Lo que vengo a compartir con ustedes hoy es un resumen sobre de un texto que escribí sobre un grupo de intelectuales afrodescendientes que en el siglo XIX, publicaron los semanarios La Conservación (1872) y El Progresista (1873). Ambos semanarios constituyen, junto con la profusa obra manuscrita de Jacinto Ventura de Molina (entre 1817 y 1837), las primeras expresiones letradas de la comunidad afrodescendiente en Montevideo.
Este trabajo es parte de un proyecto de investigación, que desarrollo en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación dentro del Departamento de Literaturas Uruguaya y Latinoamericana, que tiene como objetivo indagar en la literatura escrita por afrodescendientes en Uruguay desde el siglo XIX hasta el presente. Porque los intelectuales negros están en nuestra literatura desde que se fundara el Estado-nación en 1830.
Sin embargo esa creación literaria ha sido sistemáticamente ignorada por la crítica y la historia de la literatura uruguaya, con contadas excepciones, y a pesar de la existencia de colectivos afro que la han impulsado por diferentes medios y con distintos resultados en cada etapa histórica. Empecé a delinear este proyecto en 2003 y desde entonces lo he modificado muchas veces, como producto de múltiples diálogos y lecturas tanto en el ámbito académico como en la interacción con el movimiento social, con los escritores y con investigadores afrodescendientes.
No quiero dejar de decir que además de las cuestiones de corte académico mi investigación tiene como horizonte ético y político, la lucha contra el racismo en el campo de la cultura, no con la intención de adoptar una postura paternalista o vicitimizadora, y mucho menos para tomar la palabra de los propios afrodescendientes, sino para acompañar sus reivindicaciones, reflexionar sobre ellas, aportar ideas y contribuir a un proceso de mayor democratización de la cultura.
1. La indiferencia de la crítica literaria y la historia cultural
En la década del sesenta del siglo XX Ildefonso Pereda Valdés comenzó a articular un discurso crítico sobre la literatura de los afrodescendientes y en la década de los noventas aparecieron algunos trabajos publicados por Mundo Afro, como la antología de poesía de Alberto Britos Serrat. Estos son apenas dos antecedentes que no alcanzan para construir una lectura global. No existieron en Uruguay ni una crítica ni una historia articulada de la literatura escrita por los afrodescendientes por parte de la cultura hegemónica o de la sociedad civil. Es un hecho que la crítica literaria en Uruguay ha permanecido históricamente indiferente a esta producción.
A espaldas de la crítica literaria y de la cultura hegemónica, a veces lejos también del estándar estético dominante en cada época, se construyó una literatura alternativa (una entre muchas, habrá que estudiar otras), con una circulación propia (primero la prensa y las revistas de organizaciones de afrodescendientes) y un público específico (no exclusivamente ni necesariamente compuesto por afrodescendientes). Que sea alternativa no implica que esté aislada o sin diálogo con la cultura hegemónica. Una de las líneas de trabajo en este campo es el estudio de esas relaciones.
Hay tres características o dimensiones, a menudo entrelazadas, que influyen en la indiferencia y la exclusión de la literatura escrita por afrodescendientes de los canones estéticos de la elite y las capas medias que tanto Pereda como Britos han señalado: a) la influencia de la situación socio-económica; b) el autodidactismo y c) la falta de reconocimiento y estímulo estatal.
Además de estas tres dimensiones apuntadas es necesario indicar que, por ejemplo, la antología elaborada por Britos pone en juego, en el primer tomo, un canon básicamente masculino. De los 19 poetas antologados por Britos, apenas 3 son mujeres. El género, aunque fundamentalmente la desigualdad por sexos, es una dimensión a incorporar para no correr el peligro de escribir una historia de la literatura de los hombres afrodescendientes.
Según el esquema histórico que presenta Ildefonso Pereda Valdés en su estudio pionero la literatura de los afrodescendientes se parte entre el siglo XIX, en el que los escritores afrodescendientes “debían expresarse en un estilo blanco por precaución y discreta reserva impulsados por un complejo de inferioridad que no le permitía erguirse rebeldes y apenas si solitarios” (205), y el siglo XX en el que “se puede encontrar el gesto de rebeldía de una raza” (206). Son ejemplos de esta estética Nicolás Guillén o Aimé Cesaire. Por su parte Britos plantea una división similar en su antología proponiendo un siglo XIX marcado por cantos y composiciones poéticas que no fueron escritas por afrodescendientes y concentra en el siglo XX toda la poesía.
