No era perfecto en la cancha, pero casi. Roger Federer no es Marcello Mastroianni ni Brad Pitt ni Timothée Chalamet, pero seduce con su forma de hablar. Siempre lo hizo. Al menos ese es el recuerdo que tengo. El de un tipo simpático, amable, querendón. En Chile tuvimos todo para odiarlo. Le quitó de las manos el Abierto de Australia a Fernando González en 2007. Pero aún así, odiarlo fue imposible. “Perdió con el mejor de la historia”, decían en esa época. El mejor de la historia y en su mejor momento. La implacabilidad tiene su encanto.

Roger Federer es ya un exjugador de tenis. Fueron 24 años de postales inolvidables para quienes ganamos y perdemos tiempo siguiendo las competencias deportivas. He visto a gente emocionada en las redes sociales. Mis amigos me han compartido sus reflexiones sobre el retiro del suizo. Uno de ellos, kinesiólogo, me lo adelantó. Desde el año pasado ya no confiaba en un regreso de Federer a las pistas. Yo, sin saber nada de rehabilitación física, me empeciné en llevarle la contra. Está claro. Yo soy uno de esos que quería ver a Federer jugando todo el 2023 para retirarse en 2024. Y a veces los hechos se adelantan a nuestros deseos.

¿Alguien ha pensado cuánto le debe la cultura suiza a Roger Federer? Para muchas personas, el tenista nacido en Basilea es la cara de Suiza, un país del que al menos yo conozco muy poco. La casa museo de Charles Chaplin en Corsier-sur-Vevey y la estadía de Iván Zamorano en el F.C. St Gallen son mis cartas de juego y me disculpo por la ignorancia. No cuento a los relojes suizos porque nunca tuve uno.

En el año 2007, Federer fue protagonista de un sello postal que le hizo Correos de Suiza, como un homenaje a su carrera. El ganador de 20 Grand Slam, que tiene una estadística de 1251 partidos ganados en 24 años de carrera, fue el primer personaje público vivo que ilustró una estampilla de su país. “Hasta ahora era necesario haber conseguido algo destacable y morir antes de aparecer en un sello postal. Hemos hecho una excepción con Roger porque él es simplemente excepcional”, explicó aquella vez Ulrich Gygi, director general de la institución.

Una de las cosas que más se comenta sobre el retiro de Federer en redes sociales es la forma en que lloraba Rafael Nadal, después del partido que perdieron como pareja de dobles, en la Laver Cup, ante Frances Tiafoe y Jack Sock. El resultado no importa demasiado. Lo simbólico es que los dos hayan decidido jugar este partido. Nadal acompañando a su archirrival de siempre, a su némesis, al hombre al que hizo llorar. Más de una vez. En la final de Australia 2009, cuando Federer perdió un partido maratónico, en una de sus superficies predilectas, lloró como un niño que no encuentra solución a un problema. Un problema repetido, porque Nadal también lo había vencido en la final de Wimbledon 2008, el llamado partido del siglo y cuya historia quedó registrada en el documental Strokes of Genius (2018), dirigido por Andrew Douglas. La cara de Federer después de esa derrota es desoladora. Pero Nadal fue un victimario dulce y respetuoso en todos estos años. Quizás por eso el mundo lo respeta mucho más ahora que en ese entonces.  

Cuando busco las explicaciones del fenómeno Federer, llego a la conclusión de que el suizo fue importante para que los seguidores del tenis y del deporte en general tuvieran una mejor apreciación de Rafael Nadal y también de Novak Djokovic. Y eso no es algo fácil de lograr. Los rivales deportivos siempre están más cerca de la distancia que de la cercanía. Con Federer no fue así. Sus derrotas les dieron otro estatus a sus archirrivales. Le ganaron al suizo en varios de sus mejores momentos y rompieron una hegemonía que parecía indestructible. Fue un quiebre en la competencia, porque ambos, Nadal y Djokovic, se pusieron a su altura. A la altura del maestro.

¿Es Roger Federer el mejor de la historia? No lo sé. Tal vez por momentos sí. Hay tenistas que lo pasaron realmente mal jugando contra él. Hace unos días, el estadounidense Andy Roddick escribió lo siguiente en Twitter: “Amo y respeto absolutamente a Roger Federer, no digo eso sobre muchas personas que arruinaron mi vida durante una década. Para mí, su auténtico legado se encuentra en lo que ha hecho cuando nadie estaba mirando”. Debe ser algo muy desalentador ilusionarse con ganar y al final perder. Desalentador y triste. Frustrante. Quizás injusto. Le pasó muchas veces a Andy Roddick. No conozco esa experiencia en una cancha de tenis, pero sí en un montón de situaciones prosaicas que me conectan más con Roddick que con Federer. Solidarizo con él.

Recuerdo una entrevista al tenista chileno Fernando González, quien perdió 12 partidos con el suizo y solo le ganó una vez. En esta entrevista de 2017, González le explica a Rodrigo Jordán que enfrentarse a Federer era muy complicado, porque este le hacía olvidarse del punto que se estaba jugando y lo obligaba a pensar en el siguiente. Y en la forma de sorprenderlo para ganarle ese punto que todavía no se jugaba. Y eso era un gran problema, porque se desconcentraba. Y la vida no debe ser nada fácil pensando en el después, mientras se vive el ahora.

Ser de la generación de Roger Federer significa haber vivido una parte de nuestras vidas, en paralelo a un deportista que hacía feliz al mundo con su raqueta, con sus movimientos en la cancha, con su simpatía, con sus victorias, con sus derrotas dolorosas. La generación de Roger Federer escuchaba canciones de sus bandas favoritas antes de los partidos importantes que no se podían perder por ningún motivo. La generación de Roger Federer es esa que vio la película de Gus Van Sant, Good Will Hunting (1997), en la época en que se estrenó. Y años después esta generación supo que es una de las películas favoritas del suizo. Y ese fue un buen momento para volver a verla y pensar que es bastante probable que Federer se haya emocionado con la escena en que Robin Williams le dice a Matt Damon: “It’s Not Your Fault”. Ya sabemos que Federer es un tipo que se emociona con facilidad. Como cuando en una entrevista con CNN recordó a su entrenador y formador Peter Carter, fallecido en 2002, antes de ganar su primer Grand Slam, y se largó a llorar.

La generación de Roger Federer lo vio enojado y puteando al juez de silla en la final del US Open 2009, en su derrota contra el argentino Juan Martín del Potro. Nunca se le vio tan molesto en una cancha de tenis. La generación de Roger Federer lo vio perder una final increíble contra Djokovic en Wimbledon 2019. ¿La final más dolorosa de su carrera? Para mí sí. En la generación de Roger Federer, seguro que hubo personas que ofrecieron paquetes de velas a sus santos cercanos para que no perdiera ese partido. Algo de fe en la espiritualidad se perdió ese día.

Yo soy parte de la generación de Roger Federer. Emocionado aún por su retiro, he pensado en Martin Scorsese, que en el próximo mes de noviembre cumple 80 años. No es necesario ser muy ocurrente para saber que pronto vendrán los documentales y películas sobre el suizo. No sé qué tanto le importa el tenis a Scorsese. Solo diré que Roger Federer pasó de ser un joven problemático a un prodigio del tenis y desembocó en un tipo maduro y relajado, que seguramente ahora aprovechará el tiempo que le dará el retiro. La triada infierno, cielo y tierra es una marca registrada de los grandes personajes del cine scorsesiano. Martin, haz lo tuyo.


Foto: keystone. Tomada del sitio watson.ch.