Benedetti

Mario Benedetti falleció el 17 de mayo de 2009. Entre 2006 y 2008 la editorial Seix Barral publicó un libro de poemas de Mario Benedetti por año y José Gabriel Lagos (co-editor de la sección cultura) me dio la posibilidad de reseñarlos para la diaria. Como en el caso de otras reseñas que escribí para la diaria (sobre la obra de Juan Carlos Mondrágon, por ejemplo) las junte y armé este post.

1. En las pelotas (la diaria, Nº 161, 03 de noviembre de 2006)

Canciones del que no canta de Mario Benedetti. Buenos Aires, Seix Barral, 2006. 156 páginas.

En julio de este año el MEC, a través de su Dirección de Cultura, conmemoró el 50 aniversario de la publicación de Poemas de la oficina. Con este pequeño poemario y con obras como Montevideanos (1959) o La tregua (1960), Mario Benedetti contribuyó a “cambiar la voz” de la literatura uruguaya en los sesentas junto a otros escritores de la conocida “generación del 45” o “generación crítica”.

En Poemas de la oficina se combinan una conciencia por un lado irónica y lúdica del lenguaje que recoge de las experiencias de la vanguardia histórica, y por el otro un conocimiento de las formas poéticas tradicionales. Si a esto se suma la crítica social y una actitud abierta al sentimentalismo, lo que tenemos es un poemario que trastocó la solemnidad y el lenguaje intencionalmente “poético” de la tradición local.

Por otro lado, Poemas de la oficina junto a Violín y otras cuestiones de Juan Gelman –publicado también en 1956– y Poemas y antipoemas (1954) de Nicanor Parra, abrieron diferentes caminos que en parte continuaban y en parte innovaban los de los “fundadores” de la nueva poesía latinoamericana Huidobro, Neruda, Vallejo, Borges, Girondo, Lezama Lima, Paz.

Cuando todavía pueden verse algunos de los textos ploteados de Poemas de la oficina pegados en los vidrios, por ejemplo, de la sala de lectura de la Biblioteca Nacional, Mario Bendetti publica Canciones del que no canta. Se trata de una nueva colección de poemas dividida en cuatro partes sin una conexión entre sí y atravesadas por dos temas: la vejez y el dolor por la pérdida de Luz, su esposa, a quién dedicó la mayoría de sus libros. Más allá de estos dos hechos biográficos Canciones del que no canta se suma a la abundante producción poética de Benedetti y continúa algunas de las líneas temáticas y formales ya consolidadas en su discurso entre los años sesentas y los ochentas.

Hay en este libro un lenguaje coloquial “y me sentí solo como un perro” (“De vez en cuando”, p. 58) o “y dijeron amén por si las moscas” (“Ateos”, p.126); un trabajo con formas métricas clásicas con una sección entera dedicada al soneto en la segunda parte del libro titulada “Sonetos con destino”; y un trabajo con la canción, concentrado en la primera parte del libro “Canciones del que no canta”, un género familiar para el poeta que se agrega a la lista de sus aportes al discurso poético uruguayo y latinoamericano. Benedetti elaboró y modificó algunos de sus textos para el formato canción, que luego fueron interpretados por diversos músicos uruguayos y extranjeros. Tal vez los dos casos más conocidos en este terreno sean el espectáculo junto a Daniel Viglietti “A dos voces” o su trabajo en conjunto con Joan Manuel Serrat en el disco El sur también existe.

Canciones del que no canta recorre sin mayores novedades muchos de los temas y hallazgos de una trayectoria poética que comenzó en 1945 y que hoy puede leerse casi en su totalidad bajo el título Inventario (Seix Barral). Hace apenas dos años apareció Inventario Tres que recoge los libros publicados entre 1995 y 2001, los dos anteriores Inventario Uno (1950-1985) e Inventario Dos (1986-1991) siguen siendo un éxito editorial que cuentan con 77 y 23 re-ediciones respectivamente.

Los libros incluidos en Inventario tres ya dan cuenta del agotamiento del discurso poético de Mario Benedetti. Sin embargo, no sería del todo sensato juzgar la obra entera del poeta por sus últimos libros. Así lo entienden sus lectores que siguen comprando sus libros (los viejos y los nuevos) y también la crítica académica en buena parte del mundo. Sin embargo se escuchan a veces ciertos reparos, en algunos sectores de nuestra aldeana “intelectualidad”, respecto a la figura mediática que es Mario Benedetti o a sus éxitos editoriales no siempre a la altura de su obra anterior. (Argumentos que se repiten con variaciones para el caso Eduardo Galeano) En una entrevista reciente (Página 12 17/9/06) Benedetti reflexionó sobre el punto: “Hay que cuidarse del éxito, porque el éxito puede pervertir a un escritor. Nunca escribí en función del éxito, escribí lo que me salió de las pelotas. Si tenía éxito bien, sino, pues nada.”

2. Sólo por deporte (la diaria Nº 422, 9 de noviembre de 2007)

Sobre Vivir adrede de Mario Benedetti. Buenos Aires: Seix Barral, 2007.

