Sam Beckett
Irish playwright and author Samuel Beckett (1906 – 1989) at a first night performance, 25th April 1970. (Photo by Reg Lancaster/Express/Getty Images)

Molloy está partida en dos y por la fisura alguien habla: “No querer decir, no saber lo que se quiere decir, no poder decir lo que se cree querer decir, y decirlo siempre, o casi, esto es lo que importa no perder de vista, en el calor de la redacción”. Molloy es el opuesto de Moran. Molloy divaga buscando a su madre. Camina por un bosque, va a la plaza, mastica piedritas en la playa, anda en bicicleta, se consigue una mujer. Molloy es su madre, es mujer, es femenino. Errático, autoexiliado de la lengua materna (Beckett escribe en francés), es el rey de la indeterminación.

El arte de Beckett mantiene un pacto con el fracaso a pesar del triunfalismo nazi, deshaciendo el letal absolutismo de éste con las armas de la ambigüedad y la indeterminación. Su palabra favorita, comentaba, era «quizá». A las totalidades megalómanas del fascismo opone lo fragmentario y lo inacabado. En cuanto a la indeterminación, no es sólo que no suceda demasiado, sino que resulta difícil estar seguro de si sucede algo o no, o qué se podría considerar un acontecimiento (si, se lo robé a Eagleton).

Molloy es el opuesto de Moran. Moran es un hombre, un agente secreto, un padre lógico y racional. También cree en dios. Cuando Moran inicia su viaje en busca de su opuesto, viaja en busca de sí mismo. Y se convierte en Molloy. Moran es Molloy. Aunque no estoy seguro. Todo se desbarata. Siempre. ¿Por qué busca a Molloy? No lo sabe, de todas formas escribe su informe, tiene que hacerlo, no hay opción.

Nadie pisa terreno firme en esta novela. Todos tenemos las piernas jodidas, avanzamos a los tumbos. Los dos narradores y vos, indeterminado lector. A vos te digo: No confiés en el narrador post-Segunda Guerra Mundial (no confíes en ninguno, mejor). Ese, indefectiblemente, será impreciso, mentiroso, te dirá que busca la verdad (como Molloy) y luego la enterrará en páginas y páginas de ficción hasta hacerla desaparecer.

Dice Molloy: “Pero sólo se trataba de una crisis, nada, crisis, poca cosa en comparación con lo que nunca cesa, lo que no conoce flujo ni reflujo, en la superficie del plomo, en las profundidades infernales”.


La lectura continúa con Malone muere y El innombrable