Hace unos días Lucía Naser tiró en Facebook uno de esos estados que condensan mucho tiempo de reflexiones, lecturas e interpretaciones. Decía, al respecto del debate en torno a la película Roma (2018) de Alfoso Cuarón, lo siguiente:

Si una décima parte de les artistas e intelectuales bienpensantes que escandalizades gozaron odiar y linchar a Roma y a Cuarón por la estetizacion de la pobreza, exploraran alguna vez hablar de una clase que no es la suya o de una experiencia social o cultural que no es la suya, si estuvieran intentando hacerlo en vez de autocomplacerse y autofelicitarse porque son pequeñoburgueses asumidxs sin intención ni pretensión de «representar» nunca jamás, quizás estaríamos ante una mejor comprensión del problema de lo popular o lo subalterno como tema u objeto de lenguajes y medios hegemónicos. Y probablemente Roma también hubiera pasado mucho más desapercibida. Por ahora y tras muchos años de hermetismo de (habitus de) clase me voy quedando con los intentos y sus fallas.

La última frase me quedó resonando, porque Naser invita a repensar las políticas de representación de lxs otrxs después del posestructuralismo. No se puede no estar de acuerdo. Y como también se cumplieron 60 años de la revolución cubana, me pareció interesante sacar de mis carpetas virtuales un texto que escribí hace años sobre Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet y ya de paso invitar a analizar una política de representación muy cara a algunos intelectuales latinoamericanos.

Miguel Barnet y el testimonio

El testimonio Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel Barnet es la legitimación/apropiación de un sujeto trasgresor de la institución esclavitud, por parte de un alto cuadro letrado de un Estado–nación revolucionario. Miguel Barnet fue fundador, en 1961, de la Academia de Ciencias de Cuba e integrante del primer equipo de trabajo de su Instituto de etnología y folklore. Fue presidente de la Fundación Fernando Ortiz (fundada por él en 1994), representante de Cuba en la UNESCO en París y Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En una entrevista Barnet afirma sobre esta última: “es como una prolongación de mi casa, porque trabajo allí desde 1968”.

Además de los cargos, la obra de Barnet como ensayista, científico social y escritor coinciden con las definiciones del Partido Comunista Cubano respecto a la política cultural de la revolución. Israel Castañeda define esta política de la siguiente manera: “La política cultural de la Revolución expresada en la Tesis y Resolución sobre la Cultura Artística y Literaria del Primer Congreso del PCC y reafirmada en el Segundo Congreso del PCC, estimula el trabajo de rescate, cuidado y revitalización de los genuinos valores de nuestra cultura, en otras palabras, preservar nuestra identidad nacional”.

Su Biografia de un cimarrón sirvió, entre otras acciones, para desarmar un relato liberal sobre la esclavitud y los afrodescendientes anterior a 1959, cuyo texto paradigmático podría ser la Autobiografía de un esclavo de Juan Francisco Manzano, publicado en 1840. Al mismo tiempo, también se inscribe en una tradición moderna y letrada latinoamericana constituida por el deseo de representar al otro –de ser otro– de la que el testimonio parecería ser, en algunas de sus versiones, una nueva realización.

La revolución cubana que se inició en 1953 con el asalto (fallido) al cuartel de Moncada en Santiago de Cuba y que tomó el poder en 1959, fue inicialmente una revolución de liberación nacional, que a partir de 1961 se alinea con el bloque soviético e inicia una período de “mimesis” con el mismo, en un momento histórico particular de la misma denominado “desestalinización”. Este proceso revolucionario modificó los términos de la hegemonía, las características del imaginario nacional y la producción simbólica que sustentaban la sociedad “colonial” anterior.

El crítico Antonio Vera León menciona “el deseo de apropiación” de la voz por parte de la escritura, como uno de los “impulsos discursivos” que constituyen la escritura testimonial y describe la figura del trascriptor en el testimonio –en este caso Miguel Barnet– como parte de una “tradición del intelectual moderno que, aunque compuesta de variadas ideologías literarias, ha representado la negociación de identidades entre los escritores y sus «otros» guiada por un fuerte deseo–de–ser–el–otro”. Así la constitución de una subjetividad cimarrona es un modo de apropiarse de un otro que había permanecido irreductible a la política de representación de los letrados liberales. Al hacerlo suyo la revolución cubana lo convirtió en un sujeto acorde con los valores que quiso hegemonizar, pero también dio cuenta de un Esteban Montejo iletrado, de un “cimarrón” de los planes de alfabetización ideados por el Estado cubano.

