“Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”. Marx, Manifiesto, 1848.

Entrevista con Alfalfa, artista callejero. Un periodista preocupado por la propiedad privada, que trabaja en un medio por lo general preocupado por la propiedad privada, le pregunta qué siente cuando uno de sus muros desaparece:

Depende. He sentido gusto de que algunas obras desaparecieran, porque ya era su tiempo. A veces evolucioné hacia otros lugares, y cosas que antes me copaban me dejan de gustar y está bien que se la lleven los tiempos. Otras veces, si eran muy nuevas o me gustaban mucho, me siento incómodo con la pérdida.

El periodista está preocupado por la volatilidad, lo efímero, la “brevedad” de las obras de Alfalfa. Pero también pregunta por los derechos del dueño de la “propiedad pintada”. Alfalfa habla de “recuperar la pared”, de mejorarla, corrigiendo la violación a la propiedad privada de otro (ese que escribió “Bolso gallina”). El periodista insiste: ¿cuál es la diferencia con el vandalismo? El artista también insiste: no soy un prepotente, el que pone “Bolso gallina” lo hace porque se le canta y en donde se le canta.

Yo también necesito expresarme, pero no lo hago en cualquier lugar. No voy por ejemplo a rayar un mármol, sin importarme dónde está. Estoy yendo a un lugar donde de alguna manera puedo hacerlo.

Todo muy bien. Aquí hay un artista, con nombre y apellido. Él sabe donde pintar. Sabe qué es lo que está bien y lo que está mal.

 

muro junio 1

 

Sin embargo el muro de junio es de un artista que, otra vez, no pude reconocer. Con o sin firma, muchas veces es difícil saber quién es el artista que trabajó en un muro. A veces omitir la firma es una decisión individual, otras colectiva. Se puede buscar el anónimato, por paranoia, por seguridad o por promover una forma de arte sin Artista. En otras ocasiones el tiempo y la historia de la ciudad van borrando una obra callejera, la hunden en capas de grafitis, afiches, más dibujos, insultos.

 

muro junio 3

 

Eso es lo que pasó en Soriano casi Paraguay. La pared está en la entrada de un estacionamiento privado. Está “sucia”. Hay muchas cosas escritas. Un conjunto desparejo de noctámbulos ha escrito y dibujado en la pared incansablemente. Pero hay un dibujo que se destaca. Parece un cuerpo. Humano. Nervios y tendones se entretejen bajo una manta blanca que oficia de piel. Arriba podría tener una cabeza con una peluca negra y flores. Hay orificios en la piel desde donde puedo ver el interior. Es rojo. Pero no hay ojos, no hay boca, no hay narinas.

 

muro junio 5

 

Me topé con este cuerpo anónimo y le saqué fotos. Eso es todo. Nada me asegura que el dibujo siga allí mañana o en un mes o en un año o en un siglo. Se habrá desvanecido como este texto, como las fotos que saqué:

 

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.

Lo miro con la incomodidad de la cabeza vuelta

y con la incomodidad del alma que mal entiende.

Él morirá y yo moriré.

Él dejará el letrero, yo dejaré versos.

Un día morirá el letrero también y mis versos también.

Después morirá la calle donde estuvo el letrero,

y la lengua en que fueron escritos los versos.

Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.

En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente

continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros.

(“Tabaquería” de Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa)