A principios de septiembre, en medio de un complejo panorama político, judicial y mediático, un tipo se acercó a la vicepresidenta, expresidenta y principal referente de la coalición de gobierno de Argentina, Cristina Fernández, y le gatilló un arma en la cara con intención de matarla. Inmediatamente después del ataque comenzó una discusión intelectual, política, periodística y social sobre el tema en la que se encuentran desde posiciones conspiracionistas que afirman que fue un ataque de falsa bandera (no sorprendentemente, este grupo y los negacionistas de la pandemia se solapan bastante) hasta intentos de contextualización social y política, pasando por memes y planteos sobre posibles vínculos entre el atacante con los líderes opositores como autores intelectuales.
El atacante fue capturado poco después del intento de asesinato y a las pocas horas empezó a circular información sobre él. Llamó particularmente la atención que el tipo tenía unos tatuajes con símbolos neonazis y que participaba en un grupo ultraderechista, cuyo nombre ya ha circulado lo suficiente como para no tener que nombrarlo. Enseguida que empezó a circular esa información los medios y las plataformas sociales se llenaron de conversaciones sobre nazis, neonazis, simbolismos místicos, grupos de ultraderecha y sus vínculos fácticos o imaginarios con los principales actores de la política institucional argentina. Y también, empezó la especulación sobre cuáles serían las razones por las que estas ideas circulan, se afianzan y son adoptadas por un remisero bonaerense cuya pareja vende algodón de azúcar en la calle. [1]
Tanto en plataformas sociales como en espacios periodísticos empezó a darse una cobertura que puede ser señalada, en el mejor de los casos, como problemática, donde el atacante, su entorno y el grupo político en el que participaba recibieron muchísima atención. En algunos casos hubo una cobertura que, en su pretensión de neutralidad, no hizo más que divulgar las ideas y discursos de esta gente tal como ellos mismos las presentan, dándoles amplificación sin incorporar un elemento crítico. En otros casos los periodistas y opinólogos les dan una cobertura personal, llenándolos de adjetivos y presentando sus ideas y actitudes con fascinación, dándoles voz e incluso permitiéndoles reivindicarse para una audiencia masiva. También hubo gente que, bajo la premisa de que estos tipos son un peligro inminente para la sociedad, adoptó un discurso tremendista que los presentaba como si fuesen el NSDAP en 1925, como una amenaza seria e inminente a los fundamentos de la sociedad argentina. Por otro lado, hubo coberturas con artículos al estilo Rolling Stone donde los estetizaron, como si fuesen un grupo de reventados antisistema. Esa cobertura generó su propia metacobertura, gente que, con algo de razón y basada en algunas cosas que los investigadores sobre el asunto vienen diciendo, planteó que esta forma de cubrir la noticia no hacía más que amplificar los discursos, relativizar la culpa y, en algunos casos, hacer atractivos a unos tipos y un conjunto de ideas que por sí mismos no logran convocar más que a unas pocas decenas de personas.
Entonces, acá entra un poco la cuestión que me interesa comentar, cabe preguntarse si hay alguna manera en la que se pueda realizar una cobertura política sobre estas personas, estos movimientos, estas ideas, estos fenómenos, si es posible hablar de las ultraderechas racistas, nativistas, sexistas y excluyentes sin ser funcional a ellos.

Mi intento de respuesta es que sí es posible, pero no es lo que sucede la mayoría de las veces. En los siguientes párrafos trataré de explicar el problema, plantear cómo no se debería solucionar y proponer algunos abordajes que se podrían seguir para hacerlo.
