Susana y la distancia

Ayer fue la presentación de Susana y la distancia de Hekatherina Delgado, en el boliche Kalima (Montevideo). Abrió Santiago Khan de la editorial La parte malditaDespués Javier Alves se cantó unas canciones. Luego Yanin Guisande, Fernando Barrios y yo nos subimos al escenario e hicimos el papel de presentadores del libro. Finalmente Jorge Bolani y Micaela Arawi leyeron algunos fragmentos del libro. Para el cierre subió Javier Alves y se cantó otra. Después obligamos a la Heka a decir unas palabras que cada tanto incluían un “esto es del orden del acontecimiento”. El texto que sigue es mi participación en la fiesta.

Antes de entrar en materia quiero decir que este libro está lleno de poesía. Pero caben en él múltiples discursos: hay melodrama, romanticismo, fábulas, chistes vanguardistas y monólogos impecables. (Nota: la lectura de los actores Bolani y Arawi demostraron el potencial performático de los textos de Delgado).

Susana y la distancia se abre con una cita de Alexander Pope, un poeta del siglo XVIII. Es una cuarteta de “De Eloísa a Abelardo”, poema basado en una historia medieval. La página siguiente es una advertencia sin firma. Ambos textos orientan lecturas posibles.

En la cita de Pope se puede encontrar una clave intertexual para la que no estoy entrenado, no sé nada de literatura inglesa. Pero intuyo que esa clave podría rondar por el asunto de dos amantes distanciados, por una Eloísa que desearía tener la felicidad de la virgen, el “eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, que le permitiera no recordar a su amante. No voy a extenderme en este tópico de los amantes y la distancia, quiero señalar solamente que es algo que el propio texto ofrece como posible lectura. Quiero retener el asunto de la distancia, de dos amantes separados por la distancia.

Algo similar ocurre con la “Advertencia”: un narrador en tercera persona anuncia que Susana no sabe escribir, que quiere ser feliz y que el texto recoge los pensamientos cuando hace frente al “problema de la distancia existente entre los seres humanos” (9).

Susana no sabe escribir, quiere ser feliz.

Desde que empecé a leer Susana y la distancia me pregunto cuál es la explicación de esta frase. A veces me digo que Susana no quiere saber escribir, porque quiere ser feliz y la escritura no lleva a la felicidad. Entonces pienso que Susana sabe escribir pero no quiere hacerlo porque quiere ser feliz. Sin embargo, Susana escribe. Escribe un diario íntimo que este narrador pretende hacer pasar por un texto transparente, que tendremos acceso a “los pensamientos de Susana”.

Sin embargo aquí no hay fluir de la conciencia, sin interrupciones, hay un registro de sesenta días, urgido por un calendario objetivado. No hay un viernes, un lunes o un 3 de enero, no hay un año concreto. Lo que encontramos en su lugar es un “Día uno”, “Día dos” y así hasta el “Día sesenta”. Es posible pensar que accedemos a los pensamientos de Susana sin mediación alguna, que se nos ha abierto la puerta a su intimidad. Pero lo que ocurre realmente es que estamos frente a una coartada. El narrador nos invita a firmar un contrato de transparencia que el texto no ofrece. Estamos frente a un artefacto literario, Susana escribe un diario íntimo, se adscribe a un género literario, un género que le permite escribir en distintos registros: prosa poética, fábulas, confesiones, listas como la que cierra el libro.

El narrador de la “Advertencia” es poco fiable. No aceptaré lo que me ofrece. De nuevo: ¿Susana y la distancia es un diario íntimo?

Lo es y no lo es. Porque el diario íntimo es algo que se escribe para la posteridad, para que otros en el futuro puedan encontrar algo que pueda interesar en el registro rutinario de un escritor que ya ha muerto. Como sostiene Alan Pauls, detrás de un diario íntimo siempre hay un cadáver. Susana es un personaje, y esto es importante, es un personaje que escribe un diario íntimo. Pero Pauls también afirma en Cómo se escribe el diario íntimo (1996) que el diario íntimo es “la distancia justa que el escritor establece con el mundo para protegerse” (11). Me pregunto en qué sentido Susana y la distancia sería la ficción de un diario íntimo, una coartada para que la escritora mantenga distancia para protegerse. (Nota: cabría discutir aquí la noción de “autoficción”, tan contemporánea y tan de moda. Otra vez será.)

 Finalmente Pauls termina su texto haciendo una analogía entre el escritor de un diario y el célibe, a partir de su lectura del diario de Kafka. El célibe es una figura opuesta al que se evade del mundo y al comprometido: “El diario es una negatividad obcecada, inasimilable, que se rehúsa a todo sin proponer nada a cambio (…) Decir que no, ayunar, abstenerse, llegar incluso a la anorexia con tal de rechazar lo existente, el tipo de relaciones e intercambios que propone, las formas de vida que reproduce” (12).

 Pero Susana no es una célibe. O mejor, después de los viajes (Días 16 y 17), primero rechaza “lo existente”, “el tipo de relaciones e intercambios” que le ofrece el presente (Nota: ver el Día 34 y las cosas que Susana enumera con la aliteración “no me gusta”). Hacia el final no solamente decide “soltar a sus muertos” (Día 59, 87) sino que dice abrirse a los otros, a las “relaciones e intercambios” que la vida le propone. Un ejemplo de esto es la anotación del “Día 47”, en la que Susana enumera cosas que le gustan para cerrar con un “Estoy viva” (72).

Susana y la distancia es más que un diario íntimo, es el simulacro de un diario íntimo que nos obliga a tomar distancia, a pensar sobre la representación que ha montado frente a nosotros. El escenario donde Susana actúa ser Susana mientras nosotros, desde la platea, hacemos de cuenta que leemos sus pensamientos.

 

Hoy vida, mañana teatro y sueño. (Día 5, 19)