciones de las novelas de Kerouac que realizaba la editorial Losada en Buenos Aires. Allí se reproduce la anécdota que Benedetti relató a Ruffinelli de la boca de un afroestadounidense llamado Eddie: «Ustedes los latinoamericanos siempre se interesan por el problema negro en los Estados Unidos y además simpatizan con nosotros. Yo me he preguntado por qué será. Y he llegado a la conclusión de que debe ser porque el Departamento de Estado a ustedes los trata como a negros». Farías pregunta por qué lo hacen y Eddie, con la «expresión tranquila de un hombre que ya está de vuelta del asombro», le contesta: «Se niegan a mirar. Eso es todo. Huyen». ¿De qué?, le pregunta Farías, y Eddie le contesta: «Llámele realidad, si quiere».

En la anécdota siguiente Farías tiene un encuentro con «las poetisas de Albuquerque», unas señoras blancas que le recitan sus poemas en un negocio de comida mexicana entre tequila y tequila. Farías se suelta con el alcohol y le pregunta a una de ellas por qué le gusta tanto el picante y la poesía. La poetisa aventura que son formas de evasión y Farías vuelve a preguntar: «¿Evadirse de qué?». Otra vez la respuesta es la misma: «De la realidad». La tercera es una reunión del personaje con tres latinoamericanos y una pareja estadounidense típica, que cocinan un asado, cuya única conexión con los del Cono Sur eran el fósforo y el hambre de los comensales, dice el narrador.

Ya de regreso, Farías pregunta por qué todos viven afuera de la ciudad de Washington. El esposo estadounidense, Harry, le responde: «¿Cómo quiere que los seres humanos vivamos en Washington si aquí hay nada menos que un 65 por ciento de negros?». Finalmente, el hombre detiene el auto en un semáforo y una familia afroestadounidense cruza la calle. «Los dos últimos negritos», dice el narrador, «señalaron a Harry y se rieron. Se rieron como siempre se ríen, con toda la boca, mostrando hasta la campanilla». El esposo estadounidense estalla y le recrimina a Farías gritando: «¡Y usted pregunta por qué no vivimos en Washington! ¡Fíjese, fíjese, esta es nuestra realidad! ¡Nuestra realidad!».

Esa risa carnavalesca de los más pequeños irrita a Harry, lo violenta, su golpe en el volante y los gritos son una demanda de recato, de subordinación, de negación del otro. La primera anécdota del cuento se desarrolla en un apartamento que está en un sótano, y el narrador se detiene a describir una ventana en la que «desfilan piernas». La realidad de Harry se ve a través del parabrisas, es como la realidad que veían los beatniks a través de una ventana de Nueva York o las poetisas de Albuquerque en un restorán de comida mexicana: fragmentos, encuadres, vistas parciales, de Estados Unidos y de América Latina. Al final del cuento le vemos nacer a Farías una conciencia antimperialista y no racista, pero también el intento de un escritor de trasladar la realidad a través de la ficción. Por eso resulta curioso lo que le dice a Ruffinelli en 1974, porque se podría afirmar que toda la prosa de Benedetti, incluso como periodista, está marcada por el intento de cazar en el texto ese material fugaz que llamamos realidad.


Texto publicado originalmente en Brecha el 11 de setiembre de 2020.