El 25 de julio de 2008 la diaria publicó la entrevista que le hice al escritor Antonio Orlando Rodríguez, que ese año había ganado el premio Alfaguara.

La novela se llama Chiquita y es el nuevo Premio Alfaguara de novela 2008. Su autor, Antonio Orlando Rodríguez, es cubano y reside en los Estados Unidos hace 9 años. Visitó Montevideo por primera vez la semana pasada, aunque estuvo en Buenos Aires en otras ocasiones. Rodríguez cuenta la historia de Espiridiona Cenda, una liliputiense cubana que no superó los 26 centímetros de estatura y vivió hasta su juventud en la ciudad de Matanzas (Cuba). Allí Chiquita permanece oculta y protegida por la familia pero en 1896 se instala en Estados Unidos y en poco tiempo se convierte en una famosa bailarina y cantante del teatro de variedades, que por aquellos años buscaba afanosamente “fenómenos” como ella.
El premio Alfaguara de novela, que va por su onceaba edición, se inició en 1998 con un premio doble (Caracol Beach de Eliseo Alberto y Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez). Desde entonces lo ganaron narradores de reconocida trayectoria como Elena Poniatowska o Tomás Eloy Martínez, y otros que a partir del premio lograron una mayor visibilidad como Laura Restrepo o Santiago Roncagliolo. El jurado, presidido por Sergio Ramírez e integrado entre otros por Guillermo Martínez y Joge Volpi, calificó a Chiquita como una novela “con una notable gracia narrativa y una imaginación sin descanso”. El acta del Jurado concluye con estas palabras: “una novela ambiciosa que reconstruye la época de máximo esplendor de los teatros de variedades, y logra traer una vez más a la vida, en todo su genio, su crueldad y su encanto, a un personaje inolvidable”.
Artefacto de ficción
Antonio Orlando Rodríguez nació en Cuba en 1956. En 1975 ganó un premio de literatura infantil en La Habana. Durante 10 años Rodríguez se dedicó a este rubro, además de trabajar para la radio y la televisión cubanas. En los ochentas “se anima” a transitar por la literatura para adultos y publica dos libros de cuentos Strip-tease (1985) y Querido Drácula (1989). Desde entonces alterna entre ambos registros. En 1991 abandona Cuba e inicia su exilio en Costa Rica. De ahí pasa a Colombia y finalmente en Estados Unidos (la novela está firmada en Miami, noviembre de 2007). Además de narrador, Rodríguez es periodista, editor, profesor e historiador (en particular de la historia de la literatura infantil en Latinoamérica).
En Chiquita Antonio Orlando Rodríguez combina algunas de estas destrezas. El resultado es una novela que utiliza recursos de la literatura infantil y herramientas de la investigación en una historia para adultos: “Creo que es una novela para adultos y no apta para menores. Me interesaba mucho apropiarme de algunos temas, recursos, motivos, trucos que son propios de la narrativa para niños e incorporarlos a una novela para adultos. El uso de elementos fantásticos, de transgresiones en la lógica de la narración, de los acontecimientos, determinado sentido del humor. No es usual que en una novela para adultos haya una gallina que ponga huevos de oro o que los personajes biloquen. Me interesaba usar la fantasía con la misma libertad con la que se usa en un cuento para niños, usar un humor transgresor, tratar de cautivar al lector desde el inicio del relato, que es un requisito de los libros para niños. Me propuse incorporar esos elementos, usarlos de manera voluntaria, cosa que ejemplo no esta presente en mi primera novela [Aprendices de brujo publicada también por Alfaguara en 2002]. Aquí lo hice con una voluntad de estilo.”
¿Cómo surgió la idea de contar esta historia?
