Año 1842, año de gracia y año de prueba, al primer paso que dieron en su vida libre se encuentran en la Defensa de Montevideo; la patria les pedía su concurso y ellos lo dieron a costa de su sangre y de su vida, con heroicidad espartana, conscientes de por qué daban y recibían la muerte, porque era de ellos el más noble tributo humano a la libertad. Nueve años duró aquella prueba de fuego en la que sucumbieron el mil (18) por cien, sin omitir sacrificio hasta que el arco iris de bonanza anunció la victoria y con ésta el orden y el trabajo, torna a hacer sentir en todos los espíritus la tranquilidad perdida y con ella la alegría vuelve a sonreír. Y como era de esperar, el tamborín regaló los oídos con sus notas típicas. Y este despierta en el espíritu de la colectividad el sentimiento de organización social, porque se debe tener presente que no todos eran del mismo lugar de África, eran de distintas regiones, y practicaban distintas costumbres y dialectos, esto dio lugar a que se agruparan las hermandades y en la adquisición de los locales, y lo más interesante fue que el pensamiento de la mayoría de las agrupaciones se inclinó en que los locales para asiento de las salas deberían de ser de su propiedad; para la formación del capital que estas demandaban se procedió recabarlo por medio de acciones, y aquella cruzada fue una demostración de honor, porque no quedó uno de cada hermandad por modesta que fuera su situación económica, que no contribuyese con la cantidad fijada. Fruto de ese esfuerzo meritorio se llevó a cabo la construcción de las salas, las que más tarde embanderadas con la gallarda enseña fueron inaugurados con todos los requisitos que requerían las circunstancias, dejándose oír de nuevo los redobles de su caro tamborín lleno de aliento africano, mientras el candombe con sus sacudidas, movimientos, fue la gracia, fue la dicha.

En todo esto se puede apreciar en forma clara y evidente, que hubo en esos corazones una buena dosis de fuerza organizadora y un espíritu templado al calor de un sentimiento de fraternidad que lo convierte en ideal tan puro, que nada pueden desunirlos, porque sobre todo lo que es egoísmo, está ese vínculo de hermandad convertido en una religión, que se espiritualiza hasta más allá de la muerte.

Conocida la organización que se dieron, sepamos ahora aunque sea en forma incompleta, el nombre de estas agrupaciones y el lugar que estaban ubicadas, como así quiénes eran sus reyes: Mina Nagó estaba ubicada en la calle Joaquín Requena esquina Durazno, siendo sus reyes María Roseo de Barboza y Ma (19) nuel Barboza; Congos Minas, José Gómez y Catalina Gómez, Ibicuy esquina Soriano; M. Nucena, Rio Negro e Isla de Flores; Lubolos, José Casoso y Margarita Sarari, Sierra y La Paz; Minas Magi, Catalina Vidal y Capitán Don Benjamín Irigoyen, este era un veterano en las contiendas de emancipación americana y aguerrido combatiente en la Defensa de Montevideo, había conquistado sus primeros grados militares, al servicio del Coronel Bastarrica; por lo que se ve, este benemérito soldado, que a pesar de haber probado las sensaciones que produce el aliento de la muerte cuando esta voraz intenta tragárselo a cada segundo; conservó siempre tierno en su corazón el amor hacia su África inolvidable, a la que rememoró en los días grises de su ancianidad representando sus costumbres virtuosas.

Los días de las fechas que se efectuaban sus grandes fiestas donde reinaba el candombe, eran los días del niño, o sea de Navidad, Año Nuevo, y día de Reyes, ese era su día favorito, en esa fecha echaban la casa por la ventana, como se suele decir.

En las proximidades de esos días era de ver la actitud y celo que ponían en el arreglo de sus locales los que alfombraban y encortinaban de lo mejor, aquellos cuyo suelo no se prestaba para este arreglo, por ser su piso de tierra, lo cubrían de arena; en los arreglos contribuían sus viejos amos con su generoso desprendimiento proporcionando esos útiles, como ser alfombras y cortinas y otras cosas por el estilo.

El trono de los reyes se levantaba en un lugar de la sala que fuese adecuado y en cuanto al arreglo ponían su mejor sentido, en ese sitio más destacado lucían un hermoso gallardete formado con su bandera.

Los encargados de la fabricación de los licores tenían ardua tarea, la chicha, era su licor favorito y de muy fácil fabricación, para ello tomaban grandes tinajas de barro cocido, le ponían cierta cantidad de agua, luego fariña, azúcar y vinagre blanco, dejándolo en infusión por espacio de ocho días, filtrándolo después, lo envasaban en sendas damajuanas, adquiría tanta (20) presión que a veces daba el caso que explotaban; se cuenta que esta preparación era de muy buen paladar y muy fresca.

Llegaba el día del nacimiento del niño y por la mañana lo primero que hacían era concurrir en corporación a la Iglesia de la Matriz, a visitar a San Baltasar, santo propiedad de Tía Dolores Vidal de Pereyra, quien ponía su mejor esmero en arreglarlo ese día y el de Reyes. San Baltasar, aún sigue ocupando un puesto en la mencionada iglesia, sobreviviendo a la evolución del tiempo y a las costumbres, que lo han respetado en su sitio señorial, como testigo de una era que pasó y que solo quedan de ella el recuerdo de sus gratas añoranzas.

