Aproximación a la obra de Armonía Etchepare/Somers

El 25 de setiembre de 1950 comenzó en Montevideo el Seminario Interamericano de Educación Primaria, organizado por Unesco, la OEA y el gobierno uruguayo. El evento terminó el 31 de octubre y reunió a menos de un centenar de personas, integrantes de delegaciones de las Américas y el Caribe, así como observadores de Francia y Gran Bretaña. Más o menos al mismo tiempo y también en Montevideo, apareció el segundo (y último) número de la revista Clima, dirigida por Raúl Artagaveytia y un equipo de redactores conformado por Homero Fariña, José Carlos Álvarez y Hans Platschek. Los dos hechos en la misma ciudad nutren dos tiempos: el del campo educativo, especialmente aquel polo más asociado al Estado y a la red de los organismos supranacionales; y el del campo artístico, con una revista que no tuvo editoriales con intenciones de manifiesto artístico, y que se sostuvo como es notorio en sus primeras páginas, por la publicidad de distintas empresas. Por ambos espacios y tiempos transita la misma persona con dos nombres: Armonía Etchepare de Henestrosa, maestra desde 1933 hasta 1972, como delegada al Seminario Interamericano en representación de la Biblioteca y Museo Pedagógico del Consejo Nacional de Educación Primaria; y Armonía Somers, la escritora del relato largo La mujer desnuda.

Desde entonces Etchepare/Somers fomentó el deslinde entre su trabajo como docente y documentalista en la Educación Primaria, y su producción literaria, como novelista y cuentista. La crítica y la investigación literarias respetaron y mantuvieron esa frontera, ocupándose poco y nada de cualquier vínculo entre su literatura y su labor docente. Por su parte, tampoco han aparecido investigaciones en el campo de la educación que calibren su aporte al Consejo de Educación Primaria o sus publicaciones relativas a la educación. Para una mujer, maestra, en los años cincuenta tenía mucho sentido mantener la frontera entre uno y otro rol dentro de una sociedad machista.

La crítica María Cristina Dalmagro, investigadora responsable del Archivo Armonía Somers en el Centre de Recherches Latino-Américaines-Archivos de la Universidad de Poitiers (Francia), analiza el uso del pseudónimo y las diferentes valoraciones que la autora hizo en distintas entrevistas. El uso del pseudónimo, según Dalmagro, responde a la intención de no dañar la imagen del magisterio como “trabajo femenino considerado ‘digno’ […] conforme a las concepciones patriarcales”, iniciado con la reforma vareliana a fines del siglo XIX y ya consolidado en el imaginario social durante el siglo XX. No es extraño que esta tensión entre dos mujeres (una pública y otra secreta) sea la que sostiene la novela La mujer desnuda. La protagonista, Rebeca Linke, cumple 30 años e imagina ese momento como un límite, pero no pasa nada. Viaja a su casa de campo y allí comienza a desdoblarse:

La única verdad concreta era siempre la llegada a la casa, la llegada de Rebeca Linke, junto con la mujer que vivía por fuera de ella, y de la que se sabe siempre casi todo. Aquella noche, antes de acostarse, como que Rebeca Linke era una mujer sobrellevando a la otra, a la de afuera, le cumplió a ésta todas las obligaciones de su desganado apareamiento.

La mujer que es dos, finalmente se decide y corta su cabeza. En ese “nuevo estado” la recoge y se recompone. Pero ya no era la misma: “Rebeca Linke ya no podía pensar con Rebeca Linke”. A partir de ese momento, desnuda, vaga por el campo y empieza su transformación. Primero la voz narrativa la llama “Eva”, remitiendo al mito bíblico, pero en seguida lo rechaza: “No quería, siendo mujer de su propia noche, volver a encontrarse en revisión de proceso después de tantos siglos” (p. 80). La mujer ingresa a la cama de una pareja de leñadores y le habla al hombre, que la confunde con su esposa Antonia, que duerme a su lado: “No, yo no tengo ese nombre pavoroso. Las hembras no deben llevar nombres que, volviéndoles una letra, sean de varón. Las hembras deben llevar nombres sin revés, como todos los míos –le dijo ella en el mismo cálido secreto”. Y luego dice: “Eva, Judith, Salomé, Semíramis, Magdala. Y un hombre que soñó con mi pie, que le excedía en siglos, me llamó Gradiva”. El leñador la desea, pero la mujer escapa.

Luego se encuentra con dos hombres mellizos en una carreta que huyen asustados y, a través de ellos, llega la noticia al pueblo:

La descripción de los mellizos había sido tal que la imagen de la mujer podía habitar todos los sueños. Era una mujer desnuda, totalmente desnuda, con voz dulce y pelo suelto, habían dicho y repetido ya miles de veces. No, no era una mujer ordinaria, respondían a otras preguntas.