Jacinto Ventura de Molina es el primer antecedente de un discurso letrado en Uruguay. Hijo de africanos, formado en la cultura letrada hegemónica, como un doble de su tutor blanco. Es el convidado de piedra, está allí pero nadie lo recupera ni lo reivindica. No pertenece al sueño nacional porque no estuvo en batallas ni acompañó a Artigas. Britos lo menciona como el primer abogado afrodescendiente pero no lo incluye en su antología pese a que Molina escribió algunos poemas.
2. Los semanarios La Conservación y El progresista
Es por este motivo que semanarios uruguayos de la “sociedad de color” La Conservación (1872) y El Progresista (1873) –los primeros de una historia periodística que siguió hasta bien entrado el siglo XX y que se destaca en el contexto regional– son de particular importancia, no sólo porque representan una ampliación de los sectores letrados con un equipo de la comunidad afro–montevideana, sino también porque el acceso a la palabra escrita pública modificó su representación de sí mismos como grupo social específico y en su relación con los otros. Los semanarios contribuirán a la educación letrada a través de la lectura, a formar un público entre los afro–montevideanos, aunque también a su preparación para una incipiente ciudadanía de corte liberal. El tránsito de esclavo a ciudadano (y letrado) del Estado–nación se produciría entonces correlativamente con el acceso a la palabra escrita pública y a la elaboración de un discurso identitario propio.
Mi hipótesis es que el discurso de reconstrucción de la raza promovido por los semanarios La Conservación y El Progresista, en el proceso de consolidación del Estado–nación, está basado en una ruptura radical con el pasado esclavista así como en los nuevos desafíos que los afro–uruguayos debieron enfrentar en esa nueva etapa que comprendió, entre otras cosas, las demandas de igualdad real, la unión de la comunidad afro–uruguaya, y la necesidad de su ilustración letrada.
Este proyecto generó una nueva oposición al interior de la comunidad imaginada nacional entre los hombres negros y los hombres blancos (ya veremos cuál es el lugar del resto de la comunidad negra y de la mujer en esta nueva dicotomía), diferente a la oposición del proyecto independentista (europeos versus americanos), que si bien no desestabilizó el proyecto nacional (es decir, no promovió la creación de una república negra, como en el caso de la revolución en Haití a comienzos del siglo XIX) lo perturbó fronteras adentro, poniendo en evidencia las diferencias raciales.
La irrupción de este discurso de raza está vinculada al acceso a la palabra escrita por parte de un equipo letrado compuesto por afro–uruguayos que provocó las reacciones del sector letrado mayoritariamente blanco, así como de los propios afro–montevideanos.
A diferencia de la “gran prensa” diaria que se venía consolidando desde la segunda mitad del siglo XIX, de la que el diario El Siglo (1863–1924) puede ser un buen ejemplo, los semanarios La Conservación y El Progresista no estuvieron en la primera plana de los debates políticos, ni el día a día de los lectores, ni acogieron en su redacción a los “grandes hombres” de la política y la cultura uruguayas. Ambos tuvieron una corta vida, o al menos se conservaron en la Biblioteca Nacional de Montevideo unos pocos ejemplares. Su carácter “menor” no debe ocultar la importancia de su emergencia no sólo a nivel nacional –por ser los primeros semanarios de los afro–uruguayos– sino regional, ya que desde 1850 la prensa de los afro–argentinos de Buenos Aires contaba con algunas experiencias interesantes.
El semanario La Conservación alcanzó los cuatro meses (agosto–noviembre de 1872) y El Progresista apenas dos (setiembre y octubre de 1873). Es por este motivo que este trabajo se apoya más en el primero por el volumen de material y su mayor extensión en el tiempo, que permiten comprender el desarrollo de los argumentos de sus redactores. De todas formas hay una cierta continuidad entre ambos proyectos ya que fueron publicados casi por los mismos redactores (fundamentalmente Andrés Seco y Marcos Padín) y además se posicionaron como únicos “órganos” de la comunidad afro–montevideana y sus intereses.