El 15 de marzo de 2019 el australiano Brenton Tarrant realizó dos ataques terroristas con armas de fuego en la ciudad neozelandesa de Christchurch, uno a una mezquita y otro a un centro cultural islámico, dejando cincuenta y un muertos y cuarenta heridos, todo esto mientras realizaba un vivo en Facebook en el que combinaba discurso supremacista con referencias a la cultura del internet vernáculo. Tal como sucedió con el ataque a Cristina Fernández, estos atentados despertaron el interés en el perpetrador, y en particular, en sus ideas y motivaciones, motivando centenas de notas periodísticas que elaboraban un perfil de Tarrant basado en indagaciones superfluas sobre sus cuentas de redes sociales y en sus declaraciones. Además, el caso Tarrant tuvo un elemento adicional, así como en varios otros casos de terrorismo supremacista blanco (y terrorismo en general), en este caso el terrorista dejó un largo manifiesto en el que, además de declarar sus supuestas motivaciones, provee información sobre sí mismo, información que fue tomada inmediatamente como válida y replicada por la mayoría de los periodistas que escribieron sobre él.
Sin embargo, como plantea Whitney Phillips (entrevistada por Paris Martineau para Wired), mediante su live de Facebook, su manifiesto y sus posteos en plataformas sociales, Tarrant lo que hace es controlar la narrativa sobre los atentados, sobre sí mismo y sobre el supremacismo blanco. Esto generó que medios y comentaristas de plataformas sociales y YouTube reproduzcan sus ideas y motivaciones declaradas, inundando la conversación pública con los contenidos que él mismo produjo y diluyendo (sea por desincentivo a la investigación seria o por mera sobreabundancia) la información de calidad que permita entender a Tarrant en su contexto social y político y al supremacismo blanco en general. Así, Tarrant llena su manifiesto de elementos a sabiendas de que llamarán la atención de los medios masivos, incluyendo un cuestionario en el que apela a lugares comunes de la retórica de los medios principales (desde el vínculo de los videojuegos con la violencia, hasta referencias a contenidos mediáticos) logrando que fragmentos enteros fueran replicados, colocando ideas de genocidio blanco, conspiraciones juedocomunistas y reemplazos étnicos en el prime time. Según Phillips, “el objetivo de la manipulación mediática como acto es generar la mayor cantidad de cobertura posible, incluyendo un intenso foco en el perpetrador (…) Cuando los periodistas se enfocan detalladamente en los motivos y se enfocan detalladamente en todos los detalles de la vida de la persona, incluso si el periodista está indignado por sus acciones, esa persona aún es el protagonista de la película, y ese es su objetivo: ser la figura central en esta obra”[2].
En su libro This Is Why We Can’t Have Nice Things (2016), Phillips estudió el trolling que se produjo entre mediados de los 2000 y mediados de los 2010 y observó cómo los trolls son capaces de aprovechar el amarillismo y gusto por el escándalo (y el rating y beneficio económico asociado) de los medios para colar sus discursos marginales en ellos. Un ejemplo muy claro de esto fue cuando, mediante la intrusión en el foro del sitio web de su programa, un usuario del tablón /b/ de 4chan logró que Oprah Winfrey dijera ante una audiencia de millones de personas absolutamente ajenas a 4chan “más de nueve mil penes”[3], apelando a una referencia a la serie Dragon Ball Z que había sido convertida en meme por los usuarios de /b/. De esta forma, un usuario individual logra meter de canuto un chiste de una comunidad absolutamente marginal[4] en un espacio masivo, no solamente “profiteando” en “lulz”[5], de la misma manera que Tarrant logra incluir sus propios intereses en los medios masivos, como el supremacismo blanco y las teorías conspirativas acerca de una supuesta catástrofe demográfica planificada por una elite de judíos comunistas.
Debo admitir que, para quién está por fuera del tema, el vínculo entre el trolling y los atentados supremacistas puede parecer una sobreinterpretación un poco traída de los pelos. Sin embargo, es algo que no sólo surge del análisis de la actividad de Tarrant y supremacistas similares, sino que Tarrant lo dice expresamente en 8chan[6], en su última publicación antes de los atentados. Allí lo expresa utilizando el propio lenguaje del trolling: “es tiempo de dejar las publicaciones de mierda, y tiempo de hacer una publicación esforzada en la vida real”[7], siendo esta “publicación esforzada en la vida real”, claramente, el asesinato de cincuenta y un personas.
