Reflexión sobre el EAC y su llamado público a una nueva dirección
El año pasado, el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) celebró sus diez años de existencia con una muestra congelada por la crisis sanitaria. Esta hibernación coincidía con la salida infeliz de su coordinador y se prolongó durante un año bajo direcciones interinas. Finalmente, hace un mes el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) publicó un llamado a concurso discreto –se notaba el trámite, esa obligación fastidiosa que resiente la administración pública al tener que organizarlo– para las “tareas de coordinador”, o sea una nueva dirección.
En vez de sentir apertura y esperanza –lo que conlleva la renovación– percibí el espectro de la desidia y la continuidad. Sin embargo, el inminente cambio de mando de esta institución cultural constituye un momento clave en varios sentidos. Es una oportunidad ideal para establecer un balance crítico del recorrido realizado, plantearse algunos interrogantes y formular ideas sobre su futuro. Este texto querría abrir un debate que me parece indispensable.

El mandato y los deberes
El EAC surge como propuesta de crear un espacio propio para el arte contemporáneo que promoviera la creación, la exposición y el intercambio del medio artístico nacional y regional. De volumen modesto, pero con un evidente programa de expansión, la institución logró cumplir con esa tarea.
Su perfil presentó una clara orientación hacia los modelos internacionales en boga en los inicios del siglo. En ese contexto los “deberes” exigidos estuvieron bien resueltos: comunicación institucional, programa pedagógico, publicaciones, archivo y conservación, residencias y, en menor medida, un programa público. Cabe destacar que estas tareas fueron realizadas con un considerable esfuerzo de dedicación y exigencia de calidad.
Sin embargo, el haber cumplido bien con esos “deberes” dejó en evidencia la falta de propuesta respecto al verdadero mandato de una institución de esta índole: provocar movimiento, hacer agenda en el ámbito artístico y salir de la zona de confort para integrarse e interactuar en el contexto social. En definitiva, promover la acción, el pensamiento y la permeabilidad.
Llama la atención la fórmula semántica que acompañó el EAC desde el inicio: las exposiciones no llevaban nombres sino números: las temporadas T(x). Sin embargo, detrás de ese aire contemporáneo –el coqueteo con el código– se vislumbran cimientos más tradicionales: una pereza de espíritu, un miedo a arriesgar y la carencia de pensamiento auténtico. Pues, eso es cierto, enumerar las exposiciones permite acomodar posiciones artísticas sin restricción temática y sin necesidad de plantear un marco curatorial de, al menos, cierta profundidad y extensión.
Ya sean excluyentes o permisivas, bajo un lema severo o fruto de un concepto abierto, las exposiciones temáticas son una tarea imprescindible para una institución de arte. En cambio, un rosario de temporadas anónimos constituye un carril suavemente ondulado hacia el aburrimiento, una quietud que deja en evidencia la falta de compromiso con el contexto, el medio y el pensamiento.
Cadena perpetua
Prisión antes, nave cultural hoy, el EAC perpetúa el encierro. Los muros ya no impiden que escapen los prisioneros, pero siguen cumpliendo su función separadora. El público es invitado a consumir, no a aportar, a enriquecer o incomodar. Desde luego, la antigua prisión debería desconfinarse y conectar con el barrio: romper el recinto, tirarlo abajo, al menos perforarlo; crear puentes materiales e inmateriales con la vecindad; desarmar la perezosa separación entre la institución y el tejido urbano y social.
A esto se suma un interior edilicio que le hace falta deshacer y ensuciar la paleta de grises neutrales y paradigmáticos de las paredes y revestimientos (véase los ejemplos de las piezas figurativas de Antonio Pena para las fachadas modernas de Julio Vilamajó, las demoliciones audaces de Gordon Matta-Clark o las construcciones precarias e invasivas de Thomas Hirschhorn).
El crítico chileno Justo Pastor Mellado llama “curaduría de servicios” la que atiende a las necesidades de los consumidores y productores globalizados y que responde a sus preocupaciones e intereses: migración, género, medioambiente, gentrificación, racismo, colonialismo, etc. En ese sentido es hora que el letargo curatorial del EAC haga lugar a una “curaduría de infraestructura”, a la búsqueda y al desarrollo de temas inéditos, formas nuevas y voces disonantes.
A su vez, es momento de que la institución deje de tener la cabeza de un ego individual para abrazar una propuesta colectiva que pueda enriquecer su oferta y su alcance. Es ahí donde sí tendría sentido comprender el cargo como coordinador/a y no como director/a.
Por otra parte, las exposiciones deberían superar el formato de muestrario de obras. Estas no se pueden limitar a los aportes de artistas, sino que tienen que desbordar los marcos establecidos, tanto autorales como institucionales. Hoy, la curaduría en su sentido amplio ya no coloca obras, sino coordina el proceso –no del todo controlado, por suerte– de creación de formatos y contenidos dinámicos, con potencial de involucrar a agentes fuera del campo artístico, y a la sociedad en general. En lugar de considerar a los artistas proveedores de posiciones fáciles de barajar para cada nueva exposición, sería interesante brindarles un ámbito generoso y exigente en el cual puedan confrontar sus propias fórmulas de producción.
La permeabilidad de la institución, tanto en el plano material como social, es propicia para el intercambio creativo de las mentes y manos involucradas. Cuando colaboran artistas, personas y grupos de distintos campos sociales, disciplinas académicas, horizontes culturales y afinidades políticas, se pueden erosionar las convenciones y desdibujar los conceptos de autoría –dicho sea de paso, ya bastante debilitados–. Así se libera el potencial de crear muestras asombrosas, complejas y participativas, que además permitan a la institución destacarse y adquirir un perfil singular. Un programa que plantee estas posibilidades saldaría la deuda del EAC con el barrio y la sociedad.