La mujer desnuda se convierte en un mito, a tal punto que “estaba completamente asida” en las conciencias de todos los hombres, incluso del cura. Finalmente, la mujer desnuda es linchada por los habitantes de “la comarca”. La libertad de la mujer desnuda afecta la vida pueblerina y despierta la ira de hombres y mujeres. Es legítimo plantear una analogía con la libertad de la mujer-maestra, “de la que se sabe todo”, cuando, con el nombre de Armonía Somers, despliega sus relatos en un campo literario dominado por hombres algo pacatos. De hecho el relato se publica en una revista dedicada a las artes, un poco al margen de los canales con más prestigio de los escritores, un cierto margen que a Somers siempre le gustó ocupar. El escándalo de su primer relato aparecía como prefigurado en “La mujer desnuda” y la crítica masculina no defraudó pocos años después.

Si bien en la segunda mitad del siglo XX emergen mujeres escritoras, muchas de ellas “esposas de”, persistía una homosociabilidad excluyente en el campo literario que respondió violentamente a las primeras obras de Armonía Somers. En 1953, cuando publica su libro El derrumbamiento, tanto Emir Rodríguez Monegal en Marcha como Mario Benedetti en la revista Número, insisten en calificar su prosa como “no muy transparente” o “caótica y visceral”. El machismo se expresa con más claridad en la nota de Rodríguez Monegal, cuando señala la insistencia en “lo sexual” y el asco como defecto e indica que la narrativa de Louis-Ferdinand Céline y de Juan Carlos Onetti han mostrado “cómo resolver literariamente este problema”. Pero Rodríguez Monegal establece otra genealogía: Somers compartía con Felisberto Hernández cierto tratamiento “irresponsable” de la fantasía. Y afirmaba: “Ningún beneficio de autenticidad puede extraer de esta vecindad quien, según parece, apunta con tanto fervor a lo verdadero”. En su reseña de Nadie encendía las lámparas (1947) publicada en la revista Clinamen, el crítico había atacado a Hernández con conceptos similares: el tratamiento obsesivo de la sexualidad, la materialidad, el asco y una “fantasía irresponsable”. En el rechazo del crítico hay también una interesante hipótesis de lectura con base en cierta vecindad de la que todavía no se ha sacado el suficiente provecho.

Mantener la frontera cerrada entre Etchepare y Somers tenía sentido en un mundo de hombres. Pero para Dalmagro la separación tiene algo de táctica:

Ella conocía muy bien las reglas de juego y la conveniencia de mantener distanciadas ambas actividades y para resolver el conflicto entre las audacias de sus propuestas literarias e ideológicas transgresoras y su trabajo como educadora, apeló al seudónimo (sin destruir su carrera profesional y el salario necesario para su supervivencia).

A la luz de su trayectoria en la Educación Primaria como maestra desde 1933, como integrante del Museo Pedagógico, del que fue subdirectora (1957) y directora (1959), y como documentalista en el Centro de Documentación y Divulgación Pedagógica, del que fue directora desde 1961, se puede afirmar que había un interés fundado en Etchepare por mantener las formas. La carrera de la maestra Etchepare además se expandió a nivel internacional: en 1957 publica en México Educación de

la adolescencia: el adolescente de novela y su valor de testimonio, y en 1964 fue becada por la Unesco “para realizar estudios sobre documentación”, que complementó en Dijon, Ginebra, Madrid y finalmente en Buenos Aires (en 1967) “bajo los auspicios de la OEA”. ¿Qué influencia pudo tener aquel Seminario Interamericano en Montevideo en 1950 en la trayectoria internacional de Etchepare?

La crítica María Cristina Dalmagro fue una de las pocas que trabajó y discutió la frontera creada por Etchepare, tan celosamente vigilada por la crítica: “Disentimos, por lo tanto, de las interpretaciones que sostienen la diferenciación rotunda y sostenemos que ambas líneas confluyen y se sustentan mutuamente aunque los contactos no se manifiestan en todos sus textos narrativos”. De esta forma se sientan las bases para una frontera pensada como un lugar de tránsito, de transacciones, de viajes en uno y otro sentido. El punto de partida de Dalmagro es la serie de textos publicados en el Boletín Informativo de la Biblioteca y Museo Pedagógico, que indican un interés de Etchepare por vincular docencia y literatura: “Ana Sullivan Macy: la forja en noche plena” (1944), “Educación de la adolescencia” (1956), “Transmisión al niño del oficio de escribir” (1957), “La antisocialidad juvenil en el Uruguay” (1958), “La expresión escrita infantil en sus aspectos técnicos” (1961). Pero en verdad había más. La tesis de Maestría de Dalmagro, defendida en 2002 en Córdoba, trazaba los cruces entre el ensayo Educación de la adolescencia. El adolescente de novela y su valor de testimonio (1957), que tuvo una reedición en 1968, y la novela Un retrato para Dickens (1969), tal como establece en su texto de presentación al catálogo online del Archivo Digital Armonía Somers.