Terminada la ceremonia religiosa, se retiraban guardando el orden, concurriendo cada uno a casa de sus viejos amos, pues seguían siéndolo en el afecto, su cambio de vida, no había borrado la costumbre de llamarlos amo, por otra parte nunca guardaron animosidad para los que habían sido sus gratuitos opresores y si la tuvieron, que no sería nada extraño, ella se había borrado de sus corazones, el mismo día que recibieron el bautismo de la libertad, ya que nada hay que haga desaparecer los rencores borrando las asperezas que causan las ofensas, como ese acto de humana reparación social que inunda el alma de gozo.

De modo que llegaban a cada casa y allí daban a sus amos sus cumplidas felicitaciones, pues sabían que no salían perdiendo porque la recompensa a tantos cumplidos no se hacía esperar, llegando en unas cuantas monedas que venían a engrosar la suma de las que habían recibido en otra parte.

Ya por la tarde era de ver el desfile que formaban las parejas, en dirección a sus respectivas salas, luciendo sus vistosas vestimentas, que daban a conocer el buen gusto que ponían en sus arreglos, cuidando de no caer en ridículo.

Los reyes iban casi siempre en carricoche y quien habla de su compostura, si en ella la mayor parte de las veces habían intervenido sus amos, a su paso por las calles que los trasportaban a sus salas, iban cosechado aplausos en general que ellos muy regocijados contestaban con saludos expresivos, la llegada era triunfal, una muchedumbre entusiasta apostada en las aceras (21) los recibía tributando su frenético aplauso, animado por esa riente alegría entraban, la reina, además de su corte, llevaba dos doncellas encargadas de la cola de su vestido, hasta que ocupaba el trono.

A poco se dejaban oir los redobles de sus típicos tamborines, templado al calor del sol o del fuego, iniciándose el candombe, su duración por la tarde, era hasta la puesta del sol, para iniciarse luego en las primeras horas de la noche, prolongándose hasta que la aurora con sus primeros resplandores anunciaba el nuevo día.

Ya conocemos la forma que se bailaba el candombe, su acción libre, le daba a las figuras que en él intervenían, la oportunidad de mostrar su gracia y su arte, porque había arte en todo esto; y si no ahí está la prueba de mi aseveración, en aquel magnífico cuadro del que era y es actor, el genial pintor uruguayo Dr. Don Pedro Figari, tela que fue puesta en exposición en oportunidad de celebrarse el centenario y en la que se representaba para honor de mi raza, una escena bailando el candombe y que fue una de las mejores obras presentadas a la Exposición de Bellas Artes del Centenario.

Tanto gustaron estas fiestas que en esos días constituían el paseo de moda de la sociedad montevideana, era tal la concurrencia a estos lugares, que daba la impresión agradable de cuando se asiste a presenciar una romería, tal era la nota sugestiva que ofrecía aquel ir y venir de las familias que salían de un candombe para ir a otro inspiradas por la curiosidad de los niños que eran los más entusiastas en esas correrías que nunca saciaban su curiosidad infantil.

Uno de los gestos que deben destacarse, es que los excursionistas, tanto niños como mayores, iban dejando su óbolo en cada sala que visitaban, lo que era algo así como una contribución a su sostenimiento.

Entre estas entidades estaban las que gustaban realizar sus fiestas al aire libre, como ser los Mucenas, tenían por costumbre enarenar el frente de la calle que daba a su local y allí efectuaban sus tertulias. (22)

Sin prescindir aún que algo moldeados a la costumbre del país, en lo que a vestimenta se refiere, no se apartaban mucho de los de su origen, mayormente las mujeres, pues era su orgullo, lucir grandes aros africanos, como así largos collares compuestos de perlas y corales de África; conozco a un descendiente de Mina Nago, señor Olivio Durán, por quien, siento gran estimación, quien fue rey de esa hermandad en aquellos memorables tiempos, quien conserva como preciadas reliquias, dos collares que deben medir tres metros aproximadamente de circunferencia, uno perteneció a la abuela, el otro es un recuerdo de sumo valor para él, era de su inolvidable madre muerta, dice haciendo memoria, que solo lo usaban en las grandes fiestas. Hay que ver como lo encantan las reminiscencias de su pasado fulgurante, que al tocarlo surge de cada motivo, un relámpago mental que ilumina con entera precisión las escenas vividas.

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Los candombes no empezaron con el desfile oficial de llamadas. A pocos días de que empiecen a sonar las comparsas por Isla de Flores, me pareció interesante compartir este pedazo de historia. Es un fragmento del “Capítulo II: “Vida nueva” y organización”, del texto de Lino Suárez Peña. El autor pone a disposición un relato del colectivo afro en Montevideo luego del fin de la Guerra Grande. A partir de algunos testimonios recogidos por él de boca de sus protagonistas, y de su propia experiencia, el autor reconstruye los candombes de Reyes y otros aspectos vinculados a las salas de nación. Es una mirada desde dentro, interesante por lo que propone, muy distinta a la que se puede encontrar en un cronista del siglo XIX como Sansón Carrasco, o en los diarios de viaje de científicos europeos. Los candombes históricos y públicos que se desarrollaron en las salas de nación legaron aspectos centrales al candombe actual: los tambores, la danza, un espacio de sociabilidad y la apropiación del espacio público en la que participa también la sociedad envolvente.


Dibujo de María José Ramos.

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