Pelear en el boliche o en la prensa (y sobre todo en el primero) por Mario Benedetti o Eduardo Galeano a esta altura es casi un deporte nacional. En una nota sobre el libro anterior de Benedetti Canciones del que no canta (ver más arriba) traté de no practicar ese deporte y no cometer el error de considerar su obra poética en función de su poco interesante último trabajo. En este último aspecto algo parecido sucede con Vivir adrede una mezcla forzada de ensayo, recuerdos, anécdotas, relatos y reflexiones. Y que, otra vez, no se acerca ni un milímetro a cosas como, por decir algo, Despistes y franquezas (1989). El nuevo libro está dividido en tres partes: Vivir, Adrede y Cachivaches. Las dos primeras secciones reúnen 107 textos cortos, que superan raramente las dos páginas. La tercera está compuesta por 83 textos de apenas dos o tres líneas (de los que apenas 5 superan las 10) y que bien podrían ser obviadas por el lector. En general prima en él cierto tono reflexivo, que apela a elementos de la intimidad del personaje Mario Benedetti. El lector encontrará un sinnúmero de temas en el libro como la globalización, las dictaduras, el exilio, la tortura, la muerte, la vejez, el amor o dios. También mínimos pasajes autobiográficos, declaraciones sobre la sencillez o sobre su arte poética y algunos microrelatos que funcionan. El hilo conductor no está en el libro sino en quien escribe, en ese personaje público que es Mario Benedetti.

Una única reflexión a partir de Vivir adrede. Año a año el mercado editorial produce “el último de…” con gran parafernalia de afiches, adelantos, entrevistas…y reseñas como esta. Sucede con Isabel Allende, Gabriel García Márquez y con muchos otros como Ludovica Squirru o Paulo Coelho. Y por supuesto con Mario Benedetti. Son fenómenos de mercado que forman parte de los procesos que genera la globalización y que suelen montarse sobre procesos locales, como la subordinación de Montevideo a Buenos Aires en materia editorial específicamente (y luego de Buenos Aires a las casas centrales de EEUU, Europa y especialmente España). Tanto Vivir adrede como Canciones del que no canta, y muchos otros títulos de Benedetti de los últimos años, proceden de la enorme máquina editorial que es Buenos Aires y que tiene una sucursal en Montevideo. Esto se cumple al menos para el caso de grupos como Alfaguara, Planeta (al que pertenece Seix Barral) o Sudamericana. Toda esta perorata surge en realidad a raíz de la curiosa insistencia de Benedetti en demonizar la globalización en este libro. Lo hace desde una gestualidad crítica y militante propia de los sesentas (por su gran dosis mesiánica) y con opiniones sobre los aspectos públicos más terribles y notorios de la globalización como las guerras por el petróleo o el hambre, que no pasan del panfleto.

Bien. Como se hace usualmente después de cualquier ejercicio, voy a estirar un poco y a la ducha.

3.Benedetti=Benedetti (la diaria Nº 654. 7 de octubre de 2008)

Sobre Testigo de uno mismo de Mario Benedetti. Buenos Aires: Seix Barral, 2008.

Para presentar este libro y generar expectativa la multinacional Planeta se alió con la Escuela Municipal de Arte Dramático. El operativo marketinero (por cierto muy original) consistió en la lectura de sus poemas a cargo de actores y actrices jóvenes en diferentes espacios públicos montevideanos. Uno de los resultados, deseado supongo, fue que los noticieros –tal vez por única vez en el año– dedicaran unos segundos a la poesía. En ese marco llegó y se puso a la venta Testigo de uno mismo. Se trata de un libro compuesto por 130 poemas organizados en tres secciones. La primera, sin título, consta de ochenta poemas escritos en verso libre; el segundo, bajo el título “Sonetos de un testigo”, reúne 20 textos en una de las formas más clásicas de la poesía occidental; y la tercera, con el título «Siembras y cosechas”, cierra el libro con otros 30 poemas en verso libre. La estructuración del libro en estas tres secciones no dice mucho. Quiero decir no parece ser una apuesta estética ni está relacionado con el contenido de los poemas, sino simplemente eso, la forma que Mario Benedetti encontró para organizarlos.

El discurso poético de Benedetti desde sus primeros libros se caracteriza por el uso de un lenguaje coloquial, un tono sentimientalista, mezclado con una conciencia crítica, irónica y lúdica del lenguaje y del mundo social (algo de esto decía en 2006 cuando publicó Canciones del que no canta y se celebraban 50 años del a esta altura clásico Poemas de la oficina). Es por eso que nadie puede sorprenderse con la combinación de discursos poéticos tan opuestos (o en principio opuestos) como son el verso libre y la rigidez formal del soneto que el autor ofrece en este nuevo libro. Por otro lado, el libro no agrega nada nuevo a la lista de temas que la poesía de Benedetti registra en sus últimos años: la vejez, la muerte, los amigos y los enemigos, las personas queridas que ya no están, la nostalgia, el pasado, la crítica social, la soledad.

Así el poema que lleva el título del libro, el número 79 de la primera sección, da un poco el tono general. Se abre con una cita del poeta mexicano Jaime Sabines tomada del libro Yuria (1967), cuya obra tiene muchos puntos de contacto con la de Benedetti: “¡que entre la luz y que entre el aire, el aire que es el más fiel testigo de la vida!”. A partir de allí Benedetti pone en el centro al hombre como “testigo de la vida” construyendo una voz que se refugia en un nosotros y que es al mismo tiempo íntima. Allí aparecen por un lado sentimientos como la soledad y el escepticismo (“y nos dejan sin fe y hablando a solas”); por otro lado, metáforas simples o lugares comunes (“admirando la espuma de las horas”); pero, sobre todo, un diálogo con el poema de Sabines “competimos con el aire más fiel/y ya que el poeta se despide/somos testigos de uno mismo/ amen” que permite al poeta cerrarse sobre sí mismo y, si se quiere, salvarse de las miradas de los otros. El uso del lenguaje cotidiano que Benedetti desplegó en Poemas de la oficina ocupó un lugar central en su discurso poético y tal vez fue uno de sus puntos más fuertes. En los últimos tiempos ese lenguaje fue diluyéndose en un tono confesional e intimista por momentos rutinario y algo previsible.

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