La definición y el significado del testimonio no estaba claro a comienzos de los sesentas. Dice Alzugarat: “Ni aún los textos hoy considerados paradigmáticos en el género, eran llamados testimonios por su forma discursiva. «Biografía de un cimarrón» de Miguel Barnet, best–seller cubano entre 1966–1967, más que un texto antropológico (como lo entiende su autor) será considerado una novela en una nota de julio–agosto 1968 [de la revista Casa de las Américas] y ni siquiera será entendido como literatura por el historiador Manuel Moreno Fraginals” (179–180).

El proceso de institucionalización del discurso testimonial como “género literario” en Latinoamérica se inició a mediados de los sesenta y continúa siendo hoy objeto de la discusión académica, aunque su punto más alto se dio entre fines de la década del 80 y principios de los 90. Según Achugar, el interés de escritores, críticos y teóricos se debe a tres razones: la importancia política de la materia y del mundo representado; el debate académico por la especificidad o no del discurso literario; y la legitimación o autorización, esto es, la constitución de un campo discursivo o práctica discursiva de implicancias teóricas, políticas y estéticas. El hecho de que se establezcan genealogías, tradiciones, de algún modo, lecturas del canon en función del testimonio, que nos llevan a las crónicas de la conquista del siglo XVI o al relato de viaje de Concolorcorvo, además del hecho de instaurar la categoría Testimonio en el Premio Casa de las Américas en 1970, contribuye a hablar de un género específico o una tradición discursiva propiamente Latinoamericana que la revolución cubana, a través de su política cultural interna y externa contribuyó a crear y a institucionalizar. En el proceso el testimonio se convirtió en un instrumento de distintos colectivos frente a la violencia y al terrorismo de Estado, y tuvo un papel decisivo en las pujas por la verdad en contextos de dictaduras militares en América Latina.

¿Cómo representar al otro?

El propio Miguel Barnet se dedicó a difundir su definición de la “novela–testimonio” en los años sesenta. En su definición el testimonio debe proponer el “desentrañamiento de la realidad, tomando los hechos principales, los que más han afectado la sensibilidad de un pueblo y describiéndolos por boca de uno de sus protagonistas más idóneos”.

En segundo lugar lo que Barnet llama la supresión del ego del escritor/sociólogo: “Despojarse de su individualidad, sí, pero para asumir la de su informante, la de la colectividad que éste representa. Flaubert decía: «Madame Bovary, c’est moi». El autor de novela–testimonio debe decir junto con su protagonista: «Yo soy la época» Esa ha de ser una premisa inviolable […]”. La tercera característica “indispensable” de la novela–testimonio es aportar al conocimiento de la realidad y darle un sentido histórico. Barnet inscribe su novela–testimonio dentro del realismo social (más adelante citará a Stendhal, Balzac y Flaubert entre otros autores) aunque pretende desprenderse del didactismo, herencia que proviene también del siglo XIX, a través de un lector que a partir de la obra se conozca a sí mismo. Barnet plantea la utilización del contrapunteo o “sistema Rashomón” en La canción de Rachel para que el lector puede verse “como a través de un espejo cóncavo” y pueda elaborar una opinión a favor o en contra de la testimoniante.

Luego de esta caracterización Barnet procede a describir las técnicas con que construye al otro en la novela–testimonio. En esa construcción del “objeto” -–“[e]l informante, el protagonista, el personaje, el sujeto, como quiera nombrársele al objeto de trabajo”– el autor considera “la investigación y el sondeo” como una tarea imprescindible para fijar lo narrado en el tiempo histórico. Por último cabe destacar los cambios en el plano del lenguaje. Para Barnet su tarea no consiste sólo en seleccionar sino en capturar un tono, una sintaxis, que es un modo de “cuidar (…) la autenticidad del protagonista”. Al erigirse como guardián de la autenticidad de su personaje o informante no parece haber ningún problema en convertir su palabra al lenguaje literario:

[…] lo fundamental del lenguaje en la novela–testimonio es que se apoye en la lengua hablada. Sólo así posee vida. Pero una lengua hablada decantada como ha hemos dicho. Yo jamás escribiría ningún libro reproduciendo fidedignamente lo que la grabadora me dicte. De la grabadora tomaría el tono del lenguaje y la anécdota; lo demás, el estilo, los matices, serían siempre mi contribución. Porque esa falsa literatura simplista y chata, que es producto de la transcripción, no va a ninguna parte

