Hace un tiempo escribí un poema en que hacía referencia a cuestiones comunes y corrientes, algunas relacionadas con fútbol, otras con caminar por la ciudad y enojarse por los edificios desproporcionados que destruyen la armonía urbana. También había una evocación a la gente que se cruza de repente en el camino y que no volvemos a ver. La vida, así sin más. Todo esto en el contexto del anhelo de una llamada telefónica que no se puede concretar, porque el “narrador” del poema no podrá hablar nunca más con su madre fallecida.

Es un poema triste, pero también es alegre. A veces la vida es simplemente una llamada telefónica para conversar sobre cosas que a nadie podrían interesar más que a una madre y un hijo en su espacio íntimo, mágico, protegido. Un motivo de orgullo en la vertiginosidad del mundo actual. Una instancia de protección ante el ruido de la ciudad que impide conversar por teléfono en paz.

En el año 2014, con mi vieja descubrimos un kiosco en pleno centro de Santiago, donde vendían láminas del álbum Panini oficial del Mundial de Brasil. Se vendían una por una a un precio más que accesible para quienes queríamos llegar a la meta. El dueño del kiosco, un señor de unos 60 años, se daba todo el tiempo del mundo para mostrarte el álbum completo, con varias láminas repetidas por cada jugador, insignia o estadio. Un día, mi madre me llamó por teléfono y me dijo: tengo a Iniesta y a todos los de España que nos faltan. Esa noche fue placentero pegar esas láminas en los espacios correspondientes.

Nos caía muy bien Andrés Iniesta. Aunque había sido verdugo de Chile en el Mundial de Sudáfrica 2010, haciéndole un gol de gran clase a Claudio Bravo y que nos dolió demasiado. Todo salió mal en ese partido en que perdimos 2-1. No es fácil reconocer cuando a tu selección le hacen un golazo. Este lo fue sin ninguna duda y el paso del tiempo ayuda a ese trabajo de sinceridad.

Después tuvimos revancha en el Mundial de Brasil 2014. Chile ganó 2-0 en un partido inolvidable y eliminó a la España campeona del mundo. Andrés Iniesta estaba en cancha. Este debe ser uno de los triunfos más importantes en la historia de la selección chilena.

Algunos meses después de que mi madre falleció, en 2015, descubrí en YouTube un video en que Andrés Iniesta se hace pasar por vendedor de una tienda de celulares. Ofrece ayuda, conversa con los clientes, y de repente la gente empieza a darse cuenta que quien está ahí como vendedor es Iniesta, quizás el futbolista más importante de la historia de España. Vi el video y aunque elucubré sobre la veracidad de esta cámara escondida, la disfruté y sonreí frente a la pantalla. Luego pensé en la reacción que hubiese tenido mi madre si hubiera visto este video. Tal vez también le hubiera causado gracia. Me quedé pensando en esa idea y la incorporé entre los versos del poema mencionado al principio. Hay cosas que se permiten y pueden volver a ser reales solo en la poesía, ni siquiera en la ficción. Y no tienen que ser grandes cosas. Solo basta con la complicidad de contarnos cuestiones que nos parecen agradables. Es algo que extraño del vínculo entre ella y yo. Y creo que se ve menos en estos tiempos. O al menos se ve diferente a cómo era en esa época. Ya sabemos que la tecnología avanza rápido y cada vez hablamos menos por teléfono.

A mi madre le gustaba Pelé. Le gustaba ABBA. Le gustaba James Dean. Le gustaba Marco Antonio Solís. Le gustaba Muhammad Ali. Le gustaba Michelle Bachelet. Le gustaba «Ciega, sordomuda» de Shakira. Me influenció en varios de esos gustos, aunque con algunos fui rebelde. O tendría que decir que me tomé mi tiempo. En lo que coincidimos a la par sin mayores problemas fue en que nos caía bien Andrés Iniesta. Nos emocionamos con el gol agónico que le hizo a Holanda en la final de Sudáfrica 2010. En tiempos de violencia deportiva y envidias a la orden del día, es raro que personas de un país se emocionen por el triunfo de otro país. Más considerando las asperezas históricas que hay entre Chile y España. Al parecer es verdad que hay figuras culturales que están por encima de cualquier desapego.

Cada quien elige a sus ídolos, referentes y seres humanos que concitan interés. No hay una ley establecida al respecto. Tampoco debería haber juicios morales en la elección, aunque es fácil contradecirse. Seguro influyen el tiempo y espacio compartidos, las ubicaciones generacionales, las cosas que nos identifican frente a estas figuras. Mi vieja era de la generación de Pelé. Yo soy de la generación de Iniesta. A veces los estandartes, en este caso deportivos, se vinculan entre sí, a través de un diálogo anónimo entre dos personas al tomar desayuno o en un viaje al centro de la ciudad o en una llamada telefónica.

Hace un tiempo me enteré que Andrés Iniesta sufrió de depresión severa en alguna época de su vida, de la que todavía le quedan algunas huellas. La depresión es un fantasma que acompaña a las personas en distintas formas e intensidades. Dicen que a veces se aleja y a veces vuelve, nunca se puede cantar victoria. Lo que más llamó mi atención cuando lo supe, fue que Iniesta tuvo su peak de depresión justo en la época previa al Mundial de Sudáfrica, por lo que es probable que su mayor logro como deportista: hacer el gol con el que su país ganó la Copa del Mundo, lo haya vivido en medio de su tratamiento. Se dice que una de las causas del bajón del futbolista, fue la muerte de su amigo y colega Dani Jarque, en agosto de 2009. De hecho, cuando Iniesta hace el gol en esa final, se saca la camiseta y deja al descubierto otra que dice “Dani Jarque, siempre con nosotros”. En las declaraciones al finalizar el partido, se le ve muy emocionado por el gesto de recuerdo a su amigo.

¿Cuántos futbolistas han ganado un mundial teniendo depresión? Con lo que nos gustaba hablar de fútbol y de los mundiales, estoy seguro que esta pregunta nos hubiera dado la posibilidad de tener buenas conversaciones con mi vieja.

Admiro y respeto a Andrés Iniesta. Nunca me gustaron los jugadores “chicos malos”, esos que tiraban la casa por la ventana y dejaban la grande, por más que fueran extraordinarios. Tampoco me vuelven loco aquellos que tienen las frases perfectas para entrevistas iluminadas o para ceremonias de buenos trajes.

De esos hablamos a la pasada. Nos sirven para entrenar la memoria con estadísticas y tenemos paciencia para esperar que nos salgan al comprar un sobre cualquiera del álbum del mundial. Si se trata de deportistas como Andrés Iniesta, hay que ir con decisión a buscar su lámina al kiosco de la felicidad. No se puede dejar su aparición al azar de un sobre. Quizás sería bueno comprar dos, una para pegarla en el álbum y otra para guardarla en la billetera como amuleto de la buena suerte. Después, hay tema para irse conversando a casa.


La fotografía que ilustra la nota es de Alejandro Ruesga Sanchez. Fuente: El País (España)

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