Es por eso que, a pesar de algunos cambios, puede decirse que forman parte de un mismo emprendimiento realizado por un equipo letrado integrado por afro–uruguayos, que persiguió un fin político (la candidatura de José M. Rodríguez como diputado por la comunidad afro) y al mismo tiempo, cultural a través del cumplimiento de una “misión” educativa que tuvo diferentes desarrollos ya sea por el discurso de las editoriales o la publicación de literatura entre otros.
El equipo de redacción estaba compuesto al comienzo por tres afro–uruguayos (Marcos Padín, Agustín García y Andrés Seco) y sufrió algunas modificaciones en los números siguientes. Posteriormente, según se anuncia en la portada, se incorporó al cronista Guillermo Martínez. A partir del número 12 ingresó al equipo Timoteo Olivera quien ya había colaborador como poeta para el semanario. Fue quizá Andrés Seco uno de sus ideólogos más importantes, no sólo por el respeto que demuestran el resto de los colaboradores sino por la persistencia de sus ideas, que conocemos por las editoriales firmadas por el autor, y que se continúan en las “anónimas”.
Por último, la emergencia de ambos semanarios fue acompañada por una serie de respuestas positivas (el “Programa” de La Conservación fue publicado antes de su aparición por tres diarios montevideanos El Siglo, Los Debates y Ferro-Carril) y también por una serie de resistencias en muchos casos muy virulentas, por lo que puede leerse en las páginas de ambos semanarios.
3. La construcción de un nosotros
La emergencia de los semanarios de los afro–uruguayos tuvo como principal motor la construcción de un “nosotros” por parte de un grupo de letrados que se erigen como representantes de toda la comunidad afro–uruguaya. Esta nueva auto percepción de los afro–uruguayos está vinculado con los desafíos de la ciudadanía en el presente, pero también constituye un quiebre importante con el pasado esclavista en el que el acceso a la palabra escrita pública (el periódico) había sido negado al esclavo.
En la primera editorial de La Conservación (Nº 1, 4 de agosto de 1872), firmada por Andrés Seco, el poder de la palabra escrita, y su utilidad en la batalla por la igualdad frente a los “hombres blancos”, ilustra esta nueva situación:
Y hoy que nos es dado empuñar en nuestras manos la pluma del periodista, vamos á pintar aunque á ligeras pinceladas nuestra situación como sociales. […]
Hagámosle comprender á esos hombres, que aún hoy nos miran en menoscabo que somos tan iguales á ellos, que aunque ostenta nuestra faz un color oscuro, tenemos un corazon (sic) que late como el mejor, y abrigamos una misma conciencia.
Que se concluyeron aquellos tiempos que tenian (sic) á nuestros padres sumisos a sus mandatos, que con una palabra los intimidaban.
Que concluyeron aquellos tiempos de barbarie en que cualquiera dándose los aires de «mandon» (sic) solo manejaban el látigo para estos infelices.
Hagámosle ver, que hoy no somos los hombres de antes (1–2).
Es significativo que esta editorial se titule “Nuestras palabras”, y que Seco asuma la tarea de “pintar” a la comunidad afro–uruguaya con sus propias palabras. Al asumir el poder de la palabra escrita, al utilizarla como arma contra los estereotipos racistas, Seco rompe con una tradición letrada que simulaba la voz de los esclavos “malhablados”, parodiándola como en el caso del “Canto patriótico de los negros” de Acuña de Figueroa, o creando la ficción de un yo esclavo que se dirige al Juez, recurso que utilizaban los defensores de esclavos en el ámbito jurídico. Estos dos ejemplos, que no son los únicos, hacen de este gesto de “empuñar la pluma de periodista”, un hecho central en la autorepresentación de la comunidad afro–uruguaya, así como en la percepción que los blancos tenían de ella.