Como responsable científica del archivo Dalmagro estableció como “primera decisión” que esa frontera entre la maestra y la escritora dejara su marca, por lo que la documentación se organizó bajo sus dos nombres, dando un lugar de privilegio a los papeles de Armonía Somers. Los papeles de Etchepare fueron donados por Miguel Ángel Campodónico, periodista y escritor que fuera su amigo y que publicara en 1986, en la Revista de la Biblioteca Nacional, una larga entrevista en la que reconoce su admiración por ella. En su análisis de la documentación Dalmagro consigna otras formas de cruzar la frontera entre una y otra mujer:

[…] La intervención de la autora se da tanto en las marcas personales, subrayados, o comentarios (generalmente realizados con lápiz de color rojo) en los artículos periodísticos, en las reseñas o recortes varios, como en la ordenación de los manuscritos, atados, doblados y con títulos orientadores tales como: “2° borrador con correcciones”; “ojo: hay versión corregida”; “el original lo tiene Ángel Rama”.

Esto habla de una preocupación por la preservación ordenada de los manuscritos, a contrapelo de sus afirmaciones. Es que en este “orden”, la “otra”, la Armonía Etchepare, la documentalista, deja sus huellas y da una mano a quienes lidiamos con la organización y catalogación de sus textos

En la intimidad del archivo personal no hubo frontera entre Etchepare y Somers. Es más, la intervención de Etchepare en el archivo implica un relato organizado de la escritura de Somers que, además, facilitó el trabajo de los futuros investigadores. Al cruzar la frontera, Dalmagro crea una nueva, en la que se produce un diálogo silencioso entre los rastros de la Etchepare documentalista y las personas que catalogaron su archivo.

Entre los “documentos pedagógicos” de Etchepare se encuentra un libro inédito sobre “Biblioteconomía”, una disciplina que se define como la ciencia documental que tiene por objeto el “estudio de la biblioteca, –entendida como sistema de información–, su tipología y su integración en redes y sistemas”. Etchepare tomó contacto con la disciplina en un momento en el que se produce una mayor especialización de las bibliotecas públicas nacionales, las bibliotecas escolares, así como la preocupación por construir criterios en común en el marco de la cooperación internacional. El manuscrito inédito está relacionado, afirma Dalmagro (2020), “con las bibliotecas, su función, la didáctica de los museos pedagógicos, las bibliotecas infantiles, entre otros”. La maestra Etchepare, recibida en 1933, continúa su formación, y se especializa en un área de conocimiento directamente relacionada con sus cargos al frente de la Biblioteca y Museo Pedagógico, y luego del Centro de Documentación. Es precisamente en ese momento histórico de la Biblioteconomía cuando Etchepare entra en el circuito de la Unesco y la OEA y se capacita en Europa.

En el campo de la investigación sobre educación Etchepare propone temas y enfoques que resultan innovadores. Uno de los capítulos del ensayo Educación de la adolescencia. El adolescente de novela y su valor de testimonio se ocupa de “el problema de la antisocialidad infantojuvenil y los sistemas de reeducación y de seguridad” y para ello recurre a distintos tipos de fuentes: documentos oficiales, recortes de prensa, y también obras de las industrias culturales (bestsellers y películas hollywoodenses) y de la autoproclamada “alta cultura”. Otra documentación con notas manuscritas suyas la ubica en un cine debate, luego de la proyección de la película Celda 2455. Pabellón de la muerte (1955) de Fred F. Sears. El seguimiento de la temática la lleva a escribir sobre la delincuencia infantil en Uruguay (1958) y para eso también se documenta profusamente.

En 2011 Dalmagro publicará un artículo en el que analiza el impacto que tuvo el Informe sobre la sexualidad de la mujer que publica el Dr. Kinsey en 1953, traducido al castellano al año siguiente, en la obra de dos escritoras latinoamericanas: Armonía Somers y Rosario Castellanos. Allí la crítica vuelve a transitar la frontera entre Etchepare y Somers, y se pregunta si el informe sobre la sexualidad, citado en su ensayo sobre la adolescencia, no es un intertexto también de muchos de sus relatos, que tocan temas como la violación, la homosexualidad, los orgasmos en personajes pre adolescentes “que vuelven una y otra vez en sus relatos, que, en muchos casos, son demoledores de mitos y tabúes, transgresores” (p. 74). Otra vez el cruce de la frontera Etchepare/Somers resulta productivo, ofrece nuevas posibilidades de lectura, y permite abrir canales de comunicación entre la sensibilidad social, la investigación y la estética.

La libertad creativa de la escritora, sus personajes rotos, marginales, la sexualidad desbordante, el enfoque original de un problema educativo y social, la búsqueda de respuestas en la literatura para comprender a adolescentes “antisociales”, el estudio sistemático de temas y problemas técnicos que aportan a la gestión de instituciones públicas, son acciones de una misma mujer y resultan razones de peso para que un concurso de artículos de una Maestría en Educación, Sociedad y Política, lleve sus dos nombres: Armonía Etchepare/Somers.


Texto publicado originalmente en el libro En la frontera: investigaciones en educación, compilado por Silvana Darré y Lena Fontela. Reúne los artículos ganadores y las menciones del «Concurso de Artículos Armonía Somers/Etchepare» realizado en el marco de la Maestría en Educación, Sociedad y Política de FLACSO. El libro completo está disponible para la descarga gratuita aquí.

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