La palabra en contextos de privación de libertad

Escribir y leer en la cárcel es mucho más que un proyecto pedagógico, es una cuestión de derechos. Es algo que hace a nuestro aquí y ahora, ¿cómo pensamos la educación en cárceles?, ¿qué tipo de habilitaciones son posibles de contemplar para los/las personas en situación de privación de libertad?, ¿qué tipo de actividades artístico/educativas se están realizando ahora mismo en la cárcel más allá de la educación formal? Plantear este y otros temas es el propósito de esta nota.

Las instituciones totales

Pensar la educación en contextos de privación de libertad nos permite dar cuenta de diversas tensiones. La cárcel permite la interacción de diversos actores, con diversos paradigmas, orientaciones y actividades. Pensar el trabajo con la palabra en la cárcel, desde un punto de vista creativo, nos obliga a poner en cuestión la propia funcionalidad de “lo literario” y lo “poético”; a su vez, en la historia de la literatura, el castigo ha sido representado por diversas obras que han visto en esta actividad un componente efectivo para vehiculizar lo moral y lo estético.

En el primer canto de la Divina Comedia (1472), el personaje de Dante vislumbra el sol encima de una colina y quiere acercarse de forma desesperada a él. A su paso lo sorprende el poeta Virgilio, quien le indica que para llegar al sol (símbolo de la salvación), deberá atravesar primero los nueve círculos concéntricos del infierno, y que él será su guía.

En el Infierno de Dante podemos ver representado de forma gráfica y poética una alegoría de las instituciones totales, concepto que Goffman plantea en Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales (1961) y que se aplica también al encierro en las cárceles. Según el autor, son establecimientos cerrados en los que su carácter total es simbolizado por la barrera a la relación social con el mundo externo y por prohibiciones a la salida que muchas veces están incluidas en un esquema físico – por ejemplo, puertas cerradas, paredes altas, alambre de púas, fosos, agua, florestas o pantanos. Si trasladamos este esquema al panorama penitenciario local tenemos que hablar de superpoblación, hacinamiento y muy pocas horas de patio a la semana.

Algo en el imaginario (y en lo no imaginario) con respecto a la “condena” y la “pena” persiste en lo que refiere tanto a las condiciones físicas como a la vulneración de derechos de las instituciones carcelarias cuando las mismas son concebidas desde la lógica de las instituciones totales. Esto es, instituciones creadas para separar a la sociedad de sus delincuentes, es decir, la “civilización” de la “barbarie”.

Indagando en esta relación cae por su peso que estos delincuentes aún no están en una dimensión del más allá, como sí lo estaban los condenados del infierno de Dante. Estos se encuentran en una situación de aislamiento que intenta reconducirlos, rehabilitarlos, para que puedan integrarse a la sociedad, una vez hayan cumplido su pena. Esta idea, la de la reforma del individuo, también parte de la idea de que la cárcel es un espacio “otro”, ya que no le otorga la dimensión de “sociedad”. La sociedad está afuera de los muros, esperando al individuo rehabilitado para reintegrarlo a ella. La cárcel, de este modo, no parece habilitar una esfera de socialización, ya que la misma sólo ocurre “por fuera de los muros”.

Como señala el investigador brasileño Elionaldo Fernández (“Educación para jóvenes y adultos en situación de restricción y privación de libertad en Brasil” en Omar Alejandro Bravo, 2018), pensar en las políticas de restricción y privación de libertad es pensar en dos sistemas distintos y complejos de la seguridad pública: el penitenciario y el socioeducativo, ambos con sus concepciones, reglamentos y particularidades (230). Al día de hoy, emerge una mirada sobre el trabajo educativo en cárceles distinta a la concepción goffmaniana de institución total, privilegiándose su insuficiencia institucional y profesional. De esta forma se evita que la cárcel se estructure como una institución completa, vuelta hacia sí misma, sin comunicación y cooperación con otras organizaciones (235).

