Al momento de comenzar a reflexionar  sobre el mundial en Qatar se nos presentaron varias interrogantes ¿Cómo dar cuenta de lo que ocurre hoy día en ese país sin caer en lugares comunes? ¿Qué importancia tiene que sea este país la sede de uno de los acontecimientos deportivos más importantes y esperados en el mundo? Con el paso de los días entendimos que dar cuenta de la violación de los derechos humanos que existe en Qatar no le interesaba a casi nadie y, a la vez, que era necesario un análisis más profundo que mostrara qué nos mueve lo que está sucediendo.

Algunas selecciones que están participando en el mundial han intentado generar alguna señal contraria a la situación que viven mujeres, disidentes sexuales y de género, trabajadorxs migrantes, entre otrxs, pero han sido muy tibias. Un ejemplo de estas acciones ha sido la propuesta del uso, por parte de  los capitanes, de una cinta con los colores de la “diversidad”- hecho que no se ha concretado-. En un país en donde estar en pareja con personas del mismo género está prohibido e incluso tiene pena de cárcel, puede ser un acto “arriesgado” pero que una multa fácilmente puede solucionar. Asimismo hubo declaraciones de algunos jugadores puntuales en la selección de Australia contrarios a la situación de los derechos humanos en Qatar. La mayoría de las selecciones, dirigentes y jugadores, como la de Uruguay, hace caso omiso a todo lo que rodea al mundial como si fuera un espacio neutral, sin intereses comerciales, sin poderes geopolíticos, con derechos para mujeres y minorías. Una vez más observamos, como mencionábamos en la columna anterior, que la inclusión y los derechos humanos son parte de una retórica comercial neoliberal.

Los eventos deportivos de élite a nivel mundial no son ajenos a decisiones y posturas políticas aunque así se quiera hacer parecer. A modo de ejemplo, luego del inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania en febrero de este año, numerosos deportistas de origen ruso fueron excluidos de competiciones internacionales y la FIFA suspendió la participación de la selección rusa en el mundial de Qatar. Por otra parte, el activismo (en particular el medioambiental) ha comenzado a utilizar estos eventos para visibilizar sus plataformas reivindicativas. Asimismo son conocidas algunas manifestaciones de deportistas contra distintas formas de discriminación (una de las más icónicas fue la de Tommie Smith y John Carlos en el podio de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México 1968), las cuales son sancionadas según en qué momento y de qué forma se manifiesten.

De cara a este mundial algunas figuras públicas, instituciones internacionales y organizaciones locales tomaron acciones. Hubo artistas que rechazaron presentarse en el show de apertura y frente a la prohibición del uso de la bandera de la diversidad en Qatar la compañía Pantone junto con la organización Stop Homophobia impulsaron la campaña “Colors of love” en la cual muestran una versión de la bandera LGBTIQ+ donde los colores aparecen reemplazados por códigos Pantone. Aunque estas y muchas otras expresiones de repudio hacia la política odiante de las disidencias en Qatar son importantes y colaboran en visibilizar la situación, no mueven un ápice la organización del mundial de fútbol.

Con este escenario, no puede pasar desapercibido el doble discurso manifiesto durante la ceremonia de apertura, donde el actor afroestadounidense Morgan Freeman y un joven qatarí con discapacidad y embajador de la FIFA mostraron el uso demagógico de la diferencia. Luego que autoridades de Qatar sostuvieran públicamente que en ese país no se tolera la presencia de personas que se vinculen sexo-afectivamente con otras de su mismo género, aquí se dijo que “todo el mundo es bienvenido y que podemos aprender unos de otros y encontrar la belleza en las diferencias”. Se aludió a la tolerancia y el respeto, mientras se niega la identidad y la forma de ser de millones de personas, y mientras más de 6500 de trabajadorxs migrantes murieron en accidentes durante los preparativos para este evento. ¿De qué respeto y tolerancia estamos hablando? No hay belleza posible cuando la violencia se impone. Organizadores y autoridades qataríes lo saben y eligen usar la instancia de apertura, televisada para el mundo entero, como plataforma donde lavar su imagen.

