Mi viaje al planeta de Martin Scorsese empezó cuando estudiaba periodismo, a comienzos de los 2000. Con un compañero fuimos a una función de Taxi Driver (1976) en el Centro Cultural Montecarmelo, en Santiago de Chile, y la experiencia fue fascinante. Todo lo que vimos en esas casi dos horas de película nos pareció una genialidad. La escena final con Robert de Niro mirando por el espejo retrovisor y la niebla de esa Nueva York humeante marcaron mi vida como espectador de cine para siempre. Durante varios años después de ese día, Scorsese se transformó para mí en un gran viaje al estudio del cine.
En 2006, me titulé de periodista con un reportaje documental sobre Taxi Driver. Fue una apuesta riesgosa, pero tuve un profesor guía que me respaldó y que compartió conmigo la inquietud por saber las razones por las cuales la película se podía considerar un hito del cine. Y es que pasa muchas veces cuando se rotula de “hito” a las cosas que nos gustan, que se reduce la discusión en vez de ampliarla. Yo quería dialogar con todos los entrevistados, quería aprender de sus apreciaciones sobre la película y necesitaba confirmar si Taxi Driver se configuraba o no como una obra fundamental de la cultura audiovisual del siglo XX.
Me fue bien, pero no excelente. Hubo cosas que no supe responder en la defensa final del proyecto de título. Hubo errores de grabación, problemas de iluminación, de encuadre de las tomas, algunos cortes bruscos y cosas típicas de un trabajo de escuela.
Hoy miro con pudor y aprecio este trabajo que me llevó a ser periodista. Con gratitud también, por todos los amigos que me ayudaron en las grabaciones. Una de las entrevistas del reportaje, al guionista, crítico y profesor José Román, se hizo al interior de un taxi, como una manera de vincular la indagación periodística con la ficción de la película. Es un momento bastante lúdico del trabajo. Él responde mis preguntas y Robert de Niro lo mira por el espejo retrovisor. También aparecen como entrevistados el cineasta Silvio Caiozzi, el investigador Luis Cecereu (fallecido en 2015), los actores Fernando Gómez Rovira y Cristóbal Prado, entre otros. A través de las conversas espontáneas y de las investigaciones previas, descubrí que para todos ellos Taxi Driver era algo importante en sus vidas.
En esa época yo solía preguntarme: ¿hay alguien que pueda quedar indiferente ante una película como esta? Porque para mí, está claro, eso era imposible. La respuesta la tuve años después, cuando el viaje al planeta de Martin Scorsese me llevó a convertirme en profesor de cine en distintas universidades de Chile.
Como todo aspirante a profesor universitario, comencé siendo ayudante, hasta que se dio la posibilidad de optar a la realización de un curso como responsable único. Hay que decir que, en esos tiempos, todavía existía cierta desconfianza por la enseñanza del cine a estudiantes de otros ámbitos, por lo que no fue fácil. Un don nadie, de 26 años, sin padrinos en la academia, sin apellido compuesto, entusiasmado con hacer un curso monográfico sobre un director italoamericano, que era conocido por sus “películas violentas” y por el escándalo de La última tentación de Cristo (1988). Pero un grupo de estudiantes me había invitado el año anterior a dar una charla sobre Scorsese y eso ayudó. No muchas veces me han aplaudido después de una clase. Esa fue una.
Me preguntaron ¿por qué debería yo hacer un curso sobre Scorsese? Yo respondí que era periodista gracias a él y, además, me lo había tomado en serio, cursando un diplomado de estudios sobre cine. Me dieron el vamos y la experiencia fue, otra vez, fascinante. Más allá de que no todos los estudiantes tenían el mismo amor por el cine. Aquí, hago un flashforward para contar que antes de la pandemia, me encontré con un exalumno en el metro que pasó por esa clase. Me dijo que gracias al curso se había hecho fan de Scorsese y había visto todas las películas posteriores en el cine. Su favorita era El lobo de Wall Street (2013). Ahora hago un flashback. En la primera clase de ese curso hice una introducción al universo de Martin Scorsese, y después del recreo, puse en el auditorio Taxi Driver en DVD. La disfruté casi tanto como la primera vez en el Montecarmelo. Pero hubo algo que no me esperaba.
Al terminar la película y comenzar el diálogo, un grupo de estudiantes me dijo no haberla disfrutado. Para ellos, la historia que mostraba Scorsese era demasiado oscura y no se conectaba de ninguna forma con el mundo en que vivían ellos. Hubo otro grupo de alumnos que participaron del debate también y dijeron no estar de acuerdo con sus compañeros, porque el mundo de la película sí tenía relación con lo que pasaba en Chile. Por momentos el debate fue incómodo, pero al final se convirtió en otro gran aprendizaje. No existen las sentencias absolutas sobre las películas. Al parecer los cineastas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne tienen razón cuando plantean que no se trata de espectadores mirando una película, sino de la película mirando a los espectadores.
Fue una lección de por vida. El cine que nos marca representa nuestra forma de ver el mundo, se acerca a nuestro mundo. De ahí que se pueda pensar en las grandes películas como aquellas que se conectan con todos los mundos, a partir de lo más esencial que hay en su interior. El propio Charles Chaplin podría ayudar con esta dualidad, aunque seguro que habrá alguien que no pueda ver lo que ven otros en títulos como El chico (1921), Tiempos modernos (1936) o El gran dictador (1940).
La historia de mi curso sobre Martin Scorsese tuvo una secuela. La aceptación de parte de los estudiantes le dio una vida más y se ofertó en el plan académico del semestre siguiente. Sin embargo, en una reunión con el coordinador del departamento que ofrecía estos cursos, me contó que alguien de la plana mayor le había puesto un pero a la continuidad del electivo. Tenía dudas sobre la pertinencia de estudiar la filmografía del cineasta, en relación al plan académico de la universidad. El coordinador me pidió alguna argumentación para defender el curso. Mi olfato periodístico estuvo fino. En esos días fue noticia la entrega del doctorado honoris causa en Bellas Artes, que hizo la Universidad de Yale al director estadounidense. El dato fue indiscutible ante las dudas académicas.
Mi viaje a Scorsese tuvo otro capítulo más hace poco. A propósito de la muerte del gran Ray Liotta, protagonista de otro hito fílmico como Goodfellas (1990), un estudiante me preguntó cuál era mi película favorita de Martin Scorsese. Mi respuesta fue que durante mucho tiempo había sido Taxi Driver, pero que ahora ya no tenía dudas, Goodfellas es mi favorita y le aseguré que mi opinión no estaba influida por la partida de Liotta. Aunque sí que fue una muerte dolorosa para las cinéfilas y cinéfilos del mundo. El estudiante se quedó con Taxi Driver.
Ese día me fui a casa pensando en que las películas de Martin Scorsese, volviendo a la idea de los hermanos Dardenne, me estaban mirando con otros ojos.
Foto de encabezado: Liz O. Baylen para Los Angeles Times.