Entre el 24 de junio y al 22 de agosto se realizó Monte_Video, el primer festival de video organizado por el Centro de Exposiciones Subte de la Intendencia de Montevideo. El festival contó con cuatro programas, a cargo de Verónica Cordeiro, Alejandro Cruz, Ionit Behar y Manuel Neves, curadores y artistas de reconocida trayectoria, y expuso la obra de 23 artistas. Fue una de las estrategias del Subte frente al desafío de reformular sus actividades con las puertas cerradas por la pandemia.
La coordinadora del Subte, Maru Vidal, asumió ese cargo en noviembre del año pasado; antes fue parte de la coordinación general del Espacio de Arte Contemporáneo del Ministerio de Educación y Cultura desde los inicios, casi al mismo tiempo que los museos de la Intendencia de Montevideo cerraron, el 10 de diciembre. En cuatro meses Vidal y el equipo del Subte, como otras instituciones culturales, idearon dos actividades virtuales.
El formato online fue puesto a prueba con la muestra multidisciplinaria En la noche (abril-junio de 2021), a cargo de Martín Craciun, con curadoría propia. Ambos tienen la marca de la fugacidad o de cierta inestabilidad de lo digital (se creó una página para la exposición que ya no existe) y de un evento como un festival (los videos de los cuatro programas se pudieron ver uno cada dos semanas y ya no están disponibles, aunque se mantiene la página web del festival con los textos curatoriales y capturas de pantalla de los videos). Una fugacidad/precariedad que se expresa en la ausencia de políticas de conservación, investigación y colección de obras de video, tanto en el ámbito público como en el privado, como afirma Manuel Neves en su texto introductorio al Programa 4 del festival.
Según Vidal, el festival tuvo tres objetivos: «dar trabajo» a artistas y curadores en el contexto pandémico, «ampliar la mirada con curadores externos a la institución» y mantener la «equidad de género en cada proyecto». La paridad se expresa tanto en el equipo de curadores como en la selección de artistas, aunque la selección presenta apenas dos o tres obras que plantean el tema de género explícitamente (Teresa Puppo y Pau Delgado). En esta primera edición de Monte_Video participaron unas 3 mil personas desde distintos países, a través del canal de Youtube del Subte.
Orígenes y presente del videoarte
Uno de los aciertos más importantes es la mirada histórica. Para eso hay que empezar por el último programa (Neves), que destaca la obra pionera de Eduardo Acosta Bentos (El mate, 1986, Núcleo Uruguayo de Videoarte, 1988-1994), Clemente Padín, que estará siempre asociado a las distintas formas de la experimentación artística en Uruguay desde los sesenta hasta acá (Por la vida y por la paz, 1987-1988), Fernando Álvez Cozzi (Anticlips 10 y 11, 1990 y 1993), y los primeros trabajos de Patricia Bentancur (Algunas nubes, 1994), Ángela López (Obsidiana, 1997) y Pau Delgado (Feliz aunque no libre, 2000). A este panorama habría que agregar algunos trabajos incluidos en otros programas, como Lavado de cerebro, de Florencia Flanagan (2001), seleccionado por Cruz, y Algunas personas haciendo filosofía (2001), de Pablo Casacuberta, en el Programa 1, de Verónica Cordeiro.
Las propuestas de los años ochenta y noventa ya señalan orientaciones y tendencias que pueden verse luego en los procesos contemporáneos: la articulación entre arte y política en la performance de Clemente Padín sobre los detenidos desaparecidos en Uruguay (en el contexto de la juntada de firmas para lo que sería el referéndum para derogar la ley de caducidad), la mirada irónica sobre la identidad nacional en Acosta Bentos, o sobre los estereotipos de género en Pau Delgado, o las tendencias más experimentales, como en Bentancur o Álvarez Cozzi. Salvo las dos excepciones marcadas en Cordeiro y Cruz, el resto de los videos son de la última década y es el Programa 3, a cargo de Ionit Behar, el que tiene una marca más fuerte del presente.
