“La razón es y debe ser esclava de las pasiones”. Me gusta imaginar que mientras el filósofo escocés David Hume plasmaba su célebre frase, escuchaba de fondo un piano cercano entonando alguna pieza de Johann Sebastian Bach.

La música siempre ha estado presente en nuestra historia, aunque pocas veces nos detengamos a analizar en profundidad su verdadero papel. De todas formas, se puede repasar su presencia, por ejemplo, en épocas turbulentas para la humanidad. Desde Bella Ciao a los himnos rockeros contra las dictaduras latinoamericanas. Canciones que florecen de una esperanza, aún en la oscuridad. Algo de esto tuvo que haber pasado por la cabeza de Sebastián Teysera cuando compuso En el Limbo, una de las canciones más icónicas de La Vela Puerca: “y me sobra con verlos bailando, festejar para sobrevivir”.

Quizás por entender ese nexo, la música siempre ha estado en el eje temático del irlandés John Carney. En su trilogía musical compuesta por Once (2007), Begin Again (2013) y Sing Street (2016), la música toma en su cine un sentido espiritual e inspirador. A diferencia de los grandes filmes musicales, que suelen empaparse de espectacularidad y perfeccionismo, y a pesar de la —grata— actuación de Adam Levine, líder del Maroon 5, acompañado por Keira Knightley y Mark Ruffalo, Begin Again baja a la música de su pedestal, la trata sin solemnidades y la presenta como un verdadero mantra.

Al principio la consigna parece clásica. Una chica es persuadida por su amigo para cantar frente al público en un típico bar nocturno de Nueva York. Uno de los espectadores es un productor musical en quiebra. Al escucharla, queda cautivado y, en una escena que sintetiza el vínculo entre los protagonistas, añade mentalmente arreglos musicales a su canción. El uso de elipsis en medio de la secuencia inicial nos muestra cómo llegan los personajes al punto de encuentro y las crisis que ambos estaban atravesando. Crisis, encuentro, amor. Hasta aquí los típicos elementos de una comedia dramática, acompañados de una pertinente crítica a la industria musical. ¿Dónde quedó el arte y la espiritualidad de la música? ¿Se los devoró la industria?

Avanza el filme y el verdadero enfoque empieza a vislumbrarse mientras todos esperamos el gran beso entre los protagonistas. Carney juega con el espectador, amaga con los convencionalismos. Se aproxima y elude los típicos clichés para resolver una trama que poco a poco va transformándose en una particular oda al amor, la amistad, las pasiones y, por supuesto, a la música. O, mejor dicho, al ritmo de la música.

Esperanza, pasión, crecimiento. Son elementos que surgen a la par de los acordes musicales y nos conducen a preguntarnos ¿cuál es el poder real de la música? En Begin Again la música acompaña y determina la evolución —el movimiento— de los protagonistas. El ritmo. ¿Y en nuestras vidas?

Hace un tiempo me topé con la obra del arqueólogo británico Steven Mithen, Los neandertales cantaban rap (1995). En el ensayo se reúne evidencia proveniente de la arqueología, antropología, psicología, neurociencia y musicología para desarrollar un amplio estudio de la música en la historia de la humanidad. Una de las conclusiones está en que su función principal es “expresar emociones e inducir a sentirlas” y, no menos importante, que a través de ellas nos movemos. Mithen define a la música como “el lenguaje de las emociones”, y más allá de la compresión de sus orígenes, nos plantea redimensionar su importancia para la vida y su consideración fundamental para delimitar la propia condición humana. Begin Again funciona como una representación artística de estas conclusiones. A través de la música, los protagonistas se expresan sentimentalmente, pero también la música les genera sentimientos. Los hace crecer, los pone en movimiento, los define.

Esa definición, y ese particular énfasis en el movimiento, me resultaron determinantes para conectar con la película. El ritmo es la clave. Ese movimiento que saca a los protagonistas de sus crisis personales está provocado por una profunda emoción compartida. Y esta nace, en parte, de la música. Comprender esto me ayudó a ver más allá de la literalidad de la trama y llevarla, de varias formas, a mi realidad.

