Desde Anguirú, como mencionamos en nuestra presentación, ponemos en primer plano la reflexión crítica en torno a las disidencias -sexo-genéricas y corporales- y entendemos que actualmente, en un contexto neoliberal de instrumentación de las luchas por parte del gobierno, es necesario profundizar sobre los usos de estos temas en relación con fenómenos más amplios.
Distintas señales y medidas dadas en los últimos tiempos ponen en evidencia que detrás de discursos que parecen apoyar la ampliación de derechos, existe el cometido de despolitizar las luchas y de hecho se promueve su utilización a favor del mercado. En el ámbito de las disidencias sexuales y de género esto se conoce como «pinkwashing» o «lavado rosa» pero creemos que el mecanismo es extensible al tratamiento que vienen recibiendo otros colectivos, como el de personas con discapacidad.
Más allá de los debates a la interna de los colectivos acerca de los modos de nombrarse, percibirse y presentarse ante otres, la incorporación de categorías como «diversidad» e «inclusión» en las gramáticas de la agenda política ha significado un logro, sobre todo considerando los escenarios precedentes, signados por la estigmatización y el prácticamente nulo reconocimiento. No obstante, también conlleva sus riesgos, entre ellos el vaciamiento de sentido crítico parece ser uno de los más importantes. Cómo podemos pensar un horizonte donde radicalizar la lucha por nuestros derechos cuando estos son usados una y otra vez en el marco de narrativas de despolitización como recursos meramente electorales, que por otro lado son sumamente contradictorios entre sí.
Aún desde posicionamientos decididamente de izquierda no se comprende cabalmente lo que implica una lucha interseccional que mire globalmente las dimensiones de opresión. Los sectores más conservadores, por otro lado, han desarrollado no sólo posicionamientos antiderechos desde ámbitos político-académicos, estructuras religiosas mediante, sino mecanismos para promover el retroceso en el avance de derechos. No sólo ya han comprendido que la agenda política electoral implica temas como la sexualidad, el género y la inclusión de poblaciones vulneradas sino que han generado acciones concretas.
La pregunta que nos hacemos es cómo estos usos neoliberales están operando actualmente y qué efectos tienen cuando notamos la puesta en práctica de estrategias mediáticas de vaciamiento de contenido con un claro corte de clase.
Pondremos un par de ejemplos sobre lo que queremos ilustrar. En Uruguay, en abril de este año (2022) tuvo lugar el Festival Sin Límites de artes escénicas inclusivas, organizado por el SODRE. Si bien en lo que respecta a “artes inclusivas” existen algunos antecedentes, este festival descolló por su propuesta: durante una semana distintos espectáculos fueron llevados a escena, se realizaron clínicas, conversatorios y distintas actividades de acceso libre y se incorporó accesibilidad en todas las instancias (audiodescripción y lengua de señas principalmente).
Pero esta instancia cambia de signo si la ponemos en contexto con otros sucesos, en particular el debilitamiento del Sistema Nacional Integrado de Cuidados, principal política pública orientada a brindar asistencia a personas con discapacidad en situación de dependencia, hecho denunciado en sucesivas oportunidades por la sociedad civil organizada.
Así entonces, tenemos por un lado un acontecimiento cultural que celebra la diversidad y la inclusión y, en simultáneo, un debilitamiento de una política social redistributiva (de recursos y de tareas de cuidado) cuyas personas destinatarias pertenecen en buena medida a sectores populares. En otras palabras, los más sumergidos no ven un cambio real en sus condiciones de vida, ni en sus posibilidades de acceso a espacios, propuestas y ámbitos de debate. No son parte del target de la diversidad e inclusión.Elefecto del uso neoliberal de estás categorías y acciones consiste en un hacer que aparentemente otorga derechos, pero no existe acceso posible ni viable para todes si la desigualdad social y la dimensión de clase no se colocan como eje de la reflexión y acción.
Algo similar sucede con la diversidad -entendida principalmente como sexual y de género-, venimos siendo testigos de una despolitización mundial de este paradigma que ya en otras geografías no sólo da señales de vaciamiento de contenido sino también de una instrumentalización acrítica de sus símbolos, significados y usos protagonizado no sólo por empresas sino por instituciones y colectivos.

En este momento y en un gobierno que ha dado infinitas muestras de estar en contra de los derechos para la población disidente -no apoyando iniciativas claves para garantizar derechos-, por un lado se embandera de la lucha en el mes de setiembre y lanza acciones en el marco de este mes a través del Ministerio de Desarrollo Social con la consigna de un “País libre de discriminación”, apoyando iniciativas que tienen que ver con la apertura del mercado hacia el turismo gay friendly o en el sector deportivo, entre otras, pero por otro, el Ministerio de Educación y Cultura “ordena” bajar la bandera de la diversidad del Instituto Clemente Estable, uno de los principales institutos de creación de conocimiento científico del país. Mencionamos al pasar los exabruptos que conllevó una actividad informativa sobre infancias trans en el Partido Colorado que dejó al descubierto no sólo los posicionamientos ultraconservadores en esta temática sino las grietas dentro de la coalición de gobierno que claramente tienen visiones muy contradictorias sobre cuáles son las vidas dignas de ser reconocidas y protegidas.
Si pensamos en estos hechos de forma aislada, como se propone por medio del blindaje mediático, estas acciones aparecen como carentes de nexo de sentido. Sin embargo, cuando comenzamos a poner énfasis en los discursos que propone el neoliberalismo en relación a sectores vulnerables, nos damos cuenta como existe no sólo una gramática en la forma de contar, abordar y utilizar estos hechos sino una forma de lo que aparece como lo visible.
El binomio visible-invisible aparece como una forma de hacer política, si no lo vemos no existe, no existen la pobreza y las ollas populares, no existen les docentes y estudiantes en huelga, los paros, el desempleo, las personas en situación de calle. Esta forma de hacer política a través del marketing -lo vimos desde el primer día de gobierno cambiando la imagen gráfica de todas las dependencias del Estado- en donde el sufrimiento social y la dignidad humana no sólo no son relevantes, sino que se convierten en una “cosa” que ocultar o mostrar según convenga, se ha instalado como manera de ser y hacer. La “diversidad” y la “inclusión” son un valor sólo para ciertos sectores sociales que pueden capitalizarse en contextos de consumo cultural o de mercado, pero son obstáculos si se conciben como un modo de llevar a cabo la educación y la ciencia, y de entender los derechos humanos como horizonte emancipatorio.
¿Qué alcances, límites y radicalidad tienen estas categorías cuando no las intersectamos con otras dimensiones de opresión o se instrumentalizan de esta forma? Entendemos que el desafío es tensar los límites del sentido y la representación, no tenemos fórmulas para escapar a los usos actuales de la política, pero si entendemos que debemos estar bajo alerta y, desde el lugar que nos encuentre, ir más allá del humo neoliberal de la diversidad y la inclusión que en la actualidad nos deja en la banalización de la vida humana y en su instrumentalización en la efímera agenda pública.
Laura Recalde Burgueño y Luisina Castelli Rodríguez