Como en la introducción a Biografía…en la que el autor monta su discurso testimonial en oposición al discurso periodístico (7), aquí hace una referencia explícita a la necesidad de la traducción de la palabra del informante en contraposición a la transcripción lineal planteada por autores contemporáneos a Barnet como Oscar Lewis. Esta traducción implica un “ascenso” para la palabra otra, popular, y sus formas que en su estado de pureza “no comunican universalmente”. Por lo tanto el creador debe “saber elevar estas formas, estas estructuras, a otras formas, a otras estructuras: las cultas”.

Debemos confiar en que su traducción a formas “elevadas” o “cultas” se realiza sin traicionar la “autenticidad” de la palabra del otro. Sin embargo, por el revés de esta aclaración puede leerse el tema del letrado como traidor. Parecería que el testimonio le concede al otro la palabra pero esa ilusión de transparencia no debe ocular el hecho de que quien organiza y dispone los materiales es el intelectual solidario. Si bien Barnet no oculta el hecho de la mediación, tienden a disminuir o justificar con argumentos estéticos su interferencia en el texto: la expresión de esta ideologización es su ideal de “supresión del ego del escritor”. Hay otros pasajes en el texto de Barnet la autoridad del letrado se evidencia:

Debía decir, por ejemplo, que es un error dejar al informante a la deriva de sus digresiones, que hay que conducirlo un poco, obligarlo en una dirección, interesarlo, que hay que aplicarle cuestionarios previos que luego sufriránes, que hay que conducirlo un poco informante, que de vez en cuando se le debe contradecir para demostrarle que no estamos tan despistados y que él no nos puede engañar con su fantasía… A veces esta fantasía es una virtud expresiva, literaria, pero hay que cuidarla no vaya a ir en detrimento del hecho social

Es mas interesante observar en esto no una relación lineal y unidireccional, sino una negociación entre el intelectual solidario y el que da testimonio, lo que hace del género una zona de negociación asimétrica.

Las asimetrías entre el letrado y el subalterno no pueden ser leídas siempre igual, no se trata de un “diálogo” con un sujeto totalmente aislado de la ciudad letrada, y la consideración de cada caso debe estar acompañada por un análisis de la situación histórica concreta que tampoco es siempre igual. Sin duda Esteban Montejo, como iletrado, está en una situación de desigualdad con Barnet, y ambos se encuentran en un proceso revolucionario en el que se intenta borrar otras desigualdades.

En el caso de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1985) de Elizabeth Burgos no puede decirse que Rigoberta no conociera la cultura letrada, por el contrario tres capítulos del testimonio relatan la historia de cómo consiguió aprender a leer y escribir en español (Capítulos XX–XXII), pero éste aprendizaje se convierte en un arma política para enunciar una verdad silenciada por el discurso oficial–estatal.

Relaciones peligrosas: Miguel Barnet y Esteban Montejo

La necesidad de Barnet de componer un “fresco” de la historia de Cuba a través del relato de vida de Esteban Montejo, se vincula con lo que Achugar llama “función ejemplarizante” en el testimonio, que implica la utilidad moral de una “vida ejemplar” que es narrada al resto de la comunidad. Según el crítico esta función ejemplarizante está clara en las intenciones del autor de una biografía o una autobiografía, pero en el testimonio la mediación complica las cosas ya que el escritor y el informante no siempre comparten los mismos objetivos (1994b: 44). Para Achugar este procedimiento no es extraño a la historia de la literatura de “ficción” que históricamente se ha separado de una concepción de la literatura como diversión o entretenimiento (1994b: 45).

La “vida ejemplar” que construye Barnet en su “novela–testimonio” busca representar el proceso histórico del “pueblo” cubano, desde el punto de vista particular de un sujeto que se opuso a todos los sistemas de opresión por los que pasó (la esclavitud, el trabajo asalariado, la lucha por la independencia de España). De este modo la vida ejemplar que presenta Barnet expresa el deseo de liberación del pueblo cubano que “supuestamente” lideró y llevó al poder a la revolución cubana de 1959. En Biografía… esto queda claro en la introducción escrita por Barnet cuando, refiriéndose a Montejo, afirma: “Un grado de honestidad y espíritu revolucionario admirables. La honestidad de su actuación en la vida se expresa en distintos momentos del relato, en la Guerra de Independencia sobre todo” (10. Subrayado mío) No siempre el relato de una conducta se corresponde, según el planteo de Achugar, con una vida ejemplar. De hecho la moral hegemónica se sirve de diferentes sujetos marginados para mostrar el “camino recto” que estos no siguieron.

