Prólogo de Corazón terraja, libro de cuentos de Soledad Castro Lazaroff

Usted tiene en su mano doce ficciones protagonizadas por mujeres. En estas páginas, usted podrá llegar a ellas, conociendo algunos pedacitos de su vida cotidiana. Mujeres de distintas edades, orientación sexual, clase social, que comparten simplemente su condición de mujeres en el patriarcado. Usted no encontrará juicios, ni verdades, ni poses. No encontrará heroínas que lo han desafiado todo para demostrar al mundo su valor. Recorrerá en cambio historias de miserias, duelos, contradicciones y deseos con mala fama. Relatos profundos, de esos que muchas de nosotras dejaríamos en la intimidad hasta el final de los días. Ese es, entonces, el primer aporte sustantivo de estos textos: poner luz en las oscuridades de las otras, unas otras ficticias, para permitirnos sentir compañía en los depósitos de nuestras oscuridades propias.

Mi segundo punto es la conversación necesaria sobre el aporte de la literatura a los feminismos. Los cuentos, las canciones, las poesías nos han permitido conocer sobre la vida, las emociones y los pensamientos de las otras. Y esto implica reivindicar el valor histórico y político de la escritura, pero también debatir sobre las formas de construcción del conocimiento que consideramos “válido”. 

Las mujeres escribieron mucho antes de que el feminismo fuera una idea. Safo, Sulpicia, las epicleras que accedieron a las letras, le escribieron al amor y a lo cotidiano desde que los textos existen. Irene Vallejo[1] se pregunta qué escribían Safo y las mujeres griegas si no participaban en las actividades importantes de la vida, de la política, del arte y de la cultura. Cuenta entonces que las mujeres escribían sus recuerdos, los cuentos de las niñeras y las abuelas que se transmitían de generación en generación. Pero la invisibilidad de su escritura es una constante en la escritura desde hace siglos. No obstante, en todo el planeta las mujeres imaginaron y construyeron en el mundo de las ideas otras vidas posibles.

Tal vez, el mayor aporte que le hizo la lectura feminista a estas mujeres es la resignificación de la dimensión política de la intimidad. Que lo personal es político quiere decir que debería ser un asunto público aquello que es un problema de la mayoría de la población. ¿Es un problema político el abuso sexual? ¿Las muertes por abortos clandestinos? ¿La violencia de género? No dudo que la conjunción entre la literatura y los feminismos es un enclave significativo para entender por qué lo consideramos un problema.

No obstante, escribir en la cresta de la ola tiene sus desafíos. Más allá de las diferencias que los feminismos tienen para ordenar su historia en etapas –la lógica de las olas, blancas y occidentales–, ninguna de nosotras duda de que estamos viviendo un auge. Lo que Nuria Varela, por ejemplo, denomina la cuarta ola[2], no es sino un proceso global que ha transformado nuevamente la historia de las mujeres; feminismos decoloniales, negros, ciberactivos, feminismos políticos, académicos, populares, transfeminismos recorren el mundo. La fase cuestionadora y expansiva, en la era de la globalización, nos ha permitido a muchas de nosotras acceder a una biblioteca universal escrita por mujeres.

En el sur de las américas, en el enclave rioplatense en que se anclan estos textos, las transformaciones son indiscutibles. Quienes nacimos antes de la explosión del “Ni una menos” podemos dar cuenta que la vida cotidiana nos ha cambiado. Habitamos ochos de marzo multitudinarios, vemos a diario como muchas mujeres dan el paso de denunciar abusos (aunque con fuertes costos personales), hemos conquistado marcos legales que salvan la vida de muchas de nosotras. Nadie nos ha regalado nada, nuestros logros se sostienen en complejos entramados de mujeres y feministas en todas las trincheras. Pero, sobre todo, cada vez somos más quienes nos sentimos capaces de exigir aquello que nos corresponde.

La lucha está en la calle, en las redes, en las casas, en las camas, en las cenas familiares, en los partidos políticos, en los centros educativos. En cada trinchera hay una de nosotras dispuesta a dar la discusión sobre aquello que nos pone en los márgenes. Una corriente mundial sin secretaría general, ni representación, ni síntesis, ni consenso.

Entonces, el desafío de la época es cómo hacemos para vivir una vida feminista. Ser aguafiestas -como propone Sara Ahmed[3]– es, a pesar de todo, un lugar cómodo. Porque tensionar con el mundo, interpelar al afuera es una cosa, y otra bien distinta es ponerse todo eso en el propio cuerpo. Las contradicciones son bien distintas cuando una las describe, cuando las analiza, que cuando tiene que vivirlas. Lo que se desea, lo que se ama, lo que se goza, son cosas que no podemos elegir.

Y ese es un universo sobre el que la escritura feminista puede poner nuevas luces. El feminismo del goce, el feminismo vibrante o el fin del amor[4] ponen de manifiesto que los vínculos, el goce, la violencia y los proyectos de vida de las mujeres están en el centro del debate del sur. No sentimos como pensamos, ni nos calentamos con ética. El costo emocional es imponderable, porque peor aún que los hombres no estén deconstruidos, es que nuestro deseo no lo esté. Las feminidades somos vulnerables ante la violencia, ante el abuso, ante la mezquindad de las otras, ante la exclusión y la pobreza. Pero somos además extremadamente vulnerables ante nosotras mismas, ante la tensión entre cómo fuimos criadas y todos los límites que nos impusimos sin darnos cuenta.

Entonces, en ese intersticio nacen los corazones terrajas. Porque al final se quiere y se ama como se puede. Se ama y se desea sin marco teórico, y en definitiva encontrarse con la otra persona, con su historia y con su miseria, sigue siendo el desafío más difícil y maravilloso de las relaciones humanas. Se desea en la pobreza, en la disidencia, en los márgenes, y es necesario reivindicar esa belleza. Y hacerla política.  

Leer a las mujeres, leer disidencias, leer negritudes, leer indígenas, leer transfeministas, leer a quienes están oprimidas por los sistemas dominantes es sin duda una de las formas más nobles de entender con el cuerpo lo que vive la otra. Cuando la literatura es llana, cuando quien escribe tiene la calidad y la convicción de contar aquello que le pasa por adentro, entonces nos permite transformarnos. Esa oportunidad de sentir en la intimidad solo sucede entre una y el libro.

Quiero finalizar con una advertencia. En este libro, en estos cuentos, usted puede toparse con los detalles de una cineasta, con la precisión de una docente y con el desparpajo de una carnavalera. Siempre será acompañado por la sensibilidad de una feminista, por la convicción de una militante, por alguien que piensa y mira desde una izquierda nacional y popular. Recomiendo que se tome su tiempo y lea con cautela.


[1]Irene Vallejo. El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, 2019.

[2]Nuria Varela. Feminismo 4.0. La cuarta ola, 2019.

[3]Sara Ahmed. Vivir una vida feminista, 2020.

[4] Lucia Peker. Putita golosa, 2018; Ana Requena. Feminismo vibrante. Si no hay placer no es nuestra revolución, 2020; Tamara Tenembaum. El fin del amor, 2019.

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