La segunda entrega de Ruido presenta un cuento inédito de la autora colombiana Lina Barrero. Este relato transcurre durante la pandemia y durante el tiempo en que su protagonista se martiriza pensando cómo resolver un embarazo no deseado. La culpa, el miedo, el sabotaje mental y la presión de ser una buena o mala madre se amplifican en el encierro provocado por el Covid-19. Y también en esta historia que pondrá a los lectores frente al espejo.

Víctor Hugo Ortega C.

«Mujer japonesa bañándose en aguas termales» de J4p4n. Fuente: Imágenes sin copyright

MALA MADRE

Lina Barrero

1

Quedar embarazada durante la pandemia. Un embarazo no planificado. Así lo nombré al comienzo.

Yo no puedo abortar, fue lo primero que se me vino a la cabeza. Soy incapaz.

Recuerdo cuando fui a la primera ecografía de Maximiliano, que ya tiene cinco años. Estaba muerta de nervios, su papá y yo éramos muy jóvenes y ni siquiera vivíamos juntos. Pero fue escuchar su corazón diminuto latiendo en la sala de ecografías y caí rendida. Me enamoré de la idea de tener un hijo al precio que fuera. Nadie me lo arrebataría.

Hoy, que aún me siento joven, sé cuál es el precio de parir y ser madre soltera en Chile. Las renuncias. Lo que cuesta volver a encontrarse entre medio de un cuerpo saqueado.

Máximo va desde los tres años al jardín. Jornada completa, de nueve a cuatro. En ese lapso de seis horas, poco a poco me fui rearmando. Eso y los fines de semana que pasa con su padre.

Hasta ahora, que hemos vuelto los dos todo el día en casa, aprisionados. Es como un nuevo puerperio.

2

Me separé de mi expareja cuando Máximo tenía siete meses.

En este tiempo de pandemia hemos acordado que el niño pase quince días en cada casa. Ahí yo aprovecho para hacer mis cosas, adelantar trabajo y, sobre todo, dormir. Aún no me da para leer ni ver películas.

Fue en una de esas semanas de soledad, que vino a quedarse a mi departamento un amigo, con el que llevaba saliendo poco más de un mes antes de que empezara la cuarentena. Nos dejamos de ver varias semanas, chateábamos de vez en cuando, hasta que terminó cayendo de visita.

Yo me negué varias veces a la idea de saltarse las restricciones para vernos. La primera vez que me lo planteó me enojé muchísimo. Se me hacía egoísta siquiera pensar en meter una persona externa a la casa de Máximo. Y aún lo pienso, es una irresponsabilidad tremenda.

3

El fin de semana que me debía llegar la regla, Máximo se quedaría con su padre. Yo lo planifiqué así, para acostarme a hacer nada, al menos al comienzo. Los dos primeros días suelo tener un sangrado intenso que se lleva todo.

Pero no pasó, me quedé todo el fin de semana esperando descubrir alguna manchita.

El lunes, temprano, recibí a mi hijo y aún nada. Me empecé a llenar de angustia. Estuve a punto de contarle a mi expareja, sé que él no armaría un escándalo, pero en esto nunca hay que apresurarse.

Quería llorar. No sabía si llamar al implicado o era mejor esperar un par de días más. Nunca imaginé nada a largo plazo con él. Ni siquiera me sentía segura de presentárselo a mi hijo. Era sin duda un hombre atractivo, conversábamos harto y me hacía reír. Pero para ser padres se necesita tanto más.

4

Me avergonzaba sentir culpa por la idea de abortar. O creía que si al final decidía tenerlo, el fantasma del aborto marcaría con una herida de rechazo a la pobre criatura por nacer. Mala madre, siempre mala madre.

Hasta ahora el aborto había sido para mí la puerta de entrada al feminismo. Por allá en el 2005, cuando estaba recién ingresada a la universidad, asistí a una charla sobre la despenalización del aborto en América Latina. Creo que fue la primera y única vez en toda la carrera que un discurso me resonó fuerte y claro.

Pero desde que soy mamá, tengo la sensación de que no encajo del todo en aquella imagen que proyecto cuando marcho. Yo trato de ir a todas, pero me quedo un rato nomás para regresar temprano a bañar a mi hijo y dejar lista la comida del día siguiente.

No sé si estuvo bien abandonar mi profesión durante tres años para criar de lleno a mi hijo. Y ni hablar de las concesiones que he hecho por intentar retener un ensayo de familia, por salvar una relación.

5

Mi amor a Maximiliano me hacía pensar en abortar. No querer entregar mi cuerpo y mi mente a nadie más.

A la semana de retraso, desperté una noche llorando. El tedio de la cuarentena vivida con mi hijo me parecía ahora tan lejano y tan hermoso. Habíamos logrado sobrevivir a la rutina interminable del encierro, inventando mundos con toda clase de objetos que se esparramaban una y otra vez por el suelo.

