Yo empecé mis estudios universitarios a los 25 años, una edad donde apenas empezaba a integrar a mi vida el hábito de lectura. Me sentía en falta, desubicado, especialmente cuando arrancaba mis estudios en Historia del Arte; por eso, mientras me formaba, paralelamente leía como un poseso, con un entusiasmo más allá de lo razonable, sin pausa, y con una disciplina que también disfrutaba. Muchas horas pasé en la biblioteca de la universidad (y las bibliotecas públicas estatales, en Mérida, Venezuela) a tal punto de convertirse en uno de mis lugares de formación como poeta y ciudadano. Mientras estudiaba trabajé en una biblioteca y luego iba a otra a leer, a regocijarme. La universidad también fue la biblioteca, y así pasaba yo la mayor parte del día, rodeado de libros. Me sentía amparado por anaqueles repletos de libros olvidados, me volví un gran lector de títulos y primeras páginas y fue allí donde establecí mi forma de lectura: caótica, intuitiva y fragmentaria. Y fui feliz, muy feliz. En esas bibliotecas empecé a escribir, y algunas líneas que luego fueron a parar en algún libro nacieron en ese lugar. Siempre fui un asiduo visitante de bibliotecas en los lugares donde viví y también de librerías porque muchos libreros y libreras con su buena puntería me señalaron caminos que me ayudaron en mis procesos de escritura.
Hace tres años que trabajo como librero en Montevideo, un oficio que me lo dio mi experiencia como migrante y una tarea que potenció mi amor por los libros. Y justo en este ambiente leí Contra Amazon (Galaxia Gutenberg, 2020) de Jorge Carrión, una recopilación de 17 textos que orbitan alrededor del libro. Contra Amazon abre con un manifiesto, publicado originalmente en Jot Down Magazine en 2017, estructurado con siete razones que explican por qué el autor se resiste a contribuir con el sistema comercial creado por Jeff Bezos. Ese es el punto de partida que lleva al autor a pensar el presente y el futuro de las editoriales, las librerías y las bibliotecas que también se ven en la obligación de reformular sus estructuras y sus servicios ante la arremetida de las nuevas relaciones establecidas por la tecnología.
Puede que algunas razones que expone Carrión sean más entendidas en su contexto, desde donde habla, pero el conjunto invita al diálogo, a explorar las razones por las que uno recurre a ese tipo de compra. Un diálogo que tiene como punto de partida la nueva relación entre la lectura y el libro desde que apareció Amazon, ese gran hipermercado que despacha de un modo eficiente mercancía que le aporta un mayor beneficio a la multinacional, sea este producto una olla, una silla, un adorno o un libro. Y es que en teoría ahí está todo. Queda claro que no es una librería, aún mas, si su política es suprimir la presencia humana (libreros) por la eficacia de la inteligencia artificial. Y esto, porque generar y mantener las cinco estrellas de la eficiencia, contribuir al ritmo vertiginoso del presente es una tarea más idónea para una máquina, además que le sale más barato. No hay duda que las ecuaciones desarrolladas por los algoritmos son más precisas al momento de adivinar deseos e inducir compras de aquellas publicaciones más vendidas y valoradas por sus clientes. Una de las tantas armas de este monstruo apropiador de símbolos culturales.
En este sentido, un librero no tiene cabida en ese esquema pues su eficacia apunta a otras coordenadas. Hablo de mi experiencia, sin despotricar de las extensiones que la tecnología me brinda, ni glorificar un tiempo pasado y asumiendo que de cuando en cuando reactivo mi cuenta en Amazon para hacerme de un libro que es mucho más barato ahí o que simplemente no circula en el mercado local, pero aún en mi oficio me siento cuerpo que es un lenguaje y un lenguaje común a todos mis congéneres lectores. Una mirada, un gesto, un comentario sobre la música, el tono de voz, la afinidad de géneros y estilos, una confesión, la manifestación explicita de una emoción, la empatía, son elementos que me llevan a recomendar un libro y no otro. Porque es escuchar y ser presencia, y esto lleva otro ritmo, incluso diría que es un intercambio dirigido por lo intuitivo, con lo atinado o desacertado que esto implica.
El panorama en el que se desenvuelven las librerías en Uruguay en algunos puntos es distinto a lo que señala Carrión en España, pero no por eso es mejor. De hecho, ya las librerías acá deben afrontar conocidas y viejas dificultades económicas o aceptar que un libro es un bien exclusivo para un pequeño estrato social. Si a ello le añadimos la sombra de la multinacional acechando, la perspectiva no es muy alentadora. A pesar de esto, es un rubro que sigue en pie e incluso creciendo, de allí que comparta con Carrión esa postura de establecer una “resistencia mínima y necesaria” porque detrás de ese hipermercado Amazon, hay una estructura económica y política que va arrinconando a las editoriales, moldeando el gusto y construyendo un panorama más bien homogéneo y previsible. Nada que ver con una librería o una biblioteca que invita a recorrer la esencia del universo, la pluralidad y la diversidad.
La fotografía que ilustra la nota se llama «Libros en Feria Tristán Narvaja» y es de Rodrigo Olivera. Fuente: Wikimedia Commons.