Debido a lo explícito de las intenciones de Tarrant y las características de las repercusiones, el caso de los atentados de Christchurch funciona como caso modelo del uso de los supremacistas de las metodologías y el lenguaje del internet vernáculo para controlar la narrativa e inmiscuir sus ideas en la conversación general, pero también como ejemplo de cómo una cobertura mediática no necesita ser favorable a los terroristas para ser funcional a ellos, difundiendo sus ideas y haciéndolos más atractivos para algunos grupos de personas, permitiéndoles controlar la narrativa. Basta con que los terroristas sean capaces de utilizar el amarillismo, el sensacionalismo, el moralismo y los prejuicios de los medios, basta con que los periodistas presenten escenarios catastróficos donde un pequeño grupo de personas pone en jaque a toda la sociedad, basta con que se realicen coberturas estetizantes, que presenten los planteos literales o que se los represente como una fuerza poderosa.
En un artículo para Current Affairs llamado elocuentemente “How To Write About Nazis” (“Cómo escribir sobre nazis”), la periodista Amber A’Lee Frost plantea que los medios principales no suelen ser buenos en detectar y contrarrestar esta capacidad de las ultraderechas de capitalizar las coberturas mediáticas, y yo agregaría, siguiendo a Phillips y su análisis del trolling, que muchas veces ni siquiera están interesados en hacerlo, simplemente ven una oportunidad de tener un contenido escandaloso que les genere rating o visitas[8]. Además, aparece un tercer factor que no hay que dejar de lado, cierto ego de los periodistas y productores que hace que pongan sus intereses estilísticos o profesionales sobre cualquier tipo de ponderación del impacto social de su trabajo, con coberturas estilo gonzo, ensayístico o rockstar sobre temas que, en una de esas, demandan un trabajo diferente.
Esto, que está estudiado en el caso estadounidense, con decenas de investigaciones académicas y periodísticas, también puede observarse en el caso del intento de asesinato de Cristina Fernández, pues, además de los miles de comentarios banales o directamente ridículos en las plataformas sociales, el intento de asesinato, los responsables y los movimientos abiertamente nazis que salieron a luz a partir de él fueron el centro de muchísimos trabajos periodísticos que, justamente, hicieron todo lo que Frost y Phillips señalan como problemático. Los medios afines al kirchnerismo como Página/12 y C5N adoptaron un discurso catastrofista en el que estos grupos no sólo eran descriptos como una amenaza personal (lo cual parece claro luego de un intento de asesinato), sino social, ya que ponían en riesgo a toda la sociedad con su mera existencia, algo que según Frost, «no sólo contribuye a un pánico innecesario, sino que contribuye a sus campañas de promoción»[9]. Pero, estos medios también le seguían el juego al atacante y a otros ultraderechistas al repetir algunas de sus declaraciones que responsabilizaban a sectores aliados al macrismo opositor, sin importar que estas fuesen contradictorias o inconsistentes y no sean acompañadas de evidencia.
Por su parte, medios alineados con el macrismo, como TN y La Nación+ (tan alineado con el macrismo que Macri es uno de sus propietarios), o afines, como América, reprodujeron discursos que ponían en duda que el ataque haya sido real o que incluso lo justificaban, minimizaron la relevancia, trataron de separar a estos nazis de algunos políticos institucionales con discursos parecidos e incluso le dieron voz a los propios nazis, dándoles entrevistas amables donde los dejaron expresarse sin casi repreguntar o problematizar sus declaraciones[10]. A su vez, fiel a su estilo de sensacionalismo berreta y barato, Crónica entrevistó a personajes bizarros de la vuelta, que de alguna manera se relacionaban con el atacante o su entorno.
