Los dos venenos

El 20 de mayo del año 2006, tras tomar conocimiento de que padecía cáncer de pulmón, el poeta chileno Gonzalo Millán comienza la escritura de un libro que combina poemas, crónicas, diario, una verdadera bitácora que deja inconclusa debido a su fallecimiento cinco meses después. Este libro llevó por nombre Veneno de escorpión azul, diario de vida y de muerte, y fue publicado tiempo después por la Universidad Diego Portales (Santiago de Chile). En este libro extenso, de más de trescientas páginas, el poeta elabora un itinerario donde relata su experiencia con el tratamiento de la enfermedad, la pelea constante con el cigarrillo, la evolución de su pulmón, a la vez que nos presenta diferentes sueños, composiciones líricas y reflexiones.

A comienzos del presente año, la editorial La Coqueta publicó el libro homónimo, Veneno de escorpión azul, del poeta uruguayo Roberto Echavarren (Montevideo, 1944). Resulta imposible no pensar este libro como un problema literario de orden intertextual; aunque, reducir su lectura a ello, manifiesta una interpretación demasiado caprichosa.

Me gusta pensar este gesto, el de la repetición del título, como una jugada de ajedrez. Un jaque, si se quiere, al escenario poético latinoamericano, el cual en este momento carece de voces claras cuyo discurso sea propositivo.

Roberto tiende un puente a partir de este libro. Un puente que, en su caso, ha recorrido incontables veces. Su obra goza de gran reconocimiento en toda Latinoamérica. Es más, podemos afirmar que su trabajo poético fue también cartográfico cuando publicó junto a Jacob Sefamí (México) y José Kozer (Cuba) el libro Medusario, muestra de poesía latinoamericana (1996), trabajo que definió las líneas de producción e interpretación de la poesía latinoamericana del post 2000. Pero volvamos al inicio.

¿Qué voluntad guía la aparición de Veneno de Escorpión Azul? ¿Es la de un desafío, un redoble de apuestas, o hay algo que excede a las intenciones del autor? Un ser del libro, una consciencia de la propia obra que vive en el territorio de la idea y logra materializarse en diferentes registros textuales. Borgeana hipótesis que nos permite pensar en el género de ambas obras.

En el libro de Millán, “los días se van y regresan/ como vehículos desorbitados”, pero el autor quiere captarlos, por esto los fecha. Este Veneno, da cuenta de un cuerpo que se aferra a la vida y con su pulso quiere dejar una semblanza sobre este último período. El Veneno de Roberto explora caminos diferentes. Es un texto breve, ubicado al inicio del libro, al cual le sigue un brillante poema titulado El tiempo pasado por agua. Ambos poemas están comprendidos en algo que podemos llamar sueño, iluminación, meditación o trance de lucidez.

Lejos del tono testamentario del libro homónimo, el Veneno de Echavarren es un poema en modo exploratorio. Un itinerario vital donde lo biográfico se acerca a lo confesional sin perder el estilo poético del último Echavarren. Me refiero a la poética que el autor de libros como La planicie mojada (1981), Animalaccio (1986), Aura Amara (1989), obras plausibles de leer y entender dentro de la corriente lírica del neobarroco, comenzó a desarrollar en su libro Centralasia (2005).

Esta obra, definida por el autor como un poema épico que es un acto de resistencia, cifra en sus páginas los acontecimientos de un viaje donde el cuerpo habla, en su estado más brutal, y a la vez, esa brutalidad es el ir y venir del éxtasis ante lo desconocido. El encuentro erótico con un monje libre, la descripción casi coreográfica de la experiencia sexual, hacen de esta obra un enunciado de resistencia a la heteronormatividad, al tiempo que describe los pormenores del cuerpo como zona o campo de batalla.

La resistencia política y humana de la nación del Tibet ante la ocupación china en los últimos cincuenta años es el relato de una convivencia con el dolor, la destrucción y la desaparición: “los chinos organizaron quemas de libros ancestrales tibetanos (…). Algo posiblemente inmortal, la imago del techo del mundo, ha sido aniquilado junto a la autonomía de un pueblo vivo».