Ese nosotros también se construirá en relación (de oposición) a los hombres blancos al tiempo que no se abandonarán las críticas a la propia comunidad nacional. El texto “Los hombres blancos y nosotros” (nº 13) es un buen ejemplo:
Los hombres blancos, serán siempre los mismos, por mas que ellos quieran disimular su despego, á nuestra raza aparentando sentimientos liberales, y democráticos.
La prueba la estamos viendo con lo que sucede hoy, al Club Defensa, q’ creyendo de que con ser fiel al partido por el cual tanta sangre, derramaron los hombres de color, en todas las luchas, que dicho partido á sostenido y sostiene, desde mucho tiempo, y sobre todo, en la inmemorial defensa de la nueva Troya, en que nuestra raza, con un valor a toda prueba hicieron prodigios que son unas de las paginas mas gloriosas; de nuestra historia.
[…]
Pero; la República del Uruguay no puede admitir en su Representación a los hombres de color.
¿Porque será esto, serán los hombres de color ciudadanos legales de la República o no?
Creo que sí, una vez que cuando la Patria está en los mayores peligros llama en su defensa a todos sus hijos sin distinción de color.
¿No serán los hombres de color hijos de Adán y Eva como los blancos?
Creo que si, puesto que la madre de la civilización la Europa, nos considera su hermanos?
¿Si todas las Naciones civilizadas dan á los hombres de color el derecho de igualdad, porque la República Oriental no lo hace también?
Porque los hombres de color, no han conocido que en esta República los hombres blancos, sea cual sea la opinión a que pertenezcan, son enemigos de nuestra raza.
por lo tanto conquistar nuestros derechos, olvidemos blancos y colorados y solo pensemos, que somos ciudadanos libres, y que uniéndonos obtendremos el triunfo. (p. 1, cols. 1–2. Énfasis mío)
La integración de los afro–uruguayos a la ciudadanía estuvo signado por la resistencia de los hombres blancos, quienes fueron declarándolos “enemigos” o “verdugos” de la raza. El pasado es reivindicado ahora con sus propias palabras, y es utilizado también para los reclamos de respeto a la Constitución.
Por otro lado, el principismo y su crítica a los partidos tradicionales (Ver nota 5) generó las condiciones para la construcción de ese discurso propio más allá de los partidos, y más allá de los prejuicios de los hombres blancos. Los afro–uruguayos de La Conservación no se consideran fuera de la nación, su historia forma parte de un nosotros mayoritario. Sin embargo, la resistencia de los hombres blancos al reclamo de un lugar en la Historia Nacional, los llevó a radicalizar sus críticas y sus denuncias contra la discriminación a medida que continuaba la publicación y los ataques. Así como la nación debía regenerarse a causa de los duros enfrentamientos entre el Partido Nacional y el Partido Colorado, los redactores de La Conservación y El Progresista sostuvieron que la “raza negra” debía regenerarse también, para sacar del atraso a la nación discriminadora.
La otra cara de la contraposición con el mundo de “los blancos” es la apropiación y afirmación de sus valores liberales (la democracia, la igualdad, las leyes), con todas las contradicciones de un catolicismo todavía latente que puede verse en las múltiples referencias a la Biblia, para hacer más firmes las denuncias de discriminación. Esta fue una práctica consciente de parte de los letrados afro–uruguayos que se expresó con total claridad en la editorial “¡Basta de ser sumisos!” publicada en La Conservación (Nº 15). El texto, escrito en la misma lógica que los anteriores, se cierra de la siguiente manera: “Nadie podrá negarnos, ni contrariar nuestra propaganda, por que en ella se encierra, la aprobación de las ideas li[b]erales de los hombres blancos y la regeneración de nuestra raza” (p. 1, col. 2). La apropiación de esas “ideas liberales” de los blancos se vuelven contra ellos en manos de los redactores y la comunidad lectora de La Conservación, para la tarea de “regenerar” la raza. El nosotros de los letrados negros no se construye entonces por una mera contraposición con el mundo de los blancos sino por la aceptación de sus valores, y, al mismo tiempo, por las contradicciones que el reclamo de igualdad provoca en los “blancos”.