En Biografía…, Barnet plantea en su introducción una especie de identidad entre los valores “admirables” de Montejo y los que la ideología de la revolución pretende reproducir. Por este motivo tampoco es menor la referencia a la revolución anticolonial iniciada por Martí, en la que Montejo participó, ya que la continuidad con esa lucha es una de las piezas fundamentales del relato revolucionario del Estado cubano. Cabe aclarar que en las palabras trascritas de Estaban Montejo no hay indicios de que este plantee su vida como un ejemplo a seguir, por lo que puede concluirse que es Barnet quien aporta este sentido a su vida.

Otro aspecto a destacar es la intervención en diferentes planos que Barnet realizado sobre las cintas del “proto–testimonio” de Esteban Montejo. Ya hice referencia a la “elevación” de las formas bajas del lenguaje y a las diferentes correcciones realizadas por el autor. Quisiera destacar ahora otro aspecto de la transcripción que tiene que ver con la organización narrativa de los materiales. Barnet procede a ordenar la vida de Montejo a través de una periodización en la que un sujeto social narra la historia de Cuba hasta fines del siglo XIX. Los títulos de cada capítulo, leídos como un texto independiente, expresan esta idea: “La esclavitud”, “La abolición de la esclavitud”, “La guerra de Independencia”.

Pero es el propio Barnet quien reconoce esta interpretación global de la vida de Montejo:

[…] el Cimarrón, luego de una infancia esclava entre cochiqueras y látigo, entra en una etapa de libertinaje al hacerse cimarrón; más tarde obrero asalariado y finalmente mambí. Es decir, esclavitud, cimarronería, patronaje, Guerra de la independencia. Cada uno de estos períodos ha dejado una huella profunda en la psicología del cubano, ha contribuido a formarlo, le ha atribuido una historia. Y no son hechos marginales, aislados, sino conmociones sociales, hechos colectivos, épicos, que sólo pueden ser reconstruidos en base a la memoria histórica. Y para eso nada mejor que un protagonista representativo, un actor legítimo.

La división en etapas históricas es quizá una de las intervenciones narrativas más importantes que realiza Barnet, más allá de las modificaciones estilísticas y lingüísticas que el autor no esconde a sus lectores tanto en el “Prólogo” como en su ensayo sobre el testimonio, ya que obliga a leer la vida de Montejo linealmente, en etapas bien delimitadas. En este “manifiesto” o “defensa” de sus “novelas–testimonio”, las etapas (esclavitud–cimarronaje–trabajo–independencia) representan a un sujeto social que no es Esteban Montejo sino la conciencia del hombre cubano que Miguel Barnet quiso narrar a través de un esclavo cimarrón.

Tanto el ordenamiento, como el silencio sobre esta operación, significan muchas cosas a nivel ideológico, se trata del relato de emancipación de un sujeto social que pasa de la sumisión a la rebelión primitiva, luego al orden del trabajo y finalmente a la lucha de la independencia que, implícitamente, desembocó en la revolución de 1959. Es una historia de disciplinamiento, diferente a las metamorfosis que llevaron a Ti–Noel –el cimarrón de El reino de este mundo de Alejo Carpentier– a la destrucción.

El hecho de apropiarse de la historia de un cubano negro o “afro–cubano” que fue cimarrón y luego pasó al orden del trabajo asalariado y el “despertar” de su conciencia anti–colonial, para relatar la historia de Cuba, no deja de tener cierto valor subversivo para el relato nacional cubano previo a 1959. Sin embargo tiene también un afán pedagógico o didáctico, que Barnet niega, y que vincula el testimonio al realismo social decimonónico y al realismo socialista. Un país con una mayoría abrumadora de descendientes de africanos no podía tener un mejor héroe que Esteban Montejo.