En ese contexto, las propias crisis son tan importantes como los acontecimientos que terminan sacándonos de ellas. La misma lógica de las guerras, las dictaduras, y los problemas personales de los personajes. La necesidad de movimiento latente y la música como disparador. En 1935 un tal Albert Einstein escribía su propia oda a la crisis, considerándola “la mejor bendición que puede sucederle a las personas”, y asociándola al progreso, la creatividad y al bendito movimiento. Probablemente Einstein pensó esto mientras escuchaba en su tocadiscos alguno de sus músicos favoritos: Mozart, Schubert, Vivaldi, Corelli, Scarlatti. O al menos así me gusta imaginarlo.

Volviendo a la trama, la música, además de ser homenajeada, permite ser extrapolada al campo de las pasiones. Dos vidas que parecen condenadas. La amistad, la complicidad y la perseverancia a través de esa pasión en común los termina salvando.

Al igual que el estado de crisis, ambos protagonistas compartían el amor por la música. En esta interpretación de la realidad, edulcorada con optimismo, la música sana al personaje de Keira Knightley, cultiva su autoestima, y podríamos decir que salva a Mark Ruffalo de terminar verde y ofuscado como uno de sus más recientes personaje de ficción. La música es una pasión que podría ser cualquier otra. En este caso, lo importante vuelve a ser el movimiento. El proceso de sanación, crecimiento y realización que se genera.

Persuadido a repensar mi vínculo personal con la música a través del mensaje que deja la película, asociándola a distintas etapas de mi vida, acabé realizando una revisión retrospectiva de mi propia historia. Un repaso a la música que me ha atravesado y su relación con los grandes cambios. Ejercicio que me permitió dividir mi vida en géneros y estilos, canciones y álbumes. Entenderme en clave musical.  Charly García y Fito Páez traen nítidas imágenes de mi niñez entre bizcochos y chocolatada en el patio de mi primera casa. Ruido de camiones de Pablo Routín es mi época escolar sintetizada en el dulce recuerdo de las clases de música. Los tangos de Julio Sosa son mis viejos llevándome a clase en el Ford Escort los días de tormenta. Andrés Calamaro y Los Rodríguez representan los períodos más oscuros de mi adolescencia y El Cuarteto de Nos la fuerza y convicción para salir de ellos. La música siempre ha marcado el ritmo de mi vida, pero nunca me había detenido a analizarlo.

Se sabe mucho de una persona por la música que escucha”. Esta frase dispara una de las escenas más trascendentales de la película. Y una mirada introspectiva como espectador. Ambos protagonistas recorren la ciudad compartiendo la misma música a través de sus auriculares. Conociéndose. Una escena cargada de simbolismo. La música acompaña literalmente el movimiento de los personajes. Su evolución en la trama.

Una escena que me atraviesa. Imposible no verme en plena pandemia, fuera de mi país, y con muchas incertidumbres, caminando con mis auriculares, la intro de Los Olímpicos de Jaime Roos, sonando en su versión grabada en vivo, dándome sacudones nostálgicos. Entiendo el poder de la música cuando en esas caminatas me he enfrentado a canciones que logran abrir una ventana a emociones tan profundas, habitualmente expresadas en lágrimas que apenas logro disimular.

Tantas canciones, grupos y estilos musicales me han marcado el ritmo. Hasta los cánticos tribuneros que suelo replicar bajo la ducha y que me retrotraen a mis añoradas idas al estadio, forman o han formado parte de mi historia, que podría sintetizarse y contarse a través de una diversa lista de Spotify.

Es por eso, que en medio del auge de las biopic musicales, el visionado de Begin Again me ha hecho poner en perspectiva esta omnipresente relación. Ha refrescado canciones como momentos en mi memoria. Me ha ayudado a entenderme en clave musical. Me recuerda que efectivamente la música puede curar —y conformar— el alma. Y que una película bien hecha, como una canción, también puede transformarse en una lección de vida. 

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