Un caso bastante particular es una nota de Anfibia sobre el grupo ultraderechista vinculado al atacante, que, además de darle espacio para decir lo que quisiera, incluyendo expresiones como que habría que matar gente y que los tiroteos como los de Tarrant eran una forma de enfrentar al poder corrupto, sin ser problematizado, se incluyeron fotos con estilo editorial en las que aparecía rodeado de parafernalia. De esta manera, lograban estetizar y novelizar a una persona que llama a matar y excluir gente, como si fuese un hiphopero de moda o un rockero rebelde, prendiéndose un pucho con una antorcha frente a una guillotina construida por él mismo y que poco antes había sido usada en una manifestación para expresar lo que su grupo cree que habría que hacer con Fernández y su sector político. Este tipo de coberturas no es algo excepcional cuando los medios se interesan en estos ultraderechistas. De hecho, Frost analiza unas cuantas producciones periodísticas publicadas entre 2016 y 2017 acerca del neonazi estadounidense Richard Spencer, que fueron producidas en un momento en que la alt-right era centro de atención y Trump (a quién Spencer y muchos referentes de la alt-right apoyaron) acababa de ganar las elecciones o estaba a punto de hacerlo, allí critica que estas producciones periodísticas le permiten a Spencer presentarse como un tipo rebelde y controversial, pero canchero y sensato, al tiempo que reproducen contexto sus declaraciones sin mayor problematización[11].
Algo en lo que Frost y Phillips (en Wired, a propósito de QAnon) concuerdan (y yo también) es en la importancia de realizar una buena contextualización de los grupos e individuos ultraderechistas y brindar información completa y detallada acerca de las personas y organizaciones, así como de sus antecedentes y actividades concretas, de sus entornos que permitan reconstruir el entramado de relaciones que establecen con otras organizaciones, instituciones, discursos e individuos. Esto también incluye un comentario serio sobre las declaraciones y planteos de esta gente, que muchas veces están llenos de mentiras, errores y tergiversaciones voluntarias o involuntarias. A fin de cuentas, poner en tu cobertura un disparate o una mentira y ni siquiera comentarla bajo la premisa de que reproducen textualmente lo que declaró el entrevistado no sería periodismo independiente y plural, sino que es, básicamente, darles un megáfono inmenso para que digan lo que se les cante, un megáfono que en general no se le da a gente que tiene cosas más interesantes y fundamentadas para decir.
Sin embargo, como mostró la conversación en medios masivos y plataformas sociales acerca del ataque a Fernández, a veces puede producirse una sobrecontextualización que convierta esa contextualización en una dilución de la responsabilidad o, incluso, en una exculpación. Se puede pensar que en el tratamiento de la noticia y la cobertura mediática necesitan de datos como que el atacante fuese un trabajador precarizado y su pareja (y cómplice) una trabajadora informal, puede ser pertinente señalar que ambos se sentían molestos por la inestabilidad política y social de Argentina, o que sus ideas se forman en un sustrato ideológico polarizado y violento. Sin embargo, este tipo de abordajes pueden funcionar o ser leídos como un determinismo sociológico que, más que explicar la deriva violenta de algunas personas, termina dándole un marco justificativo.
Las sociedades en las que estos discursos florecen suelen ser sociedades polarizadas y excluyentes, en un conflicto social y cultural que caldea los ánimos. También es cierto sostener que la pobreza y marginalización social contribuyen a que las personas desarrollen resentimiento y alienación (en los múltiples sentidos del término), que fácilmente se traducen en ideas ultraderechistas. Asimismo, el discurso polarizante y violento de los líderes políticos y referentes mediáticos (de prácticamente todos los sectores) contribuye al crecimiento de estas ideas. Sin embargo, no todos los excluidos, marginados y polarizados entran en un espiral ideológico que lo llevan a terminar haciendo una guillotina o intentando matar a la vicepresidenta. Entonces, está bien e incluso es necesario realizar un buen análisis contextual, social, político y cultural, pero existe alto riesgo de caer en discursos mecanicistas que no sólo le quitan -al atacante- responsabilidad sino que les quita agencia.
Sin dudas, este tipo de fenómenos es relevante, es entendible y legítimo el interés que generan de parte de los medios y la sociedad en general, pero estas formas de cobertura periodística (sea mediática o en las plataformas sociales) son problemáticas, porque más que contribuir a entender el problema, lo amplifican y lo recubren de elementos de espectáculo que no hacen más que entorpecer una buena comprensión. Es importante recordar que la tarea de los medios de comunicación y de los referentes de las plataformas sociales no se termina cuando clickean en «publicar».