Veneno de escorpión azul, de Roberto Echavarren. Montevideo: La Coqueta, 2021, 71 páginas.

Un libro para la resistencia

La obra poética de Echavarren es tan intensa, tan rica y, a la vez, tan cambiante, que el lector tiene la posibilidad de optar sobre qué suelo o porción de tierra dará sitio a su morada. Todo en su obra es político. Todo en su escritura es un signo de autonomía, trabajo consciente y vanguardia.

Amir Hamed, en su estudio Orientales. Uruguay a través de su poesía (1996), señaló: “el viejo conflicto del suelo discursivo se reactiva y, en la poética de Echavarren, va revirtiendo en un creciente corrimiento hacia la oscuridad, producida, en parte, por la incesante acumulación de elementos heteróclitos en el poema”. Cabe destacar que Hamed organiza su estudio de la tradición literaria uruguaya a partir de dos modelos líricos, el de Bartolomé Hidalgo y el de Lautréamont, correspondiendo a este último la poética con la que se liga a Echavarren.

Años después, en su Veneno, Roberto escribe: “El cadáver de Lautréamont es un tumor que se oculta. Es un forúnculo que no explota. Abrir el tumor es sanear: abrid esta tumba, en el fondo del mar.” (18) El cuerpo de Ducasse es un legado mágico, un código escrito en una lengua indescifrable. Ante esto, se puede ahondar en la herida de una forma modernista y neobarroca, o bien abrir los ojos en medio del viaje y comunicar todo lo que sea legible para los ojos humanos (y animales).

Las lecturas de Centralasia y de Veneno de escorpión azul, son ciertamente diferentes a la primera obra lírica del autor. Hay en estas obras un decir sin más, una evolución del artificio que sustrae al lector de las diferentes distracciones sociales para ofrecerle un viaje por los aspectos más importantes de la poesía y la vida.

“Dale al cuerpo lo que pide pero ve todo desde el cuerpo y por lo tanto no te comprometas en ningún vínculo que después te atosigue.”(9)

El escorpión azul, cuyo veneno es utilizado como antídoto del cáncer, es la sustancia que conecta la vida y la muerte, la enfermedad con la cura. En esta conexión el poeta nos deja un testimonio de su propia vida, sus convicciones, decisiones, y lo hace a partir del poema de largo aliento, ese que tiene la capacidad de no tener principio ni fin, sino que parece continuamente sorprendido por los ojos del lector que lo recorre como quien recorre a un cuerpo.

Estamos entonces, nuevamente, ante un libro que es un acto de resistencia. Pero no ante la muerte, sino ante el maya. El yo lírico se hace poderoso a partir de una desnudez moral y descarnada que busca la reapropiación de sí mismo, tanto en el plano de la ética como en el plano de la conciencia, sin querer resolver la vida mediante un deus ex máquina. Esta sería la trampa del cuerpo, y a la vez, la de la mente. Desde este punto de vista, el libro cumple con un propósito espiritual y va más allá de lo humano. Acepta el dolor, no lo cubre con el velo de la metáfora, no se engaña, no se quiere engañar.

Tamara Kamenszain, en su obra Libros Chiquitos (Buenos Aires, 2020), señala sobre la lectura de poesía: “en esa zona que queda palpitando entre que me cuenten algo y que de golpe me lo dejen de contar se aloja la poesía (…) ese lector se transforma en un sabueso que busca rastros donde otros no ven nada.” Para el/la lector/a de Veneno de Escorpión Azul, que se inicia en la obra de Echavarren, existe la posibilidad de desentrañar un cuerpo compuesto por luces y voces, a través del cual la mirada se ensancha.

De esta forma es posible ver el lugar donde estamos, tomar conciencia de lo que hacemos y comprender de forma más aguda el panorama actual de la poesía a nivel nacional y regional. Para aquellos que nos consideramos aprendices, iniciados y a la vez sabuesos del rastro que deja su obra, este libro nos deja la satisfacción de que todavía es posible, aún en este tiempo, escribir obras maestras.


El título de esta nota es una referencia al poeta chileno Héctor Hernández Montecinos, quien me enseñó el asombro por la poesía de Roberto Echavarren.