En el año 2010 se crea el Instituto Nacional de Rehabilitación, esto constituye un cambio significativo con respecto a la concepción del espacio carcelario en Uruguay. El personal policial, quien hasta entonces intervenía tanto en la represión del delito como en las tareas custodiales de los internos, comienza a compartir, de forma gradual, la administración penitenciara con la órbita civil, es aquí que aparece la figura de los operadores penitenciarios. (Documento de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo y Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, p. 5)

Al día de hoy existen programas, proyectos e iniciativas de carácter educativo orientado a personas en privación de libertad. Educación formal (ANEP, UDELAR) y no formal (MEC), al igual que la Mesa Interinstitucional de Educación para personas en conflicto con la ley penal (MIE), son sólo algunos de los espacios que logran ingresar al sistema penitenciario para hacer vigente el derecho a la educación de las personas privadas de libertad.

El papel de los mediadores

La palabra en la cárcel es un elemento a administrar. Se la convoca en la ley, en los expedientes, en los escritos judiciales, en los registros de ingreso, en los pases de lista. Pero también se la toma: en las paredes, en los cuerpos, en los cuadernos de clase y en los diarios que se esconden de las requisas.

Es aquí que aparece como figura central el mediador de lectura. Educadores, docentes, o los propios sujetos en condición de encierro son capaces de oficiar de puente para que las producciones escritas y/u orales puedan convertirse en un documento o testimonio sobre su vida y sus sueños.

Pensar el trabajo con la palabra más allá de lo literario implica otorgar un sentido nuevo tanto a la escritura como a la lectura. La palabra, asociada muchas veces a la ley, se convierte ahora en una encrucijada. Un cruce de caminos donde diversas voces, ideas, y vidas se encuentran con la posibilidad de cooperar para la creación de una biblioteca, la grabación de un audiocuento, la elaboración de un diario, escribir cartas, escribir poesía, cuentos, representar una obra de teatro, grabar un podcast, filmar un corto y demás proyectos que podamos imaginar para realizar allí.

Desde esta perspectiva artística o creativa, a la vez que educativa, la palabra no busca reformular al sujeto. No se mete con sus deseos ni sus convicciones: transforma estos en materia prima para la elaboración de un discurso de ficción. Una simulación de la realidad, un artificio que puede tener o no el nombre de “obra”. Lo importante es el proceso por el cual “se ponen manos a la obra”, ya que en ese momento tanto los educadores/artistas como las personas en privación de libertad comparten el mismo acto de la palabra, creen y crean algo juntos.

Según el investigador argentino Juan Pablo Parchuc (2018), las prácticas de escritura y lectura, crean un campo, material y simbólico, de sentidos e indagaciones (170). Interpelan performativamente tanto sus condiciones de posibilidad, como los marcos, normas y regulaciones donde son inscriptas. Estas acciones tienen el potencial crítico de dejar marcas sobre las lenguas, sujetos y espacios que atraviesan, alterando sentidos, redefiniendo escenas y relaciones, interfiriendo lógicas institucionales y, en definitiva, produciendo nuevos horizontes y oportunidades para el desarrollo de procesos subjetivos, grupales y comunitarios (177).

De esta forma podemos intuir cómo el trabajo con la palabra adopta un rol central en tanto mecanismo de resistencia al dolor provocado por las instituciones totales, y, de alguna forma, se opone a estas por medio de una vinculación que busca no reproducir violencia. Provocar, por medio de la palabra leída y escrita, la apertura de espacios donde no se reproduzca la violencia, permite que las personas privadas de libertad puedan pensarse de una manera diferente a la oclusión del calabozo. En palabras de algunos participantes de talleres artísticos, por un momento “te olvidás que estás ahí”, “seguís encerrado pero no es lo mismo, algo cambia”.