Como la historia muestra una y otra vez, no hay sportwashing más efectivo que el deporte, hecho que quedó demostrado en el mundial del ‘78 en Argentina y antes en Berlín en los Juegos Olímpicos del ‘36. Al parecer cuando hablamos de deporte y violación de los derechos humanos hablamos de cosas aparentemente distintas, y que se intenta mantener diferenciadas en el relato, pero que los hechos una y otra vez muestran que están en alianza, motivadas por el rédito económico y político. Es decir, lo que vivimos hoy no es nada nuevo y el silencio al respecto, tampoco.

Frente a la omisa postura institucional (que es una postura que finalmente avala el odio), la vulneración de derechos pasa a ser un ingrediente mediático para los millones de espectadores que accederán a la copa del mundo, mientras el capital continúa su proceso de acumulación.

Pero ¿qué nos pasa a nivel personal con el mundial? al reflexionar entendimos que no podemos hablar de este tema sin darle lugar a la afectación, a lo que este evento mueve a nivel de emociones, personal y colectivamente. Nosotras nos vemos interpeladas de varias formas, con sentimientos encontrados, dado que también somos parte de una cultura en donde el fútbol no sólo representa al país, sino que invoca una serie de emociones colectivas de pertenencia, y otros sentires que no tenemos del todo claros, pero que tienen que ver con una fibra íntima que se activa cuando comienza el mundial. ¿Cómo hacer entonces para conjugar la denuncia de la violación de los derechos humanos en Qatar, la red interminable de relaciones de poder e intereses económicos que implica este acontecimiento deportivo, y un sentimiento de ser parte de él, que moviliza efectos simbólicos y emocionales para las sociedades y para lxs sujetxs?

Es importante mencionar que eventos de este tipo, en sociedades como la nuestra en donde crece el desempleo, la pobreza infantil, en donde se están llevando adelante reformas que afectan a los que tienen menos y por el contrario la bonanza económica recae sobre los sectores más ricos, tiene impacto. En este sentido no podemos negar que los símbolos que nos representan a nivel nacional, en este caso la selección de fútbol, aparecen como las grandes salvadoras de la esperanza colectiva. Emociones que nos salvan y nos distraen, sobre todo a las clases medias y populares, de la proeza de sostener la vida cotidiana, y la sustituyen por las hazañas deportivas.

Estas contradicciones morales propias de vivir en sociedades caracterizadas por desigualdades de todo tipo no sólo nos obligan a lidiar y gestionar -de distintos modos- con la diferencia sino también, y justamente, nos obligan a tomar partido. De este modo las contradicciones propias que nos generan ciertos hechos, concretamente el mundial en relación con los derechos humanos, sólo evidencian los desafíos continuos que implica convivir con la diferencia, sus clivajes y contextos, pero que en este caso adquiere otros significantes y tonos cuando el “otro” es un país oriental, musulmán y monárquico. Cuando la “otredad” ya no está lejos sino que por el contrario se nos hace evidente y cercana apareciendo por todos los medios de comunicación al parecer sólo hay dos opciones,  binarias y excluyentes: la omisión o el boicot.

Desde Anguirú somos férreas defensoras de un pensamiento del “entre”, esto quiere decir por un lado no simplificar y perder profundidad analítico-política; y por otro, no esencializar posturas e identidades. Esto lejos de generarnos tranquilidad de conciencia nos provoca muchos inconvenientes y contradicciones como las que evidenciamos aquí.

¿Qué nos genera más malestar, el hecho transparente y obsceno de la violencia en Qatar -sabiendo que al participar una parte de nosotrxs es parte de ese show de la crueldad – o por el contrario no ser parte de él y quedar afuera? ¿Qué otras opciones hay?

Laura Recalde Burgueño y Luisina Castelli Rodríguez

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