Entonces, cabe preguntarse si es posible hablar de estos ultraderechistas sin ser funcionales a ellos, sin amplificar sus ideas, sin presentarlos como algo más peligroso o más atractivo de lo que realmente son, es decir, sin dejarlos controlar la narrativa. Spoiler, sí, pero es importante que la narración sobre este tipo de personas y acciones, se realice teniendo en cuenta que muchas de las formas de cobertura periodística habituales de los medios son funcionales a esta gente. Además, habría que evitar sensacionalismos y estilismos que estetizan y romantizan a personas despreciables y asegurarse que la contextualización que se presente contribuya a una mejor comprensión del problema y no a una relativización de la responsabilidad.
Desde luego, la pretendida neutralidad periodística no parece ser un buen camino. Algunos periodistas entrevistaron a estas personas, dejándolas decir lo que querían, sin repreguntar y sin problematizar, incluso (como en una entrevista de casi diez minutos en América TV) se les dio lugar para que pudiesen hacer sus descargos, justificándose en el enojo y la frustración ante la inestabilidad política y repitiendo sus ideas, sabiendo que ahora llegan a millones de personas y no a unos pocos cientos como antes.
La pretensión de neutralidad es un problema que ha sido observado, por ejemplo, en el caso del cambio climático, donde, como señalan Riley E. Dunlap y Aaron M. McCright en su artículo “Organized Climate Change Denial” (incluido en la compilación The Oxford Handbook of Climate Change and Society), se produce un “sesgo de balance” cuando la prensa le da la misma validez a lo que dice un científico que está de acuerdo con el consenso abrumador acerca del cambio climático antropogénico que a lo que dice cualquier negacionista. Esto termina generando la idea de que ambos son discursos válidos en debate y no que se trata de, por un lado, un discurso científico sólido y robusto y por otro, discursos con intereses millonarios y conspiracionismos ridículos. Al proporcionarles espacio para expresar sus descargos con relativa comodidad, al permitirles participar del debate como si fuesen una parte integral del espacio político democrático y al darle voz a sus ideas sin mayor intervención, esta supuesta neutralidad periodística lo que menos hace es informar, sino más bien darles visibilidad a discursos minoritarios y marginales, expandiendo su llegada.
Pero, si la pretensión de neutralidad es problemática, tampoco sirve la mera confrontación. Invitar a un tipo que convoca a matar gente y decirle que es violento, antisocial, despreciable, mientras él responde que no, que lo están estigmatizando (como hizo Pablo Duggan en Radio 10, audio tomado de Minuto 1) contribuye a la victimización que suelen hacer las ultraderechas sobre sí mismas, posicionándose en un lugar de rebeldes antisistema. Si alguien declara que la situación política, social y económica es agobiante y que los medios son cómplices de la corrupción política, una posición meramente hostil no haría más que generar la simpatía de aquellos que están preocupados por la situación política y desconfían de los medios principales.
Sin embargo, una posición que los rechace desde una problematización de sus planteos puede resultar mucho más interesante, informativa y útil. Si en vez de llamar al tipo para decirle “¡Sos un violento! (…) Claro que es violencia simbólica, sos un tipo muy peligroso. Vos fomentaste lo que pasó” se problematizaran sus planteos (los cuales, excepto por la parte en la que dice que los kirchneristas tienen que tener miedo de serlo, no ha circulado mucho), es más fácil dejarlo descolocado y, sobre todo, evitar que quienes también están muy enojados y frustrados simpaticen con él y sus ideas. El líder del movimiento ultraderechista que se paseó por los medios dice que votó a Macri porque los kirchneristas lo matan con impuestos, entonces, capaz que discutirle la estructura impositiva argentina y cómo esta está desarticulada del discurso acerca de los impuestos, puede ser menos llamativo y generar menos rating, pero generaría un hecho informativo más relevante que la la mueca de moralidad.