Una de las tendencias que surgen del pasado reciente y se proyectan hasta hoy en la obra de los y las artistas es la presencia y el compromiso del propio cuerpo. Desde los años setenta esta es una marca característica del arte y resulta muy significativa la cantidad de obras seleccionadas que experimentan en esta clave. La politización de la historia personal en Teresa Puppo, desde una perspectiva de género que incluye a su madre y su abuela, aparece en la acción poética y su registro en Una línea de mil seiscientos pasos (2016). Hay varios casos emblemáticos de trabajo con el cuerpo propio en Casacuberta, Flanagan, Cibils, Damini, Luisho Díaz, entre otros. Pero hay dos trabajos que exploran los límites del cuerpo e incluso registran sus transformaciones y la tensión de sus límites.
Uno es Tengo que ser feliz (2020), de Guillermo Giansanti, en el que vemos cómo el artista se retuerce frente a cámara riéndose a carcajadas hasta ponerse rojo, con pausas necesarias para poder respirar normalmente, y en el que somos testigos de las transformaciones en su gestualidad y en los colores de su piel. El otro es Bread (2011), de Gerardo Podhajny, en el que el artista toma una masa de pan de un balde negro, de esos que se usan en la construcción o en la limpieza de la casa, la amasa contra el piso, se la pasa por debajo de los brazos, por las piernas, también por dentro del short. La acción llega a un extremo cuando comienza a comer la masa cruda, en unos primeros planos que empujan los límites de lo «aceptable» tanto para él como para los espectadores y espectadoras.
Un panorama alentador
Los cuatro programas dejaron a espectadores y espectadoras una muestra histórica y heterogénea de la práctica del videoarte en Uruguay entre 1986 y la actualidad, que consigue no solamente dar cuenta de una gran pluralidad de discursos estéticos y de varias generaciones en términos etarios, sino también de las grandes posibilidades que ofrece el lenguaje audiovisual, desde el registro de acciones performáticas en el espacio público (el caso de Clemente Padín, Teresa Puppo o Pau Delgado) hasta el videoclip musical (Flavio Lira).
Las obras presentan siempre una combinación de lenguajes artísticos: la manipulación de imágenes con distintos grados de manejo de la edición y de recursos técnicos, según el desarrollo de la tecnología en cada momento histórico, la utilización de texto (subtítulos con traducción, pero también poesía, como en el caso de Patricia Bentancur), la danza (Álvarez Cozzi, Pablo Casacuberta, Pau Delgado, Ángela López), la música y también la experimentación sonora (en muchos artistas, pero especialmente en el trabajo de Osvaldo Cibils, seleccionado por Alejandro Cruz, y que puede verse en su cuenta de Instagram). El tiempo es también una dimensión central: casi todos los trabajos van de los dos a los diez minutos, algunos superan los 15 y uno solo dura casi una hora, el de Luciana Damiani, que intenta dejar constancia de las largas esperas que puede experimentar hasta el día de hoy un sujeto en una oficina pública entre el tecleo casi infinito, la tos y las risas de los funcionarios.
Los distintos programas ofrecen videos con calidades distintas. En cuanto a su conservación o en relación con la complejidad de la producción, la mayoría de las veces tienen muy buena calidad; no siempre cuentan con los créditos correspondientes, más allá de los contextos que ofrecen las perspectivas curatoriales. En la globalidad, este primer festival del Subte, así como la posibilidad de su realización periódica, deberían generarnos mucha expectativa por la calidad, por la historia de la práctica en el arte uruguayo y por las posibilidades que ofrece para el futuro.
Artículo publicado originalmente en el Semanario Brecha, el 3 de setiembre de 2021. Para saber más sobre la historia del videoarte en Uruguay, les recomendamos bajarse este texto de Enrique Aguerre titulado La condición vídeo 2.0 (25 años de videoarte en el Uruguay). La imagen que ilustra la nota es una captura de pantalla del perfil de Osvaldo Cibils en Instagram.