Sin embargo, no puede afirmarse que el testimonio de Barnet se corresponda con el realismo socialista en todos sus términos, ya que estaríamos negando toda una asimetría que se establece entre el informante y el letrado, y toda una serie de aportes que la literatura testimonial realiza al realismo del siglo XX. Barnet violenta o modifica la institución literaria al incorporar la utilización de recursos técnicos como la grabadora, por ejemplo, como parte de la ficción que luego construye; y, al mismo tiempo, incorpora cierto instrumental académico (la cronología, el fichero, entre otros) que sirve de soporte a su práctica y tienden un puente hacia diferentes disciplinas como la historia, la etnología y la sociología.

Otro aspecto a señalar en la intervención letrada sobre la palabra otra, es la utilización de glosarios, notas a pie eruditas y marcas tipográficas (comillas, itálicas, etc). Este modo de ordenar esa voz otra del proyecto racionalizador de la modernidad proviene del romanticismo de la primera mitad del siglo XIX, atraviesa el regionalismo y llega al testimonio como parte de las prácticas letradas en Latinoamérica. Barnet utiliza las bastardillas para señalar las palabras que remiten a la cultura religiosa negra cubana y para algunos giros locales y populares en el español de Montejo que remite al “Glosario” incluido al final del libro.

Por otro lado el autor del testimonio no se regocija en la distancia con la palabra otra y en su aprehensión sino por el contrario en su acercamiento y su solidaridad con el otro. Más allá de estas diferencias, importantes desde un punto de vista histórico, la mediación y traducción de la palabra otra y su “puesta en orden” establecen una relación de continuidad entre Barnet y la práctica letrada decimonónica.

Por último, es posible leer en Biografía…, una cierta tensión entre los dos enunciados que componen el testimonio, que tienen que ver con la distancia entre el mundo letrado (Barnet) y el mundo iletrado (Montejo). En el texto final de Barnet Esteban Montejo afirma:

[…] Hoy, después de tanto tiempo, yo me pongo a pensar y la verdad es que llego a la conclusión de que el africano era un sabio de todas las materias. Hay quien dice que ellos eran del monte y se comportaban como los animales. No falta un blanquito por ahí que lo diga. Yo pienso distinto porque los conocí. De brutos no tenían un pelo. A mi me enseñaron muchas cosas sin saber leer ni escribir

Se trata de la reafirmación de un saber excluido por los “blanquitos”, Barnet es uno de ellos, que se trasmite “sin saber leer ni escribir” como señala Montejo. Las palabras del cimarrón señalan una distancia al parecer insalvable que el testimonio intenta acortar. Creo que estamos frente a lo que Ramos llama las “paradojas de la letra” (Ramos) con las que el letrado latinoamericano se encuentra al bucear en la palabra y la cultura del otro. Los encuentros y desencuentros en la relación Barnet/Montejo aparecen así marcadas en el texto, quizá por única vez.

Con la publicación y divulgación masiva de Biografía de un cimarrón se buscó desplazar el imaginario nacional cubano previo a la revolución. Al año de ser publicada Sergio Guiral realiza un documental y la obra es adaptada (¿por el propio autor?) para ser leída por jóvenes en Cuba. La política cultural de la revolución transformó al afrocubano martirizado y victimizado del imaginario liberal, en un héroe, y con él a uno de los grupos subalternos con los que tejió las alianzas que la llevaron al poder. Si esto acabó o no con el racismo en Cuba, es otro cuento.

Alejandro Gortázar

Nota: Sobre el testimonio de Barnet hemos publicado ya un texto de Soledad Mocchi.

Bibliografía citada

Achugar, Hugo. “Notas sobre el discurso testimonial latinoamericano.” En otras palabras, otras historias. Comp. Hugo Achugar. Montevideo: FHCE, 1994.

Alzugarat, Alfredo. “El testimonio en la revista «Casa de las Américas»” En otras palabras, otras historias. Comp. Hugo Achugar. Montevideo: FHCE, 1994. 171–228.

Barnet, Miguel. “La novela–testimonio. Socio–literatura”. Testimonio y literatura. Edits. Rene Jara y Hernán Vidal. Minneapolis: Institute of the study of ideologies and literature, 1986.

Ramos, Julio. Paradojas de la letra. Caracas: eXcultura, 1996.

Vera León, Antonio. “Hacer hablar: La transcripción testimonial.” La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. Eds. Hugo Achugar y John Beverley. Lima/Pittsburg, Latinoamericana, 1992. 181–199.

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