Por ello es importante una contextualización abarcativa, no solamente de una dimensión, y sin incluirla en narrativas artificiales. Es relevante saber que el atacante y su pareja tenían empleos precarios y que estaban siendo muy afectados por la inestabilidad económica que vive Argentina desde hace tiempo, pero la sola acotación de ese aspecto no es suficiente para comprender sus motivaciones. Hay muchos elementos que confluyen y la marginación y el enojo con un sistema social y político no es, de ninguna manera, la única. A fin de cuentas, hay que tener presente que no todas las personas marginalizadas tienen discursos neonazis, tener una vida precarizada no se traduce (ni justifica) en la creencia sobre que los problemas de Argentina se solucionan matando o excarcelando a un grupo político y dejando que millones de personas más pobres aún sigan en la exclusión social absoluta.
Además, sería bastante útil analizar cómo esos contextos de marginación y alienación están relacionados, justamente, con esas políticas sociales y económicas que los ultraderechistas y sus apologetas enarbolan. No es necesario mucho más análisis para comprender que el programa social y económico de la mayoría de estos grupos no difiere tanto de las políticas que efectivamente se han llevado adelante por las ortodoxias liberales desde hace cincuenta años[12].
Además, la construcción de la contextualización no debería ser solamente sociológica, porque las pautas de consumo mediático y cultural cumplen un rol en los procesos en los que se conforman estas ideas y discursos.
A nivel global, y en particular dentro de los espacios de habla inglesa, se ha investigado bastante sobre el rol que cumplen algunas comunidades marginales de internet. Al trabajo de Phillips debe sumarse el de Angela Nagle y su análisis sobre el proceso de conformación y fortalecimiento de una ultraderecha violenta, pero también lúdica en espacios como los tablones /b/, /pol/ y /r9k/ de 4chan (ver su artículo en The Baffler y su libro Kill All Normies), el de Cassie Miller acerca de las redes ultraderechistas que se conforman entre las plataformas sociales y las comunidades como 4chan (Southern Poverty Law Center) y el de Becca Lewis sobre el impacto de muchos influencers de la alt-light[13] en la radicalización de jóvenes que terminan convirtiéndose en ultraderechistas violentos (Data & Society). Esta investigación vio la importancia que tuvieron algunos espacios de la web vernácula, así como las plataformas sociales y sus algoritmos y la torpe respuesta de un progresismo liberal moralista ante ultraderechistas agresivos pero que venían con sus armas cargadas de memes, irreverencia y mucho manejo de las subculturas de internet.
A nivel latinoamericano hay mucho menos trabajo al respecto[14], y sería deseable que surjan más investigaciones sobre este problema nada menor, tanto en la academia como en los medios, ante el crecimiento de ultraderechas explícitas (en Latinoamérica han gobernado muchas ultraderechas, pero, al menos desde fin de la segunda guerra mundial, solían tener un discurso civilista) y el acontecimiento que significó el ataque a Cristina Fernández.
Puedo tirar mis propias ideas basadas en mi observación no siempre sistemática[15]; puedo señalar la importancia de algunas comunidades como ForoCoches y Taringa!; puedo hablar del trabajo en plataformas sociales de Gloria Álvarez, Agustín Laje y Javier Milei y de la enorme cantidad de espacio que le dieron los medios principales a ellos y a otros semejantes (desproporcionada respecto al espacio que le dan a otras figuras); puedo hablar del impacto que tuvo la comunicación en medios digitales de grupos políticos de derecha (Bolsonaro, Vox, el macrismo) y la cobertura amable que muchos medios hicieron de las sistemáticas mentiras, manipulaciones y violencias de estos; puedo, tal como hicieron Miller y Lewis señalar cómo los algoritmos de las plataformas sociales le dan más visibilidad a algunos discursos sobre otros y cómo las empresas decidieron darle un trato preferencial a la ultraderecha (Vice, sobre como Twitter no aplicó los criterios de moderación que usó para Daesh para regular el discurso supremacista; Salon, sobre el trato preferencias al senador ultraderechista Ted Cruz), lo cual se hizo pensando en Estados Unidos, pero impacta en todo el mundo, y puedo señalar unas cuantas cosas más, desde Cambridge Analytica hasta Hoenir Sarthou. Si en vez de centrar el análisis en asuntos socioeconómicos casi deterministas o en relatos muy llenos de detalles, pero muy pocos que contribuyan a entender el problema, se analizara cómo el consumo mediático y cultural contribuye a la formación de grupos ultraderechistas y a la aparición de personas violentas, entenderíamos mucho más sobre el asunto. Capaz que si la nota de Anfibia me hubiese dicho dónde se informan, en qué espacios discuten y cuales son sus referentes ideológicos en vez de contarme que el tipo que llevó una guillotina a un acto contra el gobierno, donde dijo que hay que hacer mierda a los políticos y periodistas afines al kirchnerismo: “es de ese tipo de personas que sus amigos se alegran de ver llegar”, por ahí, entenderíamos más cómo alguien puede ir con un revólver y gatillar a la vicepresidenta en su cara.