El personaje existió. Era una desconocida total. En 1896, producto de unas circunstancias familiares, de caos en el pais, porque estaban en medio de una guerra muy cruenta, muy destructuiva, decide probar fortuna en Nueva York como bailarina y cantante. No sabía de su existencia. Es un personaje sobre el que cayó un manto del olvido muy grande, a pesar de la celebridad que alcanzó. Una amiga me mandó su fotografía por Internet, tal como comento en el libro y me fascinó el personaje. Me sorprendió obviamente su estatura, porque creo que desde los origenes de la humanidad los seres minúsculos han ejercido una fascinación muy grande sobre nosotros. Cuando comencé a leer lo poco que se puede leer sobre el personaje, me di cuenta de que más allá de su estatura, había una heroína de una novela: por su temperamento, su independencia, por las peripecias que la acompañaron, las decisiones arriesgadas que tomó, la libertad con la que exploró su vida sentimental, su vida erótica. Entonces engaveté el proyecto que estaba a punto de empezar, en el que había trabajado mucho ya. Mis amigos más cercanos me dijeron que había perdido la razón. Pero bueno, fue algo casi irracional apostarle a este personaje. Estuve cinco años trabajando en el libro.
¿Cómo elegiste el modo de contarla?
Mi hipótesis inicial fue escribir una suerte de biografía del personaje, con un narrador omnisciente que lo supiera todo como suele suceder. Pero cuando ya había escrito 50 páginas me di cuenta que por ahí no iba la cosa, que no era como me imaginaba el libro. El personaje se empobrecía con una única visión que le impusiera al lector. Entonces tanteando, dando muchos tumbos, porque carezco de ese racionalismo que permite a otros saber detalladamente hacia donde se dirigen y cómo va a ser su historia, hallé dos variantes: por una parte, las memorias de una vieja artista, una autobiografía disfrazada de biografía. Es un recurso perfecto para que alguien pueda decir todas las flores que quiera sobre sí mismo sin parecer un ególatra, manipulando su leyenda, describiendo el modo en que quiere ser recordado. Por otra parte, ese narrador que a veces suscribe, pero a veces rechaza lo que se dice en la biografía. Eso me permitía explorar dos registros distintos. En la supuesta biografía un tono finisecular, más cercano al folletín, un estilo mucho más florido, literario, de acuerdo a la época. Y por otra parte un estilo muy llano, muy coloquial, con muchas expresiones orales, de la cotidianidad, una narración que va y viene como remedando el habla cotidiana. Eso complementado con las notas al pie que son otro plano narrativo.
Ese narrador de las notas es quien corrige…
Modifica, precisa. Pero a la larga la novela debe leerse como un artilugio de ficción donde todos los engranajes comparten esa dualidad, algunos son de ficción, otros son puramente reales, son datos históricos. Los he entremezclado. En el cuerpo de la novela, o en las notas al pie, igual en ambos casos, van a coexistir el dato real y la fabulación pura.
La historia como decorado
Por momentos me parece que hay un planteo de las disputas por quién cuenta la historia y cómo. Sobre todo en las discusiones de Chiquita con Cándido, a quién contrata para dictarle su biografía.
Trato de contar la historia con la mayor ingenuidad posible. Desde la malicia que te puede dar el haber escrito muchos años, pero trato de escribir sin segundas intenciones, de poner todas mis herramientas al servicio de la historia, de los personajes. Después que está escrito a veces me doy cuenta “Mira, esta presente esto” o “Mira aquí se puede interpretar o leer esto otro”. Me interesó explorar las infinitas capas que tiene la ficción y las mentiras, me interesaba trabajar con personajes que le mienten al destinatario del texto. Generalmente el destinatario de los textos da por sentado que los narradores o que los personajes cuando hablan están diciendo la verdad, y me interesaba trabajar con las capas de la ficción, con los matices de la ficción, y que tanto narradores como personajes a veces dijeran mentiras, verdades, o verdades a medias.
¿Se puede decir que hay elementos de la novela histórica latinoamericana contemporánea, al menos por el modo de entrar en la historia a través de un personaje “marginal”?
