Y pasaron 20 años sin Roberto Bolaño. O tal vez son 20 años con él. La compañía de un escritor que es un fantasma. Un fantasma apetecido. Un fantasma que habla sobre la muerte. Sobre la vida. Sobre la literatura. Sobre la poesía. Sobre las novelas. Sobre los cuentos. Un fantasma que habla de Chile. Que habla de México. Que habla de Sensini. Siempre llegamos a Sensini.

Cuando un profesor me dijo que Roberto Bolaño era como Martin Scorsese, supe de inmediato a qué se refería. La dinámica. La ramificación. La telaraña que lleva a un paseo por referentes culturales que nos ayudan a pensar el mundo. Una genealogía de nombres familiares y otros que no lo son tanto. Un escritor nacido en 1953 como una llave que abre puertas infinitas.

¿Cuántas veces hemos pensado en él durante este tiempo? ¿Cuántas veces nos hemos visto en torno a un café o una cerveza conversando sobre un libro de Roberto Bolaño? ¿Cuántas veces ha visto usted las intervenciones del chileno con acento español neutro en La belleza de pensar? Gracias a Bolaño, hay un grupo de personas, no eruditas, que habla de literatura con gran entusiasmo. Pero también de la industria editorial. De las tapas de Anagrama y de las tapas de Alfaguara. De los talleres literarios. Bolaño tenía ese efecto de ramificación. De querer aprenderlo todo, porque como nunca antes, nos podíamos sentir importantes como lectores, aunque tuviéramos nuestras deudas con Shakespeare y Cervantes, con Gabriela Mistral y con Neruda.

Bolaño provocaba ese efecto de leerlo y luego querer escribirlo todo. Leerlo y salir a recorrer los lugares que están inmortalizados en sus libros. O ir a buscar aquellos sitios donde aparece en imágenes que hoy día son legendarias. Una fotografía en el Barrio Concha y Toro de Santiago de Chile. Una fotografía en la Casa del Lago, en el Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México.

Las ganas de ir por una foto en lugares donde suponemos que Bolaño estuvo, porque sí pasó por la plaza más bella de Santiago, seguro que también estuvo en la esquina de Brasil con Alameda. Y se fumó un cigarro mirando bares precarios donde sonaba Nirvana, Alanis Morissette y Makiza, mientras pensaba en su falta de chilenidad. Y vamos inventando que se comió un barros luco en el Mesón Danés. Y que miró un póster de Pelé y Garrincha, a quienes supuestamente conoció. Porque se trata de inventar y de imaginar que la vida para algunos puede ser menos horrorosa, gracias a la literatura de Bolaño. Aunque al final lleguemos a Sensini, ese cuento que tiene la alegría y la tristeza casi en partes iguales. El cuento que agarra a un lector curioso y lo lleva a querer saber todo de Antonio Di Benedetto. Yo no sabía quién era. Ahora lo sé.

Así como gracias a Scorsese conocí a Luchino Visconti y a John Cassavetes, gracias a Bolaño valoré más a Pasolini, ajusté cuentas con Enrique Lihn y quise leer todo de Gabriela Mistral. Una cosa llevó a la otra, con rapidez, con imaginación, con resentimiento, como en la poesía de La universidad desconocida o como en las tramas y subtramas de Nocturno de Chile. Mucho de eso hay también en Los detectives salvajes, que tiene un arranque tan dinámico como el de Goodfellas de Scorsese. He repetido esa idea durante algunos años y varias veces he logrado complicidad.

Sin embargo, no voy a mentir. Roberto Bolaño fue el responsable de una de mis peores clases como profesor. Fue en la Universidad de Chile, en un curso de cine y literatura. A partir de un debate sobre la derrota latinoamericana en la escritura, se me ocurrió decir que encontraba mejor cuentista al peruano Julio Ramón Ribeyro que a Bolaño. Me abuchearon. Me miraron como Bolaño miraba a Isabel Allende. La clase siguiente bajó la asistencia. Pero insisto, no voy a mentir. Sigo creyendo eso.

¿Y Sensini? Gran cuento, a la altura de La juventud en la otra ribera de Ribeyro. Me gusta que el peruano se sienta cómodo con la derrota de la ingenuidad y que no siempre ande de vivo por las páginas de un libro. No hay que temerle a la derrota. Hay tantos congresos y seminarios triunfalistas sobre Bolaño y su fisura del boom latinoamericano y cosas por el estilo, pero no. A mí solo me gustaría escuchar un podcast en que Isabel Coixet y Marcelo Bielsa hablen de la derrota y de Bolaño, y ojalá en ese orden.

¿Habrá tenido la chance Bolaño de ver Mi vida sin mí de Isabel Coixet? Tuvo poco margen. Apenas un par de meses. Me intriga saber lo que podría haber encontrado en una película sobre la muerte, estando tan cerca de ella. Nunca lo sabré. No tengo tan buenos contactos. Solo un par de amigas y amigos mentirosos. ¿Será verdad que Bolaño despreciaba a los chilenos? Así se titula un video de un canal de YouTube al que no me suscribiré. No por ahora.

En estos 20 años sin Bolaño he pasado por varias etapas. La del chovinismo de que Bolaño sea chileno. La de la teoría de que su única patria era la latinoamericana. La de que su nacionalidad no importa, porque la industria editorial lo hizo universal. Y esa que dice que no odiaba a Chile, sino a la literatura chilena de la época en que volvió al país, a fines de los noventa.

En estos 20 años con un Roberto Bolaño tan latente como su ausencia, hay quienes dicen que todo lo que tiene que ver con él está rodeado por un aura de esnobismo. Hay quienes lo usan para darse ínfulas de intelectuales ambiciosos y miradores en menos. De ahí ese desprecio que hay en algunas esferas literarias chilenas por Hernán Rivera Letelier. Mira de quién te burlaste, detective salvaje. Hoy la cosa está más dividida. No nos olvidemos de todos esos libros que han recurrido a Bolaño para atraer a lectores curiosos. Bolaño como personaje de ficción, Bolaño en un título, Bolaño en una contratapa inventada. Encuentros imaginarios con Roberto Bolaño. Yo lo pensé, pero me arrepentí.

Y pasaron 20 años sin Roberto Bolaño. Y también 20 años con su nombre repetido en las librerías de Chile y el mundo. Prefiero a Ribeyro que a Bolaño, pero cuando leo el poema Mi carrera literaria de La universidad desconocida, pienso que nunca dejaré de escribir.

Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad
también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik,
Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los
lectores…
Todos los gerentes de ventas…
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.