También los contextos discursivos tienen un rol importante en la conformación de estas formas de pensamiento, discurso y acción. Un buen análisis del discurso no debería terminarse en el discurso específico, sino debería analizar y reconstruir redes conceptuales que este discurso establece con otros discursos, porque el enunciado “matar a los kirchneristas” puede ser relativamente marginal (cada vez menos), pero los discursos acerca de la queja sobre los impuestos o las políticas sociales que tiene esta gente no son nada marginales, de hecho, son parte central del debate político. Del mismo modo, el discurso de Tarrant según el cual es necesario “matar a los migrantes” porque son parte de una conspiración global para reemplazar a la raza blanca cristiana con un mestizaje comunista y, al mismo tiempo, ateo, judío e islámico, es algo relativamente marginal, pero los medios masivos y discursos políticos están llenos de alusiones al “marxismo cultural”, la “hegemonía cultural de izquierda”, la “guerra de culturas”, que son formas secularizadas del conspiracionismo supremacista[16], términos e ideas que abrevan en una larga tradición de conspiracionismo ultraderechista, racista y antisemita perto que ha sido alivianados en su carga supremacista (o integrista religioso, como “ideología de género”) y adoptados por el discurso liberal.
En el caso del atacante de Fernández y los grupos a los que estaba vinculado, resulta muy clara la relación entre su discurso y los discursos de algunos referentes políticos de la derecha partidaria y mediática, una derecha que ya ha abandonado su mueca civilista y centrista y, cada vez más, adopta un discurso abiertamente ultraderechista (como sucede con Macri y Bullrich). Si los periodistas kirchneristas fuesen más certeros en señalar las similitudes entre los discursos, capaz que no tenían necesidad de levantar las declaraciones imprecisas de los ultraderechistas para mostrar cómo el macrismo tiene cierta responsabilidad en el ataque y serían mucho más eficientes en desbaratar las declaraciones en las que Macri y Bullrich señalan al atacante como “un loco suelto” o “un caso aislado”.
Como hemos planteado en un programa reciente de El Opio, la creciente polarización política que se observa en todo el mundo, que viene propiciando el crecimiento y éxito electoral de personajes y partidos de ultraderecha, está marcada por ciertas prácticas comunicacionales de los dirigentes y las militancias que priorizan una fidelización acrítica sobre un debate político y social más o menos productivo, pero también por las prácticas de los medios y muchos periodistas, su amarillismo y sensacionalismo, su incapacidad de problematizar su propia práctica, su arrogancia estilística o social y su falta de criterio para evaluar las mejores formas de cubrir distintos temas.
Entonces, a diferencia de un concierto de Pink Floyd, el divorcio de una celebridad o el Derby de Kentucky[17], una cobertura periodística sensacionalista o estilizada de un tema como el que tratamos puede tener consecuencias relevantes a nivel social.