Este dato no es menor si tomamos en cuenta que es una estrategia de validación del nosotros en función de un discurso mayoritario blanco. Pero la legitimación del discurso propio no estuvo signado únicamente por esta utilización de los valores liberales, sino también por la utilización del discurso de los “antepasados” propio de la prédica nacionalista. Una de las pocas editoriales firmadas por Timoteo Olivera, “Mi tema”, utiliza esta estrategia:
Comprendo lo difícil que es la misión que me propongo desempeñar [sustituir a Andrés Seco], pero, el recuerdo de nuestros abuelos bárbaramente sacrificados, por haber carecido de las luces suficientes, para poder hacer oír su voz y protestar contra sus opresores, me darán el valor suficiente.
[…]
Nuestros abuelos desde su tumba están clamando; no venganza, porque en sus nobles corazones no cabían sentimientos ruines; pero si justicia, porque la justicia es el don sagrado que nos ha legado el mártir del Gólgota (p. 1, col. 1)
La tarea del nuevo redactor de La Conservación, que sustituye a Andrés Seco, se legitima tomando la voz de los esclavos, convirtiéndolos en mártires y generalizando su pasividad frente al amo. Lo interesante de esta intervención de Olivera es la relación de continuidad con el pasado esclavo y la incorporación al nosotros de los antepasados en la esclavitud. Pero también indica un legado que estaba fresco en la memoria de estos hombres, que no cesaba y que posiblemente la sociedad envolvente, mayoritariamente blanca, les recordaría todos los días. Este discurso también sirvió de legitimación para los letrados de ambos semanarios, por ejemplo: “Nuestros deberes son, hacer lo que no pudieron nuestros padres” (El Progresista, Nº 2, p. 1, c.1), que apostaron a incluir dentro de esa comunidad nacional imaginada en el papel, el recuerdo perturbador de la esclavitud y sus horrores como crítica a los blancos de la actualidad que entorpecen su entrada a la ciudadanía. Andrés Seco, en el último número de La Conservación planteaba, parafraseando una cita de E. de Girardin citada al comienzo del mismo, que “El que estudia el p[a]sado lleva mucho conseguido para entrar en el porvenir” (p. 1, col. 2). Sin que el estudio del pasado se convirtiera en un programa, la utilización del pasado y el recuerdo de ese pasado, fue otra de las formas de legitimar la construcción de un nosotros diferenciado en la comunidad nacional imaginada.
4. Un proyecto letrado
Los afro–uruguayos asumen un discurso que, paradójicamente fue utilizado en el pasado para “demostrar” su inhumanidad, su “falta de inteligencia”, su “barbarie”. Ahora, ese mismo discurso era utilizado para denunciar la barbarie de la esclavitud y para enmarcar a la comunidad en el proyecto nacional. El efecto de esta “resistencia” al estereotipo del esclavo, es un especial énfasis en querer “demostrar” permanentemente los valores letrados de la comunidad afro–uruguaya, su “inteligencia” y de utilizar el semanario como carta de presentación de esas capacidades.
En la editorial de Andrés Seco publicada en el primer número de La Conservación, ya se advertía sobre la necesidad de “iluminar” a una mayoría ignorante:
¡Oh! Cuan grandiosa sería nuestra misión si llegáramos a curar a los que enfermos por el mal de la ignorancia, les causan nuestras palabras el efecto de las que pronuncia fuera de la razón.
¡Compasión! Puede que con el tiempo la modulación de doctrinas, los que antes se hallaban sumidos en perpetua ignorancia puedan ostentar el sol de la sabiduría… (p. 1, col. 3)
Estas y otras intervenciones están inscriptas dentro del proyecto letrado que ambos semanarios promovieron y que consistía en la educación de la comunidad afro–uruguaya. La integración al mundo de la letra es también la entrada a la ciudadanía y el reclamo de sus derechos.