La mediación a la lectura como tarea del educador, del operador penitenciario, o también del propio sujeto interno/a que puede asumir este rol, produce y redefine la manera en que los/as sujetos/as interactúan con sus vivencias y recuerdos. Como señala la antropóloga francesa Michéle Petit “(…) el iniciador a los libros es aquel o aquella que puede legitimar un deseo de leer no bien afianzado. Aquella o aquel que ayuda a traspasar umbrales, en diferentes momentos del recorrido. Ya sea profesional o voluntario, es también aquel o aquella que acompaña al lector en ese momento a menudo tan difícil, la elección del libro.” (1999: 14). Para finalizar el recorrido consultamos a los propios mediadores, que trabajan en instituciones de privación de libertad, vinculados a la palabra dicha o escrita. En todos vemos la intención de cruzar umbrales con aquellas personas que se encuentran en privación de libertad.

Testimonios

«La escritura nos permite abordar lo desconocido, establecer un inicio en el tiempo, aceptar lo incierto, recomponer el ser, repararse a uno mismo, traducir el dolor y provocar la risa. El trabajo con la oralidad puede significar un momento de autoafirmación, de los gustos, de los intereses, o de la expresión de inquietudes y es una forma de socializar, de establecer un vínculo a través de una conversación mediada por actividades, por objetivos o propósitos.»

Francisco Bueno, Unidad 3, San José, proyecto de radioteatro

“La cárcel es una institución sumamente masculinizada, de hombres y para hombres. En dicho contexto, este grupo integrado por hombres y mujeres (en un principio dos terceras partes eran hombres, pero luego se logró equiparar las cantidades), la palabra y lugar ocupado -o asignado- a las mujeres era el de una voz tímida, un lugar secundario, en el mejor de los casos, delegada a una compañera que pretendía hablar en nombre de todas. Pero el proceso paralelo de escritura y lectura grupal de sus producciones -mayoritariamente realizado por mujeres- permitió que las participantes fueran ocupando lugares más firmes, sus voces ganando en claridad y contenido.”

Gonzalo Antía, Unidad 13, Las Rosas, Maldonado, proyecto de diario

“Muchos lograron por primera vez sentir que eran dueños de sus palabras. Ser conscientes de que pueden elegir sus palabras y así elegir la forma de decir, hablar, contar y contarse. Encontrarse con su propia voz a través de la escritura. Encontrarse con ellos mismos. (…) En este caso puntual, el epistolar fue el vehículo indicado para trabajar la palabra porque además de lo ya mencionado, la carta instala de forma inmediata un “otro” como destinatario. Y eso es esencial para construir y desarrollar subjetividades: “soy” entre otras tantas cosas, también porque hay un otro que me reconoce, me lee, me contesta. Si nos adueñamos de nuestra voz entonces dejaremos de hablar con las palabras de otros.”

Carolina Eizmendi, Unidad 7, Canelones, proyecto de Cartas

“Con los participantes, a principios de año, decidimos que haríamos un podcast. Pero no a la manera de programa de radio guionado, sino que grabaríamos en audio casi todos nuestros encuentros semanales para editarlo luego, guionarlo y elaborar con ello un “audio-documental”. (…) La escritura es una posibilidad expansiva para la subjetividad. La escritura acompaña y configura mundos, universos simbólicos que dan asidero a mi subjetividad y que conectan con posibilidades existenciales. (…) Así como hay que ser creativo para dar con experiencias de lectura que puedan interpelar, también se trata de habilitar oralidades, modos de uso e intercambio de la palabra que no sean encerrantes ni excluyentes, sino expresivos, habilitantes.”

Martín Cerisola, Unidad 13, Las Rosas, Maldonado, proyecto de Podcast

Foto de encabezado: Fragmento de la instalación «El juego de la vida» de Elisa Ríos. «Participación en la muestra colectiva Delitos del Arte, realizada en el Espacio de Arte Contemporáneo (Ex-Cárcel Miguelete), 2010». Fuente: Wikimedia Commons.