Notas
[1] Estas acotaciones sobre sus trabajos no son menores pues son algo que fue señalado una y otra vez por los periodistas, comentaristas, youtubers y twitteros que hablaron sobre el tema y es una parte importante de muchos de los análisis.↑
[2] En todos los casos, traducción propia del original: “The goal of media manipulation as an act is to generate the most amount of coverage possible, including intense focus on the perpetrator.” “When journalists pore over motives and pore over all of the details of that person’s life, even if the reporter is disgusted by their actions, that person still becomes the protagonist of the movie—and that’s their goal: to be the central figure in this play.”↑
[3] “Over 9.000 penises”, un reporte relativamente completo del asunto se encuentra en la entrada de Know Your Meme.↑
[4] Sobre comunidades digitales, en particular las marginales, escribí esto.↑
[5] “Lulz” (una deformación de “lol”, acrónimo de laughing out loud, reirse ruidosamente) es como los trolls llaman al entretenimiento lúdico producto de molestar (incluso hasta niveles de acoso) a alguien. Uso el término “profiteando” castellanizando el inglés “profit” (obtener beneficio económico) que es el verbo que los trolls de /b/ suelen usar para referirse a su beneficio en términos de entretenimiento.↑
[6] 8chan fue un sitio hecho en base a 4chan que, bajo la supuesta premisa de la libertad de expresión, se convirtió en un espacio exclusivo de ultraderechistas supremacistas y fue el lugar donde Tarrant hizo algunas publicaciones en los días previos a los atentados. 8chan también fue un espacio central del fenómeno QAnon.↑
[7] “It’s time to stop shitposting, and time to make a real-life effort post”.↑
[8] Y es importante tener en cuenta que este rating y visitas se traducen en plata. Y esa es una de las razones por las que los medios comerciales difícilmente tengan un interés real en contrarrestar esta capitalización ultraderechista, si un invitado o un tipo de nota les da plata, el incentivo para no dejar de invitarlo o mantener las prácticas problemáticas es muy alto, mucho más que un abstracto sentido de responsabilidad social que, de todas formas, los empresarios mediáticos no suelen mostrar.↑
[9] “not only contributes to unnecessary panic, it plays into their promotion campaigns”.↑
[10] Me gustaría, de todos modos, señalar que esta no fue la única forma en la que los periodistas de los medios principales abordaron el tema si no la mayoritaria. Algunos periodistas, como Alejandro Bercovich de C5N y Carlos Pagni de La Nación+, fueron bastante serios en su trabajo.↑
[11] Frost pone como ejemplo tres publicaciones de Mother Jones, Politico y Vice. La de Vice es particularmente interesante porque en ella Spencer dice literalmente “memeamos a la alt-right para que existiera (“We memed alt-right into existence”).↑
[12] Frost pone como ejemplo tres publicaciones de Mother Jones, Politico y Vice. La de Vice es particularmente interesante porque en ella Spencer dice literalmente “memeamos a la alt-right para que existiera (“We memed alt-right into existence”).↑
[13] Así (y también alt-lite) se llamó a la corriente política y discursiva que tenía ideas semejantes a las de la alt-right pero con una retórica y un estilo más propio de las comunidades lúdicas de internet.↑
[14] Casi que el único trabajo sobre el tema es el de Pablo Stefanoni (¿La rebeldía se volvió de derecha?), quien, sin embargo, no analiza tanto las peculiaridades de este fenómeno a nivel latinoamericano sino que mayormente traslada los análisis para el contexto estadounidense al contexto latinoamericano.↑
[15] Mi tesis doctoral sobre sitios de teorías conspirativas en castellano abordó algunos de estos problemas, y en el artículo referido en la nota 4 también hablo específicamente sobre algunos de estos espacios.↑
[16] Sobre el origen del uso actual de “marxismo cultural”, “corrección política” y semejantes, ver artículo de Andrew Woods en Comune.↑
[17] Suele decirse que el llamado periodismo gonzo comienza con una nota de Hunter Thompson en la que, en lugar de hacer una cobertura tradicional del Derby de Kentucky, se dedica a dar sus impresiones sobre la gente y lo decadente le parecía el evento..↑