La educación del público no estuvo únicamente orientada hacia el ejercicio de la ciudadanía. Postuló también la “centralidad de la literatura” (Beverley: 96) en esta prédica. Ambos periódicos, por ejemplo, intentaron publicar folletines de autores europeos. En los dos intentos se publicaron textos como folletín, que no prosperaron Rob Roy de Sir Walter Scott y Heroísmo de una madre de Eleuterio Llofriu y Sagrera. Si bien no prosperaron esto no hizo que se abandonara la práctica de publicar a escritores románticos: José de Zorrilla y Ricardo Palma por ejemplo. Es de destacar la gran cantidad de textos literarios que los propios lectores y amigos hicieron llegar a los semanarios para ser publicados. Los propios redactores publicaron poesía y narrativa en sus páginas. Un ejemplo de eso es el texto “La vi por vez primera” de Marcos Padín, publicado por entregas en El Progresista desde el primer número hasta el último.
Pero la necesidad de una formación letrada no consistió sólo en publicar literatura sino en promover la formación letrada de la comunidad a través de las actividades del Club Igualdad. En ese sentido, en el Nº 8 de La Conservación los redactores saludan con efusividad a la institución por su intención de formar una imprenta y una biblioteca para la comunidad, haciendo referencia a la «sed por la ilustración» de la comunidad. En el número siguiente, el semanario publicará la lista de donaciones de libros realizada al Club Igualdad, mostrando el interés de los redactores por la tarea realizada. La introducción de la comunidad afro–montevideana en el mundo del papel, en la producción (imprenta) y en la lectura (biblioteca) será central en el proyecto de los semanarios, más allá de su realización concreta, y está sustentada por la creencia en la cultura escrita como progreso social (Olson: 25–6).
Este aspecto del discurso de los semanarios se puede observar con mayor claridad cuando El Progresista informó sobre la idea de hacer una “Conferencia literaria” por parte de algunos jóvenes de la comunidad (18 de setiembre de 1873):
Este acontecimiento lo saludamos, porque en él hallamos la felicidad de nuestra raza, ya no tan solo por esto, sino porque multiplican nuestro contacto con la alta sociedad, y aun más, porque la civilización avanza, en toda plenitud, y no tardaremos en ver nuestra dicha completa.
La civilización lo es todo porque de ella dependen las letras.
Es en cierto modo productivo leer por un lado, el entusiasmo que provoca en los redactores la idea de la civilización de la comunidad como dependiente de la letra, y por el otro el intento de legitimarse a través de la reivindicación de sus antepasados esclavizados, que vimos más arriba. De algún modo estos letrados negros están reparando el “error” de esos abuelos iletrados, construyendo una voz colectiva, pública, y legitimada por la palabra impresa. La letra es ahora una pluma que se empuña, y una luz que abre camino entre los afro–montevideanos contra las diferencias raciales dentro de la comunidad nacional. Sin embargo, en esta nueva etapa, el acceso a la cultura escrita significó un modo de control social. Las oposiciones a las denuncias y opiniones de los semanarios, que obligaron a estos a justificar y argumentar en varias oportunidades sus posiciones, son un buen ejemplo de que no todo fue “progresos” en la ciudad letrada sino también conciencia de sí mismos, del peso de los estereotipos asociados al color de la piel, y en definitiva, de los límites de la ciudadanía para los grupos subalternos.
5. Resistencias
El proceso de ampliación de los equipos letrados a fines del siglo XIX, esta construcción de un nosotros y la búsqueda del «progreso social» de los afrodescendientes no estuvo exento de conflictos. La comunidad letrada, mayoritariamente blanca, no reaccionó positivamente ante la emergencia y la continuidad de estas publicaciones e incluso consideró exageradas las denuncias de discriminación. Pero los ataques no vinieron exclusivamente de los periódicos “blancos” sino también de la propia comunidad negra. Lo que queda de estas polémicas es lo que puede leerse entrelíneas en los textos publicados por los semanarios, ya que los textos referidos por los redactores no se conservaron, al menos en la Biblioteca Nacional de Montevideo.