La falta de sueño y la paranoia del virus me parecían una bobada frente a la grieta que, de una u otra manera, me arrastraría hasta el fondo. Cómo caer al abismo y volver a salir sin hundir en ello a mi hijo.

Cómo no lo vi venir.

En una ventana de la torre del frente una luz cambia de colores. Siempre de madrugada. Me imagino una lámpara de discoteca. Un grupo de tres amigos que viven juntos y hacen una fiesta. O una persona sola que prefiere ponerse a tomar y escuchar música, antes que quedarse toda la noche en blanco pegada al techo.

6

Lo primero que hice fue comprar un test de embarazo casero. Lo pedí a domicilio.

Nuevamente poniendo en riesgo de contagio a mi hijo por un descuido tan banal.

Al tipo nunca más le contesté sus chats ni sus llamadas. Me parecía un egoísta. Un hombre que se resiste a un no como respuesta, jamás va a aceptar que mi hijo es lo primero.

Día cuarenta de retraso. Me hago el test temprano en la mañana. Da negativo. Mi primer test con Maximiliano también fue un falso negativo. Eso pasa cuando el embarazo es muy prematuro aún. Debería repetírmelo en unos cinco días.

Para entonces también comenzarán a aparecer los primeros síntomas. Vómitos, náuseas, cansancio extremo y un niño de cinco años al que debo atender lo que dure el confinamiento. Me preparo para sobrevivir a la peor parte de este mal sueño.

7

En Chile, como en la mayoría de los países donde el aborto no se ha legalizado, existe un amplio mercado negro de Misoprostol, el medicamento más seguro para abortar en casa. El peligro es que te estafen, que te vendan unas pastillas que no sean efectivas y que, si llegas a tener algún problema con el procedimiento, te dejen a la deriva.

Investigando en las redes sociales, me entero que existe un colectivo de mujeres que acompañan abortos. En las fotos se ve que son chicas jóvenes, todas mucho menores que yo. Me pregunto qué tipo de crianza debe recibir una persona para estar tan liberada de prejuicios, cómo será crecer en un mundo sin religión. Será ese su caso o siendo tan jóvenes habrán logrado deshacerse de la culpa. Cómo se hace.

Me siento vieja, jodida de la cabeza. Fósil.

8

Para que un aborto con Misoprostol resulte efectivo, se debe realizar como mínimo en la octava semana. Cuando esté formado el embrión. Ese es el momento en el que uno ya escucha su corazón. Entonces no voy a ser capaz, pienso.

El problema es que debido a la pandemia y el cierre de fronteras, no hay Misoprostol en Chile, está agotado y comprarlo en el mercado negro sin un acompañamiento puede ser muy arriesgado. Lo más probable es que te tripliquen el precio sin darte ninguna garantía.

Obligada a tenerlo. Sola. Tendré que volver a cambiar mi vida y regresar con Máximo a la casa de mis padres durante un par de años. Tendré que pedirle perdón a este nuevo niño por haberlo querido matar. Tendré que aprender a dividir mi cuerpo.

9

Me entero que existen las doulas de aborto. Las doulas son mujeres que acompañan los partos. Un aborto es un parto. Yo que sufrí tanto tiempo en silencio por no haber podido parir a mi hijo en forma natural. No sé lo que es una contracción. Tampoco me imagino lo que es vivir el duelo por un hijo. Un vacío de fauces enormes.

Le escribo a una doula que encontré por Facebook. Para mi sorpresa me responde al instante, confirmándome que no hay Miso por la pandemia. Me envía un recetario de técnicas basadas en hierbas. Riesgoso. Cuando estamos por cortar, menciona a la rápida otra forma natural: contactar al alma de la criatura y pedirle que abandone mi cuerpo. Me suena mágico, lejano, y con todo, la única opción.

Espero a que mi hijo se duerma y me encierro en el baño, cierro los ojos e invoco al alma del bebé. Me encuentro diminuta frente a la inminencia de un vientre embarazado: enorme, pesado, tirante. Ruego.

10

Una nueva semana. Temprano en la mañana el papá de Máximo viene a buscarlo. Lo dejo en el auto y entro apurada a alistarme para alcanzar a llegar donde la ginecóloga, antes de las once.

Mientras me lavo el pelo, busco con la cabeza un rayito de sol invernal que pega en la ventana de la ducha. Quién sabe cuánto tiempo más estaremos a oscuras.

Me agacho a cerrar la llave y encuentro un hilo de sangre que brilla entre mi tobillo y el desagüe. Reviso incrédula. Mi cuerpo yendo un paso adelante. Cortando de tajo las telarañas de la cabeza.

Después de cuarenta y dos días, nuevamente estoy menstruando.


Lina Barrero Bernal (Bógota, 1985). Vive en Santiago desde el año 2010. Viajó a Chile para cursar un Doctorado en Literatura en la U. Católica. En 2017 publicó un libro monográfico sobre el cineasta colombiano Luis Ospina, titulado La mirada intelectual en cuatro documentales de Luis Ospina. Ha participado en dos talleres de escritura de Barravento y desde 2016 escribe ficción.