No creo que haga novela histórica. Si bien es una novela donde hay un esmerado trasfondo histórico que recoge toda una época muy larga, muy compleja. Pero no creo que sea una novela histórica, es una novela que privilegia la ficción. Le dediqué mucho tiempo a la investigación de los pequeños detalles de los personajes, las anécdotas, las peculiaridades de cada momento histórico, pero no creo que sea una novela histórica. Siempre pienso que cuando escribes un libro es como lanzar una botella al mar. En este caso el personaje de Chiquita la gente lo ha leído de maneras muy distintas, que nunca le vi: una metáfora del destino de Cuba, una celebración de la diferencia, muchas lecturas. Creo que todas son lícitas.
¿Cómo reconstruís el momento histórico?
Primero trato de desacralizar el acontecimiento y los personajes. No sabría decir si todos los latinoamericanos, pero en Cuba tenemos una gran tendencia a sacralizar a los próceres. Y fueron hombres y mujeres tal como nosotros, con virtudes y con defectos. Entonces me gusta desacralizarlos, burlarme de ellos sanamente, es decir, con el ánimo de humanizarlos. Igual con los acontecimientos, las historias oficiales son muy fuertes, están como muy enraizadas en nuestro imaginario. En las guerras nunca hay buenos ni malos en un sentido estricto de las palabras, las guerras son malas. La Segunda Guerra de la Independencia de Cuba fue una guerra muy cruenta, con un fin noble, pero los medios fueron sumamente destructivos. Era comprensible, hacía 80 años que todas las antiguas colonias de América eran libres y Cuba seguía estando subordinado a una metrópolis. Entonces me gusta esa mirada desacralizadora de la historia y me gusta utilizar mucho los periódicos como fuente de información, porque en los periódicos está el gran acontecimiento y el hecho insignificante, la menudencia del día a día, que abrieron una tintorería en tal calle, que vaya a tomarse la sopa que hacen en la taberna tal. Eso no te lo encuentras en el libro de historia, pero si lo incorporas a tu novela le da una gran verosimilitud.
Dos literaturas, una isla
Leí que cuando recibiste el premio te lamentaste por el desinterés de las autoridades cubanas ¿Cómo es tu relación con Cuba?
Me siento muy cercano a la cultura cubana y muy parte de la literatura cubana, aun cuando no comparta, no simpatice con el gobierno del país. Por eso me parece que el trabajo de los escritores, vivan donde vivan, se inserta en el cuerpo literario de su país de origen. Por eso me sorprendió que cuando se dio a conocer el premio, ningún periódico, ninguna emisora de radio, ningún noticiero de televisión de Cuba le hiciera saber a la gente que un autor cubano había ganado el premio Alfaguara. Me parece que eso es un poco tratar de…es decir, no es una publicidad que mi libro necesite para venderse, pero pienso que la gente tiene derecho a acceder a esa información, a saber que un libro de la literatura cubana fue recompensado con un premio de ese prestigio. Es el eterno cuento del silenciamiento de información y de la negación del acceso a la información.
¿Y cómo se insertaría Chiquita en la cultura cubana?
En general me siento emprentado con toda una tradición literaria cubana, con autores a los que me siento afín, y de los que creo que ahí están mis raíces. Autores como Virgilio Piñera, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, Reinaldo Arenas. Creo que vengo del mismo tronco que vienen ellos y me gustaría que mi obra fuera puesta en perspectiva relacionándola con la literatura cubana. Creo que formo parte de una literatura que, lo mismo dentro de la isla que fuera de ella, sigue demostrando su vigor, su riqueza de temas, de formas, de estilos, su variedad, que creo es su principal mérito. Chiquita es una novela que puede leerse de muchas formas pero básicamente es una novela de aventuras, con pinceladas de misterio, de thriller, de erotismo, de humor…pero básicamente una novela de aventuras. Cuando empezaba a escribir el libro me decía «no hay aventuras comparables con la de esta mujer, que con una estatura que nos daba por las rodillas fue capaz de enfrentarse a un mundo hecho a la medida de los gigantes, qué mayor aventura que esa».