En el Nº 2 de La Conservación, en un aviso de último momento, se advertía que el número se había retrasado a causa de un “pasquín” anónimo en su contra, lo que determinó que los dos textos iniciales del siguiente número (18 de agosto de 1872) se dedicaran a responder a los ataques. En el primero, titulado “El insolente pasquin y nosotros”, escrito el sábado 17 de agosto, la redacción identifica a los agresores dentro de la propia comunidad negra. En este caso la unidad pregonada por Andrés Seco en el primer número es en poco tiempo desafiada por los insultos de los propios afro–uruguayos. Según puede leerse en la Crónica escrita por Pichón en el mismo número del semanario, uno de los insultos dirigidos a un redactor es el de “beodo”, que puede alcanzar como ejemplo de la mordacidad de los críticos. El texto de portada que sigue a “Nuestras palabras” denuncia con nombre y apellido a un “joven intachable”, Augusto Villanueva, calificado como “difamador de oficio” y que aparentemente pertenecía a la propia comunidad. Otra de las críticas era que no tenían suscriptores, lo que los forzó a publicar la lista de suscriptores.
Es posible leer en estas acusaciones cierto prejuicio blanco sobre la imposibilidad de un lector negro aún cuando la tarea de establecer históricamente el alcance de la circulación del semanario es sumamente difícil. Sin embargo, la dificultad de representarse un lector negro dentro de la comunidad imaginada nacional, y que este forme parte de esa experiencia del tiempo “compartida” por todos, no fue fácil de digerir. Aceptar la existencia de letrados negros era ya un desafío, pero “los negros” no podían saber leer, y menos suscribirse a un semanario. Estas resistencias del mundo blanco son notorias en el caso de Jacinto Ventura de Molina.
El periódico El Progresista no tuvo mejor suerte y desde el número 2 hasta el final se defendió de múltiples ataques. El equipo redactor de El Progresista que, como se dijo, continuó la tarea iniciada por La Conservación, quizá saturado por las críticas afirmaba en el Nº 2: “Nosotros no dejamos de comprender que desde que empezamos a trabajar, hemos tenido continuamente, un gran número de opositores” (p. 1, cols. 3–4). El acceso a la ciudad letrada de estos periodistas negros estuvo signado, a pesar de su corta duración, por la polémica y los ataques desmedidos. Algunos de estos ataques llegaron a la letra impresa, otros fueron referidos por los redactores (en el texto citado más arriba por ejemplo se los califica de “bípedos” y “sin razón”). Todos parecen estar vinculados a las disputas de cómo representar a la comunidad afro–uruguaya, o por el modo de ejercer la ciudadanía y la política partidaria. Sin embargo, otros pueden implicar prejuicios raciales (imposibilidad de un lector negro) o la molestia por las demandas de igualdad “desmedidas” en la mirada de los hombres blancos. La construcción de un nosotros específico dentro de la comunidad nacional estuvo enmarcada en esta dinámica.
6. Conclusiones
a) La aparición de la escritura como un arma potente de autoconocimiento, de denuncia, de promoción de una serie de valores estéticos y de construcción colectiva. También las dificultades que se presentar para sostener este proyecto, entre otras las limitaciones económicas que marcan la fugacidad de los dos semanarios. En el proceso histórico de otros colectivos este problema persiste, aunque la revista Nuestra raza aparece como un ejemplo de una continuidad nunca antes vista.
b) El proceso conflictivo que esto genera en la sociedad envolvente, racista, que hace pesar los estereotipos. Los cruces con los conflictos políticos y sociales de la época. Y los conflictos internos de la propia comunidad que se suman a los demás conflictos políticos y sociales, que también son características de cualquier colectivo humano.
c) La aparición de colectivos (los Clubes o Sociedades) vinculados a estos proyectos letrados. Aparecen individuos cuya singularidad no puede ser soslayada, pero quiero destacar los procesos colectivos que serán una característica de los proyectos letrados de los afrodescendientes hasta hoy. Este es un elemento que me parece central, creo que es esta dimensión colectiva la que hace sobrevivir, en condiciones muy adversas, las iniciativas de los afrodescendientes en la cultura.
Alejandro Gortázar
Un fragmento de este texto fue leído en la actividad Voces literarias. Diversidades y razones de los pueblos originarios y afrodescendientes de América el jueves 19 de noviembre de 2015 en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Quiero agradecer a Graciela Leguizamón y a la Red de escritores y creadores afrodescendientes (REDAFU) por la invitación.Una versión de este texto fue publicada en